PRÓLOGO
Yoongi Min ─sólo Min, para casi todo el mundo─ se deslizó rápidamente a través de la multitud de reporteros y curiosos que acampaban en la escalinata del palacio de justicia de Seattle. Siguiendo rápidamente los pasos de su compañero, Seokjin Kim, que corría por delante, apartando los micrófonos y las cámaras de sus caras con un lacónico «sin comentarios».
El sin comentarios de los detectives que habían perseguido a Tripp Ingersoll durante dos años, corriendo tras cada pista que encontraban para relacionar al estudiante universitario de cara redonda, con el asesinato de una prostituta de Seattle llamada Carmen Kelly. El sin comentarios, después de un juicio de seis semanas que le había pasado factura a todos los implicados.
Seokjin llegó hasta las puertas de entrada y le mostró al policía uniformado la insignia. No había necesidad de enseñar la placa y Min no se molestó siquiera en echar mano a su bolsillo. Habían estado en el juicio todos los días que pudieron, y estaban tan seguros como el infierno, de que hoy se esperaba que fuese leído el veredicto.
─Vamos ─dijo Seokjin, instando a Min delante de él. Yoongi sintió una mezcla de gratitud y malestar ante la mano que sujetaba su brazo, no le gustaba que le tocaran, pero era capaz de aceptar un poco de ayuda sin reaccionar.
La gran cobertura y el tono sensacionalista que la TV había dado al caso lo sacaban de quicio. Su alto porcentaje de casos resueltos no significaba nada para Min, si la parte culpable no recibía su merecido. Y este tipo necesitaba tener su adinerado y privilegiado culo encerrado en prisión por el resto de su vida. Honestamente, Yoongi no sabía lo que iba a hacer si el veredicto era inocente.
Sabía que eso estaba mal. Él lo sabía. Después de casi veinte años en la policía, había oído todo tipo de discursos una y otra vez. Él se los había dado a los nuevos reclutas, nuevos detectives; infierno, incluso Seokjin los había recibido unos pocos meses después de unirse al departamento de homicidios. «Ustedes persiguen a los sospechosos, reúnen las pruebas, le entregan al fiscal el mejor caso posible, y eso es todo». Eso era todo lo que podían hacer dentro de los límites de su trabajo.
Esta vez; por alguna razón, los Kelly, ─o la engreída negativa del sospechoso a tomarlos a ellos o a los cargos en serio─ este caso lo tenía emocionalmente dominado. Podía echarle la culpa a una crisis de la mediana edad, al agotamiento, o a alguna otra característica de los hombres gay de mediana edad que se describiría en algún libro, pero las razones no importaban en este momento. Yoongi estaba quemado, y su último fragmento de cordura estaba vinculado al veredicto que recayera sobre cinco mujeres y siete hombres y lo que fuera que estuviera escrito en esa hoja de papel.
Seokjin los guio a la sala del tribunal sin problemas; intercambiaron gestos y breves abrazos con los padres de Carmen, Ed y Della Kelly. Su frágil compostura y las líneas de pena y dolor carcomiendo los planos de sus rostros, parecían el eco de lo que estaba sucediendo en el estómago de Min.
Se sentó y trató de respirar.
Seokjin se sentó junto a él, dándole vueltas a su anillo de bodas todo el tiempo. Este era su primer gran juicio, su primera experiencia en un caso que se metía bajo la piel y exprimía el espíritu, hasta que pensabas que te quebrarías por la necesidad de resolverlo. El recién casado no estaba teniendo mucha suerte explicándole esto a su esposa, una situación que estaba lejos de pesar en la mente de Min. Divorcios y separaciones eran tan comunes en la sala de la brigada, que ya nadie se molestaba en escribir una tarjeta o asistir a una despedida de soltero. Parecía deshonesto. Era deprimente, y prácticamente se podía adivinar el resultado.
Era la excusa que daba cuando la gente le preguntaba por qué no salía con nadie.
La sala del tribunal se llenó; espectadores curiosos, familiares por ambas partes... A continuación los fiscales y los abogados de la defensa. Después, el momento en el que todos contuvieron la respiración; la entrada de Tripp Ingersoll. Sus padres y su novia se inclinaron hacia delante para acariciarle el brazo y mostrarle simpatía; Min intentó con todas sus fuerzas no odiarles y recordar que quizás, sólo quizás, ellos realmente pensaban que el tipo era inocente.
