Write a Review

Mucho mas que venganza

Summary

Comprado para su venganza. A pesar de no tener ni el dinero ni los contactos necesarios, Fluke Natouch había despertado el interés del archienemigo de Ohm Thitiwat. Hacerlo suyo sería la mayor satisfacción para Ohm. El despiadado magnate estaba dispuesto a utilizar los medios que fueran necesarios para asegurarse la atención de Fluke, de modo que adquirió las deudas de su familia. Unas deudas que perdonaría si él se convertía en su amante. Cuando descubrió su inocencia, Ohm se vio obligado a reconsiderar su decisión y tomarlo como su esposo.

Genre:
Romance
Author:
OhmFlukeWriter
Status:
Complete
Chapters:
11
Rating:
5.0 1 review
Age Rating:
18+

Capitulo Uno



Ohm Thitiwat miró la foto con el ceño fruncido y la amplió. No podía ser la misma persona; sencillamente, no era posible que su presa, Alex Merkris, planeara casarse con alguien de origen humilde.


Divertido, alzó su arrogante cabeza de cabello moreno y estudió una vez más la foto de aquel etéreo castaño.


Imposible que fuera el mismo chico seductor que había conocido una vez trabajando de guardacoches. El mundo no era un pañuelo tan pequeño. Aun así, era consciente de que Alex poseía una casa de campo en Norfolk.


Arrugó más el ceño, pensativo.


A pesar de su diminuta estatura, el chico al que había conocido tenía una personalidad fuerte, muy, muy fuerte, lo cual no era un atributo que él buscara en las bellezas transitorias que compartían su cama. Pero también tenía unos ojos de color verdemar y una boca suave, sedosa, y rosa como un capullo de loto. Una combinación explosiva, que le había costado mucho olvidar.


Después de que él lo rechazara, otro hombre quizá habría vuelto a intentarlo, pero Ohm se había negado a hacerlo. Él no perseguía a nadie, no intentaba conquistar con halagos ni flores. Se alejaba. El mantra que regía su vida insistía en que nadie era irreemplazable; no había personas que fueran únicas y él no creía en el amor.


Simplemente, él había capturado su imaginación durante unos momentos, pero él no había permitido que la lujuria lo impulsara a perseguirle.


¿Desde cuándo tenía que perseguir a alguien?


Y aunque era de sobra conocido que el anciano padre de Alex presionaba a su hijo y heredero de cuarenta y cinco años para que se casara, resultaba impensable que Alex pudiera estar planeando casarse con el chico guerrero que había arañado la pintura del adorado McLaren Spider de Ohm.


Además, a Alex solo le excitaba la carne pura e intacta, como la hermana de Ohm había aprendido a su costa. Y era imposible que ese pequeño joven siguiera siendo puro e intacto.


Ohm se enderezó y miró la carpeta que estaba examinando. El investigador con el que trabajaba era un consumado profesional y el informe sería concienzudo. Observó de nuevo las fotos. Estaba dispuesto a admitir que el parecido entre los dos era espectacular.


Empezó a leer con curiosidad sobre Fluke Natouch, de veintitrés años, antiguo estudiante de veterinaria que había estado prometido con Paolo, el difunto sobrino de Alex. Una conexión que no habría previsto, pues Alex no se relacionaba mucho con los parientes.


Siguió leyendo, ansioso por conocer los detalles. Hacía un año que Paolo había muerto de leucemia y dos que el padre de Fluke, George Natouch, un hombre ahogado por las deudas, había sufrido un infarto. Le sorprendía que el rico, pero tacaño, Alex no hubiera ayudado a la familia de Fluke, pero quizá se había reservado esa posibilidad para cuando le resultase más conveniente.


Ohm, por su parte, se dio cuenta al instante de que aquel era el momento óptimo para intervenir. Llamó a su equipo de ayudantes personales y dio instrucciones mientras intentaba descubrir por qué Fluke Natouch podría convertirse en el esposo de Alex.


¿Qué tenía de especial ese chico?


Como prometido de su sobrino habría sido intocable... y lo inalcanzable era una tentación poderosa para un hombre que disfrutaba violando las reglas.


En esos momentos estaba solo y sin protección y Alex parecía estar a la espera, tal vez jugando al gato y el ratón. Sin embargo, era igualmente posible que Fluke quisiera casarse con él porque, aunque era lo bastante mayor como para ser su padre, también era un hombre de negocios prominente y muy rico.


