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Fruto de la Traición ||HunHan||

Summary

Oh SeHun no aceptaba que Neul fuera hija suya. Estaba convencido de que LuHan, su esposo, lo había engañado con otro hombre y de que Neul era el fruto de esa traición. De modo que ambos vivían separados, hasta que el silencio entre ellos se rompió por necesidad: alguien había secuestrado a Neul. SeHun sabía que él era el único que podía rescatar a la niña, pero eso significaba volver a ver a LuHan. No le quedaba más remedio que hacerlo, y entonces descubrió que, después de tres largos años, LuHan seguía llevando aún su anillo de bodas... -A D A P T A C I O N.

Genre:
Romance / Drama
Author:
GianeMin93
Status:
Complete
Chapters:
13
Rating:
5.0 1 review
Age Rating:
13+

Chapter 1

LONDRES. Mansión cercana a Hyde Park. Hora: las 17:45 p.m. Seis horas después del suceso. La tensión en el salón de la mansión era tal que se podía casi tocar. La gente estaba de pie en pequeños grupos. Unos hablaban en voz baja, preocupados, mientras otros, callados, rompían de vez en cuando a llorar. Se oían voces reconfortantes. Otros se mantenían aparte del resto, de pie o sentados, ejerciendo sobre sí mismos un férreo autocontrol que los obligaba a permanecer inmóviles y en silencio.

Esperando.

LuHan era de estos últimos. Estaba solo, sentado en uno de los sofás, y su aspecto era sereno, tranquilo. Miraba la pálida alfombra bajo sus pies en apariencia inconsciente de todo lo que lo rodeaba.

Pero no era en absoluto inconsciente de lo que lo rodeaba. Ni estaba tranquilo. A cada instante cada ruido reverberaba en su cabeza como un escalofrío. Estaba ahí sentado sin moverse, muy quieto y con la espalda recta porque sabía que si se movía, aunque sólo fuera un músculo, toda su entereza, ganada con tanto esfuerzo, se vendría abajo.

De hecho ya había ocurrido. Cuando le dieron la noticia, su reacción inicial había sido la de sentirse horrorizado, fuera de sí. Entonces intentaron llevarlo a la cama, intentaron darle tranquilizantes para sacarlo de su estado atormentado y hacer que se durmiera para que se olvidara de la situación

Pero él se había negado. Por supuesto que se había negado. ¿Cómo podía ningún padre o madre, se preguntó, ningún padre o madre refugiarse en el sueño en un momento como ése?

Como su reacción había sido alarmante y necesitaban algo tangible de qué ocuparse él se había convertido en el candidato perfecto para recibir las atenciones de todos. Y como sabía que no tenía fuerzas para oponerse a ellos al tiempo que controlaba los miles de temores que surgían en su interior se había visto obligado a calmarse, había fingido que conseguía dominarse y había tomado asiento en el sofá, en el que llevaba ya horas sentado. Horas...

Esperando.

Como todos los demás.

Esperando al hombre que debía llegar y hacerse cargo de la situación.

Le habían dicho que estaba de camino. Como si esa información pudiera hacerlo sentirse mejor. No se sentía mejor. Nada podía hacerle sentirse mejor. Nada

Así que se quedó sentado, inmóvil, con los ojos mieles mirando para abajo para que nadie pudiera ver lo que ocurría en su interior. Se concentró en permanecer en calma mientras los demás, llenos de ansiedad, eran incapaces de ver cómo su camisa negra de manga larga y sus pantalones ajustados acentuaban la tensión de su rostro pálido. Tampoco parecían darse cuenta de que estaba sentado tan recto porque el susto mantenía agarrotado su espina dorsal como si fuera de hierro, ni de que sus manos, agarradas la una a la otra sobre el regazo, estaban tensas y frías de modo que era imposible separarlas.

Pero al menos no se acercaban a él. Al menos no intentaban reconfortarlo murmurando palabras inútiles que ningún padre o madre quería oír en un momento como aquél. Al menos lo dejaban estar solo.

