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Seduciendo a mi Jefe

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Zusammenfassung

¿Cuáles son las consecuencias por ofender a tu jefe? Pues llevarte llevarte la follada de tu vida. En el ascensor, sobre un escritorio o en un Penthouse con vistas a la ciudad de New York. A cualquier hora y en cualquier lugar. Amy selló su destino ese día. Los comentarios provocativos comenzaron, luego le siguieron los encuentros en el ascensor y los correos retadores hasta que la pasión estalló entre ambos. De pronto, lo que comenzó como un juego de seducción, se convirtió en algo más... real, adictivo y peligroso. Una historia de pasiones ardientes, comentarios provocativos, caricias, intriga, secretos y sobre todo, seducción.

Genre:
Romance / Erotica
Autor:
Claudia_Llerena
Status:
Abgeschlossen
Kapitel:
40
Rating:
4.9 31 Bewertungen
Altersfreigabe
18+

Primer encuentro

Miro por la ventanilla una vez más mientras el autobús me lleva hacia mi destino. Me encanta la ciudad de New York por las mañanas. Las personas en la calle corriendo de un lado a otro con sus cafés en la mano. El ruido de los autos y los choferes presionando el claxon debido al atasco en la avenida principal. Los carteros en sus bicis distribuyendo el diario como cada mañana. Todo es maravilloso.

Amo esta ciudad y nunca le podré agradecer a Becca lo suficiente por darme la oportunidad de vivir aquí.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro de manera inconsciente.

Aún recuerdo cuando la conocí a través de sus redes sociales. ¿Quién podría imaginar que mi comentario sobre uno de sus reportajes me llevaría a este momento? A pesar de la distancia y de no conocernos en persona, nos convertimos en mejores amigas. Becca se volvió más que mi confidente, en mi hermana y mi segunda familia. Gracias a ella hoy puedo observar desde la ventanilla la ciudad de New York.

Llego a mi destino y voy por el café de mi jefe: un descafeinado con leche de almendras. Como siempre, la empresa se encuentra casi vacía a esta hora.

— Hola, Amy —me saluda Andrés llegando al ascensor—. ¿Cómo te va?

— Hola, Andrés —correspondo al saludo—. Bien. Hoy hace un día muy bonito.

El chico es muy agradable. Trabaja en la parte de diseño gráfico de la editorial y fue el primero que se me acercó cuando llegué nueva a la empresa. Muy pronto nos dimos cuenta de que teníamos muchas cosas en común; la más relevante es que ambos somos latinos. Nos llevamos de maravilla y salimos juntos de vez en cuando.

— Sí, muy bonito —comenta—. ¿Ya tienes el último ejemplar de Johanna Lindsey?

— Solo digital. Estoy esperando a que venga a la ciudad el próximo mes para llevarme el libro en físico autografiado —contesto.

— Sí que eres su fan —comenta.

— Es muy buena —declaro encogiéndome de hombros mientras el timbre del ascensor anuncia la llegada a mi piso—. Que tengas un buen día, Andrés —me despido desde el pasillo.

— Igual para ti, Amy.

Llego a mi escritorio justo a tiempo para tomar mi agenda y recibir a mi jefe.

— Buenos días, señor Gold —lo saludo ofreciéndole el café para después seguirle hacia su oficina y repasar la agenda de hoy.

— Amy, ya te he dicho que me llames solo Eloy —señala de forma reprobatoria.

— Y yo le he dicho que por muy buenos amigos que seamos, en el trabajo usted es el señor Gold —replico.

Él se remite a negar con la cabeza y sonreír al mismo tiempo.

— Bueno, no discutiré contigo otra vez sobre el tema. No quiero que mi mujer me deje durmiendo en el sofá esta noche por cabrear a su mejor amiga —no puedo evitar sonreír. Eloy es muy bromista. Becca tiene mucha suerte—. Bien, ¿qué tenemos para hoy?