Pero ¿qué podía atraer a Alex aparte de la inocencia?


Fluke Natouch no tenía dinero ni contactos. Era una belleza, pero ¿era posible que un chico que había estado prometido siguiera siendo virgen en la época actual?


Ohm sacudió la cabeza en un gesto de incredulidad. ¿Y tenía Fluke la más remota idea del tipo de hombre con el que estaba tratando? ¿Un hombre al que le excitaba la dominación y la violencia sexual y que, si tenía ocasión, le causaría un daño irreparable? ¿O consideraba que un anillo de boda era una compensación apropiada por sufrir malos tratos?


Fuera como fuera, su objetivo era apartarlo de Alex porque era un hombre peligroso y Ohm conocía bien su adicción a las cosas más sórdidas de la vida. Hasta el momento había conseguido escapar a la justicia con sobornos y amenazas y él se había visto obligado a buscar un modo más sutil de vengarse.


Como era extremadamente rico e inteligente, había rastreado todos los movimientos de su presa en el mundo de los negocios y le había robado de manera regular negocios lucrativos; algo relativamente fácil porque a Alex se le daba mejor ganarse enemigos que conservar amigos y hacer contactos. Pero no resultaba tan satisfactorio como lo sería atacarlo a un nivel más personal. Perder a Fluke Natouch, verlo preferir a su mayor rival, sería un golpe duro para Alex.


Y todo lo que causaba dolor a Alex hacía feliz a Ohm.


En cuanto a cómo afectarían sus acciones a Fluke y su familia, ¿acaso tenía importancia? Serían simples daños colaterales en esa batalla. Además, su familia quedaría libre de deudas y Fluke estaría protegido de Alex.


Su ardiente deseo de venganza estaba alimentado por una despiadada determinación y por el conocimiento de que a todas las víctimas de Alex se les había negado justicia. Sin embargo, también había algo muy personal en aquel desafío que no le gustaba porque, aunque intentaba no dejarse afectar, no podía evitar llenarse de rabia al imaginarse a Alex poniéndole las manos encima al joven y haciéndole daño.




–Es grave, Fluke –dijo su abuela con un suspiro.


–¿Cómo de grave? –preguntó Fluke, con la boca seca.


George Natouch, padre de Fluke, suspiró pesadamente.


–Soy un fracasado en lo referente a mi familia. Lo he perdido todo.


–El negocio sí. Quizá sea demasiado tarde para salvar algo, pero eso no te convierte en un fracasado –musitó Fluke con voz temblorosa, porque todos sabían que la tienda iba muy mal–. Pero al menos la casa...


–No... –intervino su abuela–. Esta vez perderemos también la casa.


–Pero ¿cómo es posible? –preguntó Fluke con gesto de incredulidad–. La casa es tuya, no de papá.


–Mi divorcio de Joy se llevó la mitad del negocio –le recordó su padre.


–Y la casa era el único activo que nos quedaba. Tu padre no pudo conseguir el préstamo personal que necesitaba para pagar a Joy –la abuela de Fluke, una mujer bajita de cabello blanco, suspiró con fuerza–. Así que lo avalamos con la casa.


–¡Dios mío!


Fluke pensó en su madrastra, la voluble Joy, e intentó consolarse con el hecho de que su padre era mucho más feliz desde el divorcio. Su esposa había sido una mujer muy exigente y, aunque George se había recuperado bastante bien del infarto que había sufrido dos años atrás, tenía que usar bastón y el lado izquierdo de su cuerpo estaba muy debilitado.


Joy lo había abandonado durante la rehabilitación, en cuanto su posición había dejado de ser acomodada. Su padre no había podido pagar los servicios de un buen abogado durante el divorcio y había sido un shock para él que su esposa acabara recibiendo la mitad del valor de su tienda de muebles después del juicio. Esa era la causa de sus problemas económicos.


–Arriesgar la casa no nos ha salido bien, pero intento consolarme pensando que al menos lo intentamos –dijo George Natouch con sequedad–. Si no lo hubiéramos hecho, siempre nos habría quedado la duda. Desgraciadamente para nosotros, mis acreedores quieren cobrar.


Su actitud resignada no mejoró el humor de Fluke. Su padre era un caballero y jamás decía una mala palabra sobre nadie, pensó, mirando la carta que había sobre la mesa de la cocina.


