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Un esposo para el magnate

Summary

Después de un encuentro apasionado con el duque di Thitiwat, Fluke se había quedado embarazado... ¡e iba a tener gemelos! Para contrarrestar un escándalo mediático, el multimillonario Ohm di Thitiwat tenía que casarse con él temperamental Fluke Natouch. Pero, cuando él rechazó su proposición de matrimonio, lo dejó estupefacto. ¿Cómo podía negar la explosiva química que había entre ellos? Decidido a convencerlo para que accediera a aquel matrimonio de conveniencia, Ohm estaba dispuesto a hacer lo que fuera, incluso a seducirlo, pero, cuando Fluke descubrió que estaba embarazado, Ohm decidió que quería que se dieran una oportunidad, y que aquel fuera un matrimonio de verdad.

Genre:
Romance
Author:
OhmFlukeWriter
Status:
Complete
Chapters:
11
Rating:
5.0 1 review
Age Rating:
16+

Capitulo Uno





Stam Firakis miró malhumorado el dosier que tenía sobre su mesa, frente a él. Al lado de este había una carpeta mucho menos gruesa. Contenía un informe de un detective privado sobre su presa, Ohm di Thitiwat, la pesadilla de su nieto Fluke, el hombre que había manchado su reputación sin motivo.


Otro canalla bien parecido, se dijo irritado al abrir la carpeta y encontrarse con una fotografía de perfil de Thitiwat. Sus rasgos, tan perfectos que parecían los de una estatua, no desmerecían a los de un modelo.


Era evidente que sus tres nietos sentían debilidad por los hombres atractivos. Pero bueno, ya había resuelto los problemas de el mayor, Gun, aunque las cosas no hubieran salido exactamente como había planeado, pues había escogido seguir casado con el padre de su hijo.


Fluke, en cambio, el inteligente e impetuoso Fluke, sería un hueso mucho más duro de roer que Gun, que era más dócil. De hecho, había tenido una fuerte discusión con Fluke en la fiesta de su setenta y cinco cumpleaños, y era algo nuevo para él, habituado a que lo trataran con temor y que lo adularan.


Siendo como era un hombre rico e influyente, a lo que estaba acostumbrado era a que todo el mundo lo obedeciera, pero Fluke no. Fluke no le tenía ningún miedo, no vacilaba en decirle lo que pensaba y precisamente por eso lo respetaba aún más, por su fortaleza interior y la confianza que tenía en sí mismo. Por suerte para él, sin embargo, Fluke despreciaba a Ohm di Thitiwat por el modo en que había arruinado su vida. Dos años atrás había manchado su reputación para asegurarse de que su caprichosa hermana pequeña, Arianna, no se viera salpicada por cierto escándalo.


Fluke había sido acusado no solo de ser un prostituto, sino también de haber convencido a Arianna con engaños para que posara ligera de ropa y trabajara como señorita de compañía para una sórdida empresa disfrazada de agencia de modelos. No, era poco probable que Fluke pudiera llegar a enamorarse de Thitiwat, se dijo Stam con una sonrisa divertida. Pero de los tres posibles maridos en los que había pensado para restaurar la buena reputación de sus nietos, Ohm di Thitiwat era sin duda el más peligroso además de ser del que menos sabía.


Ohm, banquero multimillonario y célebre filántropo, pertenecía a una larguísima estirpe aristocrática que se remontaba al siglo décimo. Era un genio de las finanzas, un hombre conservador que llevaba una vida extraordinariamente discreta y jamás buscaba la atención de los medios. Por eso a Stam le costaba tanto entender por qué había roto con esa discreción

que lo había caracterizado toda su vida y le había colgado al pobre Fluke la etiqueta de «joven de compañía» sin prueba alguna.


Tal vez hubiera pensado que, usándolo de parapeto, protegería a su hermana pequeña, Arianna, para que no se la asociara al sórdido negocio en el que los dos jóvenes se habían visto envueltos sin saber en qué se estaban metiendo.


