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El candidato perfecto

Summary

Su jefe necesita un esposo... ¡y él es el candidato perfecto! La atracción de el recepcionista Fluke por el multimillonario Ohm Thitiwat es un secreto ferozmente guardado. ¡Hasta que los dos sucumben a una noche de pasión irrefrenable! Aun así, él sabe que es un amor imposible. Si el pasado le ha enseñado algo, es que no se puede obligar a alguien a que te ame por la fuerza. Después de descubrir a la familia oculta de su padre, Ohm encontró consuelo en los brazos de el dulce Fluke ... Ahora, para adoptar a su sobrina huérfana, necesitará casarse. Y el cariñoso Fluke cumple todos los requisitos para convertirse en su futuro esposo. Pero lo que es conveniente para uno nunca satisface a todos, y mucho menos si existe pasión por ambas partes.

Genre:
Romance
Author:
OhmFlukeWriter
Status:
Complete
Chapters:
11
Rating:
5.0 1 review
Age Rating:
18+

Capitulo Uno





—Olvídate de ellos —le había aconsejado el abogado de la

familia—. En caso de que surja un problema en el futuro, se han tomado medidas. Tu herencia está protegida. No hay razón para que te preocupes por este asunto.


Incluso aquel día, en la recién inaugurada sede londinense de Thitiwat Enterprises, una prueba irrefutable de su éxito profesional que debería tenerle de buen humor, Ohm Thitiwat no podía quitarse de la cabeza esa conversación que lo había cambiado todo.


Solo había pasado un mes desde la muerte de su padre, ChristoThitiwat, un famoso magnate y filántropo que se había ganado la admiración de medio mundo. Ohm, que era un hijo cariñoso, había quedado destrozado por su repentina muerte, y en todos los años que lo había conocido nunca había dudado de su nobleza.


En retrospectiva, esa confianza total le parecía ahora ridículamente ingenua para un hombre de veintiocho años. Después de todo, la muerte había expuesto cruelmente el secreto más oscuro de su padre y había destrozado la fe de Ohm en él. Ohm se había visto obligado a reconocer los defectos de su padre y a tomar una decisión de la que algún día podría arrepentirse, aun aceptando que no podía vivir con ninguna otra opción. Bajo esa máscara que transmitía entereza, todavía bullían sentimientos encontrados. La vergüenza y la incredulidad seguían siendo los más importantes cada vez que reflexionaba sobre las decisiones de su padre.


Sin embargo, la vida era demasiado corta para sufrir por algo que no podía cambiarse, reflexionó Ohm con tristeza. Por eso, en lugar de aprovechar las numerosas invitaciones sociales que le habían llegado desde su regreso del funeral de su padre en Grecia, había decidido hacer algo que nunca había hecho: conocer a algunos de sus empleados. No era muy del estilo de Ohm confraternizar con los trabajadores.


Como multimillonario naviero y promotor turístico, contrataba a profesionales para controlar a su

personal y mantenía las distancias. Sin embargo, su necesidad de distracción había vencido, y ¿qué podía ser más divertido que participar en un retiro de empresa que se iba a organizar en los bosques de Norfolk?

La nueva sede de Thitiwat Enterprises reunía a personal de varios lugares, y su director de Recursos Humanos había sugerido el retiro como medio para derribar barreras y mejorar la comunicación. Ohm no estaba seguro de creer en la utilidad de los retiros de empresa. Entendía el concepto y los beneficios potenciales, pero también sospechaba que muchos de sus ejecutivos lo verían como un descanso intrascendente.


Con una mueca de disgusto, Ohm salió de su despacho justo cuando unas risas estridentes se oyeron en recepción. Su mirada fulminante se dirigió en esa dirección, y se enfadó mucho al ver a un guardia de seguridad coqueteando con el recepcionista, un chico que lo irritaba en exceso.


¿Cómo se llamaba? Fluke, recordó, un nombre que le parecía inapropiado para alguien con un mechón de rizos castaños oscuros y con los ojos muy azules. Fluke era el diminutivo de Alhfluke, y según tenía entendido Ohm, fue el amante de un general romano era alto y rubio como el sol, no bajito y con el cuerpo esbelto de bolsillo, tan hortera como una cortina de flores de los ochenta.


