02
Al atardecer, Seungmin detuvo el coche junto al camino de entrada de la parcela de Jimin y apagó el motor. Como había estado un rato sentada en el despacho, pensando obsesivamente en la reunión familiar de los Hwang, al final salió tarde del trabajo y tuvo que correr a casa a darse una ducha rápida y ponerse una camiseta y unos vaqueros cómodos.
Suspiró, pensando que habría sido mejor llamar por teléfono a Jimin y anular la acostumbrada cena de los jueves. Se sentía cansada y desorientada, y quería estar sola para pensar en la nota del periódico y en todo lo que implicaba. Sin embargo, una parte de ella sabía que, en aquellos momentos, no era tan buena idea pasar la noche en la casa vacía. Quedarse sola sólo serviría para abrir la puerta a otros recuerdos, en los que por el momento prefería no seguir pensando.
La lámpara de la entrada brillaba a la luz del crepúsculo, creando un ambiente acogedor. Entonces se abrió la puerta de la casa y asomó el rostro de Jimin, mientras Seungmin se esforzaba por salir del Mercedes-Benz.
—Me ha parecido oír el coche —dijo alegremente Jimin, mientras Seungmin subía el corto tramo de escalones que conducía a la entrada.
Seungmin trató de sonreír.
—Lo siento, llego un poco tarde.
—No pasa nada. —Jimin cerró la puerta detrás de Seungmin y extendió los brazos, atrayéndola hacia su pecho—. Por esto siempre vale la pena esperar. —Jimin la besó ansiosamente, le deslizó las manos por la espalda y las posó sobre sus nalgas. Acercó a Seungmin contra su cuerpo hasta que estuvieron pecho con pecho, abdomen con abdomen, muslo con muslo.
Seungmin trató de relajarse abandonándose al abrazo de la otra mujer, pero acabó reaccionando ante el prolongado beso de Jimin. Cuando separaba su boca de la de Seungmin, Jimin murmuró:
—Me encanta estar abrazándote, pero será mejor que nos reservemos para el postre. Si no, la cena se echará a perder.
—Y eso no puede ser, claro —replicó Seungmin.
—Pues no, porque me he pasado horas de aquí para allá y pasando calor delante de los fogones —soltó de mala gana, mientras caminaba delante de Seungmin—. ¿Te apetece un vinito? —preguntó, volviendo la vista.
Seungmin asintió.
—Mucho. —Siguió a Jimin hasta el salón comedor, pequeño y decorado con gracia, mientras recorría con los ojos las esbeltas formas de su amiga.
Yu Jimin era castaña y delgada, y se movía con el mismo aplomo que parecía caracterizar todas las facetas de su vida. Era una mujer atractiva, que frisaba los cuarenta, y se había trasladado hacía un par de años a Daegu para trabajar como secretaria del alcalde.
—Bueno, ¿Qué hay para cenar? —Seungmin trató de hacer un esfuerzo. Sabía que su estado de ánimo no tenía nada que ver con Jimin—. ¡Qué bien huele!
Jimin le pasó una copa de vino.
—Esta semana toca cocina tailandesa.
—Tendrías que dejarme cocinar a mí — protestó Seungmin, sintiéndose culpable de que siempre fuera Jimin la que preparara la cena.
—Cuando termine el cursillo de cocina. Ya te he dicho que me encanta tener a alguien con quien poner a prueba mis nuevos conocimientos. —Colocó platos previamente calentados en la mesa y empezó a servir la comida—. Es mucho mejor poder cocinar para otra persona, además de para una misma.
Seungmin tomó un sorbito de vino y paladeó su fresco sabor.
—¿Lo pasas bien en el cursillo de cocina, ¿no?
Jimin hizo un gesto de asentimiento. —Mucho. —Trajo la comida desde la barra de la cocina—. Siéntese, señora —dijo, haciendo una reverencia.
Cenaron amigablemente a la luz de las velas y Seungmin comprobó que la desazón que la dominaba empezaba a disminuir. Sabía que, de haberse quedado en casa recreándose en su tristeza, sólo habría conseguido sentirse peor. Y Jimin, en caso de que hubiera advertido que su amiga estaba algo más callada de lo habitual aquella noche, no hizo ningún comentario.
