Capítulo 1
Taehyung
Hay situaciones en la vida en las que uno no se da cuenta de cuándo sobrepasa la línea entre lo emocionante y lo realmente peligroso. Aquel momento era buena prueba de ello.
Ahí estaba yo, sentado en el último rincón de una apestosa y húmeda celda, esperando a que Namjoon viniera a buscarme.
De fondo, las voces de dos guardias se entremezclaban con la retransmisión de un partido de fútbol. Les había llamado incontables veces, pero lo único que recibí por respuesta fueron quejidos y golpes secos contra la mesa.
Estaba hecho un desastre. Mis blancos pantalones de firma habían pasado a ser grises, mi preciosa y carísima chaqueta de cuero negro tenía un enorme rasguño en el codo, me había roto una maldita uña y tenía unos pelos de loco.
Por si no fuera suficiente, estaba acompañado. Compartía espacio con una escalofriante dama que no dejaba de mirarme. Cubierta de tatuajes y piercings, desprendiendo un repugnante aroma a alcohol y masticando un palillo de dientes, la abominable mujer parecía querer comerme. Casi podía verla babear.
Pero había alguien más. Alguien a quien parecía divertirle toda aquella situación y que, además, se notaba acostumbrado.
Sí, era él. El puñetero causante que me había arrastrado a ese repugnante lugar, la antípoda de los ambientes privilegiados en los que solía moverme.
El tipo más desconcertante y agresivo que había conocido jamás.
«Mi primera maldita noche en Roma y la paso en una celda. ¡Y todo por su culpa! Pienso descuartizar a ese desgraciado hijo de puta con mis propias manos».
No había dejado de tener el mismo pensamiento una y otra vez. Pero esa ocasión en concreto le miré furibundo. Y aunque reconociera que era el chico más extraordinariamente atractivo que había visto, eso no disminuyó lo mucho que le detestaba.
-¿Por qué me miras así? -preguntó con fingida timidez. Tuvo que ser un vistazo muy violento si conseguí incomodarle.
-Porque te odio.
-Oye, chihuahua, si no te hubieras cruzado en mi camino, ahora estaría haciéndome un bonito collar con los dientes de ese tipo.
«¿Me ha llamado chihuahua?».
-¿En serio me estás echando la culpa? Ah, por favor...
-«Ah, por favor». -Me imitó, y yo me puse en pie de un salto.
-¡Tú eres quién se metió en mi taxi! ¡Por tu culpa casi me parto la cabeza!
-No creo que la lesión te hubiera empeorado.
-¡Serás imbécil!
No solo me había insultado (¡dos veces!), sino que además me culpaba de haber interrumpido su misión. Me lancé a él y le clavé las uñas en la cabeza.
-¡Giorgio! Help! ¡Quiere matarme! -exclamó tratando de esquivarme sin mucho éxito.
-¡Espero que lo consiga! -respondió el nombrado.
En cambio, su segundo sintió la obligación de intervenir ante mi obstinada decisión de arrancarle la piel a mi compañero de celda. Entró, me tomo de la cintura y me apartó soportando mis embestidas.
-¡¿Es que no vas a parar?!
-¡Pero es que yo no he hecho nada! -repetí por enésima vez.
En realidad, me liberarían de inmediato si utilizaba el nombre de mi padre. Pero avisar al juez JungWoo Carusso suponía contarle la verdad, y sabiendo que de todas formas iba a caerme una buena, prefería menguar los daños todo lo posible.
-Que sí... Tranquilo. -El pobre agente estaba harto de mi -. Tú, vamos, fuera. -Le ordenó al muchacho, que salió rápidamente de la celda.
-¿Vas a azotarme? -Hizo una mueca chulesca.
-Qué más quisiera... -Le empujó el agente.
-Nos vemos, hermosura.
-¡Maldito imbécil! ¡Pienso matarte en cuanto salga de aquí!
Cometí el error de olvidarme de la cavernícola, y para cuando la recordé, ella ya se había acomodado a mi lado.