De pronto, el sonido de neumáticos en la grava del camino que daba acceso a la casa hizo que todos se sobresaltaran y prestaran atención. LuHan no se movió. Ni siquiera levantó la cabeza.

Había ruido de voces en la entrada. Una sobresalía de entre las demás, profunda, dura y autoritaria. El aire de la habitación comenzó a helarse.

Entonces se oyeron pisadas firmes y precisas caminando hacia la puerta cerrada del salón. Al abrirse por fin todos se dieron la vuelta fijando su mirada expectante en el hombre que apareció en el umbral.

Sin embargo, LuHan mantuvo los ojos fijos en la alfombra. Contaba cuidadosamente las rosas diminutas de su dibujo.

Alto, delgado, piel blanca, cabello negro y músculos tensos, llevaba una camisa blanca, corbata negra y un traje gris de seda caro que le sentaba como todo buen traje debe sentar. La nariz larga, fina y dura, la boca sensual y decidida. Y los ojos desafiantes y fríos como los de un cazador, dorados, como un tigre. Fríos como sus rasgos. Un hombre de piedra.

Estuvo de pie, firme en el umbral durante un momento, durante unos segundos eternos, irradiando un poder y una fuerza en la habitación que hizo que todos contuvieran el aliento. Sus ojos extraños se fijaban en un rostro ansioso y luego en otro, observando la escena por entero y sin reconocer a nadie en particular. La chica joven sentada junto a la ventana dejó escapar un suspiro cuando él fijo su vista en ella. Sus mejillas se sonrojaron y sus ojos, hinchados, se quedaron mirándolo como si estuviera suplicando por su vida. Fríamente, sin prestar atención, caminó por la habitación. Hasta que sus ojos tropezaron con LuHan, sentado solo, en su inmenso esplendor, con la cabeza baja e inconsciente de todo.

Entonces le ocurrió algo a sus ojos. Nadie supo exactamente qué pero todos los que lo vieron sintieron un escalofrío. Comenzó a caminar con gracia y soltura. Sin volver a mirar por segunda vez a nadie caminó y cruzó la alfombra parando justo delante de él.

-LuHan -dijo en voz baja.

Él no se movió. Sus ojos se fijaron en los zapatos de piel fabricados artesanalmente que tapaban en ese momento el trozo de alfombra que había estado observando, pero aparte de eso no dio muestras de ser consciente de su presencia.

-LuHan -volvió a repetir de nuevo con un tono de voz más autoritario.

En esa ocasión sí obtuvo respuesta. Las pestañas de LuHan vibraron y poco a poco sus párpados comenzaron a levantarse deslizándose por las largas y poderosas piernas, por el torso tenso de músculos sólidos cubiertos por la camisa blanca.

Alcanzó a ver el cuello, blanco y tirante. Luego el mentón, rígido, la sombra de una línea que esculpía a la perfección la boca. La nariz, fina y recta, masculina. Las mejillas, tersas con el lustre de la seda propia de las pieles bien cuidadas. Y por último los ojos. Su mirada miel ausente se fijó en los ojos dorados de cazador de aquel hombre al que hubiera deseado no volver a ver.

¿Cuánto tiempo había pasado?, Se preguntó LuHan. Hacía ya dos años que no lo veía, casi tres. Había cambiado muy poco. ¿Y por qué iba a cambiar? Se preguntó. Él era Oh SeHun, un hombre importante, poderoso. Un hombre rico que podía mantener casas en calles de prestigio de todas las capitales importantes del mundo. Un ser humano al que todos prestaban su zalamera atención, nacido para ostentar el poder, criado para ostentar el poder y acostumbrado al poder. Cuando él fruncía el ceño, la gente se inclinaba ante él.

Un hombre que lo tenía todo; buen aspecto, un cuerpo impresionante. ¿Por qué iban a cambiar eso tres insignificantes años?, Se preguntó. Él poseía los rasgos divinos de un hombre de fábula: el pelo tan negro que brillaba con reflejos azules a la luz, la nariz tan arrogante que era incapaz de pedir perdón, la boca firme, resuelta, perfectamente dibujada en una estructura ósea esculpida en la misma piedra privilegiada de los héroes. Y por último los ojos. Sus ojos eran los de un león, los de un tigre, los de una pantera negra.