En cualquier caso, las razones daban igual, porque el daño ya estaba hecho. El problema, para él, era que Thitiwat era demasiado listo como para hacerlo caer en las trampas habituales, y demasiado rico y virtuoso como para sobornarlo. Por eso, para intentar persuadirlo, no le quedaba otro remedio que recurrir a una táctica que detestaba. Sobre todo cuando el informe del detective revelaba que Thitiwat había pasado su vida adulta luchando por proteger a su caprichosa hermana menor de sus errores y de las consecuencias de esos errores. Y era encomiable que se hubiera tomado tantas molestias teniendo en cuenta que en realidad no era su hermana, sino solo su hermanastra, y que su madrastra había sido una drogadicta a la que despreciaba.


Thitiwat, sin embargo, se merecía lo que le tenía preparado por haber destruido la autoestima de el pobre Fluke, se dijo con firmeza.



Ohm Di Thitiwat estaba intranquilo y no sabía por qué, cosa que le irritaba porque siempre se fiaba de su instinto. No tenía ningún problema en ese momento. En su vida todo iba bien; su día a día era como un engranaje perfectamente engrasado, desde que se levantaba a las seis de la mañana y se tomaba el delicioso desayuno que le tenían preparado, hasta que se metía en la cama al final de la jornada.


En su círculo familiar también estaba todo tranquilo. Su hermana pequeña, Arianna, que durante mucho tiempo lo había tenido preocupado, por fin había sentado la cabeza e iba a casarse con su prometido, con el que estaba viviendo en Florencia. Por tanto, no podía decirse que tuviera preocupación alguna, ni ningún problema espinoso con el que lidiar.

En esos momentos él se encontraba en Londres para intervenir en un congreso sobre banca, y le había sorprendido recibir una llamada de Stamboulas Firakis, conocido por su carácter huraño, para pedirle que se reuniera con él en su palaciega residencia londinense, un edificio de varias plantas. Firakis era uno de los hombres más ricos del mundo, pero Ohm nunca había coincidido con él, y tenía curiosidad por averiguar qué había motivado su invitación. Y también sentía curiosidad por el propio Firakis.


Se habían escrito ríos de tinta sobre Stam Firakis, y aunque la mitad de lo que se había publicado sobre él probablemente no eran más que tonterías, sus éxitos habían alcanzado la categoría de leyenda. Impaciente, Ohm se pasó una mano por el corto cabello negro y miró su reloj. No estaba acostumbrado a que lo hicieran esperar. De hecho, lo habían educado en la creencia de que los buenos modales eran esenciales para los negocios. Frunció el ceño y sus ojos, negros como el carbón, refulgieron de irritación. Firakis llegaba tarde, y él estaba ansioso por volver a casa y relajarse. El día se le había hecho muy largo en el congreso de banca, donde se había visto obligado a contestar preguntas estúpidas y a mostrarse sociable todo el tiempo.


Le resultaba muy difícil tolerar a los necios. Había sido considerado un superdotado desde niño por sus dotes intelectuales, era extremadamente organizado, impaciente, y solo estaba contento cuando seguía un horario preciso.


La secretaria de Firakis, una atractiva rubia, entró en la sala de espera y lo condujo al ascensor, donde intentó iniciar una conversación y se puso flirtear con él, echándose el pelo hacia atrás, pestañeando con coquetería y mirándole largamente. Exasperado, Ohm se puso tenso y se comportó como quien aparta con la mano a una mosca.


Las personas en general siempre andaban insinuándosele, cosa que por lo general le irritaba. Impedía tener una conversación normal y, cuando la situación se daba en un entorno laboral, desvirtuaba la atmósfera profesional que debería haber. De hecho, si aquella mujer trabajase para él, le despediría en el acto por ese comportamiento.


Y no era que las conquistas no tuvieran cabida en su vida, por supuesto que no. Tenía sangre en las venas, como cualquier otro hombre de treinta años, pero era infinitamente más discreto que la mayoría. Escogía a

sus parejas cuidadosamente, y sus idilios nunca duraban más de unas pocas semanas.


Y había una buena razón para que fueran tan breves: había llegado a la conclusión de que, cuanto más tiempo pasaba con un amante, más dependiente, ambicioso e indiscreto se volvían estos. Y como no tenía intención de casarse hasta que cumpliera los cuarenta y fuera lo bastante maduro como para elegir sabiamente, por el momento prefería disfrutar del sexo sin ataduras.

