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Palabras para ti

Summary

Después de rehacer su vida tras una devastadora traición, Kim Seungmin regresa a su pueblo natal. Allí lleva una existencia tranquila y solitaria como bibliotecaria municipal, mientras organiza la próxima conferencia de una exitosa escritora cuya primera novela "La fiebre del oro" ha alcanzado un repentino éxito de ventas. Pero la noticia de que, después de diez años, Hwang Hyunjin regresa también al pueblo acaba volviendo del revés el cuidadosamente controlado mundo de Sunmin. Hyunmin fem!! Esta historia no es mía, todos los derechos a Lyn Deninson.

Genre:
Romance / Erotica
Author:
rini
Status:
Complete
Chapters:
12
Rating:
n/a
Age Rating:
18+

01

Todos los instintos de conservación de Seungmin le exigían a gritos que corriera a refugiarse en su despacho lo antes posible. Pero se esforzó por caminar lentamente, sosteniendo con indolencia el periódico. Abrió la puerta y entró. Gracias a Dios, las mamparas de cristal tenían las persianas bajadas. Necesitaba desesperadamente estar sola.

Seungmin cerró tranquilamente la puerta detrás de ella y, bajó los párpados y respiró por fin, después de haber estado conteniendo dolorosamente el aliento.

Sosteniéndose como pudo sobre sus temblorosas piernas, consiguió atravesar la habitación y colocarse tras el escritorio, donde se dejó caer aliviada sobre el asiento. Sólo entonces desplegó el periódico local que había estado sujetando con aquella aparente indolencia. Colocó el diario frente a ella, sobre la lista de nuevas adquisiciones que había estado redactando horas antes. Entonces pasó lentamente las páginas, hasta llegar al corto párrafo que el auxiliar de biblioteca había señalado con total inocencia hacía diez minutos.

En realidad era una información con poca relevancia, incluida en lo que era poco más que una columna de cotilleos disfrazada de ecos de sociedad. Seungmin hizo un esfuerzo por leer el texto:

“El señor Hwang Inyeop y su esposa, vecinos de la calle Water, celebrarán este fin de semana en su domicilio el sexagésimo aniversario de la señora Hwang. Entre los asistentes se hallarán los cuatro hijos del matrimonio: el empresario local Hwang Jinyoung y su esposa Nayeon; Hwang Yeji, su esposo Choi Yeonjun y sus hijos, residentes en la isla de Jeju; Hwang Jeongin y su esposa Eunchae, residentes en Busan, y Hwang Hyunjin, su esposo el doctor Christopher Bang y su hija, residentes en Sydney.

A la celebración acudirán otros parientes y amigos, procedentes de lugares tan lejanos. Inyeop y Seulgi partirán después en una segunda luna de miel, en un crucero de dos semanas por el Pacífico Sur.”

—¿Tú no vives al lado de los Hwang? —le preguntó justo antes de marcharse Lee Heeseung, el joven auxiliar de biblioteca que trabajaba con ella media jornada. Seungmin asintió con vaguedad.

—Más o menos. La parte trasera de mi casa da a su parcela.—Seungmin se quedó un momento callada y echó un vistazo al periódico que tenía Heeseung en las manos—. ¿Por qué?

—Parece que están organizando una gran fiesta para dentro de un par de semanas y, según mi hermano mayor, los hijos de los Hwang tienen fama de bullangueros, ¿no? —preguntó Heeseung como si nada—. Será mejor que te marches fuera durante el fin de semana. O si no únete a la fiesta. Es por el cumpleaños de la señora Hwang —añadió cuando Seungmin frunció el entrecejo en un gesto de incomprensión—. Puedes aparecer por allí como una buena vecina, para desearle un feliz cumpleaños a la dueña de la casa. —Heeseung sonrió—. Mira, quédate el periódico. Yo ya lo he leído. —Le pasó el periódico a Seungmin, que lo agarró maquinalmente—. Por cierto, ¿has visto el fax que ha llegado esta mañana?

—¿El fax? —repitió Seungmin, como si el nombre de los Hwang hubiera apartado cualquier otro pensamiento de su mente.

—El que ha enviado la agente de nuestra autora invitada —explicó Heeseung.