Eran los ojos de un depredador duro, frío y salvaje, cruel e incapaz de perdonar.

Incapaz de perdonar, recapacitó.

Si su boca hubiera estado hecha para perdonar hubiera sonreído, aunque hubiera sido amargamente.

Él era el hombre que no perdonaba. Y LuHan el pecador.

Era una lástima que él viera la situación por completo del revés. Eso significaba que ninguno de los dos estaba dispuesto a conceder ni lo más mínimo al otro. Ninguno de los dos estaba dispuesto a odiar menos al otro.

Tres años, se repitió a sí mismo. Tres años de silencio y amargura. Y las cosas seguían igual, ocultas bajo la superficie pero exactamente igual. Y, a pesar de todo, en ese momento tenía el coraje de presentarse delante de él y llamarlo por su nombre como si fuera lo más natural del mundo que lo hiciera.

Pero no lo era. Y ambos lo sabían. LuHan no estaba en condiciones de jugar al estúpido juego de humillados y ofendidos. No con él. No con el hombre al que una vez había amado. No con el hombre al que odiaba tanto como una vez amó.

Apartó la vista de él bajando los ojos de nuevo a lo largo de toda la longitud de su cuerpo. No quería ver su hermoso rostro, su espléndido cuerpo, sus largas piernas. No quería verlo.

Entonces él habló, alto y claro, y toda la habitación tembló: -Fuera.

No lo había dicho en un tono de voz elevado, pero no hubo ni una sola persona en la habitación que no lo entendiera. Indiferente a todos ellos, inmóvil, se quedó de pie delante de LuHan mientras esperaba a que la gente llevara a cabo su orden.

Todos se pusieron en acción reaccionando como juguetes mecánicos. Las cabezas, los cuerpos, todos los miembros comenzaron a moverse de forma descoordinada, en masa hacia la puerta. Había dos policías sin uniforme, un chofer uniformado, una niñera joven que lloraba con la cabeza enterrada en el pañuelo y el ama de llaves y su marido. También estaba el médico, al que habían llamado para que viera a la niñera y que al final se había quedado temiendo que LuHan finalmente sufriera un shock. O quizá él le había pedido que se quedara.

¿Quién lo sabía?, Se preguntó LuHan, ¿y a quién le importaba? A él no, desde luego. Puede que otra gente agachara la cabeza al verlo, puede que otros obedecieran sus despóticas órdenes sin rechistar, pero él no. Nunca. Era sorprendente e incluso patético que un hombre pudiera entrar así en un salón, dar un orden y conseguir que todos obedecieran sin necesidad de decir siquiera su nombre.

Pero lo cierto era que ese hombre no era cualquier hombre. Ese hombre tenía tanto poder que podía entrar en cualquier salón de cualquier parte del mundo y exigir de inmediato la atención de todos. Era el hombre que había cerrado a cal y canto esa mansión y su jardín escasamente una hora después del incidente. Era una lástima que no la hubiera tenido cerrada así antes de que ocurriera. Si lo hubiera hecho no estarían viéndose en ese momento, pensó LuHan.

La última persona que salió cerró la puerta. LuHan escuchó el clic y sintió como entre ellos se hacía el silencio. Él se fue y volvió escasos segundos después para sentarse a su lado y poner en sus manos un vaso presionándolo contra sus labios y obligándole a beber.

-Bebe -ordenó.

El olor inconfundible del brandy invadió sus sentidos y casi le hizo marearse. Sacudió la cabeza y el pelo dorado, se agitó. Pero él ignoró el gesto.

-Bebe -repitió-. Estás tan pálido que asustas. Bebe o te obligaré yo a beber.

No era una amenaza en vano. Eso quedó bien claro cuando su mano se elevó, larga y fuerte, agarrándolo del mentón para forzarlo a abrir la boca.