Cuando salieron del ascensor, la secretaria lo hizo pasar a un despacho de una magnificencia casi victoriana, con las paredes revestidas de madera. Al fondo se abrió otra puerta y entró un hombre bajo, con barba y pelo blanco al que reconoció de inmediato: era Stam Firakis. Tomó una gruesa carpeta que había sobre el escritorio y se la tendió.


–Señor Thitiwat–lo saludó en un tono inexpresivo.


Aunque no tenía interés en perder tiempo en formalidades, le desconcertó un poco que su anfitrión prescindiera de las cortesías habituales.


–Señor Firakis –respondió él, antes de tomar la carpeta y sentarse donde Firakis le indicó.


–Dígame qué le parece –le pidió este.

Mientras Ohm hojeaba el contenido –increíblemente detallado– de la carpeta con creciente espanto, inspiró lenta y profundamente para calmarse. Era como si todos y cada uno de los errores de Arianna estuviesen incluidos en aquella carpeta, y había

hasta uno o dos que hasta ese momento había ignorado. Aquel turbio dosier sobre las actividades de su hermana en el pasado lo dejó tan descolocado que tuvo que tragar saliva antes de hablar.


–¿Qué pretende hacer con toda esta información?


Ohm se había esforzado por emplear un tono civilizado al preguntar porque estaba enfadado, muy enfadado, y sabía que tenía que controlarse.

Su anfitrión lo miró sin parpadear.


–Eso depende mucho de usted. La filtraré a la prensa sensacionalista... pero solo si me decepciona –le contestó quedamente.


–No puedo creer que me esté amenazando –masculló Ohm–. ¿Acaso le ha ocasionado algún daño mi hermana?


–Déjeme que le explique –le pidió Stam, imperturbable–. Es la historia de dos chicos jóvenes. Una es de alta cuna, criada en un mundo de riquezas y privilegios, su hermana.


–¿Y el otro? –inquirió Ohm con impaciencia.


–El otro nació en la pobreza y se crio sin esa clase de privilegios, pero se convirtió en un joven trabajador, culto y respetable. Y es mi nieto.


–¿Su nieto? –repitió Ohm sin comprender. Aún estaba intentando dilucidar qué pretendía conseguir Stam Firakis de él con sus amenazas.


–Sí, mi nieto, Fluke Natouch, más conocido como «Fluk» –respondió Stam–. Durante un tiempo fue amigo de su hermana.


Ohm se puso rígido al establecer el nexo de unión entre los dos y comprender a qué se refería.


–Le recuerdo –dijo con aspereza–. ¿Y dice que es su nieto?


–Así es –asintió Stam, con idéntica aspereza–. Tengo una actitud tan protectora hacia él como usted hacia su hermana, y estoy decidido a reparar las injusticias que ha sufrido.


Ohm optó por un silencio diplomático, porque la ira se estaba apoderando de él ahora que había atado cabos. Cuando conoció a Fluke, no tenía ni idea de que estuviera emparentado con un hombre tan rico y tan poderoso. Y seguramente él había mentido sobre los detalles menos «presentables» de su pasado en un esfuerzo por taparlos.


–¿Injusticias? –repitió.


–Arruinó su reputación al referirse a él como un prostituto. Como los artículos en los que lo calumnió de esa manera siguen circulando por Internet, a Fluke le ha resultado imposible encontrar un trabajo acorde a su preparación –le dijo Stam–. Ha sufrido mucho, siendo como era inocente, y no había hecho nada. Sus amistades le dieron de lado, todo el mundo chismorreaba sobre él. Fue objeto de burlas, de desprecios, y se vio obligado a dejar un trabajo tras otro hasta que al final tuvo que cambiarse el apellido para ocultar ese ignominioso episodio. Ahora emplea el nombre de Fluke Foster.


A Ohm no lo conmovió en absoluto ese trágico relato sobre los infortunios de Fluke. Claro que él no era un anciano, como Firakis, inclinado a pensar bien de su nieto. Él era un hombre templado, que se guiaba por la lógica, crítico y suspicaz por naturaleza, y más en lo referente a etiquetar de «inocente» a alguien. Todavía estaba por cruzarse en su camino con una persona inocente de verdad.