—Ah, el fax. Sí, sí —Seungmin se esforzó denodadamente por centrarse en la conversación.

—Hasta ahora nunca había venido ningún escritor a visitar la biblioteca, ¿verdad?

Seungmin hizo un gesto de negación con la cabeza.

—Desde que estoy yo, no.

—Me impresiona mucho que venga Huh Sam, ¿a ti no? Es que su libro era tan bueno... En casa lo hemos leído todos, y mí madre y mis hermanas dicen que el protagonista de la novela les parece muy seductor.

La semana anterior, la agente de Huh Sam había enviado un fax para proponer que la joven y prometedora escritora, que iba a firmar ejemplares en la librería del pueblo, impartiese una conferencia en la biblioteca municipal. Al parecer, Huh Sam había vivido en Daegu durante su infancia y tenía previsto ir a pasar unas cortas vacaciones en el pueblo a finales del mes.

—La fiebre del oro es el mejor libro que he leído desde hace un montón de tiempo — continuó Heeseung, entusiasmándose—. Aparte del hecho de que transcurre en Daegu, es una historia muy romántica, que en mi opinión puede resultar interesante tanto para el público masculino como para el femenino. —Heeseung se tomaba la lectura en serio y Seungmin normalmente disfrutaba con sus libros de misterio—. ¿Tú ya lo has leído, Seungmin? —le preguntó el joven auxiliar.

Ella negó con la cabeza.

—No, todavía no. Pero supongo que debería hacerlo antes de que venga Huh Sam.

—Pues no lo empieces a según qué horas, porque te aseguro que te vas a pasar la noche en vela leyéndolo —le advirtió Heeseung—. Es curioso que nadie haya oído hablar de esa tal Huh Sam. Debe de ser un seudónimo. Ano ser que descienda de Huh Yunjin, la mujer que descubrió el oro en la región. ¿Tú qué crees?

—Si fuera así, seguramente lo mencionaría en el material de promoción —sugirió Seungmin y Heeseung asintió con un gesto.

—Sí, seguramente. Bueno, a finales de mes se sabrá todo. Hasta mañana, jefa. —Heeseung se marchó, despidiéndose de Seungmin con una sonrisa amable.

Y Seungmin tuvo que continuar como si no hubiera ocurrido nada. Hasta que por fin consiguió refugiarse en la soledad de su despacho.

«Puedes aparecer por allí como una buena vecina, para desear le un feliz cumpleaños a la dueña de la casa», había dicho Heeseung. Si no se tratara de algo tan doloroso, aquella broma la habría hecho sonreír. En realidad, pensó amargamente, la reacción más probable de Hwang Seulgi sería pedirle que se marchara.

Luego pensó que tal vez no sería así. Desde que había muerto su tía, Seungmin y Hwang Seulgi se habían saludado un par de veces al cruzarse por la calle. Quizá Seulgi había empezado a perdonarla, tras diez largos años de silenciosa reprobación.

Sin embargo, al principio todo había sido muy distinto. De hecho, justo al revés. Hwang Seulgi se había convertido casi en una segunda madre para la niña callada y solitaria que era Seungmin. En realidad, Seulgi había sido la única figura materna que Seungmin había conocido en su vida. Su madre, y su padre también, se le antojaban muy distantes en comparación con Seulgi y Inyeop Hwang.

Seungmin hizo una mueca burlona. Ahora, con veintiocho años, podía entender algo mejor a sus padres. Eran dos afamados catedráticos, totalmente volcados en su profesión, que seguramente se habían quedado bastante desconcertados cuando, ya casi cuarentones, tuvieron una niña.

Seungmin tenía diez años cuando sus padres murieron en un trágico accidente. Una vez vendida la casa y saldadas las deudas, no quedó dinero suficiente para seguir pagando el colegio en el que estaba interna. De modo que la enviaron bajo el cuidado de su única pariente viva, su tía paterna, una mujer que era mucho mayor que su padre y cuya existencia Seungmin desconocía.

Kim Jisoo, que se había jubilado recientemente de su trabajo como secretaria en un bufete de abogados, vivía en la casa familiar de los Kim, en Daegu -un pueblo entre las provincias de Gyeongsang del Norte y Gyeongsang del Sur-, 237 kilómetros al sur de Seul.

