CAPÍTULO 1
Estaba echado en el piso de mi comedor cuando la puerta se abrió y Seokjin entró. Supe que era él, porque reconocí las botas de montaña al lado de mi cara.
—No te entendí en el teléfono.
Esa noticia no me sorprendió. Estaba más que un poquito consternado.
—Dime exactamente qué pasó —ordenó.
No despegué la cabeza del piso de madera.
—Fui a encontrarme con Jungkook al área donde se recoge el equipaje en LAX, y estaba besándola.
—¿A quién?
—A Jieun.
—¿Su compañera?
—Síp.
—¿Estás bromeando?
—¿Te parece que estoy bromeando? —le pregunté. Como estaba echado en el piso en medio de mi departamento, esperaba que lo captara.
—Mierda.
Dejé escapar un largo suspiro. Estaba hecho un desastre.
—¿Y?
—¿Y qué?
—¿Qué dijo cuándo lo enfrentaste?
Resoplé.
—Dijo que hacía un tiempo que estaban enamorados, que simplemente no había pensado en el mejor momento para decírmelo.
Él sonó como que iba a hiperventilar.
Eché la cabeza hacia atrás para poder verlo.
—¿Jin?
—Jesús, Jimin.
Se estaba tomando la traición casi tan mal como yo.
—Siéntate —le dije, porque me estaba poniendo nervioso—. Y pon la cabeza entre las piernas antes de que te desmayes. Respira rápido.
—Oh, Dios. —Le vinieron arcadas.
Mientras lo observaba caer sobre mi sofá de yute verde y poner la cabeza entre las piernas, sonreí por primera vez en tres días. Déjenle a mi amigo superarme como diva. Era mucho más dramático de lo que yo llegaría a ser alguna vez.
—¿Estás bien? —le pregunté después de escuchar su respiración por unos minutos.
—¿Cuándo te lo debía haber dicho? ¿Cuándo debía…? Yo te voy a decir cuándo te lo debía haber dicho el imbécil de Jungkook Jeon… Quizás justo antes de que drenaras todos tus ahorros para poner su esperma dentro de tu hermana, ¡para que los dos pudieran tener un bebé juntos! —rugió furioso, con la voz amarga.
—Nunca se lo dije.
—¿Qué? —me gritó, con un minuto o más de atraso—. Siéntate y mírame. ¡Maldición!
Solo me moví lo suficiente para que lo que estaba haciendo fuera llamado sentarse. Era más como encorvarse.
—¿Qué parte no le dijiste?
—Ninguna.
—¿No le dijiste a Jungkook Jeon que tu hermana estuvo de acuerdo en tener a su hijo, para que ustedes dos pudieran tener un bebé? ¿Esa es la parte que no le dijiste?
—Esa sería.
—¡Dios mío, Jimin!
—No tuve tiempo —me defendí—. ¿Mencioné los besos?
—Pero ya está hecho —suspiró—. Seulgi está embarazada y ahora… ¿Le enseñaste las imágenes del sonograma? ¿Vio a su hija?
—No.
—¿No? —me gritó.
—No.
Se me quedó mirando.
—¿Qué?
—Jimin. —Sonaba dolido y exasperado, todo al mismo tiempo—. ¡Mierda! ¿Sabes lo que acabas de hacer? Es decir, ahora mismo odio al hombre, pero no lo puedo odiar completamente, ¡porque ni siquiera sabe lo que ha perdido de verdad!
—Seokjin…
—Te dejó, y a tu niña y…
—Respira hondo…
—¡Jimin, no es justo! ¡No le diste todos los hechos al hombre!
—¿Por qué lo estás defendiendo?
—¡No lo estoy defendiendo, pero tiene que saber!
—Deja de gritar.
—¡Jimin! —volvió a gritar.
—¿Te mencioné los besos?
Hubo un largo silencio en el que él respiró hondo, y básicamente trató de calmarse lo suficiente como para continuar una conversación.
—Está bien, déjame entender esto. No habías visto a ese hijo de puta por seis meses, mientras estuvo encubierto haciendo Dios sabe qué con Dios sabe quién, y hoy, el día que se suponía que venía a casa… Hoy, ¿te dice que está enamorado de alguien más?
—Bueno, técnicamente primero me lo demostró y luego me lo dijo, pero sí.
—¡Jimin! —ladró—. ¿No le pudiste decir nada?
—No.
—¿Entonces qué? ¿Quiere a alguien más?
—Correcto.
—Y ese alguien es, ¿quién? ¿Jieun?
—Sep.
—Esa es su compañera, ¿correcto? ¿Ella también es una agente de la CIA?
Gruñí.
Él hizo un sonido en la parte posterior de la garganta que sonó a flema.
—No parezcas tan molesto.
—¿Por qué carajo no?
