CAPÍTULO 1
El notificador de procesos vino para hacerle saber a Jimin que los Michaelsons le demandaban —otra vez— exactamente diez minutos después de que le llegaran los avisos de desconexión para el gas y la electricidad en su tienda. Ya que la experiencia de Jimin era que las malas noticias llegaban en grupo de tres, no podía dejar de preguntarse qué nuevo infierno le esperaba después.
Su respuesta llegó una hora después de que el servidor de procesos salió, cuando Jungkook Jeon; su casero y un dolor en el culo para Jimin, se paseó por la tienda con una sonrisa triunfal en su cara demasiado-guapa-para-no-tener-ningún-retoque-hecho.
—Te has retrasado en el alquiler. —Jungkook estaba prácticamente saltando sobre las puntas de los italianos de cuero que calzaba.
Jimin tragó. Tenía exactamente cuarenta dólares en su cuenta corriente, sus tarjetas de crédito estaban al máximo, y todavía tenía que notificarle a su abogado la nueva demanda de los Michaelsons.
—Ni siquiera llevo un mes de atraso. —Lo suficientemente cerca. Veintiocho días, pero aún así—. Mira, soy bueno para ello. Tengo tres buenas motos a la venta y un chico está a la espera de financiación. Tan pronto como el dinero entre en juego…
—Presentaré el porceso de desalojo mañana a primera hora —dijo Jungkook alegremente—. Sin rencores.
Jimin sintió que iba a la deriva en medio del Atlántico dentro de una bañera agujereada. Sin importar toda la mierda por la que había pasado en los últimos dos años, siempre tuvo su tienda a la que recurrir. Su propietario anterior; Red Hanks, había sido un mentor para Jimin, enseñándole los entresijos del sector comercial de las motos, vendiéndole el negocio y alquilándole el edificio. Pasaron a ser algo más que socios de negocios, fueron amigos hasta un año y medio atrás, cuando Red tuvo un ataque al corazón caminando a través de su propia sala de estar en su camino a la mesa para la cena del domingo. La esposa de Red no quería la responsabilidad de pagar impuestos, mantener códigos, etc…, por lo que había decidido vender el edificio Road Hog Custom Cycles donde se encontraba. Ella se lo había ofrecido a Jimin en primer lugar, por supuesto, pero gracias a los Michaelsons no podía financiar ni una pajita de un zumo de frutas, mucho menos una propiedad comercial en Chicago. Se presentó Jungkook, que había enganchado el edificio de la viuda de Red como una canción, y había procedido a convertir en un infierno la vida de Jimin desde entonces.
—Tú no puedes hacer esto —dijo Jimin—. Yo tengo derechos.
—Tú y Red no tenían un contrato, lo que significa que tú y yo no tenemos un contrato de arrendamiento. —Jungkook lo miró con algo parecido a la compasión en sus inexpresivos ojos azules—. Eres mes a mes, amigo, no tengo que tener una razón para que te vayas. —Del bolsillo de la chaqueta negra de Jungkook, sonó su teléfono móvil. Levantó un delgado dedo mientras respondía—. Espere un momento.
Jungkook caminó hasta la esquina de la plaza de garaje principal para atender su llamada. Con su pelo rubio y piel bronceada por el sol, Jungkook se parecía más a un Dios surfista californiano que a un magnate de bienes raíces, pero Jimin suponía que todo el mundo tenía sus propios talentos. Una lástima que uno de los principales logros de Jungkook se sumara a la lista de males de un kilómetro de largo de Jimin.
—Sí. No, lo entiendo —decía Jungkook al teléfono y Jimin no podía dejar de notar que lo tenía agarrado con fuerza—. No, estaré allí en quince minutos. Bien. Adiós. —Cortó la conexión y miró a Jimin, todo el color de sus mejillas se había ido—. Tengo que irme. Recuerda lo que te dije. —Todo el calor había desaparecido de él junto con el color—. Quiero que te vayas.
Jimin lo vio alejarse, preguntándose cuál de ellos era el hijo de puta más miserable.
Jungkook no estaba seguro de cómo llegó desde la cutre tienda de Jimin hasta la circunvalación. Condujo en piloto automático, las mismas tres palabras golpeando una y otra vez a través de su cerebro como el estribillo de una canción horrible que le hubiera pegado en la cabeza, pero no podía dejar de cantar.
Cindy está muerta. Cindy está muerta. Cindy está muerta.
De alguna manera llegó a la calle Madison, de una sola pieza. Mucho antes de que estuviera listo, subió doce pisos arriba, parándose en las elegantes oficinas jurídicas de Story, Stone y Turner y siendo acompañado a una sala de conferencias por una recepcionista mayor quien le dio una sonrisa simpática y una taza de café caliente.
El café lo tomó. La sonrisa se la podía guardar.
Lon Story; el abogado de Cindy, se unió a Jungkook en la sala de conferencias cinco minutos y cuarenta y tres segundos —según el reloj de Jungkook— después de que la recepcionista lo dejó allí. Story parecía el palo de una escoba caminando, recordándole a Jungkook a Ichabod Crane en Sleepy Hollow. Fue amable cuando le informó que Cindy llevaba muerta casi una semana, lo que hizo que Jungkook se enojara más.
