CAPÍTULO 2
Ella se volteó y me miró.
—No entiendo.
Miré a mi hija de cinco años y sonreí. Realmente se estaba rompiendo la cabeza con eso.
—¿Qué es lo que no entiendes?
—¿Por qué la Tía Chelsea se quiere casar con ese viejo?
—No es viejo.
Me miró como como si me hubiera vuelto loco.
—Tiene pelo blanco, papi.
—Así como tu abuelo.
—Yo sé. —Sonrió de oreja a oreja—. Viste, es viejo.
Me reí entre dientes y la conduje por la entrada del Ceasar’s Palace. Ya le había explicado sobre las canas prematuras como diez veces para entonces y simplemente no lo entendía. Viejo era viejo y joven era joven, y si eso no tenía sentido, entonces, ¿qué?
Estábamos de camino a que se probara el vestido, que mi amiga de universidad, Chelsea Dawson, pronto Chelsea Pruitt, había comprado. Le pedía a Dios porque fuera de buen gusto. Chelsea, que adoraba que mi hija la llamara Tía Chelsea, podía ser algo excéntrica. Miré hacia abajo, a Suni, y cuando levanté la mirada, un hombre chocó directamente conmigo.
—Oh, Dios mío —casi gritó—. Lo sient…
Levanté la mirada y de pronto me encontré cara a cara con unos ojos azul cobalto familiares. No eran del color exacto que me hubiera dado palpitaciones, pero estaban cerca.
—¿Jimin?
Hoseok Jeon, el hermano menor de Jungkook. Jesús.
—Hey —lo saludé con forzada alegría.
—Jimin —exhaló, sus ojos me inspeccionaron mientras agarraba mis brazos—. Mierda… ¿Jimin Park?
Dios.
—Yo… Ah, hola Hoseok. —Le di una débil sonrisa, usando la versión corta de su nombre—. ¿Cómo estás?
Ambos nos quedamos parados mirándonos por lo que pareció una eternidad antes de sentir el tirón en mi brazo. Aparté mis ojos de él y miré a mi niña.
—Papi, ¿quién es ese hombre? —Lo señaló manteniendo su mano cerca del cuerpo. Era gracioso, su dedo subiendo y bajando como si él no se fuera a dar cuenta de que lo estaba señalando. Se le había enseñado que era de mala educación y por eso se estaba esforzando por cumplir mi mandato.
—Bueno. —Tomé aire—. Este es uno de los amigos de tu viejo —le dije, arrodillándome a su nivel—. Y su nombre es Hoseok.
—Ese es un nombre extraño.
—No es extraño, es solo que no es un nombre que hayas escuchado antes.
—Si tú lo dices.
Él se arrodilló para mirarla, y primero vi el reconocimiento y luego el asombro que cruzó por sus facciones. Lentamente volteó hacia mí.
—Tiene sus ojos.
Yo asentí.
—Así es. Tienes razón.
—Dios mío, es tan hermosa —dijo con entusiasmo, extendiendo su mano hacia Suni.
Yo levanté mi mano para detenerlo mientras me ponía de pie de nuevo.
—No, a ella no le gusta abrazar a las personas a menos que las conozca —le dije, mirando a mi hija, viendo su incomodidad.
—Oh, está bien, los siento dulzura. —Se disculpó.
Ella le sonrió con timidez y yo le apreté la mano.
—Está bien, linda.
—Entonces, ¿ustedes viven aquí ahora? —preguntó, mientras se paraba sin sacar los ojos de Suni.
—No, tan solo hemos venido para una boda. Todavía vivo en Santa Mónica. ¿Tú?
—¿En Las Vegas? ¿Con este calor? —preguntó como si estuviera loco—. No, estoy aquí con la familia. Estoy comprando algunas propiedades por el lago, y todo el mundo decidió que era hora de tomarse unas vacaciones y vernos.
Me reí por lo bajo.
—¿Hay un lago en Las Vegas?
—Bueno, sí, como a treinta kilómetros.
