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Un esposo para el príncipe

Summary

Pasó de ser un chico en apuros... a un principe por accidente. Ansioso por vivir una aventura y escapar de su sobreprotectora familia, el dulce y tímido Fluke Natouch había aceptado una propuesta de matrimonio por conveniencia con el hermano del rey de Maraban, un pequeño reino árabe. Sin embargo, al llegar allí fue raptado, y se despertó en un campamento en medio del desierto. De allí le rescataría el misterioso y apuesto Ohm, el príncipe heredero, que había sido desterrado de Maraban. La atracción entre ambos fue instantánea... ¡y tan ardiente como el sol del desierto! Lo que no podría haber imaginado Fluke era que su rescate tenía un precio: para evitar un escándalo político, debía convertirse en el esposo de Ohm...

Genre:
Romance
Author:
OhmFlukeWriter
Status:
Complete
Chapters:
11
Rating:
5.0 1 review
Age Rating:
18+

Capitulo uno




Fluke bajó la escalerilla del jet privado de su abuelo y sonrió feliz cuando el sol de Maraban lo envolvió.


Era primavera y el calor aún era soportable. Y ese día lo más importante era que estaba dando el primer paso, un paso muy valiente en lo que iba a ser su nueva vida.


Iba a ser independiente, por fin, libre de las restricciones que sus hermanos mayores le habían impuesto, pero, sobre todo, lo que era más importante, libre del pobre concepto que sus hermanos tenían de él, de que no servía para gran cosa.


A Gun y Plan les había sorprendido que, sin que se apoderase el pánico de él, hubiese accedido a irse a vivir unos meses al extranjero. Y también se habían quedado anonadados de que hubiese accedido a casarse con un hombre mucho mayor que él para cumplir su parte del trato al que habían llegado con su abuelo, Stamboulas Firakis.


¿Y por qué no?, se había dicho.


Tampoco iba a ser un matrimonio real. Para su futuro «marido» solo se trataba de sacar rédito político casándose con él porque su abuela había pertenecido a la familia real del extinto reino árabe de Bania.


Antes de que él naciera los dos pequeños reinos de Mara y Bania se había unido, formando el reino de Maraban, y al parecer su difunta abuela, la princesa Azra, había gozado de una inmensa popularidad entre los súbditos de ambos países.


El príncipe Hakem, hermano del actual soberano de Maraban, quería casarse con él por su linaje y, una vez lo hubiese convertido en su principe, viviría en el palacio durante unos meses. Allí disfrutaría de una soledad gloriosa, sin que nadie lo molestara, sin que sus hermanos le preguntaran constantemente cómo se sentía o si no necesitaba más sesiones de psicoterapia para ayudarle a sobrellevar su día a día. De hecho, aunque no le había ocurrido en meses, seguían pendientes de él todo el tiempo, temiendo que volviera a tener otro ataque de pánico.


Adoraba a sus hermanos, pero su constante preocupación era un lastre para él, le había impedido tener la independencia que necesitaba para recuperar su autoestima y forjar su propio camino. Por eso había tenido tan claro que acceder a aquel absurdo matrimonio fingido era lo único que le permitiría alcanzar finalmente esa libertad.


Sus padres de acogida, John y Liz, iban a perder su casa, y cuando ellos habían acudido a su abuelo para pedirle ayuda, les había impuesto como condición que sus hermanos y él se casaran con los hombres que él eligiera.


Gun y Plan ya habían cumplido su parte del trato. En su caso, como ya se habían efectuado los pagos atrasados de la hipoteca poco después de la boda de Plan, su abuelo no lo había presionado para que se casase él también. Sí, pensó con ironía, ni siquiera su despiadado abuelo se había atrevido a presionarlo, porque, igual que sus hermanos, lo consideraba frágil y emocionalmente vulnerable. Nadie lo creía capaz de ser fuerte, se dijo con pesar, y por eso era tan importante que se demostrase a sí mismo que sí podía serlo.


Al igual que sus hermanos, había pasado por varios hogares de acogida, y un aterrador incidente que había vivido a los doce años lo había dejado muy traumatizado. Cuando John y Liz se habían hecho cargo de ellos, había enterrado todo ese dolor y ese miedo, pero sus inseguridades habían vuelto a apoderarse de él al empezar sus estudios de Botánica en la universidad.


Cosas como el tener que desenvolverse en un ambiente mixto o que sus amigos le preguntaran por qué no quería tener novio no habían hecho sino ocasionarle una tensión tremenda. Los ataques de pánico habían vuelto y, aunque en un principio había sido capaz de ocultárselo a sus hermanos, cuando sus ataques habían empeorado se había sentido incapaz de seguir afrontando solo sus problemas. Unas semanas antes de los exámenes finales había sufrido una fuerte crisis nerviosa, y había tenido que dejar las clases para recuperarse.