Ahora, tranquila y en agradable compañía, se alegraba de haber ido a la cena. Jimin era muy divertida y la entretuvo contándole pintorescas historias de los demás asistentes al cursillo de cocina. Seungmin tenía la sensación de que ya los conocía a todos y acabó riendo tranquilamente con las anécdotas de Jimin.
Después de la cena, Seungmin ayudó a su amiga a quitar la mesa y luego volvieron al salón y se sentaron en el sofá, una al lado de la otra.
—¿Quieres ver la tele? —preguntó Jimin. Acto seguido enarcó las cejas e hizo como si se retorciera las puntas de un bigote imaginario—. ¿O podemos pasar ya al postre?
—¡Qué sutil! —rió Seungmin—. ¡Vaya técnica! Descansemos un poco antes. —Se frotó la tripa —. La cena estaba deliciosa y creo que me he pasado un poco comiendo.
—Es que no sabes contenerte —rió Jimin, acurrucándose contra Seungmin y entregando la mano con la de su amiga—. Tienes cara de cansada, y pareces algo preocupada. ¿Has tenido un día duro en el trabajo?
Seungmin suspiró.
—Lo normal. Bueno, llegó el fax de confirmación de la agente de Huh Sam, esa escritora nueva. Está previsto que venga al pueblo dentro de un par de semanas, así que tendría que leerme el libro antes de que llegue. No suelo leer novelas históricas, pero Heeseung dice que ésta es magnífica.
—¿La fiebre del oro? No está mal.
—¿La has leído? —preguntó Seungmin, sorprendida.
—¡Aja! —Jimin hizo un gesto de asentimiento—. Acabo de terminarla. Me compré el libro cuando me dijiste que iba a venir la autora a la biblioteca. Ya sé que el hecho de que la historia transcurra en Daegu le da un especial interés, pero aparte de eso vale la pena leer la novela. ¿Ya has averiguado quién es esa tal Huh Sam? Vamos, supongo que es originaria del pueblo...
—Parece que nadie ha oído hablar de ella.
Jimin sonrió. —¡Vaya, una mujer misteriosa! Pues para ser su primera novela está bastante bien escrita. Entiendo que se esté vendiendo tan bien.
—En la biblioteca, todos los lectores que se la han llevado en préstamo han dicho que les ha gustado, así que su conferencia estará bastante concurrida, me imagino. Al menos eso espero, aunque sólo sea para que Changbin se calle un poco. —Seungmin hizo una mueca—. Cuando propuse hacer un refrigerio, nada más que té, café y algo para picar, dijo que era malgastar el dinero.
Jimin se escandalizó.
—¿Qué? ¿Va a poner pegas por unos bocadillos y unos pastelitos? ¡Es el colmo!
Seungmin sonrió.
—Los bocadillos los haremos nosotros y la madre de Heeseung preparará unos pasteles y sus famosas galletas. Se ha ofrecido voluntaria. A la familia Lee le ha encantado el libro.
—Mi hermana me ha contado que hace un mes o algo así vio a Huh Sam en la tele de Sydney, en el Midday Show. Dice que es guapa. ¡Aunque eso de ser joven, rubia y atractiva no tiene por qué ayudarla en su carrera, claro!
—¡Qué cínica eres, Min! —Seungmin se echó a reír y Jimin sonrió también.
—Tienes mejor cara que al llegar —dijo. Seungmin se encogió de hombros.
—Es que he tenido un día malo, nada más.
—¿No será que Changbin ha insistido y te ha invitado otra vez a salir?
—No, afortunadamente. —Seungmin sonrió—. Pero, sí lo hace, al menos esta vez no me pillará desprevenida. Ni se me había ocurrido que querría volver a hacer vida social tan pronto, y menos aún que iba a querer salir conmigo. Es que me parece que ni siquiera ha terminado de tramitar el divorcio.
—Qué pena que sea tan... —Jimin se interrumpió, buscando el adjetivo apropiado.
—¿Soso? —acabó Seungmin, y Jimin asintió.
—Exacto. —Miró a Seungmin—. ¿No dices que lo conoces desde que iban al colegio? ¿Ya era tan pesado entonces?
—Bastante.
—¿Y qué? ¿Ha estado amándote en secreto todos estos años?
Seungmin se sintió algo tensa. La conversación estaba aproximándose demasiado a una verdad que, de momento, no quería analizar. Le resultaba todo demasiado doloroso, incluso a esas alturas, después de diez largos años.
