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Mi perfecto sapo azul_KaiSoo

Summary

Una divertida comedia romántica que nos recuerda que los príncipes azules sí existen. Park KyungSoo y Kim JongIn se declararon la guerra desde pequeños. En cuanto se conocieron se convirtieron en acérrimos enemigos, pues el doncel es «Don Perfecto» y él un niño un tanto salvaje. una adaptación de Silvia Garcia primer libro de la saga los hermanos Lowell

Genre:
Romance / Adventure
Author:
EXO_CSG
Status:
Complete
Chapters:
21
Rating:
n/a
Age Rating:
13+

Capítulo 1

Bucheon era un pueblo fantástico, con multitud de casitas coloniales idénticas: los mismos metros cuadrados, pareja arquitectura, igual número de escalones desde el porche hasta la entrada… Todo en el pueblo donde nací resultaba perfecto: los vecinos se conocían unos a otros, los pequeños locales comerciales permanecían inalterables, todos nos ayudábamos, sonreíamos... Mi vida era maravillosa cuando tan sólo tenía ocho años.

Yo era el intachable doncel que iba siempre impecable, que contestaba invariablemente con amabilidad a los mayores y que nunca daba una voz más alta que otra. Mis hermanos decían que era un muermo; mi madre, que era simplemente perfecto.

Quizá fue porque todo el mundo me señalaba siempre lo único y estupendo que era por lo que decidí confeccionar mi lista. En ella indicaba cómo debía ser el hombre ideal porque, dadas todas mis virtudes, yo no merecía algo menor que la perfección.

La comencé el primer día de las vacaciones de verano. Mi madre se sentó en la mecedora del porche con su delicado vestido de diario mientras bebía una limonada y observaba cómo los salvajes de mis hermanos jugaban a los superhéroes.

Yo salí con mi primoroso y nuevo traje blanco, regalo de mi queridísima abuela, y llevé conmigo mi inseparable libreta de dibujo. Pero esta vez, en lugar de dibujar, me decidí a escribir mi lista.

Después de mucho pensar la titulé «Mi perfecto príncipe azul», un encabezamiento adecuado para mis fines, pero, claro, ¿qué narices podía saber un niño de ocho años acerca de cómo debía ser el hombre ideal? Así que con paso decidido me acerqué a mi madre, que en esos momentos empezaba a gritar a pleno pulmón a mis hermanos, y esperé el instante adecuado para pedir su inestimable ayuda.

—Mamá —dije dulcemente a la vez que tiraba de su vestido para llamar su atención.

—¡JongDae, como no bajes del árbol te juro que mañana mismo lo talo! ¡ChanYeol, deja ahora mismo de perseguir al gato de la señora Kim! —gritó mi madre sulfurada al mismo tiempo que se levantaba amenazadoramente de su mecedora.

Finalmente, mis hermanos se dieron cuenta de la furiosa mirada de mamá y dejaron de hacer estupideces. Fue entonces cuando ella volvió a sentarse y me prestó todo su interés.

—¿Qué quieres, mi vida? —inquirió suavemente.

—Mamá, ¿cómo debe ser el hombre perfecto? —pregunté mostrándole mi lista vacía.

—Cielo, aún eres muy pequeño para pensar en chicos.

—Lo sé, mamá, pero la lista no es para ahora, sino para cuando sea mayor.

—Menos mal —suspiró ella aliviada—. Entonces deberías crearla cuando fueras mayor, ¿no te parece?

—Pero mamá —insistí—, tengo que hacerla ahora porque cuando crezca estaré muy atareada con mis estudios y mi futuro y no tendré tiempo para chicos.

—Eso te lo ha insinuado tu padre, ¿verdad?

—Sí, papá dice que lo primero son los estudios, luego el trabajo y, por último, los chicos. Me ha indicado que no debo salir con niños hasta que cumpla los treinta.

—Tu padre está loco y no debes hacerle ningún caso en lo que respecta a salir con chicos; si por él fuera, te encerraría en tu habitación hasta que fueras vieja.

—¿Por qué? ¿Es que papá no me quiere? —pregunté preocupado.