Y aunque más tarde había retomado sus estudios, se había licenciado y había recibido varias sesiones de psicoterapia y esa incapacitante ansiedad ya no controlaba todos y cada uno de sus pensamientos y de sus actos, sus hermanos seguían tratándolo como si fuese a recaer en cualquier momento.


Comprendía que lo sobreprotegían porque lo querían, pero su actitud lo hacía más débil, y tenía que valerse por sí mismo. Por eso, ahora que sus hermanos estaban casados, y que uno vivía en Grecia y el otro en Italia, aquel viaje a Maraban era una oportunidad única para demostrar que había dejado atrás su infeliz pasado.


Fluke subió a la limusina que estaba esperándolo. Era un alivio que se hubiera previsto que su llegada a Maraban fuera tan discreta. El príncipe Hakem había tenido la deferencia de insistir en que no se requiriera de él ninguna aparición pública puesto que, aunque él era el hermano del rey, no tenía un papel institucional como él.


Se suponía que su abuelo iba a acompañarlo en ese viaje, pero un asunto urgente se lo había impedido, y le había preguntado si podría arreglárselas solo hasta que él llegara al día siguiente. Por supuesto que podía arreglárselas solo, pensó alegremente, mirando por la ventanilla, con interés, las bulliciosas calles de Tasit, la capital, que era una mezcla de pasado y modernidad.

Había edificios antiguos, mezquitas con coloridos minaretes, y también zonas con rascacielos y bloques de oficinas. Era evidente que Maraban se hallaba en medio de un proceso de modernización.


La riqueza que le proporcionaban recursos como el petróleo y el gas natural habían transformado el país. Fluke había leído toda la información que había podido encontrar sobre Maraban, y le había sorprendido que nadie pareciera saber por qué su abuela, la princesa Azra, no se había casado con el rey Tahir, el entonces monarca, como todo el mundo esperaba.


Se había negado a casarse con el rey, que ya tenía tres esposas, y se había fugado con el hombre que se convertiría en su abuelo, Stamboulas Firakis. Esa era la verdad, pero probablemente se había ocultado para preservar la dignidad del monarca. Por fortuna, sin embargo, su abuelo le había contado todo lo que necesitaba saber sobre su difunta abuela. Cuando el chófer tomó un desvío y Fluke vio que se dirigían a las puertas de una imponente verja de hierro flanqueadas por dos guardias. Fluke escudriñó por el parabrisas, tratando de entrever la enorme propiedad mientras la limusina se adentraba en ella y atravesaba un vasto complejo de edificios antes de detenerse junto a uno de ellos.


Antes de que pudiera tomar aliento lo condujeron a su interior y se encontró, algo decepcionado, con que era una vivienda moderna. Una vivienda muy grande, pero moderna, con sofisticados muebles con acabado en dorado.


Una sirvienta lo saludó con una ligera reverencia y le pidió que la siguiera al piso de arriba, donde lo condujo a una suite de varias habitaciones. La decepción que había sentido al descubrir que no iba a alojarse en un antiguo palacio se diluyó cuando vio lo acogedores y agradables que eran sus aposentos.


Era un problema que ninguno de los miembros del servicio hablase inglés, pero estaba seguro de que podría entenderse con ellos, aunque fuera con gestos, se dijo para animarse, cuando la sirvienta le indicó de ese modo que iban a traerle algo de comer. Además, seguro que antes de que volviese a Londres habría aprendido unas cuantas frases útiles para comunicarse mejor.


Había llegado una doncella, que se puso a deshacerle las maletas, cuando llamaron a la puerta de la suite. Fluke fue a abrir y se encontró con una enfermera y un hombre joven y delgado.


–Soy el doctor Ward –se presentó este–. Me han dado órdenes de que le ponga una vacuna –le dijo con cierta aspereza.


Fluke contrajo el rostro, contrariado, no solo porque odiaba las inyecciones, sino también porque antes de salir de Inglaterra se había puesto todas las vacunas necesarias para viajar a Maraban. Claro que... no iba a saber él más que un médico... Los dejó pasar, se sentó, se subió la manga y aguardó en silencio mientras la enfermera y él preparaban el material. Sin embargo, no pudo evitar fruncir el ceño al ver como temblaba la mano con que el médico sostenía la jeringuilla, y cuando alzó la vista se fijó en que tenía la frente perlada de sudor.


¿Estaría nervioso porque llevaría poco tiempo ejerciendo la medicina? Se sintió aliviado cuando la enfermera, sin decir nada, le quitó la jeringuilla y, sin más, le puso ella la inyección.