—¿Amándome en secreto? Yo no lo diría así —apuntó con cautela.
—Y si fuera así, yo lo entendería —dijo Jimin con la voz ronca, mientras sujetaba la barbilla de Seungmin entre los dedos—. Eres muy atractiva. Eres sensata. Eres inteligente...
—Y no me falta ningún diente —añadió. Jimin soltó una carcajada, divertida.
—Una cualidad imprescindible para la esposa de un secretario municipal.
—¡Por Dios! —refunfuñó Seungmin—. ¡Ni se te ocurra insinuarlo!
—Bueno, no le eches la culpa al pobre chico. Es un pesado, pero no es tonto. Sabe que detrás de todo gran hombre tiene que haber una gran mujer y, por lo que parece, su última esposa dejaba bastante que desear. Pero tú serías la mujer ideal. En el pueblo te conoce todo el mundo. No tienes ningún ex marido ni hijos por aquí. Y, tal como has puntualizado tú misma con especial elegancia, no te falta ningún diente. Eres perfecta.
Seungmin se rió.
—Hay un pequeño detalle: no me interesa.
—Bueno, hay dos pequeños detalles —le recordó Jimin—. En primer lugar, no te interesa. Y en segundo lugar, te gustan las mujeres. Cosa que a mí, personalmente, me parece muy bien.
Seungmin sonrió, pero acto seguido se puso seria.
—Eso complica algo las cosas, ¿no?
—Claro. Especialmente en un sitio como éste, donde todo el mundo se mete en la vida de los demás.
—Es esa dichosa doble moral, que tanta rabia me ha dado siempre. ¿No te has fijado en que tener alguna aventurilla heterosexual o un pequeño lío adúltero está incluso bien visto y que, en cambio, cuando se trata de homosexualidad, todo el mundo tuerce el gesto y se vuelve conservador?
—Estoy totalmente de acuerdo —Jimin hizo un puchero—. Y pobres de los gays que vengan a este pueblo lleno de machistas. Está claro que en esta parte del mundo el patriarcado sigue en plena vigencia y seguro que los lugareños tampoco aceptan la más mínima insinuación de lesbianismo en ninguna de sus mujeres.
—¿Pero tú crees que hay alguna lesbiana en el pueblo? —preguntó Seungmin con cara de espanto. Jimin soltó una risita.
—Eso me han dicho. Aunque nunca he visto a ninguna. Al menos a ninguna que se dedique a hacer el amor en plena calle, para escándalo de la comunidad.
Seungmin se unió a las carcajadas de Jimin y luego suspiró.
—No resulta fácil, ¿verdad?
—No, desde luego. Por eso me parece increíble que digan que uno elige ser gay. ¿Qué persona en su sano juicio querría pasarse la vida encerrada en el armario, si tuviera elección? —Jimin meneó la cabeza reprobatoriamente—. Pero dejemos este tema tan deprimente. Se me ocurren mejores maneras de pasar el tiempo contigo. —Deslizó los labios por la mejilla de Seungmin, hundió la boca en el hueco de su cuello y empezó a mordisquearle el lóbulo de la oreja —. Mmm... ¡Qué bien hueles!
—¿Seguro que no es el olorcito que ha dejado esa cena tan deliciosa? —preguntó irónicamente Seungmin.
—¡Qué romántica! —protestó Jimin. Y empezó a cubrir de tiernos besos la suave piel de Seungmin.
«Romántica», se repitió interiormente Seungmin. Al principio sí lo era, cuando su amor por Hyunjin la obsesionaba a todos y cada uno de sus instantes de vigilia. Se esforzó por concentrarse inmediato y, mientras Jimin continuaba mordisqueándole la oreja, volvió la cabeza y su boca se juntó con la de su amiga, en un beso que era un desesperado intento por volver al presente y borrar el pasado.
—Bueno, —Jimin soltó una leve risa—, esta reacción me incita a seguir con lo que tenía previsto. —Deslizó los dedos bajo la camiseta de Seungmin y cubrió con sus manos los firmes y pequeños pechos de su amiga. Seungmin exhaló un tenue gemido y Jimin le acarició los turgentes pezones con los pulgares.
—Eso es... —murmuró Jimin, pero cuando Seungmin empezó a desabrocharle la blusa la detuvo —. No. Espera —dijo—. Primero quiero concentrarme en ti —añadió con la voz ronca, tirando de la camiseta de Seungmin. Se la quitó y la dejó caer al suelo.