—Ja, ¿quién diría?
—Entonces, ¿cuánto tiempo ha sido?
—Dios, no sé, vamos a ver, Suni tiene cinco, así que, ¿casi seis años? —Le sonreí.
—Síp.
—Sí —Suni lo corrigió automáticamente.
—Oh. —Él le dio una gran sonrisa—. Quise decir Sí. Disculpa.
—Está bien. —Ella asintió y le sonrió—. Pero mi Nana dice que siempre debes decir sí, no síp.
Él me miró, y vi lo encantado que estaba con mi niña linda.
—Papi —gimoteó mi nombre, arrugando la nariz antes de rascársela—. Tenemos que irnos. Tía Chelsea dijo que podríamos pasear en el bote del hotel después de probarnos esa tonta ropa. Apúrate y termina.
Me reí entre dientes y Hoseok la miró de nuevo, encantado.
—Nunca lo supe. ¿Él lo sabe?
—¿Quién?
—Jungkook.
Negué con la cabeza.
—No.
—¿Cómo…?
—Mi hermana.
Él asintió.
—Es maravillosa. Los veo a los dos en ella.
—Gracias. Esos ojos suyos, sin embargo… Eso es todo Jeon —bromeé.
—Sí —gruño, obviamente hechizado, antes de mirarme con fijeza—. ¿Por qué no se lo dijiste?
—Lo intenté —le aseguré—. Pero fue como que todos ustedes desaparecieron.
—Lo hicimos por un tiempo.
—Bueno, ahí está.
Soltó un rápido suspiro.
—Pero no tiene sentido. Él debería haber…
—Tiene perfectamente sentido, Hoseok. Estoy seguro de que Jieun y él tienen un montón de hijos.
—¿Qué? —Pareció tan confundido—. ¿De que estas h…?
—No es mi asunto —lo corté, sonriendo alegremente.
—Jimin…
—No hagamos esto. —Asentí y entonces me incliné rápidamente y le di un beso en la mejilla. La suya, era una familia cálida que esperaba afecto entre dos hombres. Su familia extendida, a la que adoraba también, los clanes de los Jeon y los Erasmo, se abrazaban y daban besos entre ellos muchísimo.
Había añorado eso para Suni conforme crecía, pero no se había podido hacer nada.
—Me encantó verte, dale mis saludos a tu gente.
—Jimin…
Le sonreí.
—Nos vemos. —Me di la vuelta y llevé a mi chica hacia las tiendas.
El vestido no era horrible, aunque Suni se paró como si la estuvieran sentenciando a muerte. Incluso la costurera, que estaba haciendo alteraciones de último minuto, no aguantó y se empezó a reír, cuando comenzó a tener arcadas.
—Te ves como un lindo pedacito de tarta de merengue de limón —bromeé.
—¡Papi! —gritó, y no pude evitar reírme también. Me estaba sintiendo tan bien, eufórico, por mi encuentro con Hoseok.
Había temido el día que me cruzara con alguien del clan de los Jeon, y lo había manejado con aplomo y elegancia, atravesándolo sin una onda de dolor. Estaba rebosante de poder.
Le dije a Suni que necesitábamos una compra de recompensa, ya que de hecho teníamos tiempo antes de que tuviéramos que encontrarnos con Chelsea para el prometido paseo en góndola.
—¡Barbie! —gritó de alegría.
La llevé inmediatamente a la tienda de juguetes más cercana y le compré otra muñeca más. Le conseguimos accesorios, unos tacones de prostituta, también un equipo de buceo, y un muy clásico vestido de noche sin brillos. Ella escogió más zapatos y luego a Jack Sparrow de Piratas del Caribe para que la sacara en una cita.
—¿Barbie sale con piratas? —le pregunté a mi niña, pensando en qué tendría de malo Ken, que se veía bien y nada amenazante en su caja—. ¿Qué tiene de malo él?
—Ken es aburrido.
—Su ropa es muy elegante y práctica.
Se rio de mí.
—Ken se ve equilibrado —lo pulí.