Ni siquiera sabía lo que estaba diciendo. Mi mundo entero se acababa de poner patas arriba.
—Es una mierda —gruñó.
—Tiene sentido, supongo. Es decir, pasa más tiempo con ella que con nadie. Estoy seguro de que era la evolución natural de las cosas.
—¡Jimin!
Gemí con fuerza.
—¡Él es gay!
—Aparentemente es bi.
—¿Desde cuándo?
—Desde Jieun.
—Oh, Dios. —Sonó como si fuera a vomitar.
—Respira rápido —le sugerí, por lo que se sintió como la décima vez.
—Es bueno ver que te encuentras bien con todo esto.
—Sep —murmuré, desparramándome sobre piso en un charco.
—¿Así que este es tu plan, entonces? ¿Enroscarte y morir?
—Sep.
—Está bien —murmuró, y escuché el sofá crujir cuando se levantó—. ¿Entonces no tiene idea de que Seulgi aceptó y que los dos van a ser padres?
Habíamos ido juntos a ver a nuestro doctor un año atrás, cuando la idea de un vientre de alquiler se me ocurrió por primera vez. Le dije a Jungkook que, si mi hermana estaba de acuerdo, sería el ovulo de ella sustituyéndome, y su esperma, y que juntos podríamos tener un niño.
—Supo que estaba hablando con Seulgi, pero no sabe que ella dijo que sí. La única razón por la que te lo conté a ti, fue porque si no se lo contaba a alguien iba a…
—Claro. —Parecía herido.
—Oh, por Dios, Jin, no puedo lidiar con que te derrumbes tú también. Te lo conté porque te quiero, porque eres mi mejor amigo, y no porque seas solo alguien más, así que n…
—Lo se… lo sé —me cortó, manos arriba, haciendo que me callara con la calma que había recuperado—. Lo siento.
Tomé aire.
—Está bien.
—Entonces qué, ¿realmente no tiene ni idea?
—Nope.
—¿Estás seguro?
—Positivo.
—¿Por qué no le mandas un mensaje?
—¿Cómo? —pregunté con mordacidad.
—Oh, cierto.
—Cuando está trabajando, sabes que no puedo coger el teléfono y llamarlo.
—Es toda esa mierda de la CIA.
—Sep.
—Dios, Jimin, yo… Yo no sé qué decir.
—Yo tampoco. —Me reí, sonando un poco desquiciado.
—Se lo debiste decir cuando lo viste.
—¿Por qué?
—Porque es lo correcto, y porque merece saberlo, y porque podría haberse quedado si se lo contabas.
—Estás divagando. —Sonreí—. ¿Cuántas veces acabas de decir porque?
—No cuentes mis palabras, escúchalas.
—Ajá.
—Jimin, ve a buscarlo y díselo y recupéralo.
—Está enamorado de ella, no lo quiero.
—Lo quieres. Siempre lo has querido.
Lo sabía. Me engañaba a mí mismo pensando lo contrario.
—Resplandeces cuando él está cerca. Aun después de cuatro años sigues resplandeciendo.
—Y ahora no lo haré.
—Las fiestas se acercan.
Levanté la cabeza para verle la cara.
—¿Qué tiene eso que ver con nada?
Sus cejas se elevaron, y tan solo por un instante sonreí.
—Es solo que no quiero que te mates o algo parecido. —Su voz era gentil y cariñosa.
—No puedo —gemí—, voy a ser papa. De hecho, ni siquiera puedo continuar con mi plan de quedarme echado aquí hasta morir. En algún momento tengo que levantarme.
—¿Cuándo?
—¿Quién sabe?
Él asintió.
—Está bien. ¿Quieres mudarte al apartamento debajo del de Nam y mío? Me pertenece, como ya sabes. Te lo rentaré baratísimo hasta que juntes el dinero para comprarlo —me prometió—. Tiene dos habitaciones y eso es todo lo que necesitas, una para ti y otra para el bebé.
—Esa parece una buena idea —estuve de acuerdo, poniendo mi barbilla de nuevo en el suelo, presionándola contra la madera fría.
—Y de esa manera cuando sea que necesites ayuda, estaremos allí.
Tenía amigos tan increíbles; era terrible que tuviera un gusto tan horrible con los hombres.
—Los quiero muchachos, ¿lo sabes no?
—Sí, lo sé, querido, y nosotros te queremos de vuelta.
Le saqué el dedo por lo de querido.
—Muy bien, estaré de vuelta en una hora con Nam.
—Aquí estaré.
Cuando cerró la puerta detrás de él, cerré los ojos de nuevo.
Jin me hizo levantar y comer algo cuando regresó con Namjoon Kim, el amor de su vida, justo como prometió, una hora después. Tan pronto como se fueron, regresé al piso. Mi amiga Moe, diminutivo de Maureen, vino con su esposo Phillip, al día siguiente. Ambos se sentaron en el piso conmigo, mientras les contaba del bebé.