Jimin le soltó el cierre del sujetador e inclinó el rostro hacia el pecho de Seungmin, se metió uno de sus pezones erectos en la boca, lo excitó con la punta de la lengua y lo mordisqueó delicadamente.
Seungmin reaccionó arqueando el cuerpo y clavando las uñas en los almohadones del sillón. Jimin la apartó con delicadeza y la hizo recostarse en el sofá. Le bajó la cremallera de los jeans y se los quitó; luego deslizó lentamente los dedos bajo el borde de las bragas. Sus dedos la rozaron levemente, se retiraron y volvieron a tocarla, y Seungmin alzó las caderas, con las terminaciones nerviosas tensas por la expectación. Jimin le fue bajando lentamente las bragas y Seungmin soltó un quejido de placer, mientras la mano de su amiga volvía a deslizarse hacia lo alto de su pierna.
Los dedos de Jimin llegaron hasta su entrada, y se sumergieron poco a poco en su húmedo interior. Finalmente, la penetraron, mientras el pulgar dibujaba círculos sobre su clítoris. Seungmin emitió un gemido. Sus músculos se tensaron mientras Jimin reducía el ritmo y lo aceleraba de nuevo, cubriendo de suaves besos el abdomen de su amiga. Luego la boca sustituyó al pulgar y Jimin usó los labios la lengua para aumentar la excitación de Seungmin, hasta que su amiga, con un gemido de satisfacción, llegó al clímax y se abandonó a un tembloroso orgasmo.
—Qué bien lo haces —dijo Seungmin , mientras recuperaba el aliento.
Jimin soltó una risita.
—Tú tampoco lo haces mal. —Asió la mano de Seungmin y la ayudó a levantarse—. Vamos a ponernos más cómodas y así me devuelves el favor.
Seungmin dejó que su amiga la condujera de nuevo por el pasillo y la hiciera pasar al dormitorio. Una vez allí, le quitó rápidamente la ropa e inclinó su cuerpo sobre el de ella. Cuando terminaron, se quedaron un rato acostadas la una junto a la otra, contemplando cómo bailaba la luz de la luna en el techo de la habitación.
Seungmin volvió la cabeza para mirar a Jimin.
—¿Cuándo te diste cuenta?
—¿De qué me gustaban las mujeres? —Jimin soltó una risita—. ¿Tú o las mujeres en general?
Seungmin hizo un mohín.
—Las mujeres en general.
—Supongo que en el fondo siempre lo he sabido. Pero me crié en un pueblo pequeño, como éste, y ya sabes lo que es eso. La presión de los convencionalismos es mucho mayor que en la ciudad. Incluso llegué a casarme con el hermano de mi mejor amiga.
Seungmin enarcó las cejas, sorprendida.
—¿Has estado casada? No lo sabía.
Jimin hizo una mueca.
—No ha sido lo mejor que he hecho en mi vida. La verdad es que quería casarme con mi mejor amiga, no con su hermano.
De repente, a Seungmin le vinieron al pensamiento la cara y los risueños ojos azules de Hyunjin y se esforzó por apartar de la mente aquellos dolorosos recuerdos.
—Y a tu mejor amiga, ¿se lo dijiste?
—No, nunca. —Jimin desvió la mirada, acosada por sus propios e igualmente inquietantes demonios.
—¿Aún la quieres? —le preguntó con un hilo de voz y Jimin se encogió de hombros.
—De hecho, no. Ha pasado mucho desde entonces. Creo que nunca me perdonó que me divorciara de Renjun, pero yo pensé que ya había hecho bastante con estropear cinco años de su vida. Así que lo dejé todo y me sumergí en el anonimato de la gran ciudad. Descubrí los locales de ambiente y no he vuelto a mirar atrás. ¿Y tú?
Seungmin se encogió de hombros.
—Tenía unos quince años cuando me di cuenta de que me gustaban las mujeres —admitió con cautela. «Una mujer», se corrigió mentalmente —. Tuve un par de historias cuando estaba en la universidad, pero la verdad es que no me resultaba, y no me resulta, fácil de llevar.