Apenas se hubieron marchado llegó un sirviente con una bandeja de comida, y se sentó a la mesa para comer. Se sintió mareado y tenía la cabeza embotada, pero supuso que sería cosa del jet-lag. Sin embargo, mientras comía empezó a sentirse peor. Se levantó para ir al cuarto de baño, y tuvo que agarrarse al respaldo de una silla para no perder el equilibrio. Parpadeó, tambaleándose, la oscuridad lo engulló y se desplomó.


Su alteza real, el príncipe Ohm Al Thitiwat, estaba en una reunión de alto nivel en Londres sobre la producción de petróleo y gas natural en su país cuando notó vibrar su móvil en el bolsillo. Poca gente tenía su número privado, así que debía tratarse de un asunto importante. Se excusó y salió fuera, preocupado. ¿Le habría pasado algo a su padre?


¿Habría ocurrido alguna calamidad en Maraban?


Maraban era un pequeño estado en el golfo Pérsico, pero también uno de los países más ricos del mundo. Si se produjera un atentado terrorista, se paralizaría el país porque su ejército era muy modesto y dependían de su riqueza y de la diplomacia para mantener la seguridad.


Cuando pensaba en su país, con nostalgia, siempre tenía la imagen de un lugar de grandes contrastes, donde vehículos todoterreno y helicópteros sobresaltaban a su paso a los rebaños de ganado en el desierto, y donde los valores conservadores de una sociedad de Oriente Medio luchaban por adaptarse a las costumbres y los vertiginosos cambios del mundo moderno.


Sin embargo, no visitaba su patria desde hacía ocho años porque su padre, el rey, lo había relegado de su puesto como heredero y lo había obligado a exiliarse porque se había negado a entrar en el ejército y por haberse negado, aún con más vehemencia, a casarse con la mujer que había escogido para él. No, no había sido un hijo obediente, reconoció para sus adentros con pesadumbre. Había sido un hijo cabezota y rebelde y, por desgracia para él, para su pueblo no había un pecado mayor.


Sin embargo, Ohm se había abierto camino en el mundo de los negocios, donde gracias a su astucia, su intuición y su habilidad para identificar tendencias en los mercados se había asegurado un ascenso meteórico. También había aprendido cómo conducir a Maraban hacia el futuro más allá de sus fronteras, consiguiendo aliados, atrayendo empresas y capital extranjero, además de impulsando al mismo tiempo el crecimiento de las infraestructuras públicas necesarias para que el país se pusiese al día en las nuevas tecnologías. Y la recompensa que había obtenido por todo ese esfuerzo era que Maraban, su amada patria, estaba floreciendo.


Se llevó una agradable sorpresa cuando contestó la llamada a su móvil y oyó la voz de su primo Omar. Había sido su mejor amigo desde los oscuros días de la academia militar en la que sus padres los habían matriculado contra su voluntad en su adolescencia, una época de incesante acoso y agresiones por parte de sus compañeros cuyo recuerdo aún lo hacía estremecer.


Su condición de príncipe heredero había sido como si le hubiesen puesto una diana en la espalda, y su padre había dado instrucciones al director de la academia de que hiciesen la vista gorda ante ese acoso porque creía que eso lo beneficiaría, que lo haría más fuerte.


–Omar... ¿Qué puedo hacer por ti? –le preguntó alegremente, aliviado.

Si su padre hubiese enfermado, no habrían escogido a Omar para ponerlo al corriente. Lo habría llamado alguien de la casa real.


Había perdido a su madre con solo nueve años, y el recuerdo todavía hacía que se le encogiese el corazón, porque no había muerto por enfermedad o un accidente: se había quitado la vida. Le había llevado mucho tiempo aceptar que la infelicidad que embargaba a su madre había sobrepasado su amor por su hijo, pero jamás podría olvidar lo abandonado que se había sentido al perderla, el modo en que su pequeño mundo se había visto despojado de toda calidez y cariño.


–Estoy en un lío, Ohm, y creo que eres el único que sabe lo suficiente como para poder ayudarme –le explicó Omar en un tono apagado, cosa inusual en él, que era muy alegre–. Me he visto arrastrado a algo en lo que no querría haberme visto envuelto, y es serio. Sabes que soy monárquico, y muy leal a nuestro país, pero hay algunas cosas que no puedo...


–Ve al grano –lo cortó Ohm con el ceño fruncido–. ¿Qué asunto es ese en el que te has visto envuelto?


–Esta mañana recibí una llamada de alguien de palacio, pidiéndome que me hiciera cargo de un «paquete» y que lo mantuviera a salvo hasta que me dieran más instrucciones. Y ese es el problema, que no me han traído un paquete... sino un chico.


–¿Un chico? –repitió Ohm con incredulidad–. ¿Es una broma?