—Si lo veo en la calle es hombre muerto —Phillip juró. Esas eran palabras fuertes para un CPC.
Maureen lloró y sostuvo mi mano, y después de un rato fue difícil decir a cuál de los dos habían dejado botado. Ellos ordenaron pizza y tomamos batidos para bajarla.
Mi hermano mayor, Yoongi, viajó desde Denver solo para ver cómo estaba, lo que fue una gran sorpresa. A él no le preocupó que estuviera en el suelo tanto como al resto. Ese hombre había crecido conmigo y sabía que no era del tipo suicida. Me dijo, que sabía que yo tenía que arreglar cosas y que lo llamara cuando quisiera hacerle una visita. Prometió enviarme un pasaje. Le dije que me habían dejado, no que era un indigente sin un centavo.
—Solo déjame hacer algo bueno por ti, idiota.
Puse los ojos en blanco, pero después de que me mirara con la mandíbula apretada, acepté. Antes de irse, puso la TV de lado para que pudiera verla sin moverme. Eso fue muy considerado.
Por fin decidí que tenía que tratar de decirle a Jungkook sobre el bebé. Era como Jin había dicho una y otra vez, lo correcto.
Resultó, que su número de celular estaba desconectado. Ya que nuestros proveedores eran diferentes, no tuve manera de chequear el estatus de su cuenta. Fui al banco, busqué en nuestra caja de seguridad, y llamé a todos los números de emergencia en su libreta de direcciones. Lo único que conseguí fueron diferentes correos de voz dentro de la agencia.
Conduje a la casa de los padres de Jungkook, en Sonoma, pero encontré que había sido puesta en venta. No había señales de vida. Recordé que habían dicho que pensaban mudarse… Era espeluznante que todo en mi vida hubiera cambiado de repente. Fue doloroso que se fueran sin siquiera despedirse de mí, ya que siempre pensé que éramos cercanos. Que gracioso que nada hubiera sido como creía.
Cuando conduje a la bodega de la familia, había un nombre nuevo al frente que no reconocí, eso también había sido vendido. En la oficina nadie había escuchado jamás de los Jeon, fuera del hecho de que eran los antiguos dueños.
Seokjin estaba enojado de que no tuviera un cierre, de que no tuviera contacto con ninguno. Incluso la carta que envíe a la oficina de Jungkook, en Virginia, regresó sin entregar por FedEx. Era como si se hubiera desvanecido.
Por último, llamé a su jefe, el Agente Mitchell Beck, lo que se me había dicho que nunca hiciera, y él me dijo que Jungkook había sido transferido después de su última asignación. Beck pensaba que quizás estaba en el extranjero trabajando en algún cuerpo operativo.
Un mes después, recibí un sobre desde París con papeles de disolución adentro. Me había cedido todo: la casa, el carro, y todas nuestras cosas de valor. Todo lo que quería era su libertad.
Yo regresé todo en el sobre que venía adentro, incluido, para sorpresa e indignación de Jin, mi anillo de matrimonio de platino. Había significado algo cuando intercambiamos votos en Toronto, no significaba nada ya. Si Jungkook quería lavarse las manos conmigo, yo haría lo mismo. Para ese momento, incluso Seokjin estuvo de acuerdo en que contarle mis buenas nuevas era inútil. Estuve dando vueltas aturdido por las siguientes dos semanas.
Mi jefe, Vincent Carmichael, vino y me sacó de la cama y de la casa, a principios de la tercera semana. Ya era suficiente; iba a ser padre y madre todo junto. Estaba a punto de ser el mundo entero de alguien más. Era hora de ponerse las pilas. Estuve vestido y en la oficina a la mañana siguiente. No podía decirle que no al hombre cuando en verdad había hecho el viaje a mi casa. Nunca me preocupó que me despidiera —yo era la primera persona a la que había contratado cuando abrió su negocio cinco años atrás—, pero me sentí mal por sacar ventaja de su buena voluntad.
—Tú nunca tratas mal a nadie, Jimin —me dijo—. Pero te necesito de vuelta en el trabajo. Nadie me entiende como tú, por eso eres mi mano derecha.
Y resultó que trabajar, regresar a la calle, hacer el paisajismo en el que había trabajado toda mi vida, me ayudó a aclarar la cabeza.
Durante el fin de semana, firmé un contrato con Jin por el depa debajo del suyo, y mis amigos me sacaron de mi antigua vida hacia una nueva. Obtuve una buena oferta por la casa, y Seulgi, mi hermana embarazada, se mudó conmigo. Juntos, creamos un dormitorio que fuera bien de bebé como para verse bonito, pero que no me provocara un subidón de azúcar cada vez que entrara en la habitación. Cuando me atrapó clavándole la mirada al payaso que la tía Janice había enviado para el baby shower cuatro meses más tarde, estalló en carcajadas.
