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Summary

En vísperas de su boda con el heredero de Jeon Manor, la preciosa Vanessa se queda escandalizada al saber que su prometido, un hombre al que apenas conocía, ha muerto. Ahora, debe casarse con el nuevo heredero, Jeon Jungkook, un guerrero endurecido por las batallas en las que ha participado y que es conocido con el sobrenombre de El Demonio Rojo. Con el rostro marcado por cicatrices de guerra y el corazón destrozado por un antiguo amor, Jungkook no tiene el mínimo interés en contraer matrimonio. Pero ni el mismo Demonio Rojo puede romper la promesa que le hizo a su padre adoptivo años atrás, y muy pronto se ve casado con una mujer cuya exquisita belleza e inocencia consiguen intrigarle como nunca antes nadie había hecho, y tratará de conquistarla de la única manera que sabe, con la misma intensidad y anhelo con la que guerrea. Pero, ¿podrá su nueva esposa mirar más allá de las cicatrices y encontrar la pasión escondida y el amor que subyace en su interior?.

Genre:
Erotica / Romance
Author:
Jeonmyhero
Status:
Ongoing
Chapters:
1
Rating:
n/a
Age Rating:
18+

Capítulo 1

Inglaterra, 1365


—¿Muerto?

—Sí, muerto.

—Pero ¿cómo?

—Se cayó del caballo y se rompió la nuca.

Vanessa pestañeó y se quedó muy cerca de su padre. No vio ninguna señal de que estuviera mintiendo en su redondo e insulso rostro, que, sin embargo, sí parecía extrañamente incómodo. Creyó que sentiría dolor por la pérdida de su prometido, el apuesto y gallardo barón William Saitun, pero no fue así. Notó una punzada de angustia, y eso fue todo. En realidad, lo había visto poco. Pero lo que más la desconcertaba era que seguían adelante los preparativos de la boda. Si William había muerto, era de suponer que la boda estuviera cancelada. Un momento después su madre le reveló que estaba pensando lo mismo.

—Pero ¿qué pasa con la boda? Los sirvientes han seguido preparando el banquete. —La redonda figura de Berta temblaba más a medida que aumentaba su enfado.

—Los invitados están llegando. ¿Digo que los hagan volver?

—No es necesario, Berta, cariño.

—Papá, no puedo casarme con un hombre muerto.

—Por supuesto que no puedes, querida mía. —John Raouille puso brevemente su enorme y callosa mano sobre la mano delicada de su hija.

—Entonces hay que detener los preparativos. —Vanessa frunció el ceño. La inactividad de su padre la desconcertaba.

—Mi pequeña niña, el acuerdo al que llegué con mi buen amigo el barón Saitun, Dios bendiga su alma, fue que te casarías con el heredero de la Casa Saitun.

—Y ése era William.

—Sí, es cierto. Era, pero ahora, naturalmente, hay otros herederos. El que seguía a William era Jungkook.

—Entonces, ¿estás diciendo que ahora me voy a casar con Jungkook? —No daba crédito a lo que parecía estar diciendo su padre.

—¡Por Dios, no! Jungkook murió en Francia.

Se le pasó por la cabeza que, o bien pesaba una maldición sobre los Saitun, o era ella la que estaba maldita.

—Entonces, ¿me voy a casar o no, papá?

—Sí, sí vas a hacerlo. El tercer heredero es Robert. Con él es con quien te vas a casar mañana. Creo que ya conoces a ese hombre.

Muchos eran los que admiraban la memoria de Vanessa. Era rápida y muy exacta, y guardaba clara y precisamente los detalles más pequeños. Recordó, y la imagen que se le vino a la cabeza no le produjo alegría alguna. Si no hubiera sido bendecida con una memoria tan prodigiosa, Robert Saitun no habría permanecido en su recuerdo más que unos segundos. Aquel hombre había estado toda la vida a la sombra de William, siempre tratando de evitar que éste lo pateara o lo abofeteara. Y lo mismo le ocurría con su tío, un hombre bastante desagradable, que ejercía un control total sobre él.

—Sí, lo conozco. Pero ¿no es poco respetuoso con la memoria de William que me case con otro hombre tan pronto?

—Bueno... William murió hace ya algún tiempo. Estaba lejos, y por eso no pudieron llamarte para que acudieras a su lado.