Para la niña de diez años que era Seungmin, los miembros de la familia Hwang, comparados con sus padres, tan serios, y con su igualmente reservada tía, eran unos seres pintorescos, como de otro planeta. Y en cuanto a Hwang Hyunjin: en fin, Hyunjin era... Una punzada de dolor encogió el corazón de Seungmin.

Le parecía estar viendo a aquellas dos niñas de diez años, una morena y la otra rubia, que recorrían atropelladamente con las bicicletas la maltratada pista de tierra que discurría entre fantasmagóricos bejucos. Poco después, esas mismas niñas trepaban en busca de oro hasta lo alto de la colina, formada por los escombros de una antigua mina, convencidas de que habían descubierto un filón, hasta que Jeongin, el hermano de Hyunjin, les explicó en tono paternal que aquello tan reluciente era pirita, un metal que brillaba mucho más que el oro auténtico.

Seungmin, sentada detrás del escritorio, se frotó los ojos mientras los recuerdos del día en que había conocido a Hyunjin se agolpaban con toda claridad ante ella, como si hubieran quedado marcados en su mente de forma permanente. Seungmin torció la boca burlonamente. Por supuesto que le habían quedado. Todo lo que tenía que ver con Hwang Hyunjin había -convenientemente- registrado en una especie de vídeo interno, que se ponía automáticamente en marcha cada vez que Seungmin bajaba la guardia. Incluso ahora, después de tantos años.

Cuando murieron sus padres, la vida de Seungmin cambió por completo. Su padre se había marchado de Daegu, su pueblo natal, unos veinticinco años antes, y Seungmin nunca le oyó nombrar ni a su familia ni al lugar del que procedía. Más adelante, se enteró de que su padre había roto todos los lazos familiares después de una discusión con su hermana y no se había vuelto a poner en contacto con ella en todo ese tiempo.

El hecho de que una tía desconocida fuera a recogerla al aeropuerto de Ulsan y la hiciera recorrer 75 kilómetros en coche hasta lo que iba a ser su nueva casa en Daegu desconcertó mucho a Seungmin. Las tonalidades rojizas de aquel antiguo pueblo de buscadores de oro se le antojaron propias de una región lejana, comparadas con el paisaje relativamente verde de Incheon. Seungmin recordó que su corazón de niña dio un vuelco cuando apartó silenciosamente la mirada de su alta y austera tía y la posó en la gran casona de estilo colonial, encaramada sobre gruesos pilares de madera.

Los primeros días, Seungmin sintió una abrumadora y casi constante necesidad de huir. Aunque en casa de su tía disponía de su propia habitación, que además era mucho más grande que la de antes, la casa siempre parecía dominada por la severa presencia de la anciana. Llevaba menos de una semana con su tía Jisoo, cuando se armó de valor y salió a investigar por los alrededores. Descubrió un escondite construido al fondo del alargado jardín trasero y allí encontró su refugio.

Un enorme tamarindo desplegaba sus ramas sobre el jardín de su tía y, a media altura del tronco, más o menos, había una plataforma hecha con tablones. Alguien había construido una precaria cabañita en lo alto del árbol. Unas planchas bastas e irregulares de hierro ondulado formaban un tejadillo y una tosca escalerilla de mano apoyada contra la parte posterior del tronco permitía llegar hasta la primera rama sólida.

Seungmin no se imaginaba a su tía construyendo la cabaña del árbol. Como desde la casa no se veía, lo más seguro era que la mujer ni siquiera supiese que estaba en el jardín. ¿Quién la habría construido?

Seungmin comprobó que la escalerilla resistía su peso. Trepó hasta la rama más baja y allí descubrió unos asideros que llegaban hasta la plataforma. Se sentó sobre un cajón de madera y sonrió por primera vez desde hacía semanas. Entonces decidió que aquél sería 'su refugio'. Allí podía sentarse a leer y rodearse de su pequeño mundo particular, o de lo que quedaba de él después de que todo se hubiera desmoronado sobre ella.

Se puso de pie y avanzó cautelosamente por la plataforma para comprobar si aguantaba, pero parecía bastante segura. Asiéndose a una rama, se asomó entre las hojas y vislumbró retazos de color azul cobalto del cálido cielo tropical.