Era justo decir que Ohm no tenía ningún interés por Fluke, un simple empleado temporal que ya en su primer día había metido la pata al dejar que la ex acosadora de Ohm, Gala Ivankov, entrara en su despacho sin dar explicaciones. Por supuesto, Fluke se había disculpado, efusivamente. ¡Pero de qué manera!


Mientras que Ohm nunca utilizaba dos palabras si con una era suficiente, Fluke era un charlatan sin remedio y era capaz de utilizar cincuenta palabras para lo que se podría decir con dos. Lo había hecho durante cinco minutos, mirándole suplicante con esos enormes ojos azules que le hacían parecer más un querubín que un hombre adulto. Tras haber sido informado por Recursos Humanos de que no podía despedirlo sin más, aceptó a regañadientes la disculpa, pero su presencia cerca le molestaba.


—¡Que tenga una buena tarde, señor Thitiwat! —le dijo Fluke alegremente, sin tener la prudencia de pasar desapercibido después de haber sido sorprendido en el acto de distraer al guardia de seguridad de su trabajo.


Ohm se esforzó por no responder algo burlón y se regañó a sí mismo por dejar que le alterara tanto. A Ohm le gustaba absolutamente todo en su vida metódica. Desde que era niño había colocado las cosas en pequeños grupos ordenados. Entonces encontraba seguridad en poner y restaurar el orden. El periodo de aprendizaje de su infancia fue inolvidable, aunque prefirió no pensar en ello. Su armario estaba clasificado por colores, sus estanterías ordenadas alfabéticamente, su escritorio inmaculado. En su mundo no había desorden y todo tenía su lugar.


Cuando algo no estaba donde debía estar, Ohm se ponía nervioso, y por esa razón ese recepcionista lo irritaba tanto, razonó exasperado.


Fluke no encajaba en Thitiwat Enterprises.


Le faltaban estilo y sofisticación. Era demasiado visible, demasiado charlatan y demasiado simpático. Sonreía demasiado, a todo y a todos. Si pasabas cinco minutos en una parada de taxi con Fluke, te contaria toda la historia de su vida sin el más mínimo escrúpulo. Ese tipo de incontinencia verbal le daba escalofríos. Apartándolo de su mente, se recordó a sí mismo que tenía un helicóptero con destino a Norfolk esperándole...



Fluke subió al minibús con su bolsa de viaje. Muchos de los empleados viajaban al retiro en coche, pero Fluke no había hecho ningún amigo íntimo en Thitiwat Enterprises y no le habían ofrecido llevarlo. La gente rara vez se esforzaba por conocer a los empleados temporales, y Fluke ya estaba acostumbrado a ser un poco invisible en el trabajo cuando los demás estaban socializando. Aun así, le encantó que lo incluyeran en el retiro, lo que probablemente se debía a que iba a trabajar en Thitiwat Enterprises durante otros ocho meses.


Reprimió una mueca, pensando en el incidente de su primer día que, según sospechaba, había arruinado cualquier esperanza de conseguir un puesto permanente en Thitiwat Enterprises. Una muy elegante belleza morena, vestida de punta en blanco, se había acercado a la recepción para anunciar que iba a comer con el señor Thitiwat y que pasaría directamente a su despacho.


Fluke ni siquiera había pensado en interrogar a la mujer. Se limitó a suponer que era una visitante habitual, posiblemente incluso un miembro de la familia. No le habían enseñado la lista de visitantes prohibidos antes de empezar su turno. No le habían dicho que los amantes del jefe nunca tenían acceso a él durante las horas de trabajo, ni por teléfono ni en persona. Y nadie se había estremecido más que Fluke cuando vio a la furiosa mujer expulsada de las instalaciones por dos guardias de seguridad y uno de los asistentes personales fue corriendo a preguntarle en qué demonios estaba pensando cuando había permitido que aquella «loca» entrara en el despacho del señor Thitiwat.


Una examante, acosadora para más inri, que se negaba a aceptar un no por respuesta y seguía apareciendo con la esperanza de que él cambiara de opinión. Fluke pensó que debería haber sido advertido desde el momento en que se hizo cargo de recepción de que la aventurera y cambiante vida amorosa de su jefe podría hacer que ese tipo de visitas llegaran a la oficina.


Fluke reprimió esos pensamientos que no llevaban a ningún lugar.