-Hola -susurró con voz ronca.
Me alejé todo lo que pude y me encogí en mi asiento.
La cosa pareció calmarse un poco, pero sentía el tictac del reloj perforándome el cerebro; el tiempo pasaba muy lento. Instintivamente sacudí mis pantalones, como si el color blanco pudiera volver a aparecer. Cuando caí en aquel charco, supe que me había cargado un modelito de lo mejor de la temporada, además de mi propia paciencia.
-Oye, lindura, ¿cómo te llamas? -La voz del maldito niñato volvió a sonar, ahora ahuecada por la pared que nos separaba.
-¿Y a ti qué te importa? -refunfuñé.
-¿Tienes novia? ¿novio? ¿Edad? ¿Estudias o trabajas?
«Me jode la noche y encima trata de ligar conmigo... ¡Por favor!».
-Vete a la mierda.
-Qué malhablado.
-¿Qué carajo esperas, que te trate con respeto? Por tu culpa me castigarán toda la semana. Vaya mierda... -terminé susurrando.
-Lo repetiré de nuevo. ¡Yo no quise cruzarme contigo!
-¡Pero tienes que ver con que haya terminado aquí!
-¡Cállense de una puta vez! -se quejó el tal Giorgio.
-¡Ha sido él!
-Se acabó. Separados y punto.
No pude verlo, pero sí escuché cómo se llevaban al maldito «loco del taxi» a una sala independiente y le esposaban a la silla.
Liberé el aliento con resignación.
«¿Dónde te has metido, Nam?», pensé cuando de pronto la cavernícola soltó un escupitajo bien cargado.
Con el objetivo de ignorar la probabilidad de que aquel espumarajo criara pollos en unas horas, traté de concentrarme en cualquier otra cosa. Como en cada instante que me había llevado hasta allí.
La gélida brisa de la noche romana me envolvió al abrir la puerta del balcón de mi habitación. Le di la bienvenida a la exuberante panorámica de los jardines de la casa de mis padres, la mansión Carusso.
Me abrumó saberme allí, lejos del internado, en mi propia casa, rodeado por un entorno tan diferente. A esas alturas del invierno, Viena ya estaba toda nevada. Recordé cómo las ramas de los árboles acariciaban mi pequeño balcón y dejaban que la nieve cayera espolvoreada cuando se mecían por la brisa. El estanque del patio comenzaba a congelarse, pronto se utilizaría como pista de patinaje y abarcaría el festival del colegio.
Ese año ya no estaría allí para verlo.
Casi toda mi infancia y buena parte de mi adolescencia se habían desarrollado en el seno del internado Saint Patrick, que ocupaba un antiguo castillo del siglo XVII arquitectónicamente fascinante. Pero una cosa era admirar su belleza y otra muy distinta vivir allí, algo que odiaba profundamente. Prohibido pasear sin el maldito y horroroso uniforme, y férrea disciplina con la que se calculaba hasta la hora de ir al baño.
Uno estaba perdido si no respetaba esas normas. Lo cual resumía condenadamente bien lo aburrida que había sido mi vida.
Tenía tan asumido que me pudriría allí hasta graduarme que cuando mi padre apareció casi me da un shock.
Irrumpió rodeado de guardaespaldas y me ordenó preparar mi equipaje desglosando su sonora egolatría, además de un dilatado vocabulario impetuoso. Ya había hablado con el director y lo tenía todo preparado para mi regreso.
Así que, tras nueve años volvía a Roma sin saber muy bien qué demonios había hecho que mis padres tomaran tal decisión.
Dieciséis horas más tarde y conteniendo una desbordante alegría, me encontraba delante de un enorme vestidor decidiendo qué chaqueta ponerme. Al fin había llegado mi oportunidad de vestir como me diera la gana.
Estaba tan ilusionado que incluso me puse a posar, contemplando mi imagen en el espejo, mientras sonaba una atrevida música de fondo. Realmente me sentía capaz de cualquier cosa, hermoso y sexy como nunca antes.