— A las diez vendrá Rita Turner, la nueva autora, a firmar el contrato con la editorial —comienzo a enumerar—. Tiene un almuerzo programado con sus padres y Rebecca. Ya he reservado en el restaurante de su hermana. A las tres de la tarde es la junta con los accionistas y necesita llevar el informe con las propuestas de los nuevos autores. Antes de que lo pregunte, el informe se encuentra encima de su mesa, esperando por su firma.

— Eficiente como siempre, señorita Roldán —como es habitual, no pierde oportunidad para adularme—. Necesito que bajes a contabilidad a revisar si el presupuesto para el nuevo libro ha sido aprobado. Lo necesito para la reunión con Rita Turner. Revisa los contratos con los antiguos autores y separa los que deben ser renovados. Realiza un informe sobre los manuscritos que leíste y creas que valgan la pena… —Eloy continúa enumerando mi orden de día. Cuando creo que ha terminado me giro para salir, pero me detiene de inmediato—. Hoy me acompañarás a la junta.

Lo observo confusa en respuesta.

Nunca he ido a esas reuniones. Solo me encargo de dejarle todo listo. De hecho, llevo solo un mes trabajando en Golden Publishing Company y aún no conozco al director y accionista principal de la editorial. Solo sé su nombre: Daniel Gold.

>> No me mires así. Es tiempo de que esta empresa conozca a su mejor empleada.

— No creo que lo sea, pero su cumplido me halaga, señor —comento.

— Una vez me dijiste que este era el trabajo de tus sueños, Amy —mi jefe utiliza su encanto habitual para convencerme—. Si quieres avanzar y triunfar en este mundo, necesitas hacer relaciones. Ahora, me apoyarás en la junta, podrás comentar cuando hablemos sobre los manuscritos, ya que tú los has leído completos. También ayudarás a la asistente de Daniel con las bebidas y los papeles.

— Por supuesto.

— Ah, otra cosa —vuelve a detener mi salida—. Quiero informarte que he entregado a Emma tu borrador y antes de que protestes —adivina mis intenciones—, quiero decirte que no lo hice por ser la mejor amiga de mi esposa. Lo leí y me pareció muy bueno.

— Pero…, ¿cómo? —pregunto confusa, pues me ha dejado sin palabras.

— Becca me prestó la copia que le diste —explica para mi sorpresa—. Me pareció muy buena y refrescante. Es algo nuevo y muy original. Así que decidí entregárselo a la editora del Departamento de Romance. Ya ella decidirá si se publica o no, pero te aseguro que vale la pena. Eres buena, Amy. Deberías confiar más en ti misma.

Me quedo en silencio. Siendo honesta, no sé qué decir. Cuando vivía en Venezuela mandaba mis borradores a todas las editoriales, sin embargo, nunca recibí respuesta. Con el tiempo me convencí a mí misma de que no era buena y dejé de enviar los manuscritos. Seguí escribiendo —escribir es algo que me apasiona y no podré dejar de hacerlo nunca—, pero ahora las historias eran solo para mí, o para mis amigos. Cuando Becca me pidió mi historia favorita, jamás pensé que se la entregaría a su esposo.

— Gracias, señor. Gracias por la oportunidad —logro responder por fin.

— No me las des aún —le resta importancia al asunto—. Eso no significa que vaya a ser publicada, pero tengo mucha fe. No soy fan de los dramas románticos, sin embargo, el tuyo me gustó mucho. Ahora, necesito ese presupuesto para la reunión. Por tanto…

Me hace una seña para que salga.

— Ya me pongo a ello —le comunico de inmediato con una amplia sonrisa antes salir de la oficina.

Llego al piso de Contabilidad y me dirijo sin dilaciones a la oficina del señor Lewis.

— Aaamy —me saluda alargando la A—. ¡Qué gusto tenerte por aquí! ¿En qué puedo ayudarte?

— Hola, Scott —le devuelvo el gesto—. Necesito el presupuesto aprobado para el proyecto “Crying Wolf”.