–Ojalá lo fuera. Muchos hombres y muchas mujeres de la tribu están indignados y me han echado de mi tienda para que él chico esté más cómodo –se lamentó Omar–. Mi esposa se cree que estoy metido en una red de trata de blancas o algo así.

Eso sería impensable, porque en Maraban a quien cometía esa clase de delito se le condenaba a pena de muerte, aparte del hecho de que su padre luchaba con ahínco por arrinconar en su país la prostitución y el tráfico de drogas.


–El caso es que, aunque la orden provenía de palacio, y de alguien del más alto nivel, no deberían pedirme que retenga a una persona contra su voluntad.


–¿Cómo sabes que provenía de alguien del más alto nivel? –inquirió Ohm.


Su primo le dijo el nombre de la persona y Ohm apretó los dientes. Baadur Abdibi, el consejero militar de mayor confianza dentro del círculo más próximo a su padre. No podía haber hecho eso más que por órdenes del rey, y aquello le hizo ver aquel asunto del secuestro de un modo completamente distinto, porque significaba que su padre estaba implicado personalmente.


–Pero... ¿quién diablos es ese chico?


–No te van a gustar nada las sospechas que tengo al respecto –le advirtió su primo–, pero me puse en contacto con palacio tan pronto como descubrí que el «paquete» era una persona, y me dijeron que es descendiente de la familia al-Mishaal. Me quedé helado. ¡Creía que ya no quedaba ningún al-Mishaal vivo! Por cierto, ¿sabías que mi padre se divorció de mi madre hace dos meses?


Ohm se quedó de piedra y lo escuchó con atención mientras Omar le refería la negativa de su madre a hablar de su divorcio y lo mucho que le extrañaba la calma con que se había tomado el fin de su matrimonio, que había durado casi cincuenta años y del que habían nacido cuatro hijos, que a su vez les habían dado casi una docena de nietos.


El príncipe Hakem, padre de Omar y tío suyo, sin embargo, era un hombre resentido y ambicioso que, desde su exilio, había estado haciendo todo lo posible para convertirse en el heredero al trono en su lugar.


Lo irónico era que ni siquiera podía culparle por su ambición porque había pasado toda su vida al lado de su hermano, el rey, aunque prácticamente ignorado y sin ningún poder, ya que este se había negado a concederle ningún tipo de responsabilidad institucional.

Además, solo el rey podía designar el heredero al trono, y su tío Hakem ansiaba desde hacía mucho tener poder y el aumento de estatus que ese poder le conferiría.


–¿Y qué conexión tiene mi padre con ese chico?


Cuando Omar compartió con él sus sospechas, Ohm palideció y sintió que le hervía la sangre de solo pensar que se pudiera estar fraguando un complot tan manipulador tras los muros de palacio.


–Eso no puede ser verdad...


–Puede que no. Debo admitir que, por el aspecto de ese chico, jamás diría que lleve en sus venas sangre marabaní. Tiene el cabello castaño claro; la piel muy pálida parece la versión de un hombre salido de ese cuento de hadas... La bella durmiente...


Ohm, que tenía apretados los labios, los entreabrió y dijo: –La princesa Azra de Bania era hija de un explorador danés. No sé mucho de su fuga con Firakis, el magnate griego con el que se casó, salvo que él estaba trabajando en Maraban, pero sí sé que

fue un gran escándalo porque se suponía que iba a convertirse en la cuarta esposa de mi padre.


–Vaya, no lo sabía... –murmuró Omar–. En fin, dame algún consejo diplomático porque no sé qué hacer. Es evidente que le han secuestrado. Nuestro médico dice que le han drogado, así que está inconsciente y no lleva encima ningún documento de identidad. Pero, aunque de verdad sea descendiente de los al-Mishaal, no puedo creer que un chico tan joven accediera a casarse con un hombre tan mayor para él como mi padre...


–Te sorprendería las cosas que están dispuestos a hacer algunos occidentales para convertirse en el o la esposa de un rico príncipe árabe. Y si a eso le añades que podría llegar a ser el principe consorte, todavía más –murmuró Ohm con sorna.


El recuerdo de las amargas experiencias por las que había pasado y la terrible traición que había sufrido tensó sus atractivas facciones. Lo peor era que aquello había ocurrido después de que hubiera destruido para siempre la relación con su padre. Incluso años después de aquella decepción de juventud seguía sintiendo el peso de su estatus y su fortuna en Occidente. Hasta las personas inteligentes entraban en efervescencia cuando lo tenían en su radio de acción, desesperados por atraerlo y llevárselo a la cama. Pero por desgracia para esas personas no le gustaba nada que lo persiguieran, que lo adularan o que intentaran seducirlo, porque prefería ser él quien tomara la iniciativa. Además, después de lo traicionado que se había sentido tras el suicidio de su madre, se había reafirmado en su convencimiento de que no podía confiar en las personas.