La mirada que obtuve, como si estuviera confundido, fue adorable.
—¿Desde cuándo Barbie y Jack tienen citas?
—Él sabe dónde está enterrado el tesoro.
Por eso el equipo de buceo. Yo era el que tenía que ponerse al día y pedí disculpas.
—Está bien, papi —me dijo condescendiente, con sus enormes ojos de color cobalto sonrientes, me palmeó la mano como si estuviera enfermo—. Quizás él también necesita un equipo de buceo.
Por supuesto.
Lo que yo necesitaba era una camisa nueva para la noche, cuando saliéramos de bar en bar, y ella me ayudó a elegirla.
—¿En serio? —le pregunté, sosteniendo en alto un modelo rojo brillante de manga corta con el que insistía.
—Jack se lo pondría.
—Jack es pirata —le recordé.
—¿Y qué?
En realidad, no importaba. La compré porque estaba flotando en el aire. Aun me estaba medio riendo cuando pasamos por el departamento de joyería buscando un relicario para Chelsea. Le había prometido uno para la boda como su “algo nuevo” y todavía tenía que cumplir con mi palabra.
—Papi, papi, mira este. Me gusta.
—Apuesto que sí. —le sonreí. El relicario incrustado con diamantes era justo como le gustaba a mi hija, grande y llamativo—. Sabes que eso está como en cuatro millones de dólares, ¿verdad?
—¿Qué es un millón?
—Después te digo.
—¿Papi?
—¿Sí, linda?
—¿Por qué llamo a Tía Chelsea tía si no es tu hermana como Tía Seulgi?
Todo el tiempo estaba encontrando cosas, y preguntaba para que se las aclararan. Esa era una de las miles de razones por las que la amaba.
—Porque Tía Chelsea es una de las amigas más antiguas de papi. ¿No quieres que sea tu tía?
—Sí, pero solo Tía Seulgi lo es, ¿cierto?
—Cierto —le aseguré—. Chelsea es como tu tía adoptiva.
—Está bien.
Simplemente tenía que tener las cosas claras en su cabeza cada vez que surgía alguna pregunta.
—¿Papi?
—¿Sí?
—Esa señora me está diciendo hola con la mano.
Me erguí de la vitrina y miré a mi alrededor. La vi, porque como mi hija dijo, la estaba saludando. Yeonkyo Jeon cruzó el piso hacia nosotros rápidamente, su esposo Joonho detrás de ella, la seguía de cerca.
—Oh. —Tomé aire y puse mis manos en los pequeños hombros de Suni—. Agárrate fuerte, nena.
—Jimin —Yeonkyo susurró terminando de acercarse a nosotros.
Me dio un beso en la mejilla, e inmediatamente se arrodilló delante de Suni. —Cara mía. —Lloraba, sus lágrimas bajaban por sus mejillas mientras agarraba a mi hija y la tiraba a sus brazos.
Yo abrí la boca para decirle algo, pero Suni ya estaba palmeando la espalda de la mujer mayor y diciéndole que no llorara. Tenía una niña tan amorosa, que su primer instinto fue dar consuelo.
El padre de Jungkook, más alto que yo, más robusto, como siempre, más ancho de hombros que yo, me jaló a sus brazos y me aplastó contra él. Me dio un beso en la mejilla, fuerte y húmedo, y sonrió mientras me volvía a abrazar. Yo siempre le había gustado y el sentimiento era mutuo.
—Papa —dije gentilmente, frotando su espalda.
—Figlio… mío —susurró en mi cabello.
Olía bien, esa mezcla de tabaco de pipa y loción para después de afeitar. Me alejé despacio antes de que él también se arrodillara frente a mi hija. Le habló rápido, sonriendo, y ella le dio la mano y asintió cuando él le preguntó si yo era su papa.
Me quedé de pie ahí y observé a mi hija siendo el centro de atención. Les enseñó su Barbie y toda la ropa, les explicó que su Tía Chelsea se iba a casar con un viejo, y que iba a dar un paseo en góndola en el hotel. Ellos estaban fascinados, y vi a Hoseok caminando deprisa para reunirse con nosotros.
