Capítulo 1
—A ver si lo entiendo —dije, escaneando el documento—. ¿La esposa es el cliente? Es decir, ¿ella es la que le organiza a su marido una cita con un acompañante masculino?
—Correcto. —Tina se sentó mientras nuestro camarero se acercaba con la cena—. Bueno, su prometido.
Tarareé y mantuve la boca cerrada hasta que volvimos a estar solos. Joder, la pizza tenía buena pinta. Por supuesto, reunirse con Tina significaba que tenía que ser una pizza de lujo. No la pillarían ni muerta con un trozo normal. Tampoco la pillarían ni muerta en Brooklyn, por eso había quedado con ella en Manhattan, en un elegante local italiano. Pero bueno, ella invitaba.
—Estoy esperando la razón por la que aceptaría —admití sin rodeos. No había prostituido mi dulce trasero en dos años, y ahora me iba mucho mejor. Tenía tres trabajos por muy poco dinero, vivía con mi hermano mayor y prácticamente no tenía tiempo para ninguna afición. ¿Qué podría pasar que no me gustara?
Llevaba tiempo pensando en volver a Tina, pero siempre que me lo planteaba tenía una piedra en la boca del estómago que ninguna cantidad de dinero podía aplastar.
—Quería que vieras primero los requisitos —respondió ella.
Bueno, había muchos. Todavía no había revisado toda la lista. Después de colocar el documento junto a mi plato, corté mi elegante pizza y seguí leyendo la lista. Había mucho sobre higiene, pero nada que fuera más allá de lo que estaba acostumbrado. ¿Iba a tener los ojos vendados todo el tiempo? De acuerdo... nunca vería la cara del cliente o del prometido del cliente, lo que no era necesariamente algo malo.
—Me da la impresión que el cliente quiere explorar algo antes de aceptar casarse con ella —reveló Tina. Había oído hablar de dinámicas más extrañas—. Insinuó que sería un acuerdo de una sola vez, y puso énfasis en seguir las instrucciones que parecen cubrir cada centímetro de sus cuerpos.
Encantador.
—Eso es mucho explorar —señalé—. Quiere quedar conmigo cuatro noches a la semana durante dos meses.
Tina levantó un hombro en un ligero encogimiento de hombros y dio un sorbo a su vino.
Más concretamente, tenía que estar disponible para él entre las diez de la noche y las seis de la mañana los martes, miércoles, jueves y sábados.
Me rasqué la oreja.
Más vale que la paga fuera de otro mundo, porque tendría que renunciar tanto a Applebee’s como a Starbucks. No es que lamentara esos turnos, pero había estado en Applebee’s el tiempo suficiente como para llegar a ser asistente de gerente cuando la actual renunciara el mes próximo. Iba a tener un bebé y a mudarse a Jersey.
Me metí un trozo de pizza en la boca y miré los requisitos de seguridad, ante lo cual casi me atraganté con una porción de pepperoni.
—¿Cómo de cargada está esta pareja? —pregunté entre toses. El hombre exigía exclusividad, lo que significaba que no podía tener actividad sexual con nadie más mientras durara nuestro acuerdo. Y eso costaba un puto dineral. —Sigue leyendo... —Tina sonrió con ironía.
Fruncí el ceño y descubrí uno de mis pocos límites. Sacudí la cabeza y me limpié la boca con la servilleta.
—De ninguna manera. Tina, tú... no. A la mierda con esto.
No me metía en líos sin protección. Ni por asomo. —Por eso te pregunté, Mark —me dijo pacientemente—. Teniendo en cuenta tu postura sobre la protección y tus tristes estados de Facebook sobre lo soltero que estás… —Ignoró mi mirada—…sin mencionar que no eres el tipo de chico que anda por ahí con una cadena de ligues, puedo contar con que pases una revisión con éxito y aceptes a alguien que quiere exclusividad. Eres mi único candidato.