—Sobre todo aquí, en tu pueblo natal —concluyó Jimin y Seungmin asintió—. Es curioso que no hayamos hablado de esto hasta ahora, ¿no? Supongo que no hemos dedicado mucho tiempo a conversar.
—Comida y sexo. —Seungmin enarcó las cejas—. ¿Crees que nuestra relación es excesivamente superficial?
Jimin se echó a reír y fue subiendo la mano por el muslo de Seungmin y por su liso abdomen, hasta posarla finalmente en el nacimiento de sus pechos.
—Si lo es, viva la superficialidad. —Miró a Seungmin a los ojos—. De ahora en adelante... —añadió en voz baja, y Seungmin intentó no apartar culpablemente la mirada, pensando que tal vez estaba utilizando a Jimin pero sin querer admitirlo.
Jimin se incorporó y se apoyó sobre un codo.
—¿Y tú qué, Minnie? ¿Cuál es tu historia? ¿Ha habido alguna persona especial?
Seungmin nunca le había hablado a nadie de Hyunjin y ahora vacilaba.
—¡Ah! —Jimin acalló delicadamente la boca de Seungmin con un gesto—. ¿Conozco a la afortunada?
Seungmin hizo un gesto en señal de negación.
—No. Fue hace mucho tiempo. Éramos las dos muy jóvenes. Demasiado.
—Pero sigue afectándote.
—Un poquito. —Qué forma de atenuar la verdad, pensó, burlándose de sí misma. Estaba empezando a sospechar que aquella historia todavía la afectaba muchísimo.
—Cuéntamelo.
—No sé... No fue nada especial. Ocurre continuamente.
—Pero eso no lo vuelve menos doloroso —repuso Jimin, con cariño.
—Fue un desastre —dijo Seungmin, y la voz se le quebró sin querer.
—¿Y dónde está ahora esa mujer?
—Se fue a vivir a Australia.
—Te conquistó y luego te rompió el corazón, ¿no?
—No exactamente. Ya te he dicho que éramos las dos muy jóvenes.
—¿Y?
Seungmin tragó saliva.
—Su madre nos pilló juntas.
Seungmin empezó a revivir la antigua sensación de vergüenza, pero la apartó de su mente. No había nada de qué avergonzarse: no había dejado de repetírselo. ¿Qué había de vergonzoso en el hecho de amar a una persona del modo en que ella amaba a Hyunjin?
—¿Teniendo relaciones?
—Algo así. —Seungmin torció el gesto.
—Ya entiendo... —murmuró Jimin, comprensiva.
—Estábamos en su habitación. —Seungmin meneó la cabeza—. No fue nada agradable, te lo aseguro.
—Ya me lo imagino. ¿Y qué pasó después?
—Pues todo y nada. —Seungmin suspiró—. Su madre se puso hecha una furia y amenazó con contárselo a su marido y a mi tía. —Se encogió de hombros—. Después, mi amiga se casó con su novio y ahí acabó todo.
—¿Quieres decir que la obligaron a casarse? — preguntó Jimin, con incredulidad.
—No es eso. —Seungmin tragó saliva. La verdad de lo ocurrido seguía clavándose en su corazón como un cuchillo—. Fue ella quien decidió casarse —añadió de inmediato, y Jimin no dijo nada durante un largo rato.
—Lo siento. Tuvo que ser horrible.
Seungmin se encogió de hombros.
—Como tú has dicho, ha llovido mucho desde entonces. —Echó un vistazo al despertador de la mesilla—. ¿Qué hora es?
—Casi medianoche. —Jimin suspiró también—. Ojalá no tuvieras que irte. ¿Por qué no te quedas?
Seungmin se incorporó y se sentó.
—No voy a poder dormir, pensando que mañana no me despertaré a tiempo.
—Detesto que tengamos que andar escondiéndonos —refunfuñó Jimin— Al fin y al cabo, somos adultas. —Tiró de Seungmin para recostarla sobre ella—. Has estado fantástica esta noche —dijo, besándola ávidamente.
Seungmin la besó también y luego se apartó con delicadeza, sintiendo otra vez aquella punzada de culpabilidad al pensar que había estado haciendo el amor con un recuerdo que la obsesionaba.
—Tengo que irme.
—Te tienes que ir. —Jimin suspiró—. Vete, antes de que se me ocurra algo —añadió con una sonrisa triste.