Ahuequé mi cabello, me lo coloqué y alborote ligeramente y salí del vestidor, ansioso por adornarlo con una buena cantidad de dinero. Le di un vistazo a mi impresionante habitación, apagué el reproductor de música y salí de allí con paso firme y sonoro.
Me parecía estar flotando en el ambiente. Era feliz, muy feliz. Y sabía que ese sentimiento crecería en un rato. Tras más de un año sin vernos, iba al encuentro de WooShik, mi mejor amigo.
Lo conocí cuando entre al internado. Conectamos de inmediato y pronto se convirtió en alguien muy importante en mi vida. Lo consideraba un hermano. Pero tras el fallecimiento de su madre regresó a Roma con su padre.
Desde entonces, apenas nos comunicábamos por teléfono y tan solo los sábados durante unos minutos. ¿Cuántas cosas podían decirse en ese tiempo? Pocas, muy pocas, pero me confortaba oír su voz.
Terminé de bajar las escaleras y eché un vistazo hacia atrás. Agradecí que mi habitación estuviera en el pasillo principal. De lo contrario, me habría perdido. La mansión Carusso era descomunal. Ni siquiera en el internado se veían salas como aquellas, y eso que hospedaba a unos doscientos .
Al llegar al vestíbulo, tuve que hacer memoria para recordar que el despacho de mi padre quedaba cerca del comedor.
Giancarlo, el mayordomo, me abrió la puerta. Era alto y delgado, y sus ojos negros resaltaban impetuosamente por la falta de cabello.
El hombre me sonrió y me invitó a pasar con un gesto. Sin poder contener mi naturaleza espontánea, di un pequeño salto y besé su mejilla. Su cohibida reacción hizo que me diera cuenta de que teníamos compañía de más. Mi padre se había reunido con el Tío MooSaeng, JinHee Bianchi y su hijo, SooHyuk.
Traté de disimular mi repentina cortedad y forcé una sonrisa. Pero esta se fue apagando en cuanto descubrí al hijo del Bianchi observándome como si fuera una magdalena en la puerta de un colegio. No mentiría, siempre me había gustado que me miraran, pero no de ese modo.
Fruncí los labios y le desafié en silencio. Sabía que mis ojos podían actuar como un huracán devastador, y eso ocurría la mayoría de las veces.
-Mi pequeño provocador... -se mofó mi padre-. Deberías guardar tus arrebatos para quien los merezca, hijo mío. -Puse los ojos en blanco-. ¿Deseas algo, cariño?
-Sí, verás, he quedado con Woo y... me preguntaba si...
-Necesitas dinero. -Me cortó a la vez que echaba mano al cajón de la mesa y sacaba su cartera. Plantó una tarjeta negra sobre la madera todo orgulloso del gesto-. Aquí tienes.
Enarqué las cejas y contuve el aliento. Aquello no era la paga de un adolescente, era el puto premio gordo de la lotería. Solo él y Dios sabían cuánto dinero podía haber en aquel trozo de plástico.
-¿Me das una tarjeta de crédito? -pregunté asfixiado.
-¿No debería fiarme? -repuso, soberbio.
-No he dicho eso... -susurré-. Pero, si fuera tú, dudaría. Es peligroso entregarle una tarjeta a un adolescente.
Se recostó sobre el asiento y cruzó los dedos sin dejar de observarme. Después, desvió su mirada hacia SooHyuk, que estaba apoyado en el mini bar en una postura tan sugerente como turbulenta.
El menor de los Bianchi se presentaba como un ser bastante misterioso y curiosamente peligroso. Era alto, cerca del metro noventa, y podía presumir de un cuerpo bien marcado y corpulento. Su cabello, de un rubio intenso, hacía resaltar unos ojos increíblemente verdes. Sí, era muy guapo, pero del tipo de belleza que no muestra quién se es en realidad.
No era honesto, y ambos lo sabíamos.