Recordaba muy bien a Fluke. Su cabello brillaba como el cobre a la luz del sol y era suave como la seda. Era un castaño esbelto y muy hermoso que estaba elegante llevase lo que llevase, aunque fueran unos vaqueros desgastados. Su piel parecía de porcelana, y sus ojos eran de un azul intenso, como el cielo de Italia en un día de verano.


También recordaba lo cerca que había estado de sucumbir a sus encantos, aunque no era su tipo. Había escapado por los pelos de caer en sus redes, cosa por la que aún se sentía aliviado, y no lamentaba nada de lo que había dicho, aunque hubiera ofendido a Stam Firakis.


Solo que sí lo lamentaría si Firakis cumpliera sus amenazas e hiciera daño a su hermana, reconoció a regañadientes. Y no había duda de que podría hacerle mucho daño si entregase aquel dosier a la prensa porque la familia de su prometido, Tomasso, era muy convencional, y lo presionarían para que rompiera con ella. Y eso la destrozaría y haría que volviera al errático comportamiento que había dejado atrás al enamorarse de Tomasso.


–No sé qué es lo que quiere de mí –le dijo Ohm–, pero no puedo creerle capaz de hacer daño a una joven ingenua como mi hermana. Arianna nació con problemas.


Stam levantó una mano para imponerle silencio.


–Sé que nació con problemas porque su madre era toxicómana y que le cuesta controlar sus impulsos. Sé que no es muy inteligente y que se muestra demasiado confiada con los desconocidos, pero usted es responsable de ella –le señaló con calma–. En compensación por los daños que le causó, quiero que se case con Fluke y le dé su ilustre apellido.


–¿Que me case con él? –exclamó Ohm entre incrédulo y enfadado.


De hecho, tuvo que morderse la lengua para no hacer algún comentario desafortunado acerca de la tan cacareada inocencia de Fluke.


–Será un matrimonio únicamente sobre el papel, que deberá recibir la publicidad suficiente como para devolverle el estatus social que mi nieto merece –añadió Stam, como si estuvieran hablando del tiempo–. Es lo único que pido. Después de la boda se apartará de él y a continuación firmará el divorcio. Ni siquiera tendrá que pagarle una compensación económica. Como ve es una petición modesta.


–¿Modesta? –repitió Ohn, incrédulo.


–Sí. No tengo la menor duda de que se cree muy por encima de mi nieto por su linaje y su educación –le dijo Stam con aspereza–. Y no se lo reprocho, pero debería darme las gracias: solo le estoy pidiendo un pequeño favor a cambio de ese dosier, un dosier que podría dar al traste con los planes de boda de su hermana.


Parecía que Firakis estaba al tanto de todo lo referente a su familia y él. Y, por más que le indignara la exigencia del magnate griego de que se casase con Fluke, sabía que no le quedaba otro remedio que considerarlo. Tenía que proteger a Arianna, pensar en su estabilidad y seguridad.


Cuando muchos otros hombres habrían huido de ella como alma que lleva el diablo, a Tomasso lo habían cautivado el carácter impulsivo y algo inmaduro de su hermana. Y tampoco estaba con ella porque tuviera dinero. Tomasso, sensato y equilibrado, al contrario que Arianna, era el hombre perfecto para su hermana. Y lo más importante: Arianna lo quería. No podía quedarse a un lado y permitir que perdiera lo más importante que tenía por incidentes tan triviales como haberse bañado desnuda en una famosa fuente o que la hubieran arrestado por error, creyendo que había robado en una tienda. Claro que, por desgracia, aquel dosier contenía otros episodios más escandalosos, como la vez que había pasado una noche con dos hombres porque sus «amigas» la habían retado a hacerlo.


–Lo odié –le había dicho Arianna, llena de culpabilidad y horrorizada de que se hubiera enterado–. Pero es que... todas mis amigas habían hecho cosas así, y yo quería sentirme parte del grupo... quería caerles bien.


Después de aquello se había visto obligado a prohibirle que volviera a ver a esas «amistades». Su hermana era demasiado vulnerable e ingenua como para dejarla a merced de gente dispuesta a aprovecharse de ella y divertirse burlándose de ella.


–Imagino que ya habrá hablado de esto con Fluke–le dijo a Firakis con brusquedad–. Y que él, por supuesto, está encantado con la idea.