—Candidato para decir que no —repliqué.
Tina adoptó una expresión de suficiencia y sacó algo de su bolso.
—Hay una razón por la que quería dejar las ventajas para el final — dijo—. Bien, ya conoces los requisitos. Un acuerdo de exclusividad para ambas partes, durante el cual sólo tendrán actividad sexual el uno con el otro, cuatro noches a la semana durante dos meses. No lo verás. Él no violará tus límites...
—Estar sin protección es un límite, Tina —me quejé. Joder, me estaba cabreando. Una parte de mí había llevado la tonta esperanza de que éste sería un caso tan dorado que aprovecharía la oportunidad y ganaría una buena pasta antes de que volviera esta piedra en mi estómago.
—Y cuando eres una escort que trata con varios clientes a la semana, nada más tendría sentido —respondió, extendiéndome otro documento—. Ni siquiera intentaría abordar a mis otras trabajadoras sexuales con esto, Mark. Tú eres la excepción sólo porque dejaste el campo.
—Hmpf. —Le lancé una mirada contrariada antes de bajar la vista al trozo de papel.
Ejem.
Joder.
Tres mil dólares a la semana, menos los honorarios de Tina del diez por ciento, más los arreglos de vivienda. Tendría un estudio amueblado a mi nombre, por así decirlo, con el alquiler y los servicios pagados por el cliente. La esquina de la 39 Oeste con la Novena Avenida no era una dirección nada despreciable. Uno de mis mejores amigos vivía en el Garment District. Junto a Hell’s Kitchen, donde vivía otro amigo.
Una dirección en Manhattan y 3.000 dólares a la semana durante dos meses.
Un hombre podría tener cosas peores.
Me moví en mi asiento y me aclaré la garganta.
—¿Hay, eh, alguna manera de garantizar mi seguridad asegurándose que el tipo también se haga la prueba?
—Por supuesto, Mark. —La compasión en los ojos azules como el cristal de Tina me recordó el hecho de que ella dirigía un negocio ético basado en la elección y la investigación. No buscaba trabajadoras del sexo, sino que debíamos acudir a ella, y pasar por un proceso de selección antes que pudiera, a conciencia, darnos trabajo.
Hoy yo era una excepción para ella, y mi respuesta sería también una excepción.
***
Al día siguiente, entré en nuestro local favorito de la hora feliz en Hell’s Kitchen, donde mis dos amigos más cercanos me esperaban en la barra. El local estaba lleno, como siempre.
—¿Adivina quién se acaba de mudar temporalmente a Manhattan? — grité por encima de la música y abrí los brazos.
Chris levantó las cejas y Ruby se quedó con la boca abierta por la sorpresa.
Por fin no iba a tener que dejarlos plantados durante un tiempo porque no podía pagar mis propias bebidas. A diferencia de mi amigo Chris, que era un rockero de Armani, yo no había podido permitirme ir a la universidad, y mucho menos a una prestigiosa como Yale. Hoy trabajaba en Wall Street y había llegado a ser socio de su empresa antes de cumplir los treinta y cinco años. Y a diferencia de Ruby, yo no estaba destinado a una vida de modelo. Con su ascendencia peruana y nigeriana, había pasado aproximadamente tres semanas en Pratt antes que una agencia de modelos se hiciera con ella. En la actualidad, se paseaba por las pasarelas de Milán, Londres y París, y ganaba dinero hasta el punto que acaba de convertirse en propietaria de una casa en Manhattan. Ella había comprado legalmente su lugar aquí en Hell’s Kitchen.
—Espera. —Se bajó de su taburete y entrecerró los ojos hacia mí—. Ayer comiste con Tina.
Así que había visto mi post de Instagram.
