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Sol de otoño

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Summary

Un saxofonista joven lleva consigo a su hermano a sus presentaciones de jazz, pues fue él quien lo guió por el camino de la música, incluso en estos tiempos en que la enfermedad ha debilitado su cuerpo.

Genre:
Drama
Author:
Oliver Choreño
Status:
Complete
Chapters:
7
Rating:
n/a
Age Rating:
16+

1

Tocó con el alma y ellos lo sabían, sus oídos aún vibraban con la emoción con la que el mundo bohemio se presentaba en aquel hombre que sin su saxofón estaría mutilado. Era parte de él, era su brazo o su cabeza, su alma o su corazón. Raído como su pasado agradecía modestamente ante un público presente en aplausos casi uniformes, manos limpias y no los silbidos de los barrios bajos de sus primeros años, pues todos empiezan en algo que debe pulirse. Terminó su primera y leve reverencia a la totalidad que le había visto llorar a la música; pero entonces fijó la mirada en un rostro del público, este por el contrario no aplaudía, sus manos no se movían y durante la presentación lo único que obtuvo de él fue un ritmo casi perdido entre los movimientos de un universo que no conoce pausa, el subir y bajar de su pie como si fuese un código entre él y las notas.

Su pie anticipaba el siguiente ritmo y parecía dirigir al instrumento del jazzista, en ninguno de sus intentos era acreedor a una equivocación. — Bien, Lou, has acertado de nuevo—. Pensaba el jazzista cuando tocaba las notas más difíciles, pero no hablaba, no podía hacerlo en esos instantes, su lenguaje había cambiado a uno nuevo, haciéndolo desconocido al anterior. En este idioma los sonidos podían ser hirientes o agradables, pero no con intensión de insultar, inclusive el comentario más doloroso que la música proveía venía con una palmada en la espalda y un sonido que cualquiera fumaría a ojos cerrados, para evitar que la realidad les distrajera.

La segunda reverencia del jazzista fue para este hombre que no sabía aplaudir con esas manos torcidas que parecían sostener un sax de aire. — Gracias—. Dijo con esa garganta seca y cansada que le quedaba tras cada presentación; con agua, ejercicios de garganta y una nueva boquilla volvería rápido a la normalidad. — Pero aquí el artista es Lou—. Y le señaló con la mano, despertando una nueva ola de felicitaciones que no buscaban remarcar la modestia de aquel hombre anclado a la silla.

Con intentos que sabía desde un inicio no funcionarían, procuró levantarse de su eterno letargo, dándose por vencido antes de saber si lo lograría, su boca tembló en busca de esa voz que no escuchaba desde hace tantos años. — La perderá, sí—. Fueron las palabras del doctor que le atendió hace cerca de seis meses. — Pero aún estamos un poco lejos. —. Si no hubiesen ido con el doctor ese día, si el comentario del profesional en medicina hubiese sido tomado un poco más a la ligera, ahora podría agradecer con formalidad, pero la fuerza del porvenir era poderosa, era la nueva cadena que se había impuesto sin ayuda de nadie. Si aún había una voz dentro de él preparándose para salir en el tiempo que le quedaba antes de empeorar de verdad y pasar a las etapas finales, el prejuicio y temor lo acortaban con velocidad.

“Como si tuviera las palabras contadas, pero no supiera donde están” Pensó, alegrándose de aún ser capaz de ello.

***

—Mi hermano Lou—. Continuó diciendo el jazzista del escenario, los aplausos ya terminaban y como solía ser en cada una de las presentaciones, lanzó la boquilla al aire sin esperar a que nadie la atrapase.

“Como te gusta el espectáculo” Le dijo con la mirada, y el jazzista sonrió, era su código, era la única comunicación que tenían, y a pesar de que Lou en el fondo sabía que su hermano menor no lo entendía, fingía creer que así era, continuando lanzándole todas las miradas que era capaz de producir.

El jazzista salió del escenario dejando a su hermano solo con ese público entusiasmado, algunas personas se acercaron, agradecieron las bellas composiciones, era imperdible el comentario de aquellos que rememoraban sus épocas pasadas y le otorgaban un ‘pésame’, como si no tuviese bastantes ya, más que años, más que las primeras arrugas que salían en su rostro, más que notas ancladas a los oídos de aquellos que irían a tomar un café en algún establecimiento con luces de neón.

Él no podía, tenía que esperar a su hermano para ir a casa. En casa lo bañaría y el fingiría que no sucedía, pensaría que aún es capaz de hacerlo solo y lo miraría con su rostro del hombre que ha sido vencido por la vida y aún no lo sabe, para al final dejarlo terminar el baño procurando que sus lágrimas no fuesen demasiado visibles, ya que, de igual forma, su hermano terminaría limpiándolas.

Pasaron veinte minutos y su hermano no aparecía por ningún lado, cinco minutos más e incluso el tiempo parecía haberse ido, justo cuando la silla comenzó a parecerle incómoda y se cuestionaba dónde podría estar, lo vio corriendo hacia él, tenía el pecho agitado, la mirada apresurada, pero en otro lado al mismo tiempo, en el mundo de la mente nostálgica donde trataba de analizar en ese par de segundos que es lo que sucedía, y se sintió más incómodo aún.

La respiración de su hermano estaba agitada, su pecho saltaba con el corazón fungiendo el papel de percusión, quiso preguntarle, tomarlo de la playera y exigirle una respuesta, pero de nuevo su mirada se lo comunicó. — Es papá—. Dijo con una excitación en la voz que no le había oído antes. Una excitación de temor y tristeza. — Otro ataque de demencia—. Lou movió la cabeza con lentitud al procurar ver a su hermano, pero no lo logró. — Parece que de este no se va a recuperar.

El joven jazzista comenzó a empujar a su hermano fuera del auditorio, habían quedado solos, pero su paso solo indicaba una cosa, ya era tiempo de verlo, ese auditorio había sido su última prueba y estaba listo. Lo llevaba decidido a emprender el viaje lo antes posible, y mientras Lou y Chet solo pensaban en su padre, sabían que había una idea bloqueada en mente de ambos, una que ninguno se atrevía a llevar a la realidad o era capaz de pensar.

La idea de que algún día Chet recibiría una llamada similar a esa, cuando la enfermedad de Lou estuviese tan avanzada como la de su padre.

Salieron de prisa del auditorio, dejándolo vacío, en ese pequeño pedazo de arquitectura, ni las emociones se quedaban.

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