«No pudieron, o no quisieron llamarme», pensó ella.

—¿Y qué fue del segundo heredero, este Jungkook al que nunca vi?

—Ya te lo dije, hija. Murió en Francia. No quisiera ser cruel, pero no era el hombre para ti, Vanessa. Robert te irá mejor.




Quitándose de encima la mano de la mujer, que descansaba sobre la maraña de rizos rojizos que le adornaban el amplio pecho, Jungkook Saitun se sentó.

—Ya llegó la mañana, mujer. Es hora de que te pongas en camino.

Sacó su bolsa de debajo de la almohada, la abrió, extrajo unas monedas y se las lanzó a la mujer, que las atrapó al vuelo con facilidad. A Jungkook se le dibujó una sonrisa teñida de cinismo al ver cómo la mujer las pesaba, las calibraba, antes de devolverle la sonrisa.

Siempre había sido así. Los hombres lo valoraban con un criterio más honroso, respetaban su nombre e incluso lo temían, pero las mujeres necesitaban ver el brillo de sus monedas antes de demostrar algún interés por él.

Se recostó sobre la espalda, cruzó los brazos detrás de la cabeza y la miró perezosamente mientras ella se vestía. Estaba empezando a cansarse de las prostitutas anónimas, aunque le parecía que al menos eran honestas y, además, no podían permitirse el lujo de mostrar desagrado por su tamaño, su escaso atractivo o, sonrió al mirarse de arriba abajo, su abundante pelo rojo. Aunque su piel no tenía el tono rojizo característico de los pelirrojos, sabía que en realidad muy pocas personas se habían percatado de ello. Con demasiada frecuencia el pelo colorado y las pecas ocultaban el verdadero color de su piel. Hasta su gran tamaño le perjudicaba, pues al final implicaba que había más superficie rojiza a la vista. El sonido de la puerta que se abría lo sacó de sus deprimentes cavilaciones.

—¿Pretendes pasarte todo el día en la cama? —le dijo Roger, su mano derecha, mientras dejaba que la compañera nocturna de Jungkook saliera por la puerta y la cerrara silenciosamente tras de sí.

—Claro que no. —Jungkook se puso de pie y fue a lavarse—. Nos espera una estupenda celebración.

Roger descansó su esbelto cuerpo sobre la cama deshecha.

—Tu papel como heredero pronto llegará a su fin.

—Sí, William no tardará en procrear un heredero, no me cabe duda. Ya ha probado muchas veces su destreza en ese arte.

—Parece que no te preocupa seguir siendo un caballero sin tierras o convertirte en caudillo de algún pequeño señor feudal.

—Me preocupa un poco. Sólo un idiota pensaría que un hombre como William no acabará casándose tarde o temprano y no tendrá un heredero. Y debo reconocer que esas tareas le cuadran mejor a él que a mí. Sería difícil que yo pudiera afrontarlas como se debe.

—Menosprecias tu valía. Nunca he visto que te falte una mujer que caliente tu cama.

—Antes de calentarla, calibran el valor de mis monedas.

Jungkook hizo caso omiso del chasquido de desaprobación de Roger, descontento con su tono amargo. Roger no lo veía con los mismos ojos codiciosos de esas mujeres.

Para él, Jungkook era un valioso compañero de batallas, un amigo, prácticamente un hermano. A Roger no le parecía que aquellas ingentes cantidades de pelo rojo tuvieran nada de malo. A los ojos de un hombre, la mata de vello que le cubría el amplio pecho, el saludable bosque de rizos que brotaba alrededor de sus genitales y la pelambre que le cubría los antebrazos y las largas y musculosas piernas eran simples pruebas de masculinidad. Los hombres consideraban su enorme y robusta complexión como una característica digna de envidia. A cualquier hombre le gustaba sobrepasar a los demás por una cabeza, y pensaba que las damitas, al sentirse pequeñas junto a él, debían sentir admiración, y no temor.