Prefería concentrarse en cosas positivas. Una noche fuera del pequeño y estrecho estudio que compartía sería bien recibida. Aunque estaba agradecido por haber encontrado un alojamiento en la ciudad que podía compartir, a menudo anhelaba la paz y la tranquilidad de su propio espacio, pero con el coste de los alquileres en Londres y su poder adquisitivo tan exiguo, ese era un lujo con el que solo podía soñar. En cualquier caso, se recordaba a sí mismo, tenía la suerte de que su casera, pasaba un par de noches a la semana en casa de su novio, dejando a Ella en posesión exclusiva del espacio del dormitorio del entrepiso y de la pequeña sala de estar que tenían que compartir. Los padres le habían comprado la propiedad para su hija y no era lo suficientemente grande para dos personas. Sin embargo, Ella era una estudiante que luchaba por salir adelante y necesitaba el alquiler de Fluke.


El retiro se celebraba en un hotel rural con encanto, situado en plena naturaleza y rodeado de bosques y extensos campos. El autobús llegó con retraso, después de que un accidente provocara una larga y lenta cola de tráfico. Mientras esperaban sus tarjetas de acceso en la recepción, y mientras varios se quejaban de que su llegada tardía les impedía participar en las charlas de equipo, Lily, una de las empleadas, se volvió a Fluke para decirle: —¡Vaya! Parece ser que compartimos habitación.


Fluke forzó una sonrisa, al ver que su compañera no estaba más entusiasmada que él con el acuerdo. Nada más llegar a la cómoda habitación del hotel, Lily se excusó para reunirse con sus amigos.


—Estaremos en el bar después de la cena... Eres bienvenido si quieres unirte a nosotros —le dijo con una agradable sonrisa—. Cuantos más seamos, mejor.


Y alguien extraño era más fácil de llevar en un grupo grande, reflexionó Fluke con pesar. Se alegraba de la invitación, pero le preocupaba que no fuera realmente bienvenido y que solo se lo dijera por cortesía.


—Voy a bajar para ver a qué me puedo apuntar. Se supone que las clases de yoga son muy buenas —le informó Lily al salir por la puerta—. Y tienen una a primera hora.


A Fluke no le gustaba el yoga. Después de haberlo intentado en una clase, decidió que no era lo suficientemente flexible.


Tras refrescarse, bajó a explorar las otras opciones que se le ofrecían. Respirando hondo y armándose de valor, se apuntó al día siguiente al paintball y al paddle surf. Aunque no era ni remotamente atlético, consideraba necesario salir de su zona de confort cuando se presentaba la oportunidad, y Dios sabía, se dijo con pesar, que era poco probable que volviera a tener la oportunidad de probar esas actividades de forma gratuita. Como mínimo, debería ser divertido.


Cuando algo le intimidaba, Fluke se lanzaba de cabeza. El hecho de haber crecido con una madre soltera siempre preocupada y esperando un desastre le había enseñado a no tener miedo. Lisa Brown siempre había tenido una visión pesimista, mientras que Fluke prefería ver el lado bueno de las cosas.


Al cambiarse para la cena, sacó un conjunto cómodo y elástico y unos zapatos tenis algo altos. Los colores brillantes del estampado de palmeras le hicieron sonreír, transportándolo a su infancia con una madre que habitualmente vestía de negro, creyendo que los colores eran menos elegantes. De mucho le había servido a su pobre madre aquel vestuario oscuro, reflexionó Fluke con ironía. El hombre al que amaba, el padre de Fluke, no había correspondido a Laura y tampoco había querido tener un hijo con ella. El embarazo de Laura había acabado con su relación clandestina.


Fluke bajó a cenar, echó un vistazo al comedor y solo vio un puñado de caras vagamente familiares. Quería localizar a Ohm Thitiwat, que supuestamente se había unido a su equipo para el retiro. Eso le había sorprendido, ya que Ohm no era el más accesible de los jefes y, fiel a su estilo, Lily había mencionado que no se alojaba en el hotel, sino en una propiedad de lujo separada en el bosque, bien alejada del bullicio. Fluke buscaba a Ohm simplemente porque siempre era un placer deleitarse con la vista de él.


Aquellos pómulos, aquel pelo negro rebelde, aquella mirada penetrante y oscura como la noche bajo las cejas de ébano, por no mencionar su exuberante boca que desearía poder besar.