— Por supuesto. Por aquí lo tengo —contesta al mismo tiempo que comienza a buscar en el montón de papeles sobre el escritorio.

— ¿Otra vez sin secretaria? —indago con curiosidad. En el mes que llevó trabajando en la empresa, he visto tres chicas diferentes pasar por el puesto.

— Me temo que sí —responde con una sonrisa en tanto continúa buscando—. Supongo que ninguna puede seguir el ritmo que tenemos en este departamento. Las finanzas son duras —alega encogiéndose de hombros—. Oh, aquí está.

Saca una carpeta y posteriormente, me la entrega.

>> Amy, ¿qué haces esta noche?

Mi fuego interno pone los ojos en blanco al escucharle. Scott nunca dejará de insistir. Desde que llegué a la editorial ha intentado ligar conmigo. Siempre le he rechazado, pero al parecer no le gusta darse por vencido.

Scott Lewis es un hombre guapo con el cabello rubio de anuncios comerciales y los ojos grises. Su constitución me indica que se ejercita. Además, puedo apreciar rasgos maduros, por lo que debe rondar los treinta y cinco años. Sin embargo, no me atrae. Es como cuando ves a un actor guapo en la televisión. Te gusta verlo en las pelis, incluso disfrutas las escenas calientes, pero no te atrae para liarte con él.

— Estaré ocupada con un informe de visitas y lecturas en la web de la empresa, Scott —respondo.

— Algún día me dirás que sí, Amy. Estoy seguro —sonríe.

— Hasta pronto, Scott —me despido antes de salir de la oficina.

Mientras estoy sola en el elevador, aprovecho para echarle un ojo al presupuesto. Es una suerte que lo hayan aprobado. Eloy es bueno convenciendo gente. Rita Turner estará encantada y Andrés agradecerá a todos los dioses por dejarle hacer la portada de este libro.

Salgo del ascensor al escuchar abrirse las puertas, pero no llego a dar ni tres pasos cuando me doy de bruces con alguien y los papeles salen volando por el vestíbulo.

Miro al frente hacia la persona con quien he chocado para disculparme y me quedo clavada en mi sitio como una estatua. Un par de ojos dorados impactan contra los míos y me miran con una fijeza como si pudieran verme el alma.

Un leve escalofrío me recorre el cuerpo. En mi vida había visto unos ojos iguales: de un color entre el marrón y el ámbar, como el oro recién pulido. Es un espectáculo asombroso.

— ¿Pero, es usted ciega, señorita? —su voz ronca me saca de mis ensoñaciones.

— Lo siento, señor —me disculpo—. No lo vi venir...

— Es evidente —confirma con prepotencia—. Debería prestar atención a su alrededor y no distraerse. En esta empresa no hay espacio para distracciones. Es bueno que lo tenga en cuenta si quiere conservar su trabajo.

– ¿Perdón? —exclamo incrédula.

<< ¿Quién se cree este sujeto para hablarme de esa forma? >>

— La perdono, señorita…

Resoplo imitando una sonrisa—. Es evidente que en parte fue mi culpa por no mirar hacia adelante y por ello me disculpo...; pero se necesitan dos para tropezarse, señor. Si usted no le estuviera prestando atención a su teléfono —señalo el móvil tirado en el piso, junto a la carpeta que segundos antes tenía en mis manos—, me hubiera visto y esquivado en consecuencia. Es irónico de su parte que me culpe o ponga en duda mi trabajo en esta empresa sin siquiera conocerme.

El hombre abre los ojos como platos, sorprendido con mis palabras. Seguro pensó que bajaría la cabeza y seguiría mi camino, pero yo no me dejo pisotear por nadie —por muy bonitos que tenga los ojos—. Luego me mira con indiferencia y puedo deducir que un poco molesto.

— ¿Sabe usted con quién está hablando, señorita? —inquiere en un tono muy bajo que casi me intimida.