–No creas que me sorprendería tanto –replicó Omar con tacto.

Probablemente él también estaba pensando en aquel humillante suceso del pasado que aún hería a Ohm en su orgullo–. Pero puedo decirte que, si lo que pretende mi padre es hacerse con el trono casándose con ese chico, el pueblo no aprobaría ese matrimonio. Mi padre no goza de demasiada popularidad: es tan de la vieja escuela como tu padre. No conozco a nadie que esté dispuesto a aceptarlo como heredero en tu lugar. ¡Aunque haya conseguido que resurja el fantasma de la familia real de Bania con ese joven!


Ohm llevaba mucho tiempo al margen de los asuntos de palacio, pero no había olvidados las intrigas de poder que se producían en la corte. Si llegase a contraer matrimonio con su tío Hakem, ese nieto de la princesa Azra se convertiría en un mascarón de proa de un valor incalculable para este. La mitad de la población de Maraban tenía sus raíces en el reino de Bania, y veían con descontento que la alianza entre los dos reinos no se hubiera formalizado con el enlace previsto entre su princesa y el rey de Mara. Se sentían engañados por la ausencia de sangre baniana en la familia real del nuevo reino de Maraban.


Verían como un triunfo que el príncipe Hakem se casase con ese nieto de la princesa Azra, lo que sin

duda haría que aumentara la popularidad de su tío. Y precisamente tenía sentido que su padre hubiese planeado el secuestro para impedir ese matrimonio: el rey Tahir no toleraba tener competencia, y menos de su hermano menor, del que consideraba que estaban empezando a subírsele los humos a la cabeza. Porque estaba claro que, con esa estrategia con evidente afán de notoriedad, lo que pretendía su tío Hakem era ser nombrado sucesor al trono, ocupando su lugar como príncipe heredero.


–¿Qué hago con ese chico? –le preguntó su primo Omar, interrumpiendo sus pensamientos.

Aunque a su juicio aquel matrimonio sería totalmente inapropiado, le enfurecía que hubieran secuestrado a un chico inocente para impedirlo–. ¿Qué puedo hacer para librarme de esta espantosa responsabilidad?


Con una claridad que le sorprendió tanto como a su primo, Ohm le dijo lo que iban a hacer, se despidieron y colgó. Volvió a entrar en la sala de reuniones para excusarse, diciendo que le había surgido un problema familiar del que debía ocuparse de inmediato, y se marchó.


Se puso en contacto con una agencia de detectives a la que había contratado en una ocasión y con la que había quedado muy contento, y les solicitó un informe sobre aquel joven al que su tío pretendía convertir en su esposo. Necesitaba esa información, y la necesitaba lo antes posible.


Aunque le irritaba que fuera a tener que lidiar con otra persona mercenaria y sin escrúpulos, también

sentía un cosquilleo en el estómago ante la idea de volver a ver su tierra natal por primera vez en ocho años.


Fluke despertó de un sueño pesado e intranquilo. Alguien le puso un vaso de agua en la mano y lo ayudó a llevárselo a los labios. No conseguía enfocar la vista y se notaba desmadejado, pero necesitaba ir al baño y lo dijo. Alguien lo ayudó a levantarse y lo sujetó –había al menos dos personas–, porque estaba demasiado débil como para caminar por sí mismo.


Intentó mirar a su alrededor para averiguar dónde estaba, pero las paredes parecían extrañamente combadas y cerró los ojos mientras le ayudaban a volver a la cama. Lo habían drogado y le habían llevado a algún sitio, pensó lleno de miedo, esforzándose, sin éxito, por mantenerse consciente y centrado.

¡Tenía que protegerse de algún modo, tenía que protegerse!, se repetía, como una letanía, pero ni siquiera el pánico que lo invadía pudo evitar que la oscuridad volviera a envolverlo y perdiera de nuevo el conocimiento.


Cuando Ohm recibió el informe de la agencia de detectives sobre Fluke Natouch, se dio cuenta de que se había equivocado al prejuzgarlo. ¿Por qué diablos querría un chico tan joven casarse con un hombre casi tan mayor como su abuelo?


Además, no parecía probable que su motivación fuese el dinero, siendo como era nieto del multimillonario Stamboulas Firakis. Otras preocupaciones empezaron a asaltarlo. El magnate griego no se quedaría de brazos cruzados cuando se enterara de que su nieto había sido secuestrado, ni permitiría que aquello se tapase.


Sin embargo, por lo que decía el informe, parecía como si hubiese sido él quien había promovido aquel matrimonio de conveniencia entre su tío Hakem y su nieto Fluke. ¿Qué sacaba Firakis de aquello? ¿Tal vez un negocio lucrativo como contrapartida? ¿O simplemente que su nieto tuviera un título?