La primera vez que Fluke conoció a su jefe fue el mismo día en que intentó disculparse por la mujer a la que había permitido entrar en su despacho sin haber preguntado antes. Aquella fue la primera vez que lo vio, y la fascinación absoluta lo había hipnotizado porque había algo en la disposición precisa de sus rasgos perfectos que le había hecho mirar como un colegial embelesado. Su lengua se había tropezado con las palabras, su boca se había secado y su cerebro se había cerrado en ese mismo momento.


Ohm Thitiwat desprendía un atractivo irresistible con cada aliento que lanzaba.


Era la adicción secreta de Fluke. Era una diversión inofensiva. Muchos de la oficina le echaban más de una mirada a Ohm Thitiwat: era asombrosamente guapo y tremendamente sexy. Hacía sombra a los hombres normales. Pero todo quedaba en fantasías porque su jefe detestaba las aventuras amorosas en la oficina. En cualquier caso, Fluke sabía que no tenía el aspecto necesario para atraer a un hombre así.


Fluke nunca había estado enamorado y tampoco tenía deseos de enamorarse. Su madre había amado a su padre y eso había arruinado los mejores años de su vida. No, Fluke solo se permitía enamorarse de alguien cuando estaba claro que le interesaba lo suficiente como para comprometerse. En eso se había equivocado su madre, en confiar en las promesas hechas en el calor del momento, en suponer que había sentimientos profundos cuando no era así. Fluke no pensaba cometer el mismo error. Y a corto plazo, admirar a Ohm Thitiwat desde una distancia segura era una fuente de diversión, perfectamente prudente y privada.


Sin saber que cualquiera se entretenía con solo mirarlo, Ohm dirigió un debate sobre la visión de la empresa para el futuro antes de encaminarse al bar, decidido a tomar una copa y ser sociable antes de retirarse a su propiedad.


Por alguna inexplicable razón, su atención se posó inmediatamente en Fluke y se quedó fija en él. Estaba sentado con un grupo, participando en una animada discusión, y sus mechones de rizos castaños brillaba en la luz tenue cuando movía la cabeza. Se levantó para dirigirse a la barra y casi se estremeció al ver el vívido estampado de hojas de palmera gigantes que lucía. Una gran mariposa azul se extendía por su curvilíneo trasero y, al igual que la hoja que cubría su cuerpo, el llamativo diseño acentuaba de algún modo la exuberante plenitud de sus gloriosas curvas. En ese instante comprendió perfectamente por qué Fluke atraía continuamente su atención. Podía medir apenas más de un metro y medio, pero tenía una figura soberbia.


También tenía buenas piernas, notó distraídamente, observándolo en la barra, captando su risa gorjeante y el brillo de su sonrisa cuando el camarero se apresuró a servirle.


—Es muy lindo y muy joven —comentó Mel, su asistente personal, mientras miraba en la misma dirección.


Ohm apartó la mirada de Fluke, algo ruborizado, y se movió con inquietud.


—Habla demasiado.


—Sí, pero es muy bueno en la recepción —dijo Mel—. Es amigable, servicial, acogedor. En mi opinión, mucho mejor que esa barbie que está de baja por maternidad.


Ohm apretó sus dientes blancos.


—Es un poco hortera.


Mel frunció el ceño y le lanzó una mirada de sorpresa.


—Entonces, que alguien le dé un consejo con los colores para que parezca más... profesional.


Cansado de la conversación, Ohm se tomó el whisky que le habían traído sin saborear el vino.


—Me voy a dormir. Ha sido un día muy largo.


Fluke no pasó toda la tarde con Lily y sus amigos, solo una hora para ser amable. Se fue a la cama sofocando un bostezo, preguntándose por dónde habría desaparecido Ohm Thitiwat, porque no lo había visto marcharse.


Por la mañana, bajó a desayunar solo porque Lily se había ido a la clase de yoga. Vestido con una camiseta de manga larga y unos pantalones cargo, comió y luego siguió las señales hasta la zona arbolada y vallada donde se desarrollaba la operación de paintball. Se sintió un poco avergonzado al ver que solo otro chico como él había elegido la actividad y que se trataba de un exsoldado atlético, al que Fluke había conocido la noche anterior en el bar, y que estaba corriendo y saltando emocionado. Fluke se puso la máscara, el casco y el chaleco de protección y agarró el arma después de que le hicieran una demostración de tiro, y luego trató de adoptar la pose adecuada como si él también estuviera efervescente de energía reprimida.