—¿Qué?
—Dios, Jimin —exhaló profundamente, acariciándose el hinchado vientre—. Ojalá yo fuera tu hija.
El baby shower había sido divertido, una fiesta mixta en vez de la típica reunión de chicas como decía el manual. Ahora tras pasar por las frituras, los cupcakes rosados y el helado, de jugar juegos tontos y abrir los regalos, mi hermana se sentía agotada y yo también.
Ella estaba despatarrada en el sofá con los pies levantados, mientras yo terminaba de limpiar y chequeaba a Pennywise.
—Mujer, tus hormonas están desquiciadas —le dije.
—No. —Su voz fue suave—. Tú, Jimin Park, eres un hombre muy bueno y tu hija es muy afortunada.
Le sonreí.
—¿Solo porque el payaso me vuelve loco?
—No, porque siempre has querido hijos, y aunque Jungkook se marchó, viste tu oportunidad y ni por una sola vez lo pusiste en duda.
—¿Y qué hay contigo? Cuando mi ángel nazca, ¿estás segura de que podrás entregármela? Ella es mitad tuya, ¿sabes?
Negó con la cabeza.
—Yo solo estoy llenando tu sitio, amor. Si fuera gay, esperaría que hicieras lo mismo por mí.
—Llevar un bebé por nueve meses y llenar una taza no es exactamente lo mismo, Seulgi.
Su sonrisa fue melancólica y rara.
—Para mí lo es.
Se veía luminosa en aquel momento, hasta que sus cejas se fruncieron e hizo una mueca como si hubiera mordido un limón.
—Está bien, ese payaso se tiene que ir.
—Sip. —Estuve de acuerdo—. Nos matará mientras dormimos.
—Oh, Dios. —Se rio—. ¡Sácalo de aquí!
Seguí mirando sobre mi hombro hacia el asiento trasero, a la mañana siguiente, mientras lo llevaba junto con otras cosas al Goodwill, estaba seguro de que lo había visto moverse.
Esa noche, mientras cenaba con mi hermana, riéndonos y conversando sobre cómo sobreviviríamos la inminente visita de nuestros padres, me di cuenta de que nueve meses después de que Jungkook Jeon saliera de mi vida, yo aún estaba vivo. Nunca lo hubiera creído posible, pero la persona más importante de mi vida, en realidad todavía no había nacido.
—Vas a estar bien —me dijo Seulgi.
Y lo estaba. Todo estaba hecho y listo para la bebé. Había conseguido seguir viviendo.
La fuente de Sara se rompió en medio de la noche, y cuando se puso como loca, me convertí en su roca. No tenía idea de que llevaba eso dentro de mí. Pero sostuve su mano y le hablé durante la cesárea que llegó ocho horas después de que el doctor tratara de hacer girar a mi terca bebé, que venía de nalgas, durante las primeras tres. Mi querida y dulce hermana, que había querido que todo fuera natural durante el impresionante milagro que es el parto, terminó rogando a todo el mundo en la habitación, incluido yo, que le dieran montones de droga. No quería saber nada con el tedioso dolor. Yo quería que le dieran algo extra, pero tras la primera dosis, de nuevo fue un conejito feliz en vez de una arpía salida del infierno.
Cuando mi hija por fin hizo acto de presencia, era hermosa y perfecta, y la llamé Suni por mi abuela, a la que extrañaba mucho. Habiéndola perdido por un cáncer de mama diez años atrás, esa noche recé para que estuviera siempre ahí para mi bebé.
Puse el nombre de Jungkook en el certificado de nacimiento porque era lo correcto, aunque no le di su apellido. Seulgi me cedió la patria potestad, la adopción legal y vinculante, y mi pequeñita, Suni Park, se fue a casa con su Papi. La amé más de lo que creí que fuera posible amar a otro ser humano, y mi dolor por lo de Jungkook, por fin comenzó a menguar. Comparado con ella, nadie le llegaba ni al talón.
Mis padres, que se empezaron a preocupar por las decisiones que estaba tomando, partieron dos semanas más tarde, seguros de que en verdad sabía en lo que me había metido. Seulgi partió un mes después de ellos, lista para comenzar su aventura en el Cuerpo de Paz. Estaba emocionada de comenzar su vida, su sueño. Estaba feliz por mí, adoraba a Suni, pero no quería saber nada con bebés y la crianza de los hijos. Verla alejarse de mí en la terminal del aeropuerto, fue agridulce. La iba a extrañar aun cuando estaba deseando estar a solas con mi bebé.
—Voy a ser el mejor padre que se pueda, preciosa —le dije al amor de mi vida.
Estaba seguro de que me guiñó un ojito.