Entonces oyó ruido: los chillidos de unos niños que jugaban, las voces más graves de unos adolescentes que bromeaban, las risotadas de unos adultos. Poniéndose de puntillas, Seungmin comprobó que podía ver la parcela que quedaba detrás de la de su tía y que estaba al otro lado de la valla de separación.

Había una piscina, centelleante bajo la luz del sol, de un azul turquesa en el que resaltaban los cuerpos de los bañistas. A un lado había un tobogán amarillo que llegaba hasta la piscina, y se oían los gritos y las risas de los niños que se deslizaban por él para lanzarse al agua. En el intenso calor, la mera visión de aquellos cuerpos sumergiéndose inquietos en el agua hizo que Seungmin se sintiera más fresca.

Parecía haber gente por todas partes. Adultos, adolescentes, niños pequeños. Había incluso dos perros lanosos y oscuros que corrían de acá para allá, disfrutando de los juegos y del constante movimiento. Y sobre el tejadillo de un cobertizo, justo al otro lado de la valla, un gato de color anaranjado se lamía con pereza sus patitas.

Seungmin no daba abasto contemplando todo aquello. El color, la incesante actividad, el bullicio. Un bullicio animado, alegre, jovial, cargado de risas.

No había visto nada igual en toda su vida y ni siquiera era capaz de imaginarse cómo sería participar de aquella escena.

Más tarde se enteró de que los Hwang solían organizar barbacoas en el jardín, a las que estaban invitados sus amigos y todos los miembros de su extensa familia. Pero ese primer día, Seungmin se quedó escondida en la cabaña del árbol y se limitó a observar, totalmente cautivada, hasta el anochecer. Luego se encendieron las luces exteriores y la fiesta prosiguió. Hubiera querido quedarse más tiempo observando aquel mundo distinto, pero sabía que su tía la estaría esperando para cenar y que saldría a buscarla si no la encontraba en su habitación.

Así fue cómo Seungmin se aficionó a pasar las tardes en la cabaña del tamarindo, leyendo y mirando a los vecinos. Hasta llegó a creerse capaz de distinguirlos.

La mujer rubia de pelo medio largo y rizado y el hombre alto y de pelo oscuro eran los padres, evidentemente. También había dos adolescentes altos, un chico y una chica, y un niño un poco menor. Y una niña que parecía tener aproximadamente la edad de Seungmin.

La niña tenía un pelo largo y rubio que ondeaba en el aire cuando brincaba y daba arriesgados saltos mortales sobre la cama elástica. Seungmin la observaba especialmente. Le habría gustado cambiarse por ella, formar parte de aquella familia cariñosa, vital, eternamente activa.

Pero, claro está, sabía que aquello era un sueño imposible. Seungmin sospechaba que no habría sido capaz de desempeñar el papel que le correspondería si ocupaba el lugar de la otra niña. Nunca había corrido por el césped sin zapatos ni calcetines, nunca se había deslizado peligrosamente por un tobogán para lanzarse al agua, ni había saltado con valor sobre una cama elástica. Era tan poco valiente que ni siquiera se atrevería a intentarlo. Sin embargo, ¡Cuánto le habría gustado ser así!

Una tarde, pocos días después, Seungmin estaba sentada en la cabaña, intentando leer. En la casa de los vecinos todo era silencio, por lo que pensó que la familia había salido. Volvió la vista hacia el libro, algo decepcionada, pero no consiguió concentrarse.

Sin saber por qué, a Seungmin le vino a la mente la casa de Incheon, silenciosa y repleta de libros. Su padre trabajando en el estudio, con las gafas de leer apoyadas en el puente de la nariz. Y su madre en su propio estudio, corrigiendo los trabajos de los estudiantes. La tranquila soledad de su pequeño dormitorio. Y ahora, aquella casa distinta, pero también silenciosa, de Daegu. Aquel calor diferente. Los olores diferentes. Y la desconcertante idea de tener que ir a una escuela distinta después de las vacaciones. Y Seungmin notó que los ojos se le llenaban de unas inhabituales lágrimas.

—¡Ah, has encontrado mi escondite!

Seungmin se asustó tanto al oír aquella voz que casi se cayó del cajón de fruta que estaba utilizando como asiento. Incómoda, se secó las lágrimas con el dorso de la mano.