—No, mi cielo —replicó mi madre mientras me subía a su regazo—. Verás, papá te quiere demasiado, por lo que, en su opinión, ningún hombre será suficientemente bueno para ti.

—¡Ah, entonces tengo que confeccionar la lista para que papá vea que sé escoger al mejor de todos! —exclamé contento a la vez que cogía mi libreta y mi lápiz y me sentaba a los pies de mamá dispuesta a tomar notas.

Mi madre me miró sin saber qué hacer y después de un tiempo suspiró resignada.

—Hay un hombre perfecto para cada mujer o doncel y cada quien que debe decidir las cualidades que quiere que destaquen en su futura pareja —afirmó.

—Entonces, ¿cómo es mi hombre perfecto?

—Eso lo tienes que decidir tú.

—Pero yo no sé, soy muy pequeño.

—Pues no la hagas ahora. Tan sólo comiénzala y, cuando a lo largo de los años se te ocurran cualidades que debería tener tu príncipe azul, anótalas.

—Sí, ¡pero así será interminable! —protesté.

—Veamos —dijo mi madre tomándose unos momentos para reflexionar—. Pondremos sólo diez atributos y no podrás añadir ni quitar ninguno, así que debes pensar muy bien lo que vas a escribir.

Yo asentí con la cabeza y decidí estrenar la lista: «1. Tiene que ser el más guapo.»

Sin duda querría casarme con un hombre tan guapo como papá. Incluso más, ya que, como yo era el niño bonito de Bucheon, no podía tener por marido a un hombre que fuera menos que yo, así que debía ser el hombre más atractivo del pueblo.

Me pasé la tarde pensando en más cosas que poner en mi lista, pero, como mamá me había recomendado que me lo tomara con calma, decidí sentarme a leer junto a ella mientras mis hermanos hacían de las suyas.

Por la tarde mis hermanos habían cambiado sus trajes de superhéroes por los de indios y vaqueros. Yo volví a mi lista.

La familia Park era una familia típica. ShinHye se había casado con TaeJoon al finalizar el instituto, él había encontrado un trabajo de vendedor inmobiliario y con su gran habilidad muy pronto pasó de un pequeño puesto en una empresa minúscula a un negocio próspero y propio.

ShinHye era un ama de casa dedicada a su familia que en ocasiones escribía novelas románticas que nunca llegaban a publicarse. Tenía tres hijos de los que siempre, o casi siempre, se sentía orgullosa.

JongDae, con once años, era el mayor: un diablillo rubio de ojos claros, al que en todo momento seguía su nervioso y escandaloso hermano ChanYeol, una copia igual a aquél, pero con unos años menos.

La joya de esta familia era, sin duda alguna, KyungSoo, un adorable doncel de rizos rubios y ojos azules, sereno y calmado, al que nada podía afectar. Este chiquillo siempre era educado y amable, y parecía que nunca, jamás, sería capaz de ser desagradable con nadie… o eso era lo que creían todos.

La guerra entre Park KyungSoo y Kim JongIn comenzó una tranquila tarde de verano.

El camión de la mudanza llamó mucho la atención por su aspecto destartalado y su tubo de escape, que exhalaba un extraño y denso humo negro que lo ensuciaba todo a su paso.

Yejin bajó rápidamente del porche donde había estado esperando para recibir a su hija Suji y a su revoltoso nieto JongIn, un niño encantador de diez años, con el pelo negro como el tizón y unos preciosos ojos castaños que serían capaces de derretir a las mujeres en cuanto éste creciera, ya que eran los mismos que los de su abuelo Baekjun, que en paz descansara, quien había sido hasta el día de su muerte un gran conquistador.

Madre e hijo salieron de un escacharrado coche de segunda mano con sus pesadas maletas.

Definitivamente ésa era la última vez que su yerno, Jongsuk, pegaba a su hija, pensaba Yejin. Suji por fin se había decidido a abandonar al bruto de su marido, por lo que ella y su hijo, desde ese momento y para siempre, vivirían bajo su protección, y nadie en ese pueblo osaría decir nada en contra de los suyos o se las tendría que ver con Kim Yejin.