–¿Esto es sobre tus acreedores? –preguntó.


–Sí. Mis deudas han sido vendidas a otra organización. Esa carta es de los abogados de los nuevos dueños. Dicen que quieren poner la casa en venta inmediatamente.


–Eso ya lo veremos –Fluke sacó el móvil del bolso, impaciente por hacer algo, pues quedarse quieto en las situaciones difíciles no era su estilo.


–Son negocios, hijo –musitó su abuela–. Suplicar es perder el tiempo. Solo quieren su dinero y, si es posible, sacar beneficios de su inversión.


–Pero estás hablando de nuestras vidas –protestó Fluke antes de salir de la cocina para pedir cita con los abogados.


La vida podía ser muy cruel, pensó. La mala suerte y la decepción lo habían golpeado una y otra vez y estaba tan acostumbrado que había aprendido a apretar los dientes y soportar lo que fuera. Pero cuando se trataba de su familia surgía en Fluke su espíritu luchador. Su padre no iba a recuperar la salud del todo, pero se merecía algo de paz después de la agitación del amargo divorcio y no podía soportar que perdiera su casa después de verse obligado a adaptarse a tantos cambios.


¿Y su abuela? Los ojos de Fluke se llenaron de lágrimas al pensar en la casa que la anciana adoraba. Allí había vivido con su difunto esposo desde el día de su boda, en los años sesenta. Allí había nacido su hijo y allí habían vivido siempre su padre y Fluke.


La casa, vieja pero cómoda, era el centro de su seguridad.


George Natouch se había enamorado de su madre, Lesley, en la universidad, y había querido casarse con ella cuando se quedó embarazada. Pero Lesley tenía otros planes y, después del parto, se había ido a California a hacer carrera. Tenía una licenciatura en Física y había llegado a convertirse en una científica famosa.


–Es evidente que me faltan el gen de esposa y el de madre porque no lamento ni estar soltera ni no haber criado hijos –le había dicho con brutal sinceridad la primera vez que se vieron, cuando Fluke tenía ya dieciocho años–. George te adoraba y cuando se casó con Joy pensé que sería mejor dejar que formases parte de una familia perfecta, sin intervenir para nada.


Fluke suspiró al recordar la conversación. Lesley ni siquiera había sabido ver que su absoluta falta de interés por él y su ausencia de remordimientos le harían aún más daño. Además, la suya no había sido una familia perfecta porque, en cuanto se hubo casado, Joy había hecho ver que le molestaba la presencia de el niño. De no haber sido por el amor de su padre y de su abuela, Fluke habría sido muy desgraciado.


Y a Joy, pensó con amargura, le había ido bien en el divorcio. Pero dejó de pensar en todo eso para concentrarse en el problema de su familia. Explicó la situación al joven que lo atendió en el bufete de abogados y se encontró con un muro de silencio. El abogado se escudó en el secreto profesional y se negó a decirle quién era el acreedor de su padre. Además, señaló que nadie estaría dispuesto a comentar el asunto con otra persona que no fuera su propio padre, aunque al menos prometió transmitir su petición.

Fluke cortó la comunicación con lágrimas de frustración en los ojos, pero debía reponerse e ir a trabajar, pues su pequeño sueldo era el único dinero que entraba en la casa, aparte de la pensión de su abuela.


Mientras se ponía la chaqueta se le ocurrió una idea y volvió a la cocina.


–¿Has pensado en pedirle ayuda a Alex? –preguntó con brusquedad.


Su padre se puso a la defensiva.


–Hijo...


–Alex es buen amigo de la familia –intervino la abuela–. Estaría

muy mal acudir a un amigo en estas circunstancias solo porque tiene dinero.


Fluke asintió, respetuoso, aunque sentía la tentación de recordarles que el asunto era lo bastante serio como para correr el riesgo de ofender a Alex. Tal vez ya le habían pedido ayuda y él se la había negado, o quizá sabían algo que Fluke desconocía. En cualquier caso, no era posible hablar con él en ese momento porque estaba fuera del país, en un largo viaje de negocios por Asía.


Suspirando, subió a la vieja furgoneta que era su único medio de transporte.


Butch, que normalmente lo acompañaba al trabajo, se puso a ladrar como un loco en la puerta y Fluke, acordándose del perro por primera vez esa mañana, pisó el freno y abrió la portezuela para que subiera.