—No lo sabía —dijo Story con la percepción de que probablemente le hacía mortal en un tribunal.
Jungkook negó con la cabeza. —Hemos perdido el contacto después de… —¿Qué podía decir? Después de que ella me dejó sin ninguna buena razón, rompió mi corazón en pedazos, y me dejó como a un animal atropellado en la carretera de la vida. Bebió un sorbo de café, esperando que el líquido amargo mojara sus labios—. ¿Cómo murió? —La última palabra quemaba al salir.
—Cáncer de mama. —Story se sentó a la cabecera de la mesa de conferencias—. Una forma particularmente virulenta. Por lo que entiendo que los médicos creen que ella probablemente tenía antecedentes familiares de la misma.
Jungkook se encogió de hombros. Cindy era hija adoptiva, puesta en el sistema al nacer cuando su madre; puta y drogadicta, salió del hospital la noche que Cindy nació sin ella a cuestas. Sólo Dios sabía quién era su padre.
Si Story sabía sobre el pasado de la historia de Cindy no hizo ningún comentario al respecto. En cambio, dijo: —Estoy seguro que sabes que Cynthia era una mujer rica.
Jungkook estuvo a punto de reír. ¿Saber? Su cuenta bancaria seguía sangrando por el acuerdo de divorcio de siete cifras que Cindy le había sacado. Parpadeó cuando el significado de lo que decía Story se hizo evidente.
—No es posible que me haya traído aquí para hablar de la voluntad de mi ex esposa. De ninguna manera iba a dejarme nada.
—Me temo que ahí es donde se equivoca —dijo Story. Por primera vez, Jungkook se dio cuenta de lo incómodo que el hombre parecía. Story hizo crujir sus nudillos, el sonido sonó fuerte y brusco en la tranquila habitación—. ¿Tiene usted el conocimiento de que Cynthia dio a luz recientemente?
—No. —Jungkook se sorprendió a sí mismo ahogando la respuesta en su garganta. Él y Cindy habían intentado durante años tener hijos —medicamentos para la fertilidad, inseminación artificial, in vitro— pero nada funcionó. Se había quedado embarazada un par de veces, pero ambos embarazos terminaron en abortos. Cindy entró en una espiral de depresiones, y Jungkook temió que nunca hubiera salido. Por último, hizo un alto en el interminable desfile de los métodos de embarazo, cuando el precio en su matrimonio —y la salud mental de Cindy— parecía un precio demasiado alto incluso para la felicidad de su esposa. Jungkook intentó todo lo posible para conseguir que Cindy considerara la adopción, pero ella no quería oír hablar de ello. Por lo que a ella concernía, no dar a luz la hacía de alguna manera menos mujer.
No estaba seguro de si estar feliz de que Cindy por fin había logrado su sueño de ser madre, o llorar por la tristeza de que no sería una parte de todo esto cuando finalmente ese sueño había sido probablemente lo que a él le costó su esposa, la excusa débil y tonta de Cindy para poner fin a su condenado matrimonio.
—Una niña, de apenas seis semanas —dijo Story—. El doctor de Cynthia descubrió el cáncer durante un examen de rutina justo después del comienzo de su segundo trimestre, o eso me dijo. Cynthia, por supuesto, se negó a cualquier tratamiento que hubiera perjudicado al bebé.
—Por supuesto. —La expresión de Jungkook era sin duda tan amarga como sus palabras—. No quiero ser un burro pero todavía no me ha dicho por qué estoy aquí. —Jungkook quería salir de ese lugar, ir a alguna parte y hacer algo —gritar, correr, vomitar— cualquier cosa menos estar sentado aquí discutiendo sobre una mujer que llevaba muerta para él tres años ya.
—Así es. Cynthia vino a verme tan pronto como se enteró de que era terminal. Me pidió que escribiera un testamento dejándote todo. —Story se miró las manos por un segundo antes de fijar sus ojos en Jungkook—. Realmente quiere decir todo.
El corazón de Jungkook comenzó a dar unos latidos extraños, hacia los lados, como si no estuviera cómodo en el interior de su pecho.
—No puede estar hablando de la niña.
—Su nombre es Nara —dijo Story con la misma voz tranquila, sin inflexiones—. Ha estado en la casa de una amiga de Cynthia desde su muerte. —Estiró una mano comprensiva sobre la mesa, sin llegar a tocarlo realmente—. Sé que esto debe ser un shock, pero…
—Mira, yo… —Jungkook se preguntó si esta idea de Cindy era un broma de mal gusto, si ella estaba escondida detrás de alguna pared falsa en algún lugar de la oficina, a la espera de saltar y decirle que estaba en uno de esos programas de cámara oculta—. No he tenido ni siquiera una llamada telefónica de Cindy desde el día que ella me echó de mi propia casa. —Una casa que él había pagado—. Espera que me haga cargo de su niña, aunque sea por Cindy. —Jungkook se sentía como si tarareara la canción del tema de la dimensión desconocida o algo así—. Mi ex esposa; obviamente, no ha tenido esta niña por ella misma. El tipo que la dejó embarazada debe ser el que vele por el cuidado de… el bebé. ¿Quién demonios es él, de todos modos?
—Ahí está la parte bochornosa. —Story estiró su cuello—. Eres tú.