En el momento en el que las maletas fueron colocadas en su lugar, las miradas entre las mujeres se cruzaron y silenciosamente decidieron deshacerse de la presencia de JongIn para poder hablar de cuestiones más serias, así que la señora Kim pidió a su nieto que buscara a su amado gato Botitas, un viejo minino blanco de pezuñas negras, en el jardín trasero de su amable vecina.

JongIn entró con decisión en el jardín. Estaba harto de la carretera, de las peleas de sus padres, de tener que salir corriendo de un lugar a otro... Estaba tan habituado a dejarlo todo que, cuando por fin su madre le había comunicado que vivirían con su abuela, él aún no había terminado de creérselo.

Temía dejar sola a su madre, por si su padre volvía a aparecer, pero esta vez parecía que todo iba a salir bien y, si nadie lo impedía, él nunca se marcharía de ese lugar.

Por fin disfrutaría de un hogar.

Nada más entrar al jardín de los vecinos, vio cómo unos niños de su edad perseguían al gato de su abuela disfrazados de vaqueros, disparándole con sus pistolas de agua sin descanso alguno. El felino se escondió tras él y los chavales cesaron en su persecución.

—Hola, ¿eres amigo o enemigo? —preguntó el mayor apuntándole con la pistola.

—Soy el nuevo vecino —contestó JongIn algo confundido—. El gato es de mi abuela —aclaró mientras cogía al temeroso animal.

—¡Entonces eres enemigo! —señaló el más pequeño dispuesto a usar su arma.

JongIn ya se veía empapado de arriba abajo por esos dos cuando oyó una chillona voz de mujer que exigía la rendición de esos dos personajes.

—¡JongDae, ChanYeol, como mojéis un solo pelo de ese niño os quedaréis sin tele durante un mes!

La mujer se dirigió corriendo hacia donde él se encontraba y miró furiosa a sus hijos.

—¿Qué os he dicho sobre empapar a la gente?

—Que no debemos mojar a nadie mientras jugamos a indios y vaqueros —recitaron ambos al unísono y monótonamente, como si de una lección se tratase.

—Perdónalos pequeño —le pidió la vecina—. A veces se emocionan demasiado. Tú eres el nieto de Yejin, ¿verdad?

—Sí señora, me acabo de mudar aquí con mi madre.

—¡Suji está aquí! —exclamó la mujer emocionada.

—Sí, en casa de la abuela. Ella me envió a por su gato —añadió JongIn mostrándole al animal.

—¡Pobrecito! —se compadeció la mujer al ver el lamentable estado de Botitas, que descansaba entre los brazos de JongIn, mojado y lleno de barro por las trastadas de sus hijos.

—Dámelo, yo se lo llevaré a tu abuela y así de paso saludaré a Suji. ¡Hace tantos años que no la veo! De pequeñas era mi mejor amiga, ¿sabes? —comentó alegre la mujer a la vez que recogía amorosamente a Botitas de los brazos de JongIn—. Tú mientras tanto puedes sentarte en el porche. Si quieres tomar una limonada, mi hijo KyungSoo te hará compañía. Él es un doncelito educado, nada que ver con sus hermanos.

La mujer desapareció con el gato y JongIn, sin saber qué hacer, se dirigió hacia el porche de la casa seguido de cerca por los dos chicos.

Cuando llegó allí, un precioso niño de rizos rubios, Perfectamente vestido de blanco y sin una sola mancha en su inmaculado traje, servía limonada para sus hermanos y, por último, para él. Antes de entregarle su vaso, miró de arriba a abajo sus ropas viejas, ahora llenas de barro debidas al gato, y frunció el ceño como si le molestara lo que estaba presenciando. Luego le tendió el vaso cogiéndolo con dos dedos para no rozarlo, como si por tocarlo se le fuera a pegar algo de su suciedad.

JongIn se molestó bastante, por lo que terminó de un trago su limonada y buscó con la mirada a «Ricitos de oro».

Éste estaba tan pensativo sobre qué agregar a su lista que apenas se dio cuenta cuando JongIn le arrebató la libreta y comenzó leer en voz alta lo que ponía.

—«Mi perfecto príncipe azul. 1. Tiene que ser el más guapo.» ¿Eso es todo? —preguntó bruscamente para molestarlo.

—No, tengo que ir añadiendo las demás cualidades a lo largo de los próximos años hasta que sea mayor.