Butch era una mezcla de chihuahua y Jack Russell, un perro muy pequeño, pero con la pasión y personalidad de uno mucho más grande. Había nacido solo con tres patas y lo habrían sacrificado si Fluke, que entonces trabajaba de forma temporal en una clínica veterinaria, no se hubiese enamorado del animalito.


Butch se instaló en su cesta sin hacer ruido, sabiendo bien que su dueño no quería que lo molestase mientras conducía.


Fluke trabajaba en un albergue para animales a pocos kilómetros de su casa. Había entrado de voluntario cuando era adolescente y allí encontró consuelo cuando el hombre al que amaba había sucumbido lentamente a la enfermedad que terminó por matarlo. Al verse obligado a dejar la carrera de veterinaria sin terminar, había empezado a trabajar allí.


Confiaba en terminar la carrera algún día y abrir una clínica veterinaria propia, pero la enfermedad de Paolo y el infarto de su padre le habían obligado a cambiar el curso de su vida. En cualquier caso, había adquirido mucha experiencia en el albergue y era una especie de enfermero veterinario, un aprendizaje interesante para su futura carrera.


Pensar de otro modo cuando su presencia en casa había sido tan importante sería imperdonablemente egoísta. Su abuela y su padre lo habían necesitado mucho durante esos difíciles años, pero no podía negar el afecto y apoyo que había recibido de ellos.


Su jefa, Rosie, una cuarentona de rizos rubios y gran corazón, le salió al encuentro en el aparcamiento.


–No te lo vas a creer. Samson ha encontrado una casa.


Fluke sonrió.


–No te creo.


–Todavía no he ido a visitarlos, pero parecen buenas personas. Acaban de perder un perro por viejo y pensaba que no querrían otro animal mayor, pero temen que un perro joven sea demasiado para ellos –explicó Rosie.


–Samson se merece una buena casa –asintió Fluke. Samson era un terrier de trece años al que, debido a su edad, nadie más había querido adoptar.


–Es un perrito muy cariñoso –Rosie hizo una pausa–. Me han dicho que tu padre cerró la tienda la semana pasada. Lo siento mucho.


–No se puede evitar –dijo Fluke, con la esperanza de cortar allí los comentarios.


No podía hablar con Rosie de sus asuntos económicos porque era muy cotilla.


Mientras su jefa comentaba que las grandes cadenas de muebles estaban acabando con los negocios pequeños, Fluke se puso el mono de trabajo y empezó a examinar a un flaco perro callejero que les habían llevado los empleados del Ayuntamiento. Cuando terminó, lavó y dio de comer al chucho antes de instalarlo en una jaula.


Mientras se quitaba el mono, oyó el ruido de un coche y pensó que Rosie iba a visitar a la familia que había adoptado a Samson. Entró en la oficina, donde trabajaba a ratos porque se le daba mejor el papeleo que a su jefa, quien se dejaba llevar más por el deseo de rescatar animales y buscarles casa que por las exigencias de cumplir con todas las obligaciones médicas, legales y económicas de un centro benéfico reconocido.


Sin embargo, Rosie y Fluke formaban un equipo eficiente. Rosie era fantástica con el público y recaudando fondos y Fluke prefería trabajar con los animales.


De hecho, se había sentido muy incómodo en la subasta benéfica a la que Alex había insistido en llevarlo un mes antes. El champán, los zapatos altos y los trajes de noche no eran lo suyo. Pero ¿cómo iba a negarse después de lo bien que se había portado con Paolo durante su enfermedad?


Acompañar a Alex a un par de eventos sociales era poco en comparación. Se preguntó entonces, como tantas otras veces, por qué no se habría casado.


Alex era un hombre de cuarenta y cinco años, presentable, triunfador y soltero. Alguna vez se había preguntado si sería conveniente preguntar, pero Paolo se había enfadado con Fluke por intentar buscar razones donde él insistía que no había ninguna.


La entrada de Rosie en la oficina interrumpió sus pensamientos. Su jefa parecía agitada.


–Tienes una visita –anunció.


Fluke se levantó y dio la vuelta al escritorio.


–¿Visita? –preguntó, sorprendido.


–Es un extranjero –susurró Rosie, como si aquello fuera algo misterioso y poco habitual.


–Pero estudió en Gran Bretaña y habla su idioma estupendamente –comentó una voz muy viril desde la puerta que daba al pasillo.