—Lo siento. Te he dado un susto de muerte, ¿no? —La niña tenía unos ojos de un azul claro impresionante, que se le achinaban cuando sonreía.

Seungmin reconoció aquella larga melena rubia y, de pronto, se sintió culpable por haber estado espiando a los vecinos. El corazón le empezó a retumbar dentro del pecho.

—Esto es una propiedad privada —se oyó decir a sí misma con altisonancia. Se levantó y dirigió una fiera mirada a la otra niña.

—Ya lo sé. Pero a veces me escondo aquí para que los chicos me dejen tranquila.

La niña frunció la naricilla, señalando con la cabeza en dirección al emocionante mundo que había al otro lado de la valla.

Seungmin siguió mirando con rabia a la propietaria de aquellos ojos azules, mientras el corazón continuaba retumbándole en el pecho.

La niña sonrió aún más abiertamente y se estiró para asir una de las ramas superiores. Con un solo gesto, dio un salto y se quedó de pie sobre la plataforma, al lado de Seungmin. Esta retrocedió un paso para proteger su espacio y algo raro, algo muy extraño, le oprimió el corazón. Parpadeó, incapaz de comprender los sentimientos que nacían en su interior. Pero, fuera como fuera, supo que tenía ante ella a la niña más bonita que había visto nunca.

Desde aquel momento, cada vez que Seungmin se acordaba de Hyunjin, pensaba en aquel instante mágico en que vuelve a salir el sol después de la lluvia. Hyunjin, aquella niña de amplia sonrisa y espeso cabello dorado, más claro en las puntas por efecto del sol. Tenía los ojos de un azul purísimo y un suave rastro de pecas le surcaba la nariz. Era un poco más bajita que Seungmin.

Era la niña de la melena al viento, la que daba aquellos fantásticos saltos mortales sobre la cama elástica. Formaba parte de aquel mundo ajeno que había al otro lado de la valla. Y Seungmin no sabía qué decirle.

—Tú debes de ser la sobrina de la señora Kim. Ya nos han dicho que venías a vivir con ella.

Seungmin se preguntó quién se lo habría dicho. No se imaginaba a su tía contándole su vida a nadie.

—Me llamo Hyunjin.

La niña le tendió la mano y Seungmin alargó de forma automática el brazo y se la estrechó nerviosamente. Unos dedos cálidos se cerraron alrededor de los suyos. Seungmin notó que se ponía colorada y rápidamente retiró la mano.

—Bueno, en realidad me llamo Hwang Hyunjin. —La niña volvió a sonreír. Inclinó la rubia cabeza y enarcó las cejas interrogativamente—. dime, ¿y tú cómo te llamas?

Seungmin vaciló un momento y miró hacia la casa. ¿Su tía la dejaría hablar con esa niña?

—No se nos ve desde ninguna de las dos casas —dijo animadamente Hyunjin—. Por eso elegí este árbol para construir la cabaña.

—¿La has hecho tú? —no pudo evitar preguntar Seungmin, señalando la plataforma de madera.

—Sí. Y no fue fácil, la verdad. Tenía que esperar a que se marcharan mis padres y la señora Kim, por si me oían. Y tenía que hurtarle a mi padre el martillo y los clavos sin que sospecharan mis hermanos. Si se hubieran enterado, habrían querido quedarse ellos con la cabaña. Tener hermanos es lo peor. —Suspiró —. ¿Tú tienes?

—¿Si tengo qué? —balbuceó Seungmin.

—¡Hermanos, tonta!

—¡Ah, no! Soy hija única.

—Vaya, qué suerte tienes. —Hyunjin volvió a suspirar—. Bueno, ¿vas a decirme cómo te llamas o voy a tener que adivinarlo? — frunció el entrecejo e hizo un puchero—. ¿Chaewon? ¿Minji? —Soltó una risita—. Ya lo sé: ¡Yuna!

Seungmin negó levemente con la cabeza, con la mirada fija en la boca sonriente de la otra niña. —¿No? Bueno. ¿Qué me dices de Taeyeon? ¿O tal vez te llamas Hanni? Es un nombre que siempre me ha gustado. La verdad es que preferiría llamarme Hanni.