—Bocón —lo acusé.
Él se encogió de hombros y sonrió de oreja a oreja.
Suni lo saludó por su nombre, y él suspiró profundamente e hincó una rodilla en tierra frente a ella. Ella, comenzó desde el principio y sacó todas las cosas de la Barbie de nuevo.
—Jimin.
Volteé, y ahí, sin fanfarria ni anuncio, estaba Jungkook Jeon.
Vestía un traje de Armani y estaba espectacular, como la última vez que lo vi. El espeso cabello negro azabache caía sobre su frente y los lados; los ojos azul cobalto, sorprendentes bajo las gruesas cejas y enmarcados por largas, y rizadas pestañas. Las facciones cinceladas, nariz recta y labios delgados siempre hacían al hombre impresionante. Nada había cambiado. La primera vez que lo vi, casi me tragué la lengua de la sorpresa, cuando atravesó el club para invitarme a bailar. Sin embargo, el hombre siempre mantuvo que tan pronto crucé la puerta se había asegurado de llegar a mí primero. Le dije que el cabello y los ojos marrón oscuro no eran nada especial. Él siempre estuvo en desacuerdo. Jungkook se acercó más a mí, y como era costumbre, tuve que echar la cabeza hacia atrás para ver su cara.
—Hey. —Apenas si podía respirar, me era difícil hablar.
—Jimin —dijo mi nombre en un suspiro.
Me quedé viendo sus ojos de color índigo oscuro, casi negros cuando me miró, y noté lo hermosos que eran y como hacían juego perfectamente con los de Suni.
—Jungkook.
Él no se movió. Tan solo se quedó parado ahí y se impregnó de mí, y yo hice lo mismo. Fue ridículo pensar que el corazón no me dolería y que no me estremecería un poquito teniéndolo frente a mí.
—Se te ve bien —me dijo, y vi que apretaba la mandíbula.
—Tú también.
—Jimin —repitió, y escuché un leve temblor en su voz.
—¿Cómo estás?
—Yo… yo… —Su voz se fue apagando antes de que, también, se arrodillara frente a Suni—. Hey, dulzura —dijo, su voz irregular mientras pasaba saliva con fuerza. Vi que su mirada se suavizaba, como si fuera a llorar.
—Hola —ella replicó. Le sonrió, y estiró la mano y jaló un hilo de su saco negro—. Te acabo de sacar esto.
—Gracias. —Tuvo que aclararse la garganta antes de cogerlo de ella—. Eres una gran ayuda.
Ella asintió, como sabía hacer cuando no estaba segura de qué decir, inclinándose contra mí, su brazo me rodeó las piernas por detrás.
—¿Quién eres?
—¿No me conoces?
Ella negó con la cabeza.
—¿Nunca has visto una foto mía? —Él me miró de lado.
—No.
—¿En serio?
—No, te lo juro.
—No, no —él murmuró, sonriéndole—. Te creo. Sabes, tienes unos ojos hermosos.
—Gracias. —Ella le sonrió con calidez, abriéndoles grandotes para él—. Soy la única con ojos azules en mi familia.
—No, no lo eres —le aseguró, viéndome, su mirada dura.
—Sí, lo soy —ella estuvo en desacuerdo con él—. Ojalá mis ojos fueran marrones como los de Papi, pero Jaebum dice que Papi y yo tenemos bonitos ojos. Dice que no puede escoger.
—Jaebum parece un hombre inteligente.
—Llega hoy. Tenemos que ir a recogerlo al aeropuerto.
Él asintió, todavía sonriéndole.
Ella estiró la mano hacia su cuello, arreglándoselo, tocándolo al instante como nunca había hecho antes con nadie. Verlo era desconcertante.
—Me gusta el gris —le contó—. Es como la lluvia.
—A mí también me gusta el gris.
Ella le puso una mano en el hombro mientras miraba su rostro.