Fluke se quedó paralizado y un escalofrío de incredulidad le recorrió la columna vertebral al reconocer aquella voz, que solo había escuchado en una ocasión, casi un año atrás. No era posible, pero era...


Era él.


El hombre atractivo que tenía un lujoso coche, muy mal genio y unos ojos que le recordaban al caramelo derretido. ¿Qué hacía visitándolo en Amigos Animales?


–Les dejo en... la intimidad –comentó Rosie, nerviosa.


Cuando salió de la oficina, el hombre moreno y alto se adelantó unos pasos.


Fluke enarcó una ceja.


–¿Necesitamos intimidad? –preguntó, dudoso.


Ohm lo estudió con atención. Era pequeño y delicado. Eso lo recordaba. Recordaba también el cabello casi rizado de color oscuro y cobrizo porque era un tono poco habitual, ni castaño ni rojo, sino un tono metálico entre ambos. Pensó que parecía un duendecillo sacado de un cuento de hadas y lo miró con más atención para no perderse ni un solo detalle de aquella perfección. Aunque, por supuesto, no era perfecto.


Ninguna persona lo era. O eso se decía, en un esfuerzo por recuperar la compostura. Pero esa piel de porcelana sin mácula, esos gloriosos y grandes ojos casi verdes y esa boca lujuriosa en aquel rostro tan hermoso resultaban inolvidables. La memoria no había exagerado su belleza, pero se había convencido a sí mismo de que no tenía que perseguirlo.


–Sí –respondió, cerrando la puerta con firmeza–. En nuestro último encuentro no nos presentamos.


–Porque usted estaba demasiado ocupado gritándome –le recordó Fluke.


–Me llamo Ohm Thitiwat. ¿Y usted? –le ofreció su mano y Fluke se la estrechó.


–Fluke Natouch. ¿Qué hace aquí, señor Thitiwat? ¿O ha venido por aquel estúpido coche?


–El estúpido coche que usted arañó –repuso él.


–Le hice una marca minúscula en un lateral. No lo arañé – replicó Fluke con sequedad–. No me puedo creer que siga quejándose de eso. No hubo daños materiales ni personales.


Ohm sintió la tentación de decirle cuánto le había costado borrar aquella «marca minúscula», que Fluke había provocado al rozar un arbusto por acelerar demasiado.


Y seguía siendo tan irritante como entonces. ¿Quejarse? Él no se había quejado en su vida, ni cuando lo golpeaba su padre ni cuando lo acosaban en el colegio, ni cuando había muerto su hermana, su única pariente viva. Había aprendido muy pronto que no le importaba a nadie y que nadie tenía interés en saber lo que había sufrido, pero nada en la vida le había resultado fácil.


Fluke no podía apartar la mirada.


El hombre era tan grande que ocupaba todo el espacio de la pequeña oficina y hacía que se sintiera sofocado. La tensión lo mantenía rígido y lo observaba como un conejo fascinado por un halcón que se disponía a caer sobre él.


Ohm Thitiwat era la fantasía hecha hombre por excelencia, de piel morena, cabello negro y unos ojos oscuros espectaculares. Su traje gris, cortado a medida, no conseguía ocultar que tenía un cuerpo de atleta y se movía con gracia y elegancia. Era increíblemente apuesto, pero había algo más. Tenía una estructura ósea admirable y probablemente seguiría atrayendo miradas a los sesenta años.


Además, exudaba sensualidad.


Doce meses atrás su carisma lo había golpeado con la fuerza de un rayo y eso lo había avergonzado.


–No he venido por el coche –dijo Ohm con tono seco–. Estoy aquí porque usted ha pedido verme.


Fluke lo miró, desconcertado.


–No sé a qué se refiere. ¿Cómo puedo haber pedido eso si no sabía cómo ponerme en contacto con usted y, además, no tengo ningún deseo de volver a verlo?


Ohm esbozó una sonrisa cargada de sorna.


–Ha pedido verme –repitió.


La extrañeza de Fluke se vio pronto reemplazada por una súbita furia. Había tenido un día muy malo y no estaba de humor para sorpresas de hombres arrogantes, en especial de uno que lo había ofendido ofreciéndole una aventura de una noche antes incluso de preguntarle su nombre. Él le había hecho sentirse mal consigo mismo y eso no lo permitía.