Ohm decidió que lo mejor sería ponerse en contacto con él.


Cuando Fluke volvió a despertarse, alguien estaba cepillándole el cabello y susurrando algo en alguna lengua extranjera. Al abrir los ojos vio que estaba tendido sobre en una especie de lecho bajo. Arrodillada a su lado había una mujer que le sonrió y continuó cepillando con cuidado y admiración su pelo castaño con reflejos dorados.


No parecía hostil ni amenazadora, así que Fluke se dejó llevar por su instinto de supervivencia y se obligó a esbozar una sonrisa. Hasta que supiera qué estaba pasando se comportaría como un buen prisionero, siguiéndoles el juego a sus secuestradores, hasta que su abuelo fuera a rescatarlo. Porque si algo tenía claro era que su abuelo no tardaría en aparecer. Se pondría furioso cuando descubriera que había desaparecido, y removería cielo y tierra hasta encontrarlo.


Apartó suavemente la mano de la mujer, se incorporó y la mujer se levantó y lo condujo al cuarto de baño. Ahora que ya no estaba desorientado se dio cuenta de que la noche anterior sus ojos no lo habían engañado cuando le había parecido que las paredes eran extrañas. Ya no estaba en el palacio de Maraban, sino en una tienda de campaña. Una tienda muy amplia y lujosa, decorada con ricos tapices y amueblada con opulencia, pero una tienda, al fin y al cabo.


El cuarto de baño era como una tienda adosada. Fluke, que estaba sudoroso y acalorado, miró con ansia la ducha, pero no quería arriesgarse a desnudarse, porque así sería aún más vulnerable. Se refrescó un poco la cara con agua fría, se secó y frunció el ceño al bajar la vista y ver que llevaba una especie de túnica blanca en vez de la ropa que se había puesto para el viaje.

Ese inquietante médico tan nervioso y la enfermera en la villa del príncipe Hakem..., recordó estremeciéndose.


Debían haberlo drogado. ¡No volvería a confiar nunca en un médico! ¿Y por qué lo habían raptado?


En realidad nadie le había dicho que la casa a la que lo habían llevado a su llegada fuera la villa del príncipe Hakem; simplemente había dado por hecho que lo era. Parecía que alguien no quería que se celebrara aquella boda... Si ese era el motivo no habría hecho falta que lo drogaran y lo llevaran a aquel lugar. Él se habría vuelto a casa encantado y sin rechistar.


Más aún, estaba seguro de que esa habría sido también la reacción de su abuelo, que había exigido al príncipe Hakem que le asegurara que estaría a salvo en Maraban, y se horrorizaría cuando se enterara de lo que le había pasado. Dudaba que para su abuelo fuera tan importante que se convirtiese en principe, como su abuela Azra, si eso suponía que su vida corriera peligro.


Cuando volvió a la tienda principal, se encontró con que dos mujeres estaban preparando una mesa con comida. Con el mayor disimulo posible, fue hasta la entrada de la tienda, con la esperanza de poder huir, pero lo que vio lo dejó paralizado: un círculo de tiendas como aquella y más allá dunas de arena que se extendían hasta el horizonte.


Estaban en el desierto, así que escapar sería casi imposible porque al menos necesitaría un medio de transporte y un mapa. El descubrir que estaba en un paraje tan inhóspito la puso aún más tenso y más nervioso.

Por encima de una de las tiendas vislumbró las hélices de un helicóptero. ¿Sería así como lo habían llevado hasta allí, en helicóptero? Otro pensamiento aún más aterrador lo asaltó: había dado por hecho que lo habían secuestrado para impedir la boda, que debería haberse celebrado al cabo de dos días, pero quizá no fuera ese el motivo.


Su abuelo era un hombre muy rico, y cabía la posibilidad de que lo hubieran secuestrado para exigirle un rescate. Esa hipótesis parecía mucho más probable, pensó, y el estómago le dio un vuelco. Cuando una de las mujeres se acercó y lo cubrió con una especie de chilaba, Fluke notó entonces todos los síntomas de un inminente ataque de pánico.


Se imaginó todo tipo de cosas horribles, como que podrían apalearlo para hacerle una foto y mandársela a su abuelo para exigirle el pago de un rescate. Con el corazón desbocado apartó la vista de la entrada de la tienda y no vio entrar a un hombre al que las dos mujeres hicieron una reverencia antes de marcharse.


Fluke tenía un nudo en la garganta y le costaba respirar. Estaba temblando a pesar del calor, y se tambaleó ligeramente, presa del miedo. «Soy fuerte. No voy a desmoronarme», se repitió para sus adentros. Sin embargo, ese mantra, que solía ayudarlo a mantener la calma, en ese momento parecía inútil porque el pánico le dominaba.