—Tus ojos son como los míos.
—Sí.
—Tu pelo es negro como el mío, también.
Él se aclaró la garganta.
—Ya veo. ¿Cuántos años tienes, Suni?
—Cinco.
—Cinco —repitió asintiendo con la cabeza, irguiéndose para mirarme profundamente a los ojos—. Cinco.
—Sí, cinco —ella repitió—. Te lo juro.
—No jures —le dije automáticamente—. Prometo.
—Correcto. —Asintió.
—Suni, voy a conversar con tu papi, allá, ¿está bien?
—’Sta bien —aceptó y le sonrió.
Él me agarró del brazo y me movió unos metros más allá antes de hacerme girar para enfrentarme.
—Habla rápido, Jimin.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¿Por qué? —Estaba asombrado.
—Sí, ¿por qué?
—Es mía. —Su voz era dura, afilada de la ira.
Sacudí la cabeza.
—No lo es.
—Está bien, déjame aclararlo. Es mi hija.
—Por supuesto.
—Por supuesto —repitió, y supe que estaba a punto de explotar—. ¿Me estás jodiendo? ¿En serio estás parado aquí frente a mí, diciendo por supuesto? ¿Me iba a enterar alguna vez?
—No lo creo, no.
—¿No? —Estaba perplejo, y podía ver lo abrumado que estaba mientras el color se drenaba de su rostro.
—No, a menos que te viera —confesé honestamente—. Jungkook hice todo lo posible para avisarte antes de que me dejaras.
—Lo sabías ese día en el aeropuerto —susurró completamente lívido—. Seulgi aceptó. ¿Ya estaba embarazada?
—Sí, fui con las fotos del sonograma para ti.
Él miro alrededor y vio la banca cerca a la puerta. Lo seguí unos cuantos metros más allá mientras se sentaba con fuerza. El rostro que se levantó hacia mí fue difícil de leer porque había tanto que seguir en sus elegantes facciones —dolor, sorpresa, enojo, miedo, y más que nada pérdida. Se veía como si le hubieran dicho que alguien se había muerto.
—¿Seulgi estaba embarazada?
—Sí.
—Ese día tú… ¿tú tenías fotos del sonograma?
—Sí.
—Pero entonces, ¿por qué cuando Beck te avisó, tú…?
—¿Qué?
—Tú escribiste que no creías que debía retirarme y que estabas cansado de la manera en que vivíamos y… le dijiste que me mantuviera alejado de ti.
—Te envié un montón de cartas y todas fueron regresadas. No me pude comunicar contigo por teléfono; no me respondiste ninguno de mis correos o…
—Beck vino a verte.
—No.
—¿No?
—No. Nunca.
—¿Nunca? —Su voz se estaba elevando—. ¿Estás seguro?
—Pienso que recordaría eso.
—Pero tú le dijiste…
—Hablé con el hombre una vez, Jungkook. Dijo que habías sido transferido al extranjero.
—Tú le dijiste que querías que me fuera, dijo que estabas harto de vivir conmigo.
Negué con la cabeza.
—¿Yo le dije eso a Beck? ¿Le dije esas cosas a un hombre al que, solo cuando estabas planeando retirarte, le hablaste de nosotros? ¿Le dije eso al hombre que podría haber puesto tu carrera en peligro…? ¿Te estás escuchando?
—Dijo que habías cambiado de idea.
—No sé de qué estamos hablando en este instante, pero hubiera vivido bajo el agua por estar contigo.
Se me quedó mirando.
—Tú sabías eso.
Asintió lentamente.
—Lo sabía.
—Así que, viste, simplemente te querías ir.
Me tragó con la mirada.
—No.
Me encogí de hombros.
—No sé qué decirte.
—Tengo una carta tuya diciendo que se había acabado.
—¿Una carta? —resoplé. De pronto me enfurecí conmigo mismo por dejarme arrastrar a la conversación. Era agua pasada, seis años muy tarde—. Ojalá hubiera podido hacerte llegar una carta, y por cierto, tú lo acabaste cuando me dijiste que estabas enamorado de Jieun.