—Culpable de los cargos. —Asentí y agité dos dedos para saludar al camarero—. Solo es una estancia de dos meses. —Hice una pausa para pedir una cerveza y dos más de lo que Chris y Ruby estuvieran bebiendo. Luego me volví hacia Ruby—. Tres mil dólares a la semana y mi propio estudio, y algún millonario sin rostro se pasará de vez en cuando para explorar su sexualidad. Creo que podré arreglármelas. —Sonreí.
—Sólo ten cuidado, amigo. —Chris dio un trago a su nueva bebida, y yo cogí mi cerveza y entregué mi tarjeta de crédito al camarero.
—No creo que tenga nada de qué preocuparme —respondí—. Había toda una sección en el contrato sobre dejarle marcar el ritmo, y estaba escrito de una manera que me hace creer que es ansioso o algo así. No tengo ni puta idea. —Me encogí de hombros y tomé un sorbo de mi cerveza —. Como he dicho, son dos meses. Entonces podré entrar en el negocio con Anthony.
Mi hermano dirigía una exitosa academia de música en Park Slope, y llevaba años intentando reunir el dinero para ampliarla. Me quería con él, y yo quería lo mismo, pero también sabía que lo rechazaría si le ofrecía una sociedad sin que yo aportara nada verde. Pero ahora, tendría mi oportunidad de llegar a alguna parte.
Había conseguido la oportunidad de oro que esperaba.
Ruby seguía con los ojos llenos de preocupación, probablemente porque le había hablado de la piedra que tenía en el estómago antes de dejar de ser un trabajador sexual la última vez. Sin embargo, esto era diferente. Me lo creí a pies juntillas.
—Deja de preocuparte, mami. —Le pasé un brazo por los hombros y le besé la sien—. Estoy aliviado. Me siento bien con mi decisión.
Apretó los labios brillantes y me miró críticamente, pero pude sentir que se relajaba. Me rodeó con un brazo, suspiró y sonrió.
—Eres el bebé de nuestro grupo, lo sabes. Es mi trabajo preocuparme.
Era como tres años mayor que yo, no tres décadas. Acababa de cumplir treinta años la semana pasada.
—Bien —concedió finalmente—. Si tú eres feliz, yo soy feliz, y te mereces que lo celebremos.
Le di otro beso en la mejilla antes de deslizarme en el taburete del medio. Definitivamente tenía ganas de celebrar.
Chris me dio una palmada en la espalda y dijo que el resto de las bebidas corrían por su cuenta esta noche.
—Sabía que era verdad. Una vez que tienes dinero, todo es gratis. — Alcancé un tazón de nueces de bar y tomé un puñado.
—Qué asco, Mark —reprendió Ruby.
Me las comí ruidosamente, para su disgusto.
—Necesito amigos adultos —murmuró Chris en su vaso.
—No te atreverías a abandonarnos —le dije.
—Por favor —resopló Ruby—. Te aburrirías en un segundo.
Eso era lo gracioso de Chris. En nuestro pequeño grupo de amigos, él era el tipo maduro y apacible. Con sus compañeros de trabajo, los adultos, no los jóvenes guerreros de fin de semana que se metían más coca que Tony Montana, era inquieto y temerario.
La única vez que Ruby y yo veíamos ese otro lado de él era cuando estaba en un concierto. Mi hermano y yo, junto con dos de sus amigos, formábamos una banda de forma intermitente, y Chris nos sustituía como bajista cuando Marco no se presentaba. Y con seis hijos, eso ocurría con frecuencia.
Así fue como conocí a Chris. Había estado en uno de nuestros conciertos y, cuando Marco tuvo que marcharse de repente, pregunté en broma al público si alguien tocaba el bajo. Un Chris borracho había levantado el puño y se había ofrecido como voluntario. Marco no se había atrevido a poner pegas sobre si le prestaría su instrumento.
Era un gran recuerdo para mí, aunque nuestro concierto había sido una mierda. Chris seguía teniendo mucho talento.
***
Salimos del bar justo al mismo tiempo que el sol brillaba en rojo y se sumergía lentamente entre dos rascacielos.
