PRÓLOGO
Jimin acomodó su corbata frente al espejo, alisando las arrugas imaginarias de la oscura tela mientras la metía en su chaqueta. Vio su sombrero encima de la cama por el rabillo del ojo, la última pieza de su atuendo que le faltaba ponerse.
Hoy comenzaba. Su capitanía del departamento de policías de Nueva York.
La ceremonia de juramento comenzaba en dos horas en Primera Plaza de Policía. Abajo, su familia le esperaba y se movían inquietos con sus ropas de vestir, con sus cámaras y teléfono móviles listos para cuando descendiera. Sus risas estridentes y sus conversaciones se escuchaban a través de la puerta. Eran ruidosos y odiosos, sin duda estaban practicando silbidos para cuando lo anunciaran.
Pero los amaba mucho.
Pero sí. Jimin Park, Capitán del Centro Sur.
Una caja de cosas que coleccionaba y olvidaba estaba encima del vacío escritorio de su nuevo mandato. Una selección de fotos, actualizadas y cuidadosamente elegidas, esperaba escaleras abajo en su bolsa de deporte. Mañana a las ocho de la mañana, iba a conducir una reunión de oficiales mayores para discutir la actualidad y las necesidades inmediatas del tranquilo recinto.
Tragó saliva, tirando para atrás los imaginarios cabellos rebeldes de su corte militar con canas.
De novato a capitán, una carrera de más de veinte años ha formado una vida que no podría haber imaginado. Recordaba su primera ceremonia de juramento cuando se graduó de la Academia, con Hayi y sus pequeñas a su lado, con sus sonrisas brillantes de felicidad mientras se convertía en miembro del Departamento de Policía de Nueva York.
Recordaba sentarse al otro lado de la mesa en el almuerzo, compartiendo una cariñosa mirada con su hermosa esposa, agradecido de tener un trabajo con una buena paga y buenos beneficios que le permitía cuidar a las tres personas que más amaba en el mundo.
Nunca podría haberse imaginado este día. Nada de esto.
Parpadeó un par de veces a su reflejo, un momento de un día diferente, un cuarto diferente, un atuendo solemne diferente. Ese fue un final, una agonía que cambió su vida en la cual no supo si iba a sobrevivir, y esto... Esto era su nuevo comienzo.
Sensible por la nostalgia, ignoró el sombrero y se fue directo hacia la pequeña caja de madera detrás de la lámpara de cerámica que descansaba en lo alto de su vestidor. Contenía tres anillos: una pareja de bandas de oro, una grande y otra más pequeña junto con un delicado anillo de compromiso que el forense le devolvió. Sacó la caja de la oscuridad y la puso debajo de la luz de la lámpara. Recordaba haber puesto esos anillos en los dedos de Hayi, y la sensación del frío metal cuando ella se lo puso.
Y luego cuando se lo sacó, luego de haber decidido que; aunque siempre iba a amar a su esposa, su matrimonio estaba en el pasado y Jungkook era su presente.
Su futuro.
Su garganta se cerró. Había hecho las paces desde hacía mucho ante la idea de amar a dos personas de manera tan absoluta. Su vida actual no se sentía como una de sustitución, se había encargado de aceptar las circunstancias, de hacerlo lo mejor que podía, de aprender de sus errores.
Aprender lo mejor que podía.
Nada era perfecto, pero estaba bien.
Pasó la punta de sus dedos sobre los anillos, acariciando cada uno antes de cerrar la caja y volver a ponerla en su lugar. Con el sombrero en mano, se dio una mirada en el espejo de cuerpo completo, desde sus brillantes zapatos a su cabello con toques de gris. El manto de la capitanía, su familia lo esperaba para celebrar ese día.
Jimin Park tomó una honda respiración y bajó a unirse a su familia.