Ohm Thitiwat apareció con un pequeño grupo de hombres. Su pelo negro estaba despeinado y necesitaba un corte. Fluke se apoyó en la pared para observarlo mejor antes de que desapareciera en la caseta del equipo. Se preguntaba qué tenían sus rasgos que lo hacían fijarse continuamente en él. ¿Los ojos oscuros y profundos, la mandíbula dura y la tenue sombra de barba? ¿La fina nariz aristocrática? ¿Esa hermosa boca a la que nunca había visto sonreír? Con la reciente muerte de su padre, supuso que no tenía mucho por lo que sonreír. Era muy alto, espectacularmente bien construido, todo músculo magro desde sus anchos y fuertes hombros, su vientre plano y su estrecha cintura hasta sus largas y poderosas piernas.


El grupo se dividió en dos equipos y comenzó el juego. Cuando menos se lo esperaba, Fluke cayó en una emboscada detrás de un árbol. Tres de su propio equipo, tipos jóvenes y bulliciosos, lo acorralaron y lo rociaron literalmente con bolas de pintura, riéndose a carcajadas mientras lo hacían. Cuando las bolas golpearon y salpicaron sobre Fluke, se asustó por la fuerza de cada golpe y por lo mucho que dolía.


—¡Ya vale! —gritó al sentir las punzadas de dolor y la presión que seguramente lo magullarían, pero ellos seguían riendo histéricamente mientras salían corriendo de nuevo.


Cuando se fueron, Fluke permaneció furioso. Los miembros de su propio equipo lo habían atacado, presumiblemente porque era un empleado temporal, un objetivo más seguro para gastar una broma que un miembro permanente del personal. Y estaba herido, le dolía todo el cuerpo por la agresión mientras empezaba a levantarse torpemente, con lágrimas de rabia que la cegaban.


—¡Estás fuera! ¡Vete a la zona muerta! —ordenó una voz cortante.


—¡No estoy fuera! Mi propio equipo me ha emboscado.


—¿Tienes testigos? Si no, estás fuera —insistió la voz sin compasión.


—Voy a vengarme —replicó Fluke con furia, recordando que haber dado la espalda a los comportamientos desagradables que había sufrido en la escuela no le había servido de nada.


Cuando alguien se proponía herirlo deliberadamente, Fluke había aprendido a luchar siempre en defensa propia. No valía la pena dejar que la gente lo pisoteara. Si permitía ese trato, era más probable que se repitiera.


—Eso va contra las reglas. Y esa actitud tampoco es propia del espíritu del juego —le informó su indeseado compañero con un elevado tono de superioridad.


—¡Anda, cállate! —exclamó Fluke con brusquedad—. Si ellos pueden ignorar las reglas y atacarme, yo también puedo hacerlo.


Ante la mirada incrédula de Ohm, Fluke se subió al árbol como un guerrero ninja en miniatura. Estaba claro que aquel joven no sabía quién estaba tras la máscara que le servía de protección.


—Ni siquiera me verán aquí arriba. Voy a atraparlos —dijo susurrando.


—¿Has escuchado algo de lo que he dicho? —preguntó Ohm con sorna—. ¿Has leído las reglas? No puedes subir a los árboles ni atacar desde arriba. Una vez que te golpean, estás fuera y debes abandonar el campo inmediatamente.


—De mucho me sirvió leer las reglas cuando nadie más las cumple —respondió Fluke—. Vete y déjame en paz. Llamarás la atención sobre mí y me vas a estropear el plan.


—Bájate y me encargaré de que salgas del campo sano y salvo —dijo Ohm con impaciencia.


—¡Como si necesitara tu ayuda! —se quejó Fluke—. ¿Alguien te ha dicho alguna vez que te ocupes de tus propios asuntos? —Se acercó a una rama más alta y robusta y agarró el arma con torpeza por debajo de un brazo—. Estoy a punto de darles una lección a esos tipos.