— Por supuesto —respondo con una sonrisa de suficiencia en tanto preparo mi estocada—, con un patán arrogante. Si me disculpa, debo continuar con mi trabajo. En esta empresa no hay espacio para distracciones.

Recojo la carpeta y me marcho, dejándole con la palabra en la boca. Camino enfurecida hacia mi escritorio, pero mi mente traicionera me lleva otra vez hacia esa mirada tan cautivadora.

«Un total desperdicio»

«¿Cómo se puede ser tan guapo y tan arrogante a la vez?»

En definitiva, mi día no ha empezado con buena pata. Solo espero que mejore.

No he podido concentrarme en todo el día. Aún sigo estupefacta debido al encuentro con ese hombre. ¿Quién será? Nunca lo he visto en la compañía. Por su porte y sus palabras, debe ser un alto ejecutivo. Conozco muy poco de los altos jefes de la editorial. Me extraña que alguno haya bajado al piso creativo. Generalmente, se limitan a permanecer en el último piso del edificio, donde residen.

En fin, creo que he discutido con uno de mis superiores. Solo espero que mi puesto de trabajo no esté en su poder.

— Amy —la voz de Eloy me saca de mis cavilaciones—. Es hora de ir a la junta.

— Por supuesto —me levanto y tomo las carpetas de la reunión, para seguir a mi jefe.

Cuando me dispongo a caminar hacia el ascensor, mi jefe me detiene—. Tomaremos el privado —aclara.

— Pero es solo para ejecutivos. Tomaré este y lo veré arriba.

— Tonterías —bufa mientras me hace caminar hacia el ascensor privado—. Soy accionista de esta empresa, por tanto, puedo disponer de todo dentro de la misma. Si quiero que mi asistente tome este elevador, pues lo hace.

Sonrío—. A veces olvido que es dueño de la editorial —comento una vez dentro.

— Solo de una parte —objeta—. Pero entiendo tu punto. Soy una persona genial —sonríe encantadoramente. Apuesto que esa sonrisa fue la perdición de mi amiga—. Mi hermano, no tanto —comenta—. No te dejes intimidar por su porte de magnate serio.

Respiro profundamente. Tal vez no es buena idea asistir a la junta.

>> No estés nerviosa —dice antes que el timbre anuncie nuestra llegada al piso—. No es como si fuera a despedirte si te equivocas.

— Eso no me hace sentir mejor —digo siguiéndole los pasos.

— Tranquila —presiona mi hombro izquierdo—. Solo tienes que hablar cuando se te pregunte algo. Y será sobre los manuscritos, de los cuales dominas hasta el último detalle.

— Señor Gold, buenas tardes —saluda una rubia muy guapa.

— Camille —responde el aludido—. ¿Sigues dejándote explotar por mi hermano?

— Hago lo que puedo, señor.

— Eres demasiado buena, Cam. No sé cómo haces para resistirlo —se burla—. Me encantaría ofrecerte un puesto como mi asistente, pero ya tengo una —me señala—; y muy eficiente. ¡Pero, qué descortés de mi parte! —Exclama de buenas a primeras—. Te presento a Amy, mi preciosa asistente personal.

— Un placer —me extiende su brazo.

— Igualmente —la imito.

— En fin —interviene Eloy—, si decides deshacerte de mi hermano, búscame. Las puertas del piso creativo siempre estarán abiertas para ti.

— Lo tendré en cuenta, señor.

— ¿Otra vez intentando robarte mi personal, Eloy? —Una voz interrumpe la conversación. Curiosamente, me parece haberla escuchado antes.

— ¡Hermano! —Contesta mi jefe—. Me conoces bien. Yo sería incapaz de algo así.

— Porque te conozco demasiado bien, lo insinúo.

Giro sobre mis pies para conocer al famoso Daniel Gold y, lo que veo me deja atónita.

<< Mierda >>

¿Quién iba a decirme que el destino se empeñaría en jugarme una mala pasada?


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