–¿Encantado? –repitió Firakis con desdén. Y, para su sorpresa, soltó una carcajada–. ¡Fluke te detesta! ¡No quiere casarse con usted ni a tiros! De hecho, me temo que tendrá que ser usted quien afronte el reto de convencerlo para que pase por el altar.


–¿De verdad espera que me crea que él no está de acuerdo en esto que me está proponiendo? –inquirió Ohm.


–Por supuesto que no. Fluke no se rige por la lógica; se deja llevar demasiado por sus emociones. Es más, cuando le... sugerí que se casara con usted, se puso hecho una furia, pero estoy seguro de que será perfectamente capaz de transformar la opinión que tiene de usted –le contestó Firakis. Un brillo divertido relumbró en sus ojos entornados–. Si no quiere que haga público el contenido de ese dosier, tendrá que conseguir llevar a Fluke al altar.


–De modo que ese es mi castigo, ¿no? –masculló Ohm.


–Si es así como quiere verlo... –le dijo Firakis–. Para mí es irrelevante. Solo tiene que casarse con él. Pero mantendrá sus manos lejos de él –le advirtió sin ambages–. ¿Lo ha entendido?


Ohm enrojeció de ira y apretó la mandíbula. No podía creer lo que estaba oyendo.


–Jamás he tocado a nadie en contra de su voluntad –le espetó con gélida altivez.


–Bueno, en el caso de mi nieto, si lo intentara, sería totalmente en contra de su voluntad –le respondió Firakis con satisfacción–. Seguro que es algo a lo que no está acostumbrado... Aunque no picó el anzuelo cuando mi secretaria flirteó con usted en el ascensor.


–¿Me había tendido una trampa? –murmuró Ohm atónito.


–Me gusta conocer el carácter de los hombres con los que trato. Ha pasado la prueba: ahora sé que no es un donjuán –le contestó Stam Firakis–. Soy muy protector en lo que respecta a mi nieto.


Ohm habría querido espetarle que en la única ocasión en la que había tenido a Fluke entre sus brazos, no había mostrado precisamente rechazo hacia él, pero se mordió la lengua. Quizá fuera mejor, después de todo, que hubiese algunas cosas que el abuelo de Fluke no supiera.


Y ahora tenía que decidir qué iba a hacer, se dijo Ohm minutos después, mientras regresaba a su casa de Londres en su limusina. Resultaba irónico que siempre hubiese creído que el ser muy, muy rico podría protegerle, cuando en ese momento se sentía impotente ante la situación en la que se encontraba.


Claro que su fortuna no había protegido a Arianna del infortunio que le había acarreado ser hija de una toxicómana, ni le había permitido impedir a Firakis que le exigiera que pagara por un pecado que en realidad él no había cometido.


No le había dicho a la prensa que Fluke fuera un prostituto. Para empezar, él había trabajado como un acompañante de altos vuelos, no como prostituto, y conocía la diferencia entre una cosa y la otra porque se había encontrado con esas dos clases de personas hasta en los círculos más exclusivos, y había aprendido a detectarles y evitarles. Y que Fluke casi lo hubiese engañado aún lo enfurecía.


La etiqueta de «prostituto», sin embargo, se la había sacado la prensa de la manga para conseguir titulares llamativos. Claro que esa verdad no arrancaría aquel peligroso dosier de las manos del vengativo y calculador Stam Firakis...




Mientras se arreglaba para salir con su novio, Alex, un recuerdo desagradable acudió a la mente de Fluke. El día de la fiesta de cumpleaños de su abuelo, en casa de su hermano Gun y su cuñado en Grecia, había tenido una discusión monumental con él, pero no se lo había contado a sus hermanos para no preocuparlos.


–Cuando Thitiwat se case contigo –le había dicho su abuelo–, se olvidará por completo ese falso escándalo en el que te viste envuelto. Nadie creería que un hombre que se refirió a ti en esos términos se casaría contigo si de verdad fueras un... un chico de mala reputación –había concluido, pronunciando esas últimas palabras con desagrado–. Quiero decir que un hombre rico, de éxito y de tan alta cuna jamás se casaría con alguien de esa clase.


–¡Pues yo preferiría casarme con un sapo antes que con él! –le había contestado Fluke, furioso, y sin poder dar crédito a lo que estaba proponiéndole–. De hecho, no quiero casarme. ¡Con nadie!