Ohm nunca había tenido un empleado que simplemente ignorara sus órdenes. Sin duda, las protecciones del paintball eran un magnífico disfraz. Ohm era muy estricto con las normas y, aunque comprendía su ardiente deseo de venganza, no podía permitirlo. Estirándose, rodeó su pequeña cintura con las manos y, desde ese ángulo, no pudo evitar notar que, en los pantalones ajustados, su trasero sobresalía como un melocotón especialmente maduro y delicioso. Desconcertado por la excitación instantánea contra su cremallera, lo bajó del árbol y lo llevó cuidadosamente al nivel del suelo. Por supuesto, él sabía quién era. Fluke era único entre el personal de la planta superior. Era demasiado pequeño para que lo confundieran con otra persona.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó con incredulidad.


Cuando Fluke se tambaleó, él se agachó para sostenerlo y el leve aroma a fresas emanó del cabello oscuro que salía de su casco: estaba demasiado cerca. Ohm dio un paso atrás al tiempo que lo hacía girar para mirarlo. El azul aciano de sus ojos era inconfundible. Se tensó mientras se censuraba a sí mismo por su reacción física manifiesta.


—Te voy a sacar de aquí —le dijo Ohm secamente—. Antes de que pierda los nervios contigo.


—Solo porque tienes una visión diferente de cómo jugar...


—Romper las reglas podría hacer que el juego terminara para todos —le advirtió Ohm secamente—. Hay que respetar la seguridad ante todo. Por favor...


Y fue su acento, que hacía más ásperos los sonidos de las vocales, lo que hizo que Fluke le echara una larga mirada con el ceño fruncido. De un solo golpe, se sobrepuso a su rabia lo suficiente como para reconocer la ropa que llevaba y los ojos dorados y oscuros que brillaban como una lluvia de chispas tras la máscara. ¡Oh, Dios mío! Estaba discutiendo con el jefe, el gran defensor de las reglas.


—Lo siento mucho, señor Thitiwat —dijo—. No me di cuenta de que era usted.


—Tal vez debería haber llevado una etiqueta de advertencia — replicó Ohm mientras mantenía una mano controladora en su hombro y lo dirigía hacia la valla y la zona marcada para los perdedores salpicados de pintura.


Al ser el primero en llegar al rincón de los perdedores, Fluke apretó los dientes para responder con sarcasmo y frunció los labios, diciendo con rigidez: —Gracias. Volveré al hotel para cambiarme.


Ohm se inclinó hacia Fluke.


—Te prometo... que llenaré a esos matones de pintura —murmuró con fiereza.


—No se esfuerce por mí, señor Thitiwat —comentó Fluke mientras se alejaba—. Es solo un juego...


Ohm respiró súbitamente, incrédulo ante su despreocupado descaro, y permaneció varios segundos tenso, observando cómo desaparecía de su vista, desafiante en cada línea de su cuerpo esbelto y sexy. El movimiento natural de sus caderas le robó toda la atención. Apretó los dientes y se apartó, furioso por el hecho de que precisamente Fluke le provocara una respuesta sexual visceral. Era un empleado.


Esa reacción era inaceptable.


Todavía furioso, Fluke regresó al hotel y se metió directamente en la ducha, sintiéndose triste hasta que hubo eliminado la última gota de pintura de su cuerpo. Unos tenues círculos rosados de moretones marcaban sus brazos, su cuello, sus piernas y su estómago. La culpa era suya por no llevar ropa más gruesa y por no aprovechar el material de protección adicional que se ofrecía en la caseta del equipo por temor a verse mal.


Ahora estaba rememorando con horror su desafortunado encuentro con Ohm Thitiwat. No debería haber discutido con nadie en el juego, teniendo en cuenta que era él que menos tiempo llevaba en la empresa. No podía permitirse el lujo de ofender tontamente a alguien de mayor rango que Fluke. ¿Y qué había hecho? Atraer equivocadamente la atención de su jefe otra vez. Hizo una mueca de dolor mientras se ponía el bañador y se vestía de nuevo. Irónicamente, ya no estaba de humor para el paddle surf tras la calamitosa experiencia con el paintball.


¡Pero Ohm Thitiwat era realmente exasperante! Tan mandón, tan seguro de sí mismo y tan audaz, convencido de que solo su manera era la correcta y, aunque Fluke nunca se había considerado un transgresor, sus críticas lo habían enloquecido sobremanera.


Al final, decidió que el encuentro no tenía mucha importancia porque probablemente ya le había dado la peor imagen posible de sí mismo y de sus capacidades en su primer día de trabajo. No tenía sentido llorar sobre la leche derramada, se dijo a sí mismo con firmeza, recordando que al menos nadie más había presenciado su intercambio de palabras.