Porque si se imaginaba que simplemente no les importaba, o que pensaban que por una prostituta adolescente muerta, estrangulada y abandonada en un estacionamiento vacío, no valía la pena pasar por todo esto, él podía explotar.
El caso comenzó rápidamente, y el Juez Crenshaw salió de la cámara anexa a la sala de juicio. Min permaneció con las manos fuertemente apretadas, escuchando a Seokjin enfurruñado murmurar a su lado, oyendo los murmullos de la audiencia.
Trajeron al jurado. Todos parecían inclinarse hacia delante.
Min examinó las dos filas de miembros del jurado, intentando leer sus expresiones lo mejor que podía, con una creciente sensación de pánico en su estómago. Ellos no estaban mirando hacia el lado de la galería donde estaban sentados los detectives y los Kelly. Ni siquiera estaban mirando hacia la mesa de la defensa, donde Tripp se pasó las manos a través de sus rizos varoniles y se enderezó el cuello de su camisa de seda de 150 dólares.
Estaban mirando al señor y la señora Ingersoll y a Tracey, la fiel novia. Y parecieron aliviados.
Min tragó duro y presionó su codo contra el lado de Seokjin, como para advertirle sobre lo que iba a suceder. Él frenó todo: la furia, la desesperación, la confusión y contuvo el aliento.
─Inocente.
La sala se volvió loca, incluso cuando el Juez Crenshaw golpeó con el martillo y los ayudantes en la sala se volvieron tensos hacia la multitud. Los gritos de alegría y el llanto de la señora Ingersoll encabezaron la ola de ruido, mientras los Kelly se derrumbaban sobre sí mismos.
Min no podía moverse. Seokjin salió de un atónito estupor y comenzó a maldecir en voz baja. Otros detectives familiarizados con el caso gruñeron detrás de ellos. Algunos amigos de la infancia de Carmen, que habían venido desde Tacoma para el juicio, lloraban.
La tranquilidad se restableció rápidamente. Todos se sentaron, y Min consiguió una vista perfecta de la sonrisa insolente de Tripp Ingersoll, su cara llena de alegría mientras se inclinaba sobre la silla para sostener la mano de Tracey. Lo hizo; él ganó. Se había salido con la suya. Min empujó dentro de sí, la voz que le decía que su carrera valdría la pena, si se levantaba y en unos cuantos pasos, se ponía al lado de Tripp y lo golpeaba hasta sacarle toda la mierda...
Pero no lo hizo. Se quedó allí mientras el Juez Crenshaw con el ceño fruncido escupía el resto de las palabras necesarias; claramente el juez no estaba más contento con el veredicto que el resto de los partidarios de Carmen.
Entonces, todo había terminado.
─Ven, vamos a hablar con los Kelly ─murmuró Seokjin en su oído. Min asintió con la cabeza automáticamente, luego se levantó y se dirigió hacia donde los fiscales, Nick Nathan y Heather Gómez, trataban de consolar a la pareja devastada.
─Yo... ─Min intentó disculparse, pero el señor Kelly ya estaba negando con la cabeza. El hombre sólo era diez años mayor que él, pero el número podría haber sido cien en este momento.
─No es culpa tuya ─jadeó él, tomando la mano de su llorosa esposa y estrechó primero la mano de Yoongi, luego la de Seokjin─. Gracias por intentarlo.
Intentar. Intentar. Min sintió una oleada de rabia burbujear hasta hacerle sentir mareado. No lo había intentado, lo había logrado. Había encontrado a Tripp Ingersoll, había puesto toda la evidencia en las manos de Nick y Heather, había testificado impecablemente, sus notas tenían tanta mierda como el libro, eran mejores que el libro. Todo, lo había hecho todo bien, y ahora a este pequeño círculo de gente pálida e impresionada lo dejaron sin nada.
Carmen Kelly estaba muerta, y Tripp Ingersoll se iba al mejor restaurante de Seattle a celebrar el veredicto.
La vida no era justa, Min lo sabía. Pero esto, esto estaba mal en todos los sentidos.
Se quedaron en silencio, hasta que Nick murmuró algo a Heather.
─Sí, buena idea ─dijo Heather─. Voy a traer el coche hacia la parte de atrás, y los sacaremos de aquí, lejos de los reporteros.
Y lejos de la conferencia de prensa que sin duda estaba aconteciendo, con Tripp, su familia, y los abogados hablando pomposamente sobre la probada inocencia de su cliente en los escalones de entrada.