Detrás de él oyó la voz de un desconocido y una mano le rozó el hombro. Sobresaltado, aterrado, reaccionó de forma automática con las técnicas de autodefensa que había pasado meses aprendiendo. Se giró rápidamente, y trató sucesivamente de asestarle un codazo en el pecho, un puñetazo en la garganta y un rodillazo en la entrepierna.


Ohm, que no se habría esperado nunca un ataque así de un chico tan menudo y delicado, se quedó

desconcertado una milésima de segundo antes de reaccionar y, ligero como un bailarín, bloqueó los golpes antes de reducirlo contra la alfombra.


–¡Suéltame, bastardo! –le chilló el joven forcejeando, y tratando de morderle y de arañarle.


Lo único que consiguió, sin embargo, fue que se le descolocara el pañuelo que llevaba en la cabeza.


Aún desconcertado, Ohm retrocedió unos pasos porque no podría seguir conteniéndolo sin hacerle daño. El chico se apartó, frenético, y se sintió avergonzado al ver la expresión de pavor en su rostro, blanco como el papel, y en sus ojos.


–Estás a salvo; nadie va a hacerte daño –le dijo, poniéndose en cuclillas para estar a su misma altura.


Pero él chico retrocedió, como un animal acorralado, hasta que su espalda chocó contra un baúl de madera. Se rodeó las rodillas con los brazos y se balanceó hacia delante y hacia atrás.


–Te juro por mi honor que no va a pasarte nada –le aseguró otra vez.


Pero él ya no estaba mirándolo, y tampoco parecía que estuviera escuchándolo. Su primo debería haber enviado a su esposa Farida, que hablaba inglés, para que le hubiera explicado que no tenía nada que temer, se dijo irritado. Pero sobre todo maldijo a su padre para sus adentros porque estaba seguro de que era él quien había ordenado el rapto de aquel joven con el que pretendía casarse su tío Hakem.


¿Sería consciente del precio que aquello podría costarle? ¿No se daba cuenta de que estaba desatando un escándalo que podría hacer mucho daño a su país? No, era imposible que su padre, el rey Tahir, hubiera puesto aquello en un contexto de causa y efecto. Seguramente estaba tan obsesionado con frustrar los planes de su hermano para aumentar su estatus, que ni había pensado en las posibles consecuencias de lo que había hecho.

Irritado, se arrodilló junto a Fluke Natouch y lo instó a que inspirara y espirara lentamente para intentar calmarlo. Él lo miró nervioso con sus hermosos ojos, verdes como esmeraldas y bordeados por espesas y largas pestañas, y por un instante Ohm se quedó traspuesto por su pálida belleza.


Le instó de nuevo a inspirar profundamente, contener el aliento y luego soltarlo muy despacio, y esa vez él le hizo caso, pero al cabo de un rato, cuando él le susurró «Así, muy bien», Fluke lo miró exasperado, algo que no le había pasado con nadie más.


–¡Sé hacerlo solo! –protestó el chico con aspereza.


–Perdona, es que de adolescente sufría ataques de pánico, y era lo único que lograba calmarme –murmuró Ohm, sorprendiéndose tanto a sí mismo como a él con esa confesión.


Había tardado años en superar las secuelas que le había dejado el acoso que había sufrido por parte de sus compañeros en la academia militar. No solía hablar de ello, y si le había hecho esa confesión probablemente era solo porque al verlo tan vulnerable había sentido la necesidad de tranquilizarlo a toda costa.


Fluke lo miró admirado. Muy pocos hombres reconocerían abiertamente algo así frente a un desconocido. Sin embargo, antes de que pudiera hacerle ninguna pregunta para satisfacer su curiosidad, él se levantó. Lo observó mientras se alisaba con las manos la túnica blanca con botones que llevaba, y recogía del suelo su kufiyya, el tradicional pañuelo blanco que llevaban los hombres en la cabeza, que se le había caído durante el forcejeo.


Era la primera vez que se encontraba mirando a un hombre con interés. No sabía quién era, pero no podía negar que era el hombre más atractivo que había visto en su vida. Su cabello, negro azabache, era un poco ondulado y lo llevaba algo largo. Tenía unos pómulos perfectos, piel aceitunada y unos ojos negros y brillantes. Una ligera sombra de barba rodeaba sus sensuales labios, que se tensaron cuando notó que estaba mirándolo.


Fluke se sonrojó y se apresuró a apartar la vista, y se reprendió por habérsele quedado mirando, aunque estaba seguro de que siendo tan guapo estaba acostumbrado a que le miraran con admiración, se excusó, incómodo. por lo rápido que le latía de repente el corazón y cómo se estaba comportando su cuerpo.