Bebió y luego carraspeó al notar cómo el líquido bajaba por su garganta como el fuego y sus pulmones conseguían por fin respirar frenéticos como si llevaran tiempo intentando hacerlo sin éxito.

-Eso está mejor -murmuró él creyendo que había sido el brandy lo que le había hecho dar la bocanada de aire cuando lo cierto era que había sido su contacto el causante, un contacto que parecía cargado de electricidad y que obligaba a cada milímetro de su cuerpo a reconocerlo -. Bebe un poco más.

Él bebió aunque sólo para ocultar el horror que sentía. Por él. Por ese hombre. Por el amargo hecho de que aún respondiera tan violentamente al contacto físico de un hombre que le había causado tanto dolor, tanta desilusión y tanta infelicidad.

Lo obligó a beber varios tragos de brandy y por fin decidió que era suficiente. Sus dedos le soltaron y retiró el vaso. El licor había conseguido colorear ligeramente sus mejillas mientras que aquel contacto había puesto una nota de condena amarga en su mirada de ojos mieles.

-¿Has sido tú? -exigió saber él pronunciando la frase sin apenas vocalizar.

Sin embargo él lo oyó y le entendió. La forma en que se endurecieron sus ojos lo dejaba bien claro. Siguió observándolo y escrutándolo con frialdad y calma. Lo estaba negando con los ojos. Su expresión de dureza y ofensa exigía saber cómo se atrevía a pensar una cosa así.

-Te odio -añadió LuHan -. Desprecio la tierra que pisas. Si le ocurre algo a mi niña, ten cuidado, SeHun. Porque estoy dispuesto a atravesar con un cuchillo ese trozo de piedra que tienes en el pecho al que llamas corazón.

El siguió sin responder. Ni siquiera reaccionó, lo cual era toda una novedad porque con su exagerado sentido de la ofensa personal no se tomaba nunca a broma las amenazas. Y él había hablado en serio.

-Cuéntame lo que ha ocurrido -dijo al fin con calma.

LuHan recordó de pronto el momento en que la niñera había entrado gritando: «Han secuestrado a Neul. Estábamos jugando en el parque cuando de repente han venido unos hombres corriendo y se la han llevado». Aquel recuerdo lo hacía estremecerse de angustia.

-¡Sabes muy bien lo que ha pasado, eres un monstruo! -respondió con los ojos encendidos de furia, odio y amargura-. Ella es el recuerdo vivo de tu humillación así que decidiste quitarla de en medio, ¿no es eso?, ¿eh?

Por el contrario los ojos dorados de él permanecieron en calma, sin reaccionar. Se echó hacia atrás en el asiento, cruzó una pierna sobre la rodilla enseñando el tobillo y estiró el brazo por el respaldo del sofá estudiándolo cuidadosamente.

-Yo no he secuestrado a tu hija -afirmó.

De inmediato LuHan se dio cuenta de que no había dicho mi hija, ni siquiera nuestra hija.

-Sí, la has secuestrado tú -respondió con plena seguridad-. Según todos los indicios, ha sido una persona de tu calaña. Tu segundo nombre es venganza. O debería serlo. Lo único que no comprendo es por qué no me han raptado a mí también.

-Piénsalo -sugirió él-. Quizá con un poco de suerte puede que llegues a una conclusión inteligente.

LuHan se dio la vuelta. Odiaba mirarlo. Odiaba el cruel aspecto de indiferencia de su rostro arrogante. Estaban hablando nada menos que de la vida de su hija, y él estaba ahí, como si no ocurriera nada.

-¡Dios, me pones enfermo! -respiró apartándose de él y dirigiéndose hacia la ventana con los brazos cruzados sobre el tenso cuerpo. Fuera, había instalado todo un muro de seguridad acordonando la propiedad: hombres con teléfonos móviles, perros. De pronto LuHan rió al verlo-. Así que has decidido montar todo un circo. ¿De verdad crees que vas a engañar a alguien con eso?