Seungmin caminó descalza hasta el salón, que aún tenía la luz encendida, y recuperó su ropa. Jimin fue tras ella. Se había puesto una camiseta ancha y siguió a Seungmin hasta la puerta.
—Gracias por la cena —dijo Seungmin—. Y por lo demás.
—La cena no tiene importancia. Pero lo demás ha estado muy bien. —Jimin soltó una risita—. ¿Comemos juntas el martes?
—Claro —asintió Seungmin.
Jimin alargó la mano y atrajo a Seungmin hacia su pecho por última vez, antes de abrir la puerta y dejar que su amiga se marchara. Se despidió con un gesto mientras Seungmin recorría, marcha atrás, el camino hasta la entrada y tomaba la dirección de su casa.
Apenas se veía una ventana iluminada y Seungmin se preguntó por qué no se quedaba a pasar la noche en casa de Jimin. Sería mucho más sencillo para ambas. Hacer el amor y luego tener que vestirse y volver a casa resultaba un poco molesto. ¡Y ya tenía veintiocho años, por Dios! ¿A quién le importaba lo que hiciera?
Ahogando un bostezo, Seungmin cambió de marcha al salir de la calle de Jimin y frunció el entrecejo. Le preocupaba que la historia con Jimin no fuera del todo sincera por su parte. Le gustaba aquella mujer, eso sí, y al principio había sido un alivio encontrar a alguien con quien hablar, alguien con quien cenar, un sitio donde ir. Pero sabía que su amiga se merecía más de lo que ella podía darle.
Como secretaria del alcalde, Jimin trabajaba en el edificio del ayuntamiento, que no quedaba lejos de la biblioteca, y se conocieron cuando Jimin fue a consultar algunos datos históricos para un folleto que estaban redactando en su departamento. Fue una coincidencia.
Normalmente, quien se encargaba de hacer este tipo de consultas era el ayudante de Jimin. Pero el hombre estaba de baja por enfermedad y fue ella en persona la que acudió a la biblioteca. Estuvo charlando un ratito con Seungmin y al día siguiente volvió y le propuso ir a comer juntas a una cafetería cercana. Seungmin se alegró de acompañarla. Fue una buena distracción, en un momento en el que estaba un poco harta del trabajo.
Seungmin se había presentado al puesto de bibliotecaria municipal tres años antes, poco después de regresar a Daegu, cuando su tía se puso enferma.
Lo cierto era que su trabajo le gustaba y, además, pensaba que desempeñaba bien sus funciones. Después de poner en práctica sus ideas, la biblioteca empezó a ser más conocida en el pueblo. Programaban más actividades, organizaban visitas de las escuelas y celebraban una sesión semanal de lectura de cuentos a la que asistían bastantes niños.
Lo que sucedía era que, últimamente, Seungmin se sentía algo cansada y no sabía bien cómo encarar el futuro.
Su tía ya había fallecido y a Seungmin no le quedaba ningún vínculo con Daegu. ¿Quería quedarse en el pueblo o prefería trasladarse a una ciudad más grande, donde pudiera trabajar en algo más interesante? Por eso aceptó de buen grado la distracción que suponía la invitación de Jimin.
Después de aquella primera cita, Jimin y Seungmin se acostumbraron a comer juntas un par de días a la semana en una cafetería muy concurrida que servía comida elaborada con ingredientes naturales: bocadillos y hamburguesas, quiches y postres ligeros. Muy pronto, Seungmin se encontró esperando con agrado la hora del almuerzo. Sin embargo, no buscaba ninguna aventura. Eso era lo último que se le habría pasado por la cabeza. Pero, al cabo de unas semanas, Jimin empezó un cursillo de cocina y le preguntó si querría hacer de conejillo de indias, para poner a prueba sus nuevos conocimientos. Y Seungmin aceptó.
La primera noche, disfrutaron de la cena preparada por Jimin y después fueron a tomar el café a la sala de estar. Seungmin se sentó en el sofá de dos plazas, dando por supuesto que Jimin se sentaría en la butaca que había enfrente. Pero Jimin se sentó a su lado y con un gesto delicado le quitó de las manos la taza de café. Luego se volvió hacia ella y la besó. Seungmin se quedó paralizada por la sorpresa. Hasta ese momento, ni se le había ocurrido la posibilidad de que Jimin fuera lesbiana. Siempre habían mantenido conversaciones superficiales, limitadas a los respectivos trabajos o a sus colegas.
