Prólogo
Stamboulas Firakis, más conocido como Bull –aunque solo a sus
espaldas, porque nadie querría ofender a uno de los hombres más ricos del mundo–, estudió la nueva fotografía que había sobre su escritorio.
En ella aparecían los tres nietos y el bisnieto que no había sabido que tenía hasta hacía apenas unas semanas. La dulzura en la mirada del anciano mientras observaba con orgullo y satisfacción aquella fotografía de sus únicos parientes vivos habría chocado a sus competidores. Tres jóvenes muy hermosos y un chiquillo guapísimo cuyas vidas eran un total desastre, pensó Stam irritado, y tenía que hacer algo al respecto.
Si hubiera sabido antes que su hijo Cy había tenido tres hijos, que se habían quedado huérfanos y habían crecido bajo la tutela del estado, les habría dado un hogar y las habría criado. Por desgracia no había tenido esa oportunidad, y sus nietos habían sufrido por ello.
Sin embargo, no los culpaba a ellos por la vida caótica que llevaban, sino a sí mismo, que había «desterrado» a su hijo menor, Cy, por haberlo desafiado. Claro que veinte años atrás, admitió para sus adentros con ironía, él había sido un hombre muy diferente: impaciente, autocrático e inflexible. Y desde entonces creía poder decir que había aprendido una o dos cosas, pero su difunta esposa jamás le había perdonado que hubiera desheredado a Cy.
Al final todos habían pagado un precio demasiado alto por su estúpido proceder.
Pero el pasado era el pasado y el ahora el ahora, se recordó Stam, y ya iba siendo hora de que pusiese orden en las vidas de sus nietos.
Empezaría por reparar el daño que les habían hecho.
Tenía el poder y el dinero para hacerlo. No pretendía vengarse, se repetía una y otra vez. Solo iba a hacer lo mejor para sus nietos. Y empezaría por poner en orden la vida de Fluke, que tanto le recordaba, con sus ojos castaños, a su difunta esposa, la princesa árabe Azra.
Al menos Fluke hablaba un poco de griego. Bueno, solo sabía unas cuantas palabras, pero era un comienzo prometedor. Y sus problemas serían los más fáciles de solucionar, se dijo, aunque aún no sabía cómo lograría controlarse y comportarse de un modo civilizado con el canalla adúltero que lo había dejado embarazado, porque Ohm Thitiwat también era un hombre muy poderoso.