-A ti no, evidentemente -se burló él entendiendo perfectamente sus palabras-. Sólo los he puesto ahí para contener a la prensa. Esa estúpida niñera estaba entrenada para actuar con diplomacia, pero en lugar de eso se puso a gritar para que todo el mundo en Londres se enterara -suspiró mostrando cierto enfado por primera vez-. Ahora ya todo el mundo sabe lo que ha ocurrido. Va a ser imposible recuperarla sin montar un escándalo.

-¡Oh, Dios! ¿Por qué, SeHun? -lloró desesperado -. ¡Sólo tiene dos años! No podía ser ninguna amenaza para ti. ¿Por qué te has llevado a mi niña?

No lo vio moverse, pero sin embargo en un instante estuvo a su lado, junto a la ventana, y sus dedos volvían a producirle esa descarga eléctrica al tomarlo de la barbilla para girar su cara.

-No voy a volver a repetir esto, así que escúchame bien. Yo no he raptado a tu niña.

-Alguien lo hizo -contestó con los ojos llenos de lágrimas-. ¿A quién conoces que pueda odiarla más que tú?

Él suspiró sin contestar. No podía negar la verdad de su acusación.

-Ven y siéntate antes de que te caigas al suelo -sugirió-. Vamos a...

-¡No quiero sentarme! ¡Y no quiero que me toques! -se soltó con violencia. Los labios de SeHun se endurecieron. Era un síntoma de que comenzaba a molestarle su falta de amabilidad-. ¿Quién, SeHun? -repitió con dureza-. ¿Quién más podría querer quitarme a mi niña?

-No a ti, sino a mí -contestó él con calma dándose la vuelta-. Han querido quitármela a mí.

-¿A ti? -preguntó incrédulo-. ¿Y por qué iban a querer hacerte eso? ¡Tú no quieres a la niña!

-Pero la gente no lo sabe.

LuHan se quedó helado al darse cuenta.

-¿Quieres decir...?

Tragó sin poder terminar la frase. Había confiado en que él hubiera sido el responsable. Estaba tan seguro que la sola idea de que no fuera así, de que hubiera otra alternativa simplemente lo desarmaba. De pronto un miedo nuevo le atenazó el pecho.

-Soy un hombre poderoso y el poder trae enemigos...

-Pero... ¡No! -sacudió la cabeza negando tal posibilidad-. ¡No! Éste es un asunto de familia, lo sé. He hablado con ellos...

-¿Que tú has hablado con ellos? -se volvió para mirarlo con los ojos de depredador.

-Por teléfono -asintió sintiéndose enfermo al recordar la conversación.

-¿Cuándo?

Su voz se había endurecido. No parecía gustarle el que él pudiera darle una información de la que no tuviera noticia. Ofendía su sentido de la omnipotencia.

-Una hora después de que la raptaran, más o menos. ¡Dijeron que tú sabrías qué hacer! -añadió desesperado mirándolo-. ¡Si lo sabes, hazlo, SeHun! ¡Por el amor de Dios, hazlo!

Él murmuró algo molesto y lo agarró del brazo empujándolo para que volviera a sentarse en el sofá sin obtener protesta alguna en esa ocasión.

-Ahora escúchame -dijo sentándose a su lado-. Necesito saber qué dijeron exactamente, LuHan. Y necesito saber cómo lo dijeron. ¿Comprendes?

¿Comprender? Por supuesto que comprendía, se dijo LuHan.

-¡Lo que tú quieres es saber si eran sicilianos! Pues bien, sí lo eran. ¡Eran sicilianos, como tú! -lo acusó-. Reconocí perfectamente el acento. Era el mismo tono despreciativo con el que tratas a todos los que no son como ustedes.

-¿Hombre o mujer? -preguntó él sin hacer caso a sus comentarios.

-Hombre.

-¿Joven o mayor? ¿Podrías decirlo?

-La voz estaba amortiguada, creo... creo que tenía algo puesto delante del auricular -contestó poniéndose una mano delante de la temblorosa boca.

Él alcanzó su mano y lo retiró con dureza para exigir su atención.

-¿Hablaba en inglés?

-Pero con acento siciliano -asintió-. Déjame...