Roger tampoco veía nada malo en la cara de Jungkook. Era un rostro de formas tan fuertes como su cuerpo. Quizá no notaba que los muchos años de dura vida, siempre espada en ristre, estaban empezando a convertir la falta de belleza de Jungkook en abierta fealdad. Cuando Roger observó cómo los innumerables golpes le habían torcido ligeramente la muy angulosa nariz, se le vinieron a la mente las batallas en que su amigo había resultado herido. Jungkook estaba orgulloso porque conservaba todos sus dientes, cosa difícil en un guerrero veterano; pero también sabía que su boca de labios finos estaba llena de cicatrices, recuerdos de mil cortes sufridos en otros tantos encuentros sangrientos. Lentamente, Jungkook se pasó un dedo por la rugosa cicatriz que le marcaba uno de los pómulos. Roger tampoco veía nada de malo en ella, pues le recordaba una gloriosa batalla.

Trató de colocarse como pudo el pelo, que tenía una incontrolable tendencia a rizarse. Aunque Roger tuviera razón cuando decía que podría cautivar el corazón de una mujer, realmente daba igual, pues ni siquiera tenía un lugar al que llevarla. Si finalmente encontraba el amor, sería para sufrir más, pues al final la mujer sería entregada a otro hombre. Pocos nobles querían entregar su hija a un caballero sin tierras.

—Vamos, Roger, ayúdame con los ropajes, que tenemos que irnos pronto. Estoy ansioso por conocer a la mujer que William llama ángel.




Vanessa entró como un huracán en su habitación y dio un tremendo portazo. Se echó en la cama y soltó una catarata de maldiciones. De su boca delicada, tantas veces elogiada por sus pretendientes, empezaron a salir todos los virulentos insultos que conocía. Cuando se le acabaron los que se sabía, empezó a inventarse improperios nuevos. Y como le ocurría siempre que daba rienda suelta a su temperamento, acabó soltando uno que le hizo gracia. Mientras se reía suavemente, vio que la puerta de su habitación se abría. Sonrió a su prima Margaret cuando ésta asomó la cara con cautela.

—¿Ya estás lista? —Margaret entró en la habitación lentamente y cerró con cuidado la puerta tras de sí.

—Sí, ya estoy preparada. Acabo de maldecir a todos y cada uno de los hombres del reino. Al terminar, pensé en lo que pasaría si esa maldición se volviese realidad. —Se rio de nuevo.

—A veces creo que deberías hacer una gran penitencia. —Sonriendo ligeramente, Margaret puso sobre la cama un elaborado vestido de novia—. Tu vestido para el matrimonio. Ya lo he terminado, veamos qué tal te queda.

Vanessa se sentó en la cama y tocó delicadamente el vestido. Apreciaba su belleza, pero no la complacía verlo.

—Debes de ser la mejor costurera de toda la región. Bien podrías hacerle los vestidos a la reina. —Sonrió ligeramente al ver que su prima se sonrojaba.

De hecho, pensó, Margaret no sólo era bonita, con sus grandes ojos marrones y su pelo castaño claro, sino que ya casi tenía dieciocho años. Ella también estaba en edad de casarse. Y aunque era cierto que Margaret no podía aspirar a un matrimonio demasiado ventajoso, eso no significaba que a la joven le faltaran pretendientes. El tío de Vanessa había dotado a Margaret, que era su única hija ilegítima, con una suma extraordinaria. La joven pensó que tal vez dentro del séquito de su futuro marido habría un hombre digno de ella. Se propuso comprobarlo.

—No, Vanessa. Deja de hacer planes para mí, ¿quieres?

Vanessa trató de parecer inocente, pero de inmediato supo que no lo había logrado. Su prima le leía el pensamiento.

—No me atrevería a ser tan impertinente —murmuró. —Ya. Primero maldices y ahora mientes. Se te están acumulando los pecados. ¿Te probamos el vestido?

—Supongo que debemos hacerlo. Después de todo, la boda es mañana. —Vanessa no se movió. Miraba el vestido con aire ausente.

Margaret suspiró y fue a coger un cepillo para el pelo, se sentó detrás de su prima y empezó a peinarle la gruesa cabellera, del color de la miel. Vanessa era hermosa, incluso cuando hacía pucheros, pero no era una persona presumida.

Margaret sentía que su prima merecía algo mejor. En realidad, lo que pensaba era que a una chica como ella debería permitírsele que escogiera a su pareja, que se casara por amor.

Vanessa no sólo era bella de cuerpo, sino también de espíritu. Mientras los enormes y brillantes ojos azules, la perfección del rostro y la figura ágil y sensual podían dejar a un hombre sin aliento, su corazón amoroso era capaz de suavizar incluso al hombre más duro y cínico del mundo. Al igual que sus asombrosamente guapos hermanos, Vanessa veía su belleza como un regalo de Dios, un don que la hacía sentirse bien de cuando en cuando, pero que enseguida olvidaba por creerlo de poca importancia.