Tenía un buen estado de ánimo y esperaba que probáramos ese nuevo lugar cerca del edificio de Ruby.
—¿Cuándo tienes las llaves? —preguntó Chris, palmeando sus bolsillos para asegurarse que tenía la cartera. O el teléfono. O ambas cosas.
—Ya las tengo —respondí y me encogí de hombros para ponerme la chaqueta. El otoño había llegado. A Chris le gustaba señalar que debería comprarme una chaqueta de ‘hombre adulto’ presumiblemente una como sus innumerables abrigos, chaquetas y cortavientos. Pero mi chaqueta militar no tenía nada de malo; también la usaba en invierno, sólo que con una sudadera con capucha debajo—. Anthony me ayudara a trasladar algunas cosas al estudio mañana por la noche.
Sólo llevaba dos o tres maletas, mi teclado y una guitarra, pero no podía cargar con todo en el metro a menos que quisiera ir y venir todo el día. Mi hermano tenía un coche, así que eso ayudaba.
Cuando pillé a Ruby bostezando, solté un grito de burla y la señalé con el dedo.
—¿Qué coño?
Ella gimió y me rodeó con un brazo.
—Lo siento, pero estoy tan jodidamente cansada. Llevo levantada desde las cuatro.
Eché una mirada hacia abajo a sus pies. No me extrañaba que de repente fuera más alta que yo. Llevaba tacones de 15 centímetros. No me había dado cuenta antes.
—Te voy a pedir un café irlandés en el próximo local —le dije.
Ella hizo una mueca.
—Ruby. —No podía creerlo. Estaba dando por terminada la noche. Podía sentirlo.
—Yo también estoy cansado —admitió Chris—. Tengo que levantarme mañana a las seis para una reunión.
¡Apenas era la hora de cenar!
—Estoy decepcionado de los dos. —Sacudí la cabeza y me acerqué a la acera.
Estuvimos hablando un rato; Ruby me prometió que me compensaría cuando nos encontráramos para desayunar el sábado después de mi primera sesión con mi cliente misterioso, y eso me hizo sentir mal. Ella quería asegurarse que yo estuviera bien, y yo le echaba la bronca, sabiendo muy bien que ella trabajaba horas locas. Así que, al final, Chris y yo nos quedamos en la acera después de abrazar a Ruby y desearle buenas noches, y esperamos hasta que desapareció en su edificio.
No estaba preparado para volver a casa, a Brooklyn. Tenía la llave de un nuevo apartamento que sería mío durante los próximos dos meses, y tenía a alguien con quien compartir un taxi hasta el Garment District.
—¿Qué se puede comer bien en tu barrio? —pregunté mientras subíamos al taxi.
Chris exhaló un suspiro y se acarició el vientre plano.
—He comido demasiado en Arby’s.
Me gustaba Arby’s.
—Hay muchos a lo largo de la Novena —continuó—. Hay buen sushi e italiano. —Hizo una pausa—. El vendedor de panecillos de la esquina frente al 7-Eleven es probablemente el mejor de Manhattan.
Es bueno saberlo. No había muchos bares buenos en su zona, así que no quedábamos allí a menudo.
Me asomé a la ventana mientras la última luz abandonaba el horizonte entre los edificios. Era la hora del día que más me gustaba, porque era cuando mi Nueva York se despertaba. Me encantaba todo. Las luces de la ciudad, el ruido, la energía, la gente ocupándose de sus asuntos.
Si me pagaran por observar a la gente, habría sido la carrera de mis sueños.
***
Veinte minutos después, tenía una bolsa de Arby’s en una mano y mi nueva llave en la otra.
Tomé el ascensor hasta el piso veintisiete y me sentí extrañamente nervioso. Cuando Tina me había dado la llave antes, aún no se había sentido real. Ni siquiera se había sentido real cuando había ido a una rápida revisión de ETS donde Tina me había enviado tantas veces. Pero ahora, mierda, estaba volviendo a ello. Temporalmente o no, sería un trabajador sexual una vez más.