—¿Te he sorprendido? —preguntó Jimin.
—Pues... sí, la verdad —reconoció Seungmin.
—¿Te he molestado? —continuó, en un tono de normalidad, pero Seungmin advirtió que el pulso le latía visiblemente en el cuello.
—No, no me has molestado —dijo, intentando decidir hasta dónde debía dejar que avanzase la situación. Siempre había mantenido bajo un estricto control aquella parte de su vida, especialmente desde que había regresado a Daegu.
Jimin tomó la mano de Seungmin y la sostuvo con delicadeza.
—¿Me he equivocado contigo? Si es así, dímelo. —Jimin miró la mano de Seungmin —. No quiero estropear las cosas, Min, pero pensé... —se encogió de hombros—, pensé que tal vez eras como yo.
Seungmin tragó saliva. ¿Tanto se le notaba? No podía ser. Iba con mucho cuidado. Lo único que no estaba dispuesta a hacer era salir con hombres. Aunque tampoco le resultaba difícil evitarlo. Su cuerpo largo y anguloso, sus curvas casi inexistentes y sus facciones anodinas no eran precisamente un reclamo para que los hombres hicieran cola a su puerta.
Jimin suspiró.
—Oye, Seungmin. No pasa nada. No tienes por qué contestarme. ¿Puedo pedirte que olvides lo que ha ocurrido?
Seungmin tomó aliento e intentó serenarse.
—No te has confundido, Jimin—dijo en voz baja—. Es que estoy algo sorprendida. No pensaba que..., bueno, que se me notara tanto.
—No se te nota. De verdad. —Jimin soltó una risita, visiblemente aliviada—. Pero yo suelo acertar con estas cosas. Tengo diez años más que tú, así que tengo bastante práctica. Bueno, tampoco quiero decir que haya tenido un montón de parejas... —Hizo una mueca—. Mejor me callo, ¿no?
—Mejor. —Seungmin sonrió, y permanecieron las dos sentadas, mirándose.
—¿Así que te parezco absolutamente repulsiva? —preguntó en voz baja Jimin. Seungmin hizo un gesto negativo, tomó una decisión e inclinó el rostro para besar a su amiga.
Desde esa noche, ya hacía seis semanas, Jimin preparaba cada jueves una cena para las dos y salían a comer juntas un par de veces a la semana.
Seungmin tenía un gesto ceñudo cuando entró en el garaje situado detrás de su casa. Sospechaba que, para Jimin, la relación tenía más importancia que para ella. Y Seungmin sabía que llevaba ya algún tiempo sabiéndolo. Simplemente, no había querido afrontarlo. No estaba segura de querer analizar sus sentimientos. Y menos ahora, cuando Hyunjin iba a volver al pueblo.
«¿Y eso qué más da?», se preguntó Seungmin. Lo que hiciese Hyunjin no tenía nada que ver con su vida, no había tenido nada que ver en los últimos diez años.
«¡Sí, claro!», se burló cruelmente la voz de su conciencia. ¡Como si le hubiera resultado tan fácil borrar lo que sentía por Hyunjin!
Seungmin reprimió las ganas de cerrar el coche con un portazo más fuerte de lo necesario. Se contuvo en deferencia a lo tardío de la hora y rodeó resueltamente la casa, hasta llegar a los escalones de la entrada principal. ¿Qué tenía que ver el regreso de Hyunjin con la relación que ella mantenía con Jimin? Hyunjin venía al pueblo con su marido y Seungmin se recordó a sí misma que no venía precisamente a verla a ella. Hyunjin hacía años que había elegido.
El sábado por la tarde, Seungmin estaba inquieta. Había rechazado la propuesta de Jimin de ir a pasar el fin de semana de excursión, pero ahora hubiera preferido aceptar la invitación de su amiga.
Dedicó parte de la energía que la desbordaba a limpiar la casa con mayor diligencia de lo habitual, hasta que tuvo que reconocer que no quedaba ni un solo rincón sucio.
Dos años antes, cuando murió su tía, Seungmin había heredado la casa y había hecho reformar el baño y la cocina. También pintó las habitaciones, eligiendo colores más claros y mucho más bonitos.