Con mucha frecuencia, consideraba su hermosura más una maldición que una bendición, sobre todo cuando tenía que escapar de la ardorosa persecución de algún doncel prendado de ella. Lo que necesitaba era un hombre que pudiera ver, más allá de su cara adorable, el verdadero tesoro que encerraba. Margaret estaba segura de que Robert Saitun no era ese hombre.

—A pesar de todo, me parece que no está bien que me case con el heredero de William tan pronto... —murmuró Vanessa, olvidando la furia que sentía momentos antes.

—No creo que sea una boda tan apresurada como dices. William murió hace tiempo. Y de todas maneras, interrumpir ahora los preparativos para el enlace tendría un efecto nefasto sobre las finanzas de tu padre. —Ayudó a Vanessa a ponerse de pie y a quitarse el vestido—. ¿Conoces a Robert, aunque sólo sea un poco?

—No. ¿Por qué crees que he pasado tanto tiempo aquí maldiciendo a todo el mundo? No estoy preparada para esto.

—A lord William tampoco lo habías tratado mucho, y no expresaste tantas dudas cuando pensabas que ibas a casarte con él.

—Es cierto. Pero al menos lo conocía. Era agradable a la vista, fuerte y guapo, y tenía un pronunciado sentido del honor. Sin embargo, el matrimonio es un gran paso. Tener tiempo para pensarlo bien sería lo mejor. ¡Mañana me voy a casar con un hombre al que no conozco en absoluto! No sé nada de la personalidad de Robert.

—Tuviste suerte de conocer a William. Pocas mujeres tienen tal fortuna.

—Sí, es verdad, tienes razón. Pero fue suerte nada más, porque esta costumbre es terrible. Se mantiene protegida a la mujer y se la conserva pura mientras crece. Después, un día, la ponen delante de un hombre, la hacen caminar hacia un sacerdote y le dicen: «Ahora harás todo lo que te dijimos que tienes que hacer y te irás con este hombre que a partir de este momento es tu marido, tu señor y tu amo». En tales circunstancias, temo hacer alguna tontería por culpa de los nervios. Tal vez hasta me desmaye...

—No te has desmayado en tu vida —le dijo Margaret, riéndose suavemente—. Y me atrevo a decir que nunca vas a hacerlo.

—Qué pena. Me aliviaría. Desmayada, sentiría mucha menos incomodidad.

—Sin duda, la tía Berta ya habrá hablado contigo. Ya debes de saber lo que puedes esperar del matrimonio.

—Sí... creo que sí. Habló conmigo, desde luego, pero fue increíblemente difícil entenderla. Todos esos sonrojos, dudas y agitaciones. Fue muy confuso, la verdad.

—Puedo imaginármela —contestó Margaret, riéndose de nuevo—. Pobre tía Berta.

—Pobre de mí, más bien. Sin embargo, la cuestión que más ocupa mi mente es la obligación de quitarme la ropa. No me gusta nada la idea de quedarme desnuda.

Margaret bajó la cabeza y fingió concentrarse en el vestido de novia, que, al parecer, necesitaba muchos retoques. A ella tampoco le gustaba la idea de la desnudez de su prima. El cuerpo de Vanessa estaba diseñado para hacer que a cualquier hombre lo invadiera la lujuria. Pese a que ella, al parecer, no se daba cuenta, ésa había sido una de las razones por las cuales la habían custodiado tan celosamente. Por misteriosas causas, lograba ser ágil y esbelta a la vez que sensual y voluptuosa. En innumerables ocasiones, Margaret había visto cómo los ojos de un hombre reflejaban deseo y lujuria ante la mera visión de su prima. Incluso se habían producido algunos incidentes, a pesar de la estrecha vigilancia a que la tenían sometida. En varias ocasiones, Vanessa tuvo que retirarse apresuradamente para preservar su virtud. Estaba claro que dejarla desnuda delante de cualquier hombre podía ser altamente peligroso, y no digamos dejarla sola con uno que sabía que tenía derechos sobre ella. Para la pobre Vanessa, la noche de bodas podía convertirse en una experiencia violenta y dolorosa.

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