—Pues yo soy guapo, ¿soy yo tu príncipe azul? —interrogó el niño provocando a KyungSoo.

—¡No! —gritó el rápidamente, espantado porque ese chico sucio y maleducado pudiera imaginar llegar a ser algún día su pareja.

—Pero soy muy guapo y mi abuela dice que soy el más guapo de todos los niños y que cuando crezca todas las chicas irán detrás de mí. Por lo que soy el más guapo. Y como en tu lista quieres al más guapo, me quieres a mí. Entonces, cuando crezcas, ¿nos casamos, ricitos? —preguntó JongIn con una sonrisa en los labios al advertir lo molesta y ofuscada que estaba Don Perfecto.

—¡No, no, nunca jamás! ¡Tú eres feo! ¡Eres el niño más feo que he visto en mi vida! —chilló KyungSoo a la vez que le tiraba el resto de su vaso de limonada a la cara.

Todos se quedaron asombrados ese día.

Los hermanos del «señorito muermo» presenciaron la escena con la boca abierta y se declararon acérrimos amigos del vecino que había conseguido lo que ellos nunca lograron: sacar de quicio a su inalterable hermano.

ShinHye quedó espantada ante el comportamiento de su hijo, sobre todo porque detrás de ella venían Suji y Yejin, a las que había invitado a su casa mientras no dejaba de alabar lo buena y educada que era su chiquillo y lo bien que se llevaría con su nuevo vecino.

Yejin, asombrada, no le quitaba ojo a aquel pequeño doncelito que siempre la saludaba amablemente y la ayudaba en las tareas.

Suji fue la única que no se extrañó ante la escena; pasó ante las dos mujeres y, poniéndole una mano en el hombro a su amiga, comentó:

—No te preocupes, JongIn suele afectar así a la gente. O lo amas con todo tu corazón o lo odias con toda tu alma. Parece que tu niño se ha decidido por la segunda opción.

—¡Ningún hijo mío va a tratar así a nadie! —exclamó ShinHye furiosa mientras con paso decidido se plantaba delante de KyungSoo y, por primera vez en ocho años, lo castigaba.

El aguantó la regañina de su madre y se mostró, ante todos, arrepentido. Pero, antes de entrar en casa para encaminarse a su habitación, le dirigió una mirada de odio al vecino. Éste le contestó con una sonrisa burlona que decía «a ti te han reñido, pero a mí no».

Pasaron los días y, excepto por aquel único incidente con la limonada, KyungSoo parecía ser la misma criatura adorable de siempre, así que las madres decidieron amigablemente hacer un nuevo intento de acercamiento.

Se reunieron otra vez en el porche de los Park y disfrutaron de una refrescante limonada mientras observaban como los brutos de sus hijos jugaban entusiasmados a indios y vaqueros. Como de costumbre, KyungSoo se mantenía al margen de las idas y venidas de sus hermanos, pero en esta ocasión su madre la animó con gran optimismo a participar.

El niño se negó, pero cedió ante la insistencia de ShinHye y se acercó lentamente a sus hermanos y al niño desagradable, al que, aunque sabía que se llamaba JongIn por las conversaciones de sus hermanos y su madre, prefería seguir llamando así, «niño desagradable».

—Mamá me ha dicho que juegue con vosotros —indicó con desgano mientras abrazaba su muñeco preferido.

—Tú nunca juegas con nosotros —comentó JongDae.

—No nos hacen falta chicos —declaró ChanYeol.

—¡Eso decídselo a mamá! —contestó el niño, orgulloso, señalando a su madre.

—Dejémoslo participar: cuantos más, mejor —intervino JongIn con un brillo malévolo en los ojos.

—Vale, ¿pero el qué será, indio o vaquero? —preguntó JongDae señalando los sombreros y las plumas.

—¡No pienso ponerme nada de eso! —exclamó disgustado KyungSoo mirando con desagrado los sucios disfraces de sus hermanos.

—¿Ves cómo es un muermo? —se quejó ChanYeol ante la poca cooperación de su hermanito.