—¿Qué? —Estaba tan desconcertado; levantó las manos como si se estuviera defendiendo de mí y su mirada se volvió desenfrenada—. ¿Qué?
—Jieun. —Me reí entre dientes porque esto se estaba poniendo tonto—. Te acuerdas, la mujer por la que me dejaste.
—¿Qué? —preguntó con brusquedad.
—Jieun —repetí sonriendo—. Llegué a donde se recoge el equipaje, y la estabas besando. ¿Te suena?
—No, eso fue solo…
—Tiene sentido. Hombres hétero se vuelven gay así que lo inverso tiene que ser cierto en algunos casos. No fue un gran salto, ¿sabes? Lo que me mató fue el momento. Es decir, me botaste en el aeropuerto. —Lo miré con los ojos entrecerrados—. Acabaste conmigo ahí mismo, en ese instante.
—No, no, no —me dijo, levantándose de la banca a toda su altura—. Beck te avisó de antemano que sólo iba a ser…
—No tienes que explicarte —le aseguré—. Fue hace tanto que es como si hubiera sido en otra vida.
—Espera, no, Jimin —rogó, agarrándome de los brazos con rapidez, cogiéndome con fuerza—. Todo fue por…
—Siento mucho que no supieras de Suni —me disculpé con él—. Sin embargo, en verdad intenté avisarte. Y tu nombre está en su certificado de nacimiento.
—¿En serio? —Estaba sin aliento.
—Por supuesto —le dije tranquilamente—. Es tu hija, Jungkook.
—Mía.
—Bueno, no tanto tuya, como tu obsequio para mí —terminé, saliéndome de sus manos.
—¿Por qué enviaste los papeles de disolución?
—Tú me los enviaste —le aclaré—. Llegaron de París, en donde estabas con Jieun.
—Me enviaste tu anillo. —Su voz fue dura y seca.
—No me querías. ¿Para qué lo necesitaba?
Se quedó absorto pensando y yo aproveché ese momento para regresar con mi hija. La tomé de la mano.
—Bueno, fue agradable verlos a todos, pero estamos tarde para el paseo en bote de la Tía Chelsea.
—No —Jungkook gritó cortante, caminando hacia nosotros. Me miró, miró a Suni y de vuelta a mí—. Necesito tener todo de ustedes: números de teléfono, tu dirección, correo electrónico… cualquier cosa que tengas.
—¿Por qué? —le pregunté escéptico.
—¿Por qué? —preguntó, como si fuera lo más estúpido que hubiera escuchado en su vida.
—Oh. —Me cayó de golpe, porque era obvio. Mi hija acababa de recibir la bienvenida más cálida del mundo, y yo estaba siendo un completo inconsciente—. Tu familia. Lo siento, ni siquiera estaba pensando.
—Mi familia —repitió—. No. Quiero hablar…
—¡Jaebum! —Suni chilló excitada, retorciendo su mano para liberarla de la mía, interrumpiendo todo.
Todos nosotros volteamos y ahí, en el lobby del hotel, estaba el hombre que quería mover nuestras citas informales a un compromiso. Quería ser mi novio. Y estaba ahí parado, congelado, esperando, mirándonos, sus ojos fijos en Suni y Jungkook. Pero ella lo había visto también, y corrió hacia él, y todos escuchamos su llamado:
—¡Jaebum - Jaebum - Jaebum!
Zigzagueó entre la gente, y los vi a todos haciendo la cara de awww mientras la pequeña corría hacia el hombre que tan obviamente adoraba.
Él se dobló cuando lo alcanzó y la levantó con rapidez. Ella envolvió sus brazos en torno a su cuello y le dio un beso en la mejilla. Él le dio un beso de vuelta y habló con ella mientras se unían a nosotros.
—¿Quién este hombre? —Yeonkyo preguntó tranquilamente, caminando para pararse al lado de Jungkook.