-¿Y qué dijo? -insistió ignorando su ruego-. ¿Qué dijo exactamente, LuHan?

Él comenzó a temblar violentamente. Cerró los ojos. No quería recordar aquella conversación telefónica que había confirmado sus peores miedos.

-Tenemos a tu niña -repitió palabra por palabra. Sus dedos, helados, comenzaron a temblar de tal modo que él los estrechó en sus manos-. Por el momento está a salvo. Busca a Oh. Él sabrá qué hacer. Nos pondremos en contacto de nuevo contigo a las siete y media... ¿Qué hora es? –preguntó confuso mirando a su alrededor.

-Shsh. Aún no son las seis -murmuró él intentando calmarlo-. Concéntrate, LuHan. ¿Dijeron algo más? ¿Oíste algo? ¿Voces, algún ruido de fondo, algo...?

-No, nada -se soltó las manos para taparse la cara. Ni siquiera el llanto de su propia hija-. ¡OH, Dios! ¡Mi niña! ¡Mi pobre niña... la quiero aquí conmigo! -se dio la vuelta confuso y atormentado -. Conmigo, en mis brazos... -añadió cruzando los brazos contra su pecho como si su hija ya estuviera con él -. ¡OH, Dios, SeHun, haz algo! ¡Haz algo!

-Está bien, está bien, lo haré. Pero quiero saber por qué diablos nadie me había informado de esa conversación telefónica. ¿La grabaste? La policía tiene intervenida esta línea telefónica. Tiene que estar grabada.

-¿Es que tienes miedo de que alguien pueda reconocer la voz? -preguntó él alarmado al verlo ponerse en pie-. ¿Adónde vas?

-Voy a hacer algo al respecto -contestó él mirándolo con expresión de indiferencia-. Tal y como tú me has pedido. Mientras tanto te sugiero que te retires a tu habitación y trates de dormir. Te mantendré informado de lo que ocurra.

-Quieres decir que lo deje todo en tus manos.

-Después de todo es para eso para lo que he venido -asintió él frío.

Sí, se dijo LuHan. Ésa era la única razón por la que había vuelto.

-¿Dónde estabas?

-En Nueva York.

-¿En Nueva York? Pero si sólo hace seis horas que la...

-Concorde... ¿Todavía sospechas que he sido yo quien la ha raptado?

-Los dos sabemos que eres perfectamente capaz de hacerlo -contestó él con el mentón bien alto y los ojos mieles fríos como los de él.

-¿Y por qué iba a querer hacerlo? Ella no significa ninguna amenaza para mí.

-¿No? Hasta que Oh SeHun no consiga librarse de su esposo para casarse con otro doncel o mujer. Neul es la única heredera legítima. Haya sido él suficientemente viril o no para concebirla.

Aquella provocación había ido demasiado lejos y él lo sabía. De pronto, él se inclinó sobre él con los dientes apretados. El miedo no le dejó ser enteramente consciente de la fragancia de su loción.

-Ten cuidado, esposo, con lo que me dices.

-Y ten cuidado tú. Procura traerme a mi hija sana y de una pieza, o si no atente a las consecuencias. Voy a arrastrar el nombre de Oh por todos los periódicos de cotilleo del mundo.

Sus ojos se encendieron de nuevo como alumbrados por un relámpago.

-¿Y qué les vas a contar? ¿Qué horrible crimen crees que puedes achacarme? ¿Es que no te he dado a ti y a tu hija todo lo que pueden desear? Mi casa, mi dinero... ¡hasta mi nombre!

-¿Y por el bien de quién lo has hecho? -preguntó él pensando que todo eso era legítimamente suyo-. Sólo por el tuyo, SeHun. Por orgullo. ¡Por tu maldito orgullo!

-¿Qué orgullo? -preguntó él de pronto poniéndose en pie-. Destrozaste mi orgullo cuando te llevaste a otro hombre a tu cama -por un momento LuHan sintió cierta simpatía y pena por el hombre que había vivido tres años creyendo aquella mentira. Tenía razón: aunque lo que dijera no fuera cierto el solo hecho de que lo creyera tenía que haber acabado con su orgullo-. ¡Ah! No quiero discutir ese tema. Me molesta. Me molesta incluso tener que hablar contigo -añadió dándose la vuelta y dirigiéndose a grandes pasos hacia la puerta.