En ese momento, Seungmin casi deseó llamarse así.

—Me llamo Seungmin —dijo lacónicamente—. Bueno, Kim Seungmin.

—Seungmin. —La risueña voz de Hwang Hyunjin repitió el nombre y Seungmin sintió que su joven corazón le daba un vuelco—. Kim Seungmin. Me gusta mucho. —Sus ojos azules examinaron someramente la pálida cara de Seungmin, su anodino pelo castaño, sus vulgares ojos grises—. Te pega.

—¿Ah, sí? —murmuró sin poder evitarlo, notando que se ponía como un tomate.

—Sí, te pega. —Hyunjin se rió y se sentó directamente sobre la plataforma, con las piernas cruzadas.

—¿Tú crees? —preguntó Seungmin con indecisión —. A mí siempre me ha parecido un nombre anticuado. —Se sorprendió al comprobar que estaba haciéndole una confidencia a la otra niña.

—¿Por qué? ¿Te pusieron el nombre de tu madre o qué?

Seungmin negó con la cabeza y se sentó otra vez sobre el cajón.

—No. Creo que a mis padres les gustaba, nada más.

—Al menos no es un nombre de niño, como el mío. —Hyunjin frunció la nariz y se inclinó, apoyando los codos en las rodillas y la barbilla en las manos.

La cabaña del árbol se volvió de repente demasiado pequeña y Seungmin apartó unos milímetros el cajón en el que estaba sentada.

—Mi madre estaba leyendo uno de sus libros favoritos cuando yo nací —continuó tranquilamente Hyunjin—, así que decidió que su hijo, fuera niño o niña, se llamaría Hyunjin.

—A mí me parece un nombre bonito —dijo educadamente Seungmin.

—Gracias. —Hyunjin hizo una mueca y cambió de postura, apoyándose en las manos y extendiendo los pies descalzos frente a ella.

Para la consternación de Seungmin, al cambiar de postura la niña quedó aún más cerca de ella, con sus piernas rozando prácticamente las de Seungmin. Esta se apartó con disimulo hasta quedarse en equilibrio al borde del cajón, intentando dejar algo de espacio entre ambas.

—No, no te muevas. Hay sitio para las dos. —Hyunjin sonrió—. Aunque si vamos a compartir la cabaña tendré que buscar otro cajón, y también tendríamos que arreglarla un poco y añadir un par de tablones.

Seungmin contempló las tablas de madera como si no las hubiera visto nunca antes, y Hyunjin se rió de la expresión de su rostro.

—Mi padre es constructor, y mis hermanos y yo hace años que lo ayudamos. Soy casi una experta —añadió satisfecha—. Dime, ¿Qué estás leyendo? —Alargó el brazo y agarró el libro que Seungmin tenía aún en la mano. Le dio la vuelta y miró el título antes de devolvérselo—. No está mal, ¿verdad?

—¿Lo has leído?

Hyunjin asintió.

—Al principio de las vacaciones. Lo saqué de la biblioteca. Mi madre dice que si me descuido van a tener que operarme para arrancarme un libro de la mano. Leo muchísimo.

—Yo también.

Hubo un momento de silencio.

—Ahora estoy leyendo uno de mi madre, y hay un montón de sexo.

Seungmin se puso tensa y notó que volvía a ruborizarse.

—¿Tu madre te deja leer sus libros?

—¿Estás bromeando? Si se enterara, le daría un ataque. Yeji se lo ha leído, así que no veo por qué no puedo leerlo yo.

—¿Quién es Yeji?

Yeji hizo una mueca.

—Mi hermana mayor. Tiene casi diecisiete años y le dejan hacer lo que quiere. —Hyunjin volvió a fruncir la nariz—. Es una pesada. Siempre está dándome órdenes. Es un descanso poder venir aquí. Cuando no son mi madre o Yeji las que se meten conmigo, son los latosos de mis hermanos.

—¿Cuántos hermanos tienen, Yeji y tú?

—Dos. Jinyoung es el gemelo de Yeji, y luego está Jeongin. Está a punto de cumplir catorce. ¡Todos son adolescentes! —Hyunjin puso los ojos en blanco—. Por eso te digo que tienes suerte de ser hija única. Tiene que ser muy tranquilo —concluyó con sincera espontaneidad.