–Ya está bien de tonterías –replicó, airado–. Quiero que se marche.


Ohm enarcó las cejas.


–Me parece que no –repuso.


La rabia que Fluke siempre se esforzaba por controlar se impuso en aquella ocasión porque odiaba a los fanfarrones y le parecía que él intentaba intimidarlo.


–Estoy seguro –replicó, alzando la voz–. Y, si no se marcha de aquí antes de que cuente hasta diez, llamaré a la policía.


–Hágalo –Ohm se apoyó en la puerta y se cruzó de brazos.


Fluke Natouch, con sus ojos de color verde esmeralda brillantes de furia, le recordaba a un colibrí atacando una flor. Pequeño, pero colorido, intenso y lleno de vida.


–Lo digo en serio.


Ohm suspiró.


–Solo cree que lo dice en serio. Debe saber que ese temperamento suyo es una gran debilidad.


–Uno...


–Cuando se permite perder la cabeza, entrega el control.


–Dos...


–Y tampoco piensa racionalmente –continuó Ohm.


–Tres.


–En este momento puedo leer su rostro como un mapa. Quiere lanzarse contra mí y golpearme, pero como físicamente no está a la altura de ese reto, recurre a portarse de un modo ilógico e infantil.


–Cuatro. Y cállese mientras cuento. Cinco –siguió Fluke. Tenía tan tensos los músculos de la garganta, que le costaba pronunciar las palabras.


–La escena que está montando ahora mismo es la razón por la que nunca me permitiré perder los nervios –dijo Ohm. Estaba disfrutando por primera vez en mucho tiempo al ver lo fácil que era sacarlo de quicio. Sería igual de fácil darle cuerda como a un juguete y controlarlo–. Podría preguntarse por qué se muestra tan poco razonable. Que yo sepa, no he hecho nada para merecer este recibimiento.


–Seis –siguió Fluke.


Pero entonces recordó la boca masculina en la suya; dura, exigente y apasionada. Era el único hombre que lo había besado aparte de Paolo. Estaba furioso, pero su cuerpo lo traicionaba. Sus pezones se endurecieron y abajo, en un lugar en el que ni siquiera quería pensar, experimentaba una sensación caliente y tensa casi olvidada que le hizo apretar los dientes con rabia.


–Siete.


Tocó el teléfono del escritorio, casi desesperado por verlo marcharse, con el cerebro convertido en una masa de rabia e imágenes confusas.


–Nos vamos a llevar muy bien –dijo él con sorna–. Porque, aunque yo controlo mi temperamento, soy exigente, terco e impaciente y, si me lleva la contraria, lo comprobará.


–¡Fuera! –gritó Fluke–. ¡Largo de aquí!


–Ocho... o quizá nueve –pronunció él en su lugar–. Cuando sepa por qué he venido, me suplicará que me quede.


–En sus sueños. Diez –Fluke levantó el auricular.


–Soy el hombre que ha comprado las deudas de su padre – anunció entonces Ohm.


Vio que Fluke se quedaba inmóvil un momento, palidecía y después devolvía lentamente el auricular a su sitio, dejando caer la mano con desmayo. Start writing here…

Continue Reading Next Chapter
Further Recommendations

Armykookmin: Total mente recomendado,jente no se arrepentirán de semejante obra,ovio que igual tiene que gustarle el éxito😏😎

Crazy_reader: It's a really nice read! !

dicipulo52: Historia bella con muchos matices y claro sexo gracias por escribir ❤️💕💕💋💋

Abigail: Me gusto mucho 🔥❤️

Melissa: QUE HERMOSA HISTORIA MUY BUENA 👍👍

lildeb1960: I cannot give a good review until I have readers of the book

Rhinz: I love all the charaters of your stories!

More Recommendations

honeygirlphx: Loved it can’t stop reading these books! Great writing

honeygirlphx: I wish your books would be a tv series I can only imagine how amazing these fantasy stories would be!!

Keona: I absolutely love this so far

andrea: todo absolutamente todo me encantó<3

Natalee Lindo: I love these books. Just going from one book to another.

mgttkinsella: Great book really enjoyed it

About Us

Inkitt is the world’s first reader-powered publisher, providing a platform to discover hidden talents and turn them into globally successful authors. Write captivating stories, read enchanting novels, and we’ll publish the books our readers love most on our sister app, GALATEA and other formats.