Consolado por esa reflexión, bajó a una clase obligatoria de primeros auxilios y acompañó al grupo de Lily a comer. Todos hablaban de lo bonito que era el día para salir al lago. A Fluke se le levantó el ánimo cuando una de las mujeres insistió en que no hacía falta estar especialmente en forma para triunfar en el paddle surf. Palabras como «lento» y «pacífico» aumentaron su optimismo mientras se metía torpemente en un traje de neopreno en los vestuarios. Todos se ayudaron a subir las cremalleras de la espalda y hubo muchas risas mientras añadían los chalecos salvavidas y comparaban sus voluminosas imágenes.


Ohm casi sonrió cuando vio a Fluke caminando hacia la orilla del lago con sus amigos. No había nada de sexy en Fluke con su vestimenta actual. De hecho, se sintió maravillosamente seguro al mirarlo, y se dijo a sí mismo que había imaginado su anterior respuesta hacia Fluke.


El instructor se puso de pie en el muelle de madera para ver a todos dispuestos de forma segura en sus tablas. Fluke se subió a la tabla como quien se sube a unas brasas, con una expresión extrañamente congelada en el rostro, como si se estuviera obligando a hacer algo que no quería. Cuando utilizó el remo para alejarse del muelle, este se enganchó en algo, dio un tirón y se le cayó de la mano, e inmediatamente perdió el equilibrio. Durante una fracción de segundo, Ohm vislumbró el puro terror en su rostro, y luego se adelantó

instintivamente porque el instructor ya se había alejado mientras le ajustaba el chaleco salvavidas a alguien. Fluke se zambulló de bruces en el agua con un tremendo chapoteo y buscó frenéticamente la tabla. Ohm reconoció el pánico en su reacción y la torpeza de sus manos agitadas. La tabla estaba a su lado, pero parecía estar demasiado alarmado para verla.


Alguien se reía, pero Ohm ya había visto más que suficiente. Se dejó caer en el agua junto a Fluke y lo agarró, levantándolo por encima de la superficie con facilidad.


—Relájate, el agua apenas tiene un par de metros de profundidad en este punto...


—¡No mido un par de metros! —jadeó Fluke, escupiendo el agua del lago con asco—. Me ahogaré a esa profundidad...


—Ningún nadador podría ahogarse en aguas tan poco profundas —le informó Ohm mientras cogía sus manos agitadas—. Y cálmate... No estás en peligro...


—¡No sé nadar! —gritó Fluke con un tono desesperado—. Sé que tengo el chaleco salvavidas puesto, pero estoy muy nervioso...


Ohm lo observó detenidamente. Lo subió a la orilla del muelle y se alzó de un impulso junto a Fluke.


—¿No sabes nadar? ¿Te has apuntado a esto sin saber nadar? — preguntó con incredulidad.


—Ya te he dicho que tengo el chaleco puesto —dijo Fluke.


—¿Tienes ganas de morir? En cuanto llegaste al agua te entró el pánico. ¿Tienes idea de cuánta gente se ahoga porque le entra el pánico?


—No era probable que me ahogara a menos que alguien me sujetara deliberadamente bajo el agua —replicó Fluke con furia—. Y aunque no seas mi mayor admirador, dudo que estuvieras a punto de hacer eso...


—¡Eres un maldito idiota y deberías mantenerte alejado del agua! —Ohm le mostró también su furia, con los ojos oscuros brillantes de ira y su adorable boca dura como el granito—. ¡Has hecho algo estúpido y peligroso!


Alertados por su volumen de ira, todos los ojos de los alrededores se volvieron hacia ellos, y Fluke se encogió. Temblaba de frío y de las secuelas del susto. Ohm Thitiwat estaba de pie junto a él, furioso, y era demasiado para soportarlo en el estado de ánimo en que se encontraba.


Fluke se tragó el nudo que tenía en la garganta, pero sus ojos seguían inundados de lágrimas de dolor y mortificación.


Una mujer rompió el horrible silencio del que todo el mundo en la orilla participaba y se apresuró a envolver a Fluke con una gran toalla.


—Deja que te acompañe al hotel —le dijo—. Te has llevado un susto.


—Gracias, Mel —replicó Ohm en voz baja—, pero yo me encargaré de Fluke.

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