Seungmin no estaba tan segura. Pero tampoco se imaginaba cómo era tener hermanos.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte con la señora Kim?

Seungmin experimentó un acceso de pánico, que ya le resultaba familiar, y tragó saliva.

—No lo sé. Unos años, en todo caso. —Hasta que tuviera edad para vivir por su cuenta, podría haber añadido, pero no lo hizo.

—¿Unos años? —Hyunjin enarcó las cejas en un gesto de sorpresa—. Pensé que habías venido a pasar las vacaciones escolares. ¿Y dónde están tus padres?

Seungmin parpadeó y Hyunjin volvió a alzar sus finas cejas.

—Han muerto —dijo finalmente.

Aquellas palabras parecieron cernirse sobre ella y retumbar en su interior. De repente todo se le antojó dolorosamente definitivo. Tragó saliva, pero no logró contener las lágrimas que le asomaron a los ojos y empezaron a surcarle las mejillas. Habían pasado ocho largas semanas desde el entierro y Seungmin todavía no había llorado. Hasta entonces.

—Vaya, lo siento. No quería ponerte triste — dijo Hyunjin. Entonces la rodeó con los brazos y Seungmin hundió la cara en el hueco de su cuello. Hyunjin olía a sol y a miel. La mano de Hyunjin le acarició delicadamente la espalda y Seungmin soltó algunas lágrimas más.

Hasta la fecha, Seungmin no había conseguido explicarse el motivo de su honda tristeza. Lo cierto era que nunca se había sentido muy unida a sus padres. No sentía por ellos el afecto que más tarde vio que sentía Hyunjin por los suyos.

Los padres de Seungmin salían bastante a menudo de viaje y ella estaba interna en un colegio. Los veía apenas un par de semanas al año. Y cuando se fue a vivir con su tía, la mujer nunca los mencionó. Hwang Hyunjin, aquella niña de diez años, era la primera persona que ofrecía a Seungmin el consuelo de sus brazos infantiles.

En aquel momento, Seungmin supo que nunca olvidaría la primera vez que Hyunjin la había abrazado, la sensación de proximidad, aquellos instantes en que el tiempo se había detenido y ella había sido intensamente consciente de la compasión que sentía la otra niña, del tacto de su cuerpo, de la embriagadora fragancia de su piel.

Seungmin se apartó un poco y, de pronto, soltó atropelladamente toda la historia: el accidente que habían sufrido su padre y su madre cuando combinaban unas breves vacaciones con la gira de conferencias que impartía él. El autocar con el que habían estado viajando por Japón se precipitó por un terraplén, y Kim Wonpil y Wheein se encontraban entre las veinticinco víctimas mortales. Seungmin estaba en el internado y la directora la llamó a su despacho para comunicarle la noticia.

Seungmin, sentada en su despacho dieciocho años después, se pasó la mano por los ojos enrojecidos. Ahora, retrospectivamente, comprendía que no podía echarles la culpa de nada, ni a sus profesoras ni a la tía solterona que se había encontrado de repente con una sobrina de diez años, pues sabía que siempre había sido una niña solitaria y callada. Al menos, eso parecía. En cuanto tuvo edad, la internaron en el colegio y Seungmin se cubrió con un caparazón para protegerse. Pero con Hyunjin nunca se había mostrado reservada.

Aquel instante vivido en la cabaña del tamarindo, en aquella plataforma que ampliaron más tarde entre las dos, marcó el inicio de su amistad, una amistad que terminó dolorosamente ocho años después.

Y Seungmin no volvió a saber nada de Hyunjin en todos aquellos penosos años. Tampoco intentó saber de ella, al menos tras las primeras e interminables semanas de incrédulo estupor. Le había escrito muchas cartas, pero siempre terminaba por romperlas antes de reunir el valor suficiente para echarlas al correo.

Y ahora Hwang Hyunjin volvía a Daegu. No, ya no era Hwang Hyunjin. Era Bang Hyunjin. Y volvía acompañada de su marido.



Rini aquí con una nueva adaptación y esta vez hyunmin/seungjin fem. Espero que la historia les guste como a mi me gusto en su tiempo. Sin más, disfruten la lectura <3.

Todos los derechos a la autora original.

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