JongIn observó su pulcro atuendo y su limpio y preciado muñeco y propuso:

—Él no puede hacer ni de indio ni de vaquero. Será un doncel que vive en una pradera infestada de indios y a la que vosotros tendréis que defender, vosotros seréis la caballería —decidió JongIn dirigiéndose a JongDae—, y yo seré el indio —declaró adjudicándose el papel de malo.

—¿Yo qué tengo que hacer? —preguntó KyungSoo, confuso.

—Cuidar a tu bebé en este sitio, que será tu casa —le explicó su hermano JongDae. Después se alejó con los otros para planear su estrategia.

KyungSoo jugó tranquilo a peinar su delicado muñeco mientras pensaba que sus hermanos y el vecino la habían dejado de lado y excluido de sus juegos, aunque eso no le importaba lo más mínimo, ya que él no quería jugar con los cafres de JongDae y ChanYeol. Cuando se creía solo, porque ya había pasado más de media hora sin la presencia de los niños, JongIn apareció de repente y cogió con brusquedad su muñeco por las orejas.

El «niño desagradable» iba vestido con un disfraz de indio: llevaba un chaleco negro y unos pantalones marrones, así como una cinta con plumas en la cabeza. En la espalda portaba un arco y flechas de juguete.

KyungSoo se puso histérica al ver su muñeca preferida en los brazos de aquel salvaje; no obstante, se serenó.

—¡Dame mi muñeco! —exigió sin inmutarse.

—No sabes jugar, se supone que soy un indio que te ha atacado. Tengo a tu bebé y le cortaré la cabeza si no consigo lo que quiero —explicó JongIn, sonriente, a Don Perfecto.

—¿Y qué es lo que quieres, indio? —preguntó KyungSoo siguiéndole el juego.

—Como soy un indio solitario y el más guapo del lugar, quiero que te cases conmigo.

La cara del perfecto doncelito cambió y su rostro se llenó de furia mientras le gritaba al salvaje del vecino:

—¡No, nunca jamás! ¡Ni en un millón de años!

JongIn, metido en su papel, le sonrió malvadamente.

—¡Entonces despídete de tu bebé! —gritó con voz de malo al mismo tiempo que le arrancaba la cabeza a su muñeco preferido delante de sus ojos; luego se paseó alrededor del bailando una especie de danza comanche de la victoria.

KyungSoo lo miró a él y después a su adorable muñeco, cuyo cuerpo se encontraba tirado en el suelo repleto de barro y cuya cabeza era paseada frente a sus narices, balanceada de un lado a otro. Se remangó las mangas de su traje, se quitó sus preciosos zapatos blancos y… adiós al perfecto doncelito.

Cuando llegó la caballería, ésta no sirvió de mucho, pues el indio había sido reducido por el doncel, quien se le había subido encima y no paraba de golpearlo una y otra vez con sus zapatos en la cabeza.

—¡Jo! Hemos llegado tarde —se quejó ChanYeol a su hermano.

—Sí, pero JongIn dijo que la caballería siempre llegaba tarde —indicó JongDae—. Además, KyungSoo no sabe jugar, se suponía que nosotros teníamos que capturar al indio, no él. —¿Crees que dejará algo para nosotros? —preguntó ChanYeol.

—Parece que no.

JongDae y ChanYeol se quedaron quietos observando cómo su hermano apaleaba al vecino sin piedad alguna. Por primera vez se sintieron orgullosos de el: Don Perfecto sabía cómo utilizar los zapatos después de todo.

Pronto las madres fueron advertidas por los gritos de pelea de los niños de que algo ocurría. Separaron a sus hijos con algo de dificultad y esta vez ambos fueron castigados.

En el momento en el que KyungSoo fue apartada de JongIn, nuevamente pasó a ser la perfecto doncelito y JongIn, bueno… JongIn siguió siendo el mismo.

Al mes siguiente, cuando había pasado un tiempo prudencial desde la última disputa entre ambos, las madres lo volvieron a intentar. Esta vez el muñeco de KyungSoo acabó calva y JongIn terminó con un corte de pelo al cero.

KyungSoo estuvo a punto de librase del castigo, pero, aunque su cara de inocente parecía sincero, ya todos sabían que, con respecto a JongIn, a él le salía la fierecilla que llevaba dentro.