Cuando empecé a trabajar para Tina, en realidad me había encantado. Lo había visto como una aventura bien pagada. Teniendo en cuenta la clientela que podía permitirse navegar por su menú, había cenado con tímidos millonarios tecnológicos, me había follado a políticos y había recibido lujosos regalos de directores ejecutivos en el armario. Había visto lo que Nueva York podía ofrecer desde las suites de los hoteles más caros. Los que se reunían con escorts para vivir sus fantasías secretas y ser ellos mismos solían ser los más amables. Para ellos, éramos escapadas. Pero también había estado con clientes que nos trataban como objetos. Era parte del trabajo. Eso no se podía negar.
Sin embargo, en última instancia, lo que había provocado este oscuro vacío dentro de mí era la sensación de ser fugaz en la vida de alguien. Existir siempre al margen de la vida de otra persona pasaba factura. Según mi padre, era algo que había heredado de mi madre. Ella había llevado su corazón en la mano cuando estaba viva. Yo era similar. Amaba a la gente. Me encantaba ayudar. Por eso trabajaba con niños en la academia de mi hermano. Era el trabajo más gratificante que había tenido.
Al salir del ascensor, miré a la izquierda y luego a la derecha. Ocho apartamentos en cada planta.
Tres mil dólares a la semana... Todo en efectivo. En dos meses, debería poder acercarme a mi hermano y entregarle casi veinte mil dólares y hacerme socio de su negocio.
Dos meses. Podría hacerlo. Quería hacerlo.
El apartamento 2704 era mío. Giré la llave en la cerradura, abrí la puerta, y fue jodidamente imposible luchar contra una sonrisa. No había vestíbulo, y el lugar era pequeño, pero me encantaba. Era un espacio abierto. El cuarto de baño estaba enfrente, una alcoba al lado lo suficientemente grande para la cama y las dos mesitas de noche que ya estaban allí, la zona de la cocina a mi izquierda, el armario detrás de la puerta, una pequeña mesa con dos sillas junto a la ventana de la cocina.
La ventana más grande estaba a unos dos metros a la derecha, en la alcoba, y me acerqué a ella con mi bolsa de Arby’s y saqué mi sándwich de carne.
Joder, esto podría funcionar. Una vista increíble de la mejor ciudad del mundo. Los edificios brillaban en la noche. Este tenía treinta pisos en total, y sabía que había una terraza en la azotea. Subiría allí mañana por la noche cuando tuviera mi guitarra aquí.
Le di un bocado a mi sándwich y miré los pequeños coches de la calle.
Luego di una pequeña vuelta por mi nueva casa y decidí que no había ninguna razón para volver a Brooklyn esta noche. Había sábanas nuevas en la cama, productos de ducha y artículos de aseo en el baño, e incluso agua, fruta y aperitivos en la cocina.
Paredes de ladrillo visto pintadas de blanco, electrodomésticos de última generación, las toallas más suaves, pequeños focos bajo los cuatro armarios de la cocina... No había televisión, pero vi un iPad en una de las mesillas de noche. ¿Era este un jodido hotel? Sin juego de palabras.
Había una nota en la mesa, así que me senté con mi bolsa de Arby’s y saqué también mi refresco y mis patatas fritas. Nada de ‘querido huésped’ o ‘estimado prostituto’ ni nada; iba directamente a la contraseña del Wi-Fi y algunas instrucciones.
Antes de cada reunión, tenía que apagar todas las luces, y colocar las cortinas de oscurecimiento, ¿qué, cortinas de oscurecimiento? Dirigí mi mirada hacia las ventanas, y mira qué bien. Ya las había pasado por alto. De acuerdo, tenía que cerrarlas antes que llegara el hombre misterioso, y tenía que ponerme el antifaz para dormir que se encontraba en el cajón de la mesita de noche.