No era de esa clase de personas, se recordó con firmeza. El sexo no le interesaba. Básicamente los hombres no le interesaban. No había tenido un desarrollo normal después del intento de violación que había sufrido a los doce años y que la había dejado destrozada. Desde ese día se había encerrado en sí mismo, y evitaba la compañía de los hombres a menos que fuesen miembros de su familia.


No tenía ningún problema con sus cuñados, Off y Mean, ni tampoco había sentido nervios al tener que tratar con los padres de los niños en la guardería en la que había trabajado varios meses después de una recaída importante que había tenido, años después. Aunque había estudiado Botánica, por entonces su prioridad había sido dar un primer paso de vuelta al mundo real, y no se había sentido preparado para buscarse un empleo a jornada completa en su campo.


–¿Quién eres? –preguntó sin rodeos.


–Puedes llamarme Ohm. No soy nadie importante por aquí –contestó él. No tenía intención de permanecer allí más de una hora; no quería arriesgarse a ser descubierto y que lo arrestaran–. Pero mi primo, el jeque Omar, es el líder de este campamento nómada.


Fluke se levantó también, y se encontró deseando como tantas veces ser al menos unos centímetros más alto. Medía un metro y sesenta, y siempre se sentía en desventaja cuando tenía que convencer a alguien para que lo tomara en serio. Ohm era más alto que él, pero no tanto como sus cuñados, que para él eran como gigantes.


–¿Ese Omar es quien me ha traído aquí contra mi voluntad? –inquirió con el ceño fruncido.


–Por supuesto que no –replicó Ohm–. Omar no mataría ni a una mosca, pero me ha pedido que viniera porque él no habla inglés.


–¿Entonces quién me ha raptado y me ha traído aquí? –exigió saber Fluke, irguiéndose y levantando la barbilla.


Según su libro de autoayuda favorito, aunque uno no tuviera confianza en sí mismo podía fingir que sí la tenía, y al hacerlo su autoestima mejoraría.


–Me temo que eso no puedo decírtelo –contestó Ohm. Los ojos de Fluke relampaguearon.


–¿Por qué no?


–No te serviría de nada.


Fluke tuvo que hacer un esfuerzo por no perder los estribos. Esa actitud condescendiente, esa superioridad, le daba dentera, como el chirrido de una tiza en una pizarra.


–Eso soy yo quien debe decidirlo –le espetó.


Ohm, que estaba poniéndose la kufiyya, puso los ojos en blanco, divertido por lo belicoso que estaba resultando ser aquel delicado joven, que parecía un muñeco, con ese pelo castaño tan largo para un chico y lo diminuto que era, pues apenas le llegaba al pecho.


–No me estás tomando en serio –lo increpó Fluke.


–Lo siento, pero es que yo solo he venido para arreglar este desafortunado asunto y es lo que pienso hacer.


Ohm se alejó unos pasos. Estando tan cerca de él no hacía más que admirar sus carnosos labios sonrosados, su reluciente melena castaña, y las suaves curvas que apenas se insinuaban bajo la túnica que llevaba.


La punzada de deseo que sintió en la entrepierna le sorprendió. Siempre mantenía bajo control sus reacciones; jamás permitía que lo controlaran, y nunca había entendido eso que decían otros hombres de que el deseo podía embriagarlo a uno y anular su voluntad. En su caso solo una persona había puesto a prueba su capacidad de autocontrol, pero no había conseguido doblegarlo.


–Mi intención es hacer que te lleven de vuelta a casa lo antes posible... a menos que no estés dispuesto a renunciar a esa boda con mi tío, el príncipe Hakem –murmuró Ohm–. Sospecho que mi tía, que ha sido su esposa durante muchos años y de la que se ha divorciado hace poco, se sentiría aliviada si ese ingrato volviera a su lado, a pesar de que no se merece su perdón ni su comprensión...

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Armykookmin: Total mente recomendado,jente no se arrepentirán de semejante obra,ovio que igual tiene que gustarle el éxito😏😎

Crazy_reader: It's a really nice read! !

dicipulo52: Historia bella con muchos matices y claro sexo gracias por escribir ❤️💕💕💋💋

Abigail: Me gusto mucho 🔥❤️

Melissa: QUE HERMOSA HISTORIA MUY BUENA 👍👍

lildeb1960: I cannot give a good review until I have readers of the book

Rhinz: I love all the charaters of your stories!

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honeygirlphx: Loved it can’t stop reading these books! Great writing

honeygirlphx: I wish your books would be a tv series I can only imagine how amazing these fantasy stories would be!!

Keona: I absolutely love this so far

andrea: todo absolutamente todo me encantó<3

Natalee Lindo: I love these books. Just going from one book to another.

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