De nuevo habían vuelto a jugar a indios y vaqueros. En esta ocasión quiso ser un indio, para que nadie la pudiera atacar, pero JongIn propuso que se dividieran en dos bandos de indios. Ella se negó en rotundo a ser la esposa india de JongIn en el juego, así que le tocó ser el hermano de JongDae, jefe Ojo de halcón.

En el momento en el que estaba descuidada haciendo una trinchera con su hermano, su preciado muñeco desapareció y más tarde apareció en las manos de JongIn, calvo.

Él se paseaba de lo más orgulloso ejecutando su baile de la victoria de un lado a otro, con el muñeco calvo en una mano y la cabellera en la otra. Los ojos de KyungSoo brillaron con furia, y con la más absoluta calma le dijo a JongDae que iba a beber agua un instante y desapareció. Cuando volvió, su hermano le miró extrañado al ver que el esbozaba una sonrisa ladina, nada habitual en él. Pero dejó de lado los pensamientos sobre KyungSoo mientras planeaba cómo conseguir una victoria.

Al final del día el equipo de JongDae ganó, y el convenció a su hermano de retener como rehén a JongIn un poco más, mientras ellos iban al baño.

ShinHye vio a sus hijos salir de la cocina y rápidamente les preguntó, alarmada, dónde estaban JongIn y KyungSoo. Al saberlos solos, ambas madres corrieron temiéndose lo peor.

Como no oyeron gritos, se tranquilizaron un poco, pero en el mismo instante en el que estuvieron cerca de ambos advirtieron que JongIn estaba atado al árbol del jardín y su precioso pelo negro había sido cortado por completo a trasquilones. La pequeña KyungSoo estaba sentado en el césped vigilando al prisionero como uno perfecto doncelito.

ShinHye se disponía a regañar a los brutos de sus hijos por lo ocurrido al vecino, pero vio que junto a su hijo se hallaba su precioso muñeco sin pelo alguno en la cabeza.

— KyungSoo, ¿qué has hecho? —preguntó resignada a que su chiquillo fuera también un revoltoso, aunque sólo en presencia del vecino.

—Jugar a los indios, mamá —contestó inocentemente mientras pasaba junto a ella y se dirigía a su cuarto, conocedora de su castigo. Antes de subir a su habitación escribió algo nuevo en su lista:

«2. Que no sea un salvaje.»

Luego dejó su libreta en el porche, porque sabía que su sanción excluía cualquier entretenimiento, incluida su preciada libreta de dibujo.

En el momento en el que el vecino se marchaba a su casa, fue obligada a pedirle perdón. Él también tuvo que morderse la lengua y disculparse con él.

—Perdona, KyungSoo, no debí dejar calvo a tu muñeco —dijo con un brillo de satisfacción en los ojos.

—Perdona, JongIn, no debí dejarte calvo a ti —contestó KyungSoo sin dejar de sonreírle.

—Toma, te he hecho un dibujo para excusarme —comentó JongIn mientras le tendía su libreta de dibujo con una sonrisa irónica—Ah,por cierto, yo soy un indio, no un salvaje.

KyungSoo lo miró enfurecido al percatarse de que él había estado fisgando en su libreta, donde sin duda le había hecho el dibujo de disculpa. Rápidamente ojeó su libreta en busca de su lista y allí, en medio de ella, vio esbozado un feo y enorme sapo que se burlaba de el y de su lista.

KyungSoo lo miró furioso; sin embargo, delante de sus progenitoras sólo dijo:

—Gracias por la vaca tan bonita que me has dibujado.

—No es una vaca, ¡es un sapo! —señaló JongIn ofendido.

—Ah, de todas maneras, gracias. ¿Me das mi lápiz un momento? —pidió KyungSoo a JongIn con amabilidad.

Y luego, al mismo tiempo que escribía en su lista, comentó en voz alta:

—3. Que sepa dibujar.

JongIn se marchó airado hacia casa de su abuela, y KyungSoo, enfurecido, hacia el encierro de su cuarto.

A partir de ese día se prohibieron los juegos de indios y vaqueros y las madres nunca más intentaron juntar a sus hijos, pero, independientemente de lo que hicieran, la guerra entre ellos ya había comenzado.

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