No sabía si las instrucciones sobre cómo también debía ducharme antes de las reuniones me insultaban. ¿Acaso el cliente pensaba que yo era un cerdo asqueroso?
Tal vez fuera un germofóbico.
Toda la comunicación pasaría por el iPad, y había una lista de información que debía enviarle.
—Sin conversación ociosa, por favor. —Dios. Me eché unas patatas fritas a la boca, me acerqué a la tableta y pasé el dedo por la pantalla. Ya se había enviado un mensaje de prueba.
Le envié un par de mensajes con los detalles que había solicitado. Y sin tonterías.
Sin alergias, prefiero el lubricante a base de aceite o el aceite de coco, cicatrices mínimas (fui un niño torpe), sin piercings, sí con tatuajes: en el hombro derecho y en el brazo.
Mido 1,75, tengo ojos verdes, pelo castaño, tengo 27 años, no fumo, sí al alcohol de vez en cuando, no tengo discapacidades mentales (o de otro tipo), no tengo traumas en el pasado, no tengo desencadenantes. No tomo ninguna medicación y los resultados de mis pruebas estarán listos el lunes.
Ladeé la cabeza cuando apareció el cartel de Leído en la parte inferior. ¿Respondería? ¿O su prometida también se encargaría de esto? ¿Respondería ella? Volví a la mesa para terminar mi comida, y seguí mirando, seguí esperando, hasta que me di cuenta que eso sería todo. Nada de charlas. Se quedaría con toda la información y no daría nada a cambio.
Resoplé y di un trago a mi refresco.
A la mierda, yo también tenía derecho a pedir algo.
Después de terminar lo último de mi sándwich, me limpié la grasa de los dedos y luego escribí un mensaje.
Tu turno.
El Enviado nunca apareció; pasó a Leído inmediatamente, lo que me hizo preguntarme si alguien todavía tenía sus mensajes abiertos.
Ese alguien empezó a teclear, y se me tensó un poco el estómago.
¿Mark es tu verdadero nombre?
No es lo que esperaba. Quería respuestas, maldita sea. Quería al menos un nombre y quizá... joder, algún dato personal que me diera una imagen más clara de él. Ahora mismo, sólo era una sombra.
Mark era el nombre que Tina usaba para mis clientes. La mayoría de los trabajadores sexuales que había conocido usaban nombres falsos, y técnicamente, yo también, porque se asumía que mi verdadero nombre era Marcus o Marcos cuando era Yi- En. Pero nadie me llamaba así.
Respondí rápidamente.
Es una versión de mi nombre. Algunos detalles sobre ti no estarían de más.
Dejé la tableta y me eché más patatas fritas a la boca. Estaba escribiendo, y el tiempo diría si me daría algo o no. Una parte de mí quería preguntarle a Tina, pero eso sería un desperdicio. Por poca información que le diera un cliente, siempre conseguía la suficiente para averiguar quién era esa persona, y se la guardaba para sí misma.
Justo cuando empecé a masticar las últimas patatas fritas, apareció un texto bastante largo.
Me llamo Jackson. Tengo 34 años, mido 1,90, tengo ojos marrones, pelo castaño y no tengo tatuajes ni piercings. Tengo Asperger y necesito mantener el control para este acuerdo, así que por favor déjame marcar el ritmo. Te veré el sábado por la noche. Espera mis instrucciones para la noche una hora antes de mi llegada. Es suficiente charla. Buenas noches.
Me pasé los dientes por el labio inferior y leí el mensaje un par de veces más. Tenía que admitir que estaba intrigado. En la academia de música de mi hermano, a veces me encontraba con algún alumno autista, y su forma de pensar me fascinaba. A menudo tenían todo un mundo que mostrarte; sólo había que conectar con su lenguaje.
Jackson. Muy bien, estaba listo.