-¡SeHun! -lo llamó LuHan esforzándose por ponerse en pie y detenerlo. Él se paró con la mano en el picaporte de la puerta pero sin darse la vuelta. Las lágrimas invadían las profundidades de sus ojos, esas profundidades en las que guardaba el amor que un día había sentido por él -. SeHun, por favor... Pienses lo que pienses de mí tienes que comprender que Neul no ha cometido crimen alguno.

-Lo sé -contestó él sereno.

-Entonces por favor, devuélvemela.

Aquella súplica le puso tenso. Se dio la vuelta para mirarlo. Estaba de pie. Sus ojos, antes duros, fríos y enfadados, no podían evitar observar su figura pequeña y esbelta. No era tan alto, y la ropa acentuaba su delgadez.

Era una criatura delicada, siempre lo había pensado. Siempre había tenido la sensación de que el más mínimo soplo de viento iba a hacerlo salir volando, de que la más mínima palabra agria iba a hacerlo desesperar. Y sin embargo... Sus ojos se endurecieron aún más, si es que ello era posible.

-Han secuestrado a la niña porque lleva mi nombre -afirmó con calma-. Por esa razón haré todo lo que esté en mi mano para devolvértela.

La puerta se cerró dejando a LuHan mirándolo enfadado. Se refería a Neul llamándola «la niña», pensó con amargura, como si fuera una muñeca sin alma, un simple objeto inanimado al que hubieran robado. Y sólo aceptaba que era su obligación recuperarla porque se daba cuenta de que en parte era responsable de que la hubieran raptado.

Qué amabilidad, pensó mientras buscaba una silla donde apoyarse antes de caer, cuánta magnanimidad. ¿Cuál habría sido su reacción si hubiera creído que Neul era hija suya?, Se preguntó. ¿No habría sido entonces él el que habría necesitado un brandy, no habría sido a él al que todos habrían intentado hacer tragar las pastillas para dormir, al que todos habrían intentado calmar al ver que no podía soportar el horror de ver a su hija secuestrada por un monstruo? Un monstruo dispuesto a lo que hiciera falta con tal de conseguir lo que se proponía.

Intentó interrumpir sus pensamientos tapándose la cara con las manos. No podía seguir soportándolo. Su hija estaba en manos de un loco. Estaría asustada, atemorizada, sin saber qué iba a ocurrirle. Querría a su papá, no comprendería por qué su papá no estaba allí con ella cuando siempre había acudido a su llamada. ¿Qué clase de monstruo insensible podía ser capaz de alejar a una niña pequeña de su padre? ¿Qué podía causar que alguien llegara a ser tan malvado, tan cruel, tan...?

De pronto recordó algo y retiró las manos de la cara. Sólo conocía a una persona que fuera capaz de hacer algo así. Oh YoungSoo. De tal palo tal astilla. Peor aún, mucho peor el padre que el hijo. SeHun nunca llegaría a aprender a ser tan mala persona como su propio padre.

Y además lo odiaba. Lo odiaba por haberse atrevido a pensar que podía ser un esposo lo suficientemente bueno para su hijo. Había jurado vengarse de él por haberle robado a su hijo, al que hubiera preferido ver casado con un doncel o mujer siciliano en un matrimonio previamente convenido. Si SeHun se creía a sí mismo omnipotente, Oh YoungSoo lo creía aún más de sí mismo.

Pero YoungSoo ya se había cobrado su venganza, pensó confuso. ¿Por qué iba a querer...?, Comenzó LuHan a preguntarse a sí mismo.

-¡No! -exclamó en voz alta de pronto poniéndose en pie.

Temblaba, pero no de debilidad sino de miedo. Sentía un inmenso miedo que le impedía casi incluso seguir en pie. No obstante atravesó el salón y salió de la habitación.

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