—Es un amigo mío.
—¿Solo un amigo? —Jungkook preguntó con frialdad.
Como si tuviera algún derecho en el mundo a cuestionarme en lo absoluto.
—Sí.
—Tú no vives con él —Jungkook se estaba asegurando.
—Oh, por favor —estallé irritado, tan cansado de estar ahí, y conversar con él y su familia—. Tengo que irme.
Yeonkyo pareció afligida.
—¿Este es el padre de Suni?
—No —le aseguré.
—No —Jungkook secundó—. Es mía, Madre, solo mírala.
—Sí —asintió, las lágrimas brotando de sus ojos, estirándose para alcanzar mi mano y apretarla con fuerza—. ¿Me dejarás verla?
—Por supuesto. —Le sonreí mientras Jaebum y Suni se juntaban conmigo.
Las manos de Yeonkyo fueron a mi rostro.
—Gracias, Jimin. No tenía ni idea de que tuviera una nieta.
Lamentaba tanto eso. Mis padres tenían una ventaja de cinco años sobre ella.
—Trataré de estar en contacto con Jungkook.
Ella asintió.
—No lo dudo, ángel.
—Déjeme darle mi número —la tranquilicé.
—Yo lo cogeré —Jungkook le dijo—. Encontraremos la manera.
Observé que mi hija tenía su brazo alrededor del cuello de Jaebum, contenta de que ahora estuviera a la altura de los ojos de todos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté, sonriéndole—. Pensé que Suni y yo íbamos a ir a recogerte al aeropuerto.
—No pude esperar. —Me sonrió de vuelta—. Tenía que ver a mis dos personas favoritas en todo el mundo.
Y en ese momento, deseé más que nada que el sentimiento fuera mutuo. Él era tan buen hombre, tan genuino, y consideraba totalmente el mundo de mi hija, lo que era una tentación en sí misma. La gente que la amaba, la veía por la maravillosa persona que era ahora y que con seguridad llegaría a ser. Esa gente iba a la cabeza de la fila.
—¿Quién es este? —exigió tranquilo, sus ojos yendo hacia Jungkook, la única amenaza que veía. Su tono fue frío y bajo.
—¿Quién soy yo? —Jungkook preguntó con brusquedad.
—Tenemos los mismos ojos —Suni le contó a Jaebum, señalando a Jungkook.
—¿En serio? —Jaebum preguntó, presionando, cuando no debió hacerlo.
—Sí, en serio. —Mi ex le sonrió a su hija, pero esos ojos suyos que compartía con ella fueron fríos cuando cayeron sobre Jaebum.
Sabía que la situación se iba a poner mala, así que envolví el brazo de Jaebum con mi mano y le dije a Jungkook que nos estábamos quedando en el Venetian.
—Dame una llamada, y podremos hablar un poco más, ¿está bien? Estaremos por el fin de semana —le informé, suavizando deliberadamente mi voz—. El nombre en la habitación es Park para cuando llames.
—Recuerdo el Park —me dijo con rudeza, la frialdad en su voz, clara—. Lo recuerdo.
—Perfecto. —Le sonreí y entonces me despedí de su familia.
Yeonkyo y Joonho le dijeron adiós con la mano a Suni mientras nos alejábamos, y vi los ojos de Hoseok llenarse de lágrimas. No miré a Jungkook de nuevo.
Jaebum y yo caminamos en silencio de vuelta al Venetian, y dejamos a Suni con Chelsea faltando menos de diez minutos para el paseo en góndola. De vuelta en la habitación, cerró la puerta detrás de mí antes de explotar con un rugido.
—¿Qué carajo está haciendo aquí, Jimin?
Supo quién era Jungkook, de eso no tuve duda; el parecido entre mi ex y mi hija era sorprendente. Y Jaebum conocía mi historia, conocía las circunstancias del nacimiento de Suni.
—Te aseguro que no tengo ni idea. —Sacudí la cabeza, cruzando el cuarto hacia la cama y desplomándome en el borde—. Mierda, eso fue surrealista.