-Tu madre puede llegar a ser más peligrosa y no es una adolescente. Además, me temo que es muy difícil que gastes todo el saldo de esa tarjeta en unas horas.
Los presentes sonrieron ante el comentario bravucón de mi padre. Algo que me estimuló bastante.
-No deberías tentarme. -Tome la tarjeta mirando de soslayo a SooHyuk, que frunció los labios al fijarse en la curva de mis caderas-. Se me ocurren un millón de formas de reventarme todo este dinero, papá. Podría necesitar, no sé... ¿Un coche? Siempre me han gustado los Audi. Un R8 estaría bien. A ser posible, rojo.
Mi Tío MooSaeng se echó a reír.
-Buen gusto, Tae -murmuró Adriano.
-Gracias -sonreí.
Increíble. Acababa de descubrir que yo también podía ser de lo más prepotente, y me encantaba. Me pasé un dedo por los labios. No era una mala idea aparecer en el grandioso jardín de mi casa con un vehículo de esas características. Pero a mi padre no le parecía tan divertido como a mí jugar a los niños ricos.
-Vuelve a las doce -gruñó-. Y cuidado con lo que compras. No me gusta que seas tan... -Frunció el ceño en busca del adjetivo más adecuado-. Provocativo…
-¿Te molesta que provoque? -le pregunté en tono irritado.
-Me molesta que te guste provocar.
-A mí me gusta... -intervino SooHyuk guiñándome un ojo.
Hice una mueca de rechazo que le provocó una carcajada.
-Intentaré ser bueno, pero no te aseguro nada. Ciao!
Salí de allí antes de que mi padre pudiera recriminarme, y un poco asqueado con el deseo que habitaba en la mirada de SooHyuk.
Miré la tarjeta y la presioné contra mi pecho sonriente.
«Dinero ilimitado. ¡Genial!».
Tan entusiasmado iba hacia el vestíbulo que no pude evitar chocar bruscamente contra alguien. Al recomponernos, descubrí a mi hermana mirándome con el ceño fruncido. El molesto clon de mi madre tenía los labios preparados para soltar un improperio, mientras que yo activaba todos mis reflejos para esquivar su aliento a vodka.
-¿Qué mierda estás haciendo, estúpido? ¿En ese maldito internado no te han enseñado a caminar mirando hacia delante?.
Supe que había bebido bastante porque empezaba a decir estupideces cuando sobrepasaba la tercera copa.
-Hola, YooJin -repuse con desdén.
-Te he hecho una pregunta.
-No me parece trascendental responder. Sabes de sobra que sé caminar. Lo que deberías preguntarte es si tú puedes hacerlo.
Estampó sus manos contra mi pecho empujándome hacia una de las columnas de la escalera. Me zafé con rapidez.
-¿Qué te pasa? -Eché cara-. ¿Necesitas joder a alguien porque no te queda nada que beber?
-¡Serás imbécil!
Puestos a discutir, qué más daba soltar algún que otro trapo sucio. Estaba claro que nada podía solucionar la poca empatía que había entre los dos.
-Supongo que eso es lo que SungHoon te dice cuando están en la cama -le espeté sin pensar.
Su pálida cara se tensó al escuchar el nombre de su amante que, curiosamente, era nuestro primo materno. Apretó los labios con fuerza y levantó la mano con la intención de darme una bofetada.
-¿Piensas pegarme? -pregunté expectante.
-Pienso que te faltan palizas, niñato. ¿Por qué no te has quedado en Viena?
Pretendió hacerme daño ignorando que me importaba un comino lo que pensara. Nadie dijo que sería sencillo regresar.
-Pregúntaselo a papá. -Di por zanjada la conversación.
-Volverás allí, lo sé. Me encargaré de ello -añadió, sin saber que tras ella aguardaba su esposo.
-¡YooJin! -exclamó él-. Deja de comportarte como si fueras una malcriada, ¿quieres? -Frunció los labios guardándose las manos en el pantalón.
Sin duda, Namjoon Materazzi era la mejor persona que había en aquella casa.