–Pero mira a Gun; se ha casado y está muy feliz... –había insistido su abuelo.


–¡Lo que pasa es que mi hermano tiene una necesidad patológica de complacer a los demás y yo no! –le había espetado Fluke–. Le adoro, pero lo que a él le parece bien no tiene por qué parecérmelo a mí. Cuando me case, quiero que sea algo real, no un apaño improvisado para salvar las apariencias y el estatus.


–¿Me estás diciendo que solo te casarías con Thitiwat si fuera un matrimonio de verdad? –había exclamado su abuelo–. No puedo creerlo.


Ni siquiera lo estaba escuchando; era como un bulldog, royendo con tenacidad un hueso muy duro. Fluke había sacudido la cabeza.


–¿Sabes qué no me puedo creer yo de ti? Lo miserable que fuiste al imponer unas condiciones inaceptables a cambio de tu generosidad para evitar que nuestros padres de acogida perdieran su casa. Se supone que somos familia, pero tú no nos tratas como cualquier persona trataría a alguien de su familia. Claro que... ¿qué sabré yo, que apenas sé lo que es tener una familia? –había murmurado, antes de quedarse callado.


–Por supuesto que somos familia, y siempre cuidaré de ustedes –le había asegurado su abuelo.


–¡Si te preocuparas por mí, no me empujarías a casarme con esa rata de Thitiwat! Aunque sea por poco tiempo. Y además, ¿cómo podrías convencerle de que accediera a ese matrimonio? –le había preguntado Fluke, suspicaz–. Porque dudo que quisiera casarse con alguien al que tiene por un simple prostituto.


Su abuelo había contraído el rostro y había suspirado.


–Digamos que le haré una propuesta a la que no podrá negarse.


–¡Como si le ofreces la luna! –le había espetado Fluke irritado–. ¡Para mí casarme con él sería una humillación!


–No –había replicado su abuelo–. Esta vez serías tú quien tendría la sartén por el mango, Fluke. ¿Es que no quieres saber lo que se siente al tener todo el poder? ¿No quieres que el hombre que te insultó se vea obligado a comerse sus palabras?


No, no necesitaba vengarse de él para pasar página, se dijo Fluke, apartando el recuerdo de aquella discusión. Le bastaría con no volver a ver a Ohm Thitiwat para ser feliz, precisamente porque le recordaba algo que quería olvidar, algo que prefería que siguiera enterrado en el pasado.


Cuando había empezado a encariñarse con Arianna, esta le había dado de lado, sin duda a instancias del propio Ohm. Y luego estaba la atracción que había surgido entre Ohm y él... Cortó ese pensamiento enfadado. Solo había sido un beso, nada más que un beso.

Hasta un adolescente debería haber sabido que era ridículo hacerse ilusiones por algo tan trivial, se reprendió a sí mismo.


Sin embargo, también era cierto que él tendía a ser más vulnerable ante los hombres que otras personas más experimentadas y más emocionalmente estables que él. Fluke no había conocido la estabilidad hasta los catorce años, cuando John y Liz se habían convertido en sus padres de acogida y sus hermanos y él habían vuelto a estar juntos bajo un mismo techo.


Antes de eso él había pasado por otros hogares de acogida donde había padecido acoso, agresiones verbales y, en varias ocasiones, amenazas de agresión sexual.


Gun, Plan y él habían perdido a sus padres en un accidente de coche. Fluke, que ahora tenía veintitrés años, apenas los recordaba. Su padre había dejado de hablarse con su abuelo antes de que ellos nacieran, y este ni siquiera había sabido de su existencia hasta que se habían puesto en contacto con él para pedirle su ayuda y evitar que sus padres de acogida fueran desahuciados.


Su abuelo se había mostrado muy feliz de descubrir que tenía tres nietos, pero había puesto unas condiciones indignantes a cambio de prestarles su ayuda, exigiéndoles que se casaran con tres hombres a los que él elegiría para mejorar su estatus social. Fluke todavía no tenía claro lo que pensaba de él. ¿No era más que un tremendo esnob? ¿O es que estaba loco? ¿O, por el contrario –cosa que le preocuparía más–, estaba obsesionado con vengarse de aquellos que les habían hecho daño a sus hermanos y a él?