Era una casona antigua construida según el estilo tradicional de Queensland, es decir, con una arquitectura pensada expresamente para el clima tropical. Se alzaba sobre pilares, tenía un tejado a dos aguas y estaba rodeada de amplias y sombreadas galerías. En el interior, los techos eran altos, las paredes estaban revestidas de madera y las puertas se hallaban rematadas con una celosía en forma de arco.
Poco tiempo después, Seungmin se dio cuenta de que le gustaba el estilo anticuado de la casa. Aunque ella y su tía se habían adaptado de mala gana a la mutua compañía, Seungmin sabía que hasta que no estuvo sola no empezó a disfrutar de la vida allí. Sólo cuando regresaban los antiguos recuerdos, volvía a asaltarla la vieja y reprimida sensación de soledad y aislamiento.
Ahora, con todas las tareas domésticas terminadas, Seungmin empezó a rondar por la casa sin saber qué hacer. Básicamente, sabía qué era lo que le pasaba. Como siempre, se sintió atraída hacia la cabaña del árbol, pero se dijo que era absurdo pensar siquiera en salir al jardín de la parte de atrás. Todo aquello estaba superado. Eran cosas de crías, desazón de adolescentes.
Pero no logró concentrarse en la lectura y, pasadas las tres de la tarde, empezó a bajar los escalones de la parte de atrás de la casa y caminó hasta el viejo tamarindo. Arrancó una fruta, abrió la vaina y lamió la pulpa agridulce. Mucha gente pensaba que los tamarindos tenían un sabor desagradable, pero a Seungmin le encantaban, e incluso preparaba un zumo con la fruta, tal como le había enseñado su tía.
Seungmin trepó como pudo por la escalerilla, localizó los asideros del tronco y se encaramó a la plataforma. Miró a su alrededor, intentando evitar el otro lado de la valla. Evidentemente, ahora resultaba un poco más difícil ver qué ocurría en la parcela de los Hwang, porque las ramas cargadas de hojas se habían vuelto más gruesas con los años. El silencio que reinaba en la casa vecina indicaba que la familia no estaba en casa y, con esta conclusión, se disipó en parte el malestar que había embargado a Seungmin en las últimas horas.
Durante las semanas que siguieron a aquella penosa discusión con la madre de Hyunjin y todo lo que vino después, Seungmin acudió obstinadamente a la cabaña, con la esperanza de que su amiga cambiaría de opinión. Pensaba que se fugarían juntas y se irían a vivir a Seúl, al sur; que buscarían trabajo y se sumergirían en el anonimato de la gran ciudad.
Pero llegó la boda de Hyunjin sin que Seungmin hubiera visto a su amiga. Se pasó el día sentada en la cabaña, abatida por la tristeza y contando los minutos. Cuando resultó evidente que Hyunjin no iba a reunirse con ella, se juró que se marcharía del pueblo y que ya no volvería a dirigir la vista a la cabaña.
Sin embargo, tuvo que volver a Daegu cuando su tía se puso enferma. La cabaña se convirtió de nuevo en un refugio donde Seungmin se escondía en los pocos momentos que le dejaba libres el cuidado de la anciana.
Con los años, Seungmin había ido sustituyendo algunas tablas carcomidas, incapaz de dejar que la caseta del árbol se fuera estropeando con el tiempo.
Se sentó con cuidado en la silla de lona, comprobando si aún resistía su peso. Todavía aguantaba y Seungmin se acomodó en ella. Miró a su alrededor, notando cómo la iba invadiendo la intimidad del recinto. Casi podía imaginar que volvía a ser una niña y luego una tímida adolescente. Pero Hyunjin no subía para estar a su lado, para reír juntas, para contarle secretos. O para hacer el amor con ella.
Seungmin revivió intensamente la sensación de haber amado a una persona y haberla perdido, y luego el dolor de la traición. Suspiró. No estaba jugando limpio. Había hecho un pacto consigo misma: se había dicho que no se sentaría en la cabaña a pensar en Hwang Hyunjin. Sólo conseguía invocar más recuerdos. Abrió con decisión el libro que había traído y que ya estaba a punto de terminar. Al cabo de un momento consiguió tranquilizarse con el frescor y el silencio del recinto y se sumergió en la historia.
—¡Hola! —Seungmin se llevó un susto de muerte al oír una alegre vocecita infantil.
Bajó la vista y vio una resplandeciente melena dorada y unos ojos claros, de un tono azul que Seungmin conocía muy bien.