Seokjin y Yoongi ayudaron a los Kelly a salir y los llevaron hasta la puerta lateral con los ayudantes flanqueándolos. Pequeña como un pajarillo, Della Kelly parecía estar en las últimas, se apoyaba en su marido hasta tal punto que parecía que él casi la arrastraba.
Fue un segundo antes de que cayera, que Min empezó a decir:
─Consigan un médico. ─Y entonces ella cayó en el suelo, pálida y luchando por respirar.
Min entró en su vacío loft a las cuatro y media de la mañana. Había estado fuera treinta y seis horas en total, casi un nuevo record.
Casi.
Se quitó su traje sudado en la cocina, se desvistió hasta sentir su piel desnuda, y arrojó todo en la cesta de la basura debajo del fregadero, incluso los zapatos. No quería recordatorios de este día; ya tenía material suficiente para una década de pesadillas.
Della Kelly estaba muerta. Un infarto masivo, murió en la ambulancia mientras volaban por las calles hacia el hospital. Min estaba allí, la vio morir, vio otra década de dolor caer sobre los hombros de Ed.
Sí, este fue el peor día o las peores treinta y seis horas de la vida de Yoongi. No podía imaginar lo que sería para Ed.
Entumecido, agotado, entró al baño y abrió la ducha. Caliente. No se preocupó por la fría. Si pudiera arrojarse al fondo de una olla de langosta de agua hirviendo, lo habría hecho.
El olor de la muerte y la aflicción se le pegaron al cuerpo, rezumaba de sus poros. Dio un paso bajo el agua caliente y se apoyó contra la pared de azulejos blancos. Llevaba sin dormir desde que se despertó dos días atrás listo para la corte. Sin comer, con sólo una cantidad impía de café negro y tres whiskys que Seokjin le hizo beber en el bar del hotel después de que dejaron a Ed Kelly instalado en su habitación.
Iban a recogerlo por la mañana para que pudiera volver al hospital y hacer los arreglos para llevar el cuerpo de Della a Tacoma.
Realmente no necesitaba ayuda, había mencionado Ed con una voz apagada y muerta antes de cerrar la puerta, ya lo había hecho antes con el cuerpo de Carmen.
El dolor oprimido en su interior sacudió a Min hasta la médula. Nunca había llorado por un caso. Nunca. Era un hombre compasivo y de buen corazón, pero nunca lloró por su propio dolor, por no hablar del de otra persona.
Pero el negro vacío que vio en los ojos de Ed Kelly, con menos vida que cualquier cadáver que hubiera examinado alguna vez, lo perseguía, apuñalándolo como cuchillos mientras veía una y otra vez esa puerta cerrada.
Medio esperaba encontrar a Ed Kelly muerto cuando regresara en la mañana.
Porque si se detenía a pensar en ello, Min nunca podría sobrevivir a tanto dolor. No podía imaginarse enterrando a las dos personas que más amaba en el mundo y ser el único superviviente. No podía imaginar la sensación de impotencia.
No se podía imaginar amar a alguien tanto.
Era aterrador.
Min luchó por respirar cuando su piel finalmente pareció registrar el fuerte calor del agua; agarró a ciegas el jabón y empezó a limpiarse con precisión militar, cada círculo de espuma era un momento de meditación. «Concéntrate, enfócate, cierra la puerta al dolor, a la empatía. Cierra de golpe la puerta a la ansiedad de la impotencia y a la necesidad de solucionarlo todo».
No podía traer de vuelta ni a Carmen, ni a Della. No podía encerrar en la cárcel a Tripp. Incluso no podía ir más allá de los límites de la ley, porque eso sería ir en contra de su forma de ser.
Tenía que encontrar una manera de lidiar con esto, porque en última instancia, estaba solo. No había nadie a quien llamar, nadie en quien apoyarse. Hoseok, su antiguo compañero de habitación, el chico de sus sueños, estaba casado y a unos cuantos cientos de kilómetros de distancia, satisfecho y durmiendo profundamente junto a la persona que amaba.
Seokjin volvió a casa con su esposa.
A su padre no le importaba lo que hacía.
Su hermano, probablemente ni siquiera recordaba lo que hizo.
Min estaba solo. Y tan horrible como se sentía en ese momento, era casi un alivio.
Porque, si nunca se preocupaba por amar a alguien, no necesitaba preocuparse por su pérdida.