Bueno, a Gun y a él sí les habían hecho daño los hombres con los que quería casarles, pero a Plan solo le habían hecho daño las anteriores familias de acogida con las que había estado. Fuera como fuera, sabía que tenía que hacerle frente a su abuelo por el bien de Plan, que era frágil y muy vulnerable por su extrema timidez y sus ataques de pánico y jamás se atrevería a oponerse a su abuelo.


Y por eso él tenía que mantenerse firme. Siempre intentaba no guardar rencor por el pasado porque el rencor no llevaba a nada bueno. Y ahora Plan y él residían en Londres, en una casa propiedad de su abuelo, pequeña, pero con todas las comodidades. Les permitía vivir allí sin pagarle siquiera un alquiler, aunque ahora la casa parecía vacía sin el pequeñajo de Gun, Teddy, correteando de un lado a otro.

Fluke desconfiaba de su abuelo, y se temía que cualquier día pudiera cansarse de su actitud desafiante hacia él y los pusiera de patitas en la calle, así que trataba de no tocar en lo posible el dinero que tenía ahorrado.


Y eso significaba que ese mes no podría permitirse ir a la peluquería a que le alisaran el cabello, pensó, levantando con los dedos uno de sus tirabuzones oscuros para mirarlo con fastidio antes de dejarlo caer. Odiaba su pelo rizado y que fuera más castaño que rubio. Solo lo toleraba cuando se lo alisaban, y ahora mismo era una masa rebelde que le caía sobre los ojos como el pelo de un viejo muñeco de trapo, pensó irritado, mirándose en el espejo. Aunque tampoco parecía que a Alex, su novio, le importase.


Claro que a Alex nada parecía importarle demasiado. Lo había conocido en el gimnasio, donde trabajaba como profesor de artes marciales. Era rubio, campechano, y tenía un buen cuerpo, aunque todavía no había sentido el deseo de verlo desnudo. Probablemente porque más que otra cosa eran amigos, se dijo con pesadumbre. De hecho, si no hubiera sido porque al conocer a Ohm se había sentido atraído de inmediato por él, habría creído que en realidad no tenía demasiado interés en el sexo.


Y la verdad era que los hombres entraban en su vida y salían de ella sin que ninguno le dejara huella. Ohm era el único que le había hecho daño, en más de un sentido, así que intentaba no pensar demasiado en su rechazo.

De hecho, por su culpa se había visto obligado a aceptar una sucesión de trabajos de poca monta antes de acabar claudicando y cambiarse el apellido. Solo así había conseguido dejar atrás el escándalo que había hecho que perdiera un par de buenos empleos.


Y todo porque al terminar la carrera de Marketing había empezado a buscar trabajo, y su primer empleo había sido de recepcionista en una agencia de modelos, que también había resultado ser un negocio encubierto en el que muchos de los modelos trabajaban también como acompañantes.


Y, por si aquello no hubiera sido ya bastante malo, también salió a la luz que en la parte trasera del edificio se había montado un burdel improvisado. Había sido en la redada que había hecho la policía cuando había saltado la tapadera de la agencia, y a él lo habían captado los fotógrafos de la prensa con sus cámaras, saliendo a toda prisa a la calle para huir de aquel embrollo.

Esa instantánea y su nombre habían aparecido en primera plana de un conocido periódico sensacionalista. Y la imagen en sí daba pie a error respecto a su identidad, porque Arianna, que había estado haciendo limpieza en su armario, le había dado unos cuantos conjuntos espectaculares, y el que había llevado puesto ese día le daba el aspecto de alguien de lo más sofisticado.


En ese momento le vibró el móvil y lo tomó de la cómoda, rogando por que no fuera Alex llamándolo para cancelar la cita, porque estaba deseando ver la película que iban a ir a ver. Pero la voz que contestó al otro lado de la línea fue una voz que había esperado no tener que volver a escuchar nunca.


Una voz profunda y aterciopelada.


Ohm... De repente no podía pensar con claridad. Jamás habría pensado que pudiera tener la osadía de intentar ponerse en contacto con él.


–¿Fluke? Soy Ohm. Tenemos que hablar.


Fluke colgó sin decir nada y bloqueó su número de inmediato. Tal vez Ohm estuviera dispuesto a bailar al son que les marcaba su abuelo –¡a saber qué le habría ofrecido este a cambio!–, pero él no.


¿O debería hacerlo?


Pensó en la tesitura en la que se encontraban John y Liz, y en lo mucho que sus hermanos y él les debían por el cariño que les habían dado. Y entonces, al preguntarse cómo habría conseguido Ohm su número de teléfono, sintió que se le revolvía el estómago. «Tenemos que hablar», le había dicho... Si no fuera porque jamás había demostrado tener sentido del humor, habría creído que estaba bromeando.


De pronto se encontró recordando el día en que lo había conocido, en una cena familiar a la que Arianna había insistido en invitarlo. Su hermano lo había intimidado muchísimo, quizá porque durante toda la cena no había hecho más que mirarlo fijamente, con esos ojos castaños tan cautivadores.

Esos ojos que hacían que los latidos de su corazón se disparasen.


Sí, no podía decirse que Ohm se hubiese esforzado lo más mínimo por entablar conversación, y la pobre Arianna había tenido que hablar más para compensar, mientras que él, que normalmente era muy dicharachero, se había sentido, por primera vez en su vida, como si le hubiera comido la lengua el gato.


Mientras Arianna charlaba animadamente, Fluke no había podido evitar mirar también a Ohm, presa de una extraña fascinación. Había sentido como si una ola de calor lo invadiera, al tiempo que iba descubriendo pequeñas cosas que no había apreciado en él a primera vista: el gesto imponente que le otorgaban sus cejas cuando fruncía el ceño, lo viril que resultaba su recia mandíbula, lo pronunciados que eran sus pómulos, el arco clásico de su nariz, y lo sensuales que eran sus labios esculpidos. También se fijó en sus modales perfectos y en sus elegantes manos.


Durante toda la cena había permanecido mirándolo embelesado, como un adolescente enamoradizo, apenas había comido, y había estado prácticamente ajeno a todo lo demás, seducido por el cosquilleo de excitación que corría por sus venas como una descarga de adrenalina. Y aquello no le había hecho ningún bien, se recordó, detestándose a sí mismo, y volvió al presente para terminar de arreglarse.


En la otra punta de Londres, Ohm se guardó el móvil en el bolsillo ya que Fluke no parecía dispuesto a hablar con él. La verdad era que no se lo había esperado, pero tenía que encontrar la manera de llegar a un trato con él. Y, si las tácticas civilizadas y calmadas no funcionaban, tendría que imitar a su abuelo y probar a persuadirlo por otros medios menos ortodoxos. Y, si eso tampoco funcionase, agotaría todas las posibilidades hasta convencer a Fluke de que necesitaba que colaborase con él por el bien de Arianna.


Esa noche no pegó ojo, algo inusual en él. Se encontró recordando lo sobrecogido que se había quedado cuando su madrastra había aparecido muerta por una sobredosis. Él tenía veinte años nada más y aún estaba estudiando. Su muerte, pocos meses después de la de su padre había tenido un fuerte impacto en su vida. De sopetón se había encontrado con que era responsable de una niña de doce años a la que apenas se había molestado en conocer, su hermanastra.


Sin embargo, desde entonces se había encariñado con Arianna, y ahora le

importaba hasta un punto que jamás habría creído posible, porque conocía sus defectos y sabía que era, por naturaleza, frío y analítico.


En las muchas noches que le había costado conciliar el sueño, como aquel día, se había dado cuenta de que no podía ignorar la fuerte necesidad que sentía de proteger a su vulnerable hermanastra. La drogadicción de su madre le había acarreado muchos problemas sin que ella tuviera culpa alguna, y se hacía daño a sí misma, nunca a los demás. Por eso, haría lo que tuviera que hacer para protegerla de los efectos colaterales de la desafortunada amistad que había forjado con Fluke dos años atrás.


Y en cuanto a Fluke, él taimado y sensual Fluke... tendría que hacer de tripas corazón y hacer lo que tenía que hacer por el bien de Arianna...

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honeygirlphx: Loved it can’t stop reading these books! Great writing

honeygirlphx: I was hoping Tate would have a fated mate! Love this book

honeygirlphx: Can’t get enough of your writing! Thanks for sharing spicy and exciting

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