—¿Surrealista? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?
Miré su rostro.
—Sí, creo. —Me reí, porque se quedó con la boca abierta—. Surrealista más o menos lo resume todo. Fue rarísimo como la mierda.
—¿Raro?
—Síp.
—¿Y?
—¿Qué?
Su turno de sonreír.
—¿Y eso es todo? ¿Sin punzadas?
—¿Punzadas de qué?
—Amor, idiota.
—Qué lindo. —Me reí por lo bajo.
—Vamos, Jimin, tan solo…
—No, no de amor, solo sorpresa —dije, esperando que fuera verdad. Aún estaba procesando el encuentro. No estaba seguro de lo que había sentido, pero no lo podía amar todavía. Sin duda, esa emoción no había estado en la mezcla.
—Me imagino.
—Y la manera en que miraba a Suni… —Solté un profundo suspiro.
—Eso se esperaba.
Le había dicho que nunca tendría que preocuparse sobre conocer a Jungkook Jeon. Nunca. Resultó que había mentido.
—¿Jimin?
Di unas palmaditas a mi lado en la cama.
—¿No estás asustado?
—Quizás un poquito —confesé cuando se sentó a mi lado de modo que estuviéramos hombro con hombro. Dios, Jungkook Jeon, ¿qué probabilidades había?
—Si trata de llevarse a…
—Oh, Jaebum, no lo hará. —Negué con la cabeza, interrumpiéndolo—. Él nunca fue así, y ahora, con todo el tiempo que ha pasado, él…
—¿Estás seguro?
—Positivo.
—¿Pero puedes saberlo realmente?
Y aunque había, de hecho, cosas que no sabía sobre mi ex, algunas cosas las sabía de verdad. Él nunca intentaría alejarme de mi hija, simplemente no estaba hecho de esa manera.
—La gente cambia, Jimin, y su nombre está en su certificado de nacimiento. —Actuó de abogado del diablo conmigo.
—Deja de preocuparte, deberías estar más inquieto por tu falta de fuerza de voluntad ante una niña de cinco años.
—¿De qué hablas?
—Bueno, sé que cierta persona en esta habitación la perdonó de comer las zanahorias el otro día, después de que su padre específicamente le dijera que las comiera, porque eran, y cito textualmente “asquerosas”.
Él gruñó, sonriendo.
—Se está convirtiendo en una pequeña soplona.
—No puedo creer que cedieras.
—Eran unas tristes zanahorias.
—Jaebum Everett Brand. —Solté una risita, levantándome para instalarme en su regazo, dándole la cara—. ¿Cómo voy a creer cualquier cosa que digas si…
—Pero yo no las hubiera comido.
—No es el hecho. —Estaba sonriendo y me incliné más cerca para besarle un lado del cuello.
—Espera, ¿por qué estoy siendo castigado? —Me provocó, moviéndose debajo de mí, con las manos en mis muslos, jalándome más cerca—. Porque déjame decirte que tenerte en mi regazo, es prácticamente un premio cualquier día de la semana.
Le sonríe cuando se giró y me arrojó en la cama. Su cuerpo grande y sólido bajó sobre el mío, clavándome debajo de él. Yo enmarqué su rostro con mis manos y le sonreí radiante.
—Dios, tienes unos ojos bellísimos —me dijo, mirándome fijamente.
—¿Ah sí? —lo provoqué, me gustaban los cumplidos que siempre decía de corazón.
—Sep. —Su voz un susurro ronco—. Son como el chocolate.
—Y a ti te gusta el chocolate.
—Es mi favorito.
—Adulador. —Le besé en la mejilla, escarbando su espalda con mis manos.
—Jesús, Jimin —gruñó, moviéndose entre mis muslos, inclinándose para besarme.
Observar su respuesta hacia mí siempre era un placer. Lo dejaba sin aliento.
—¿Has pensado en eso un poco más?
—¿Qué? —pregunté, deslizando mis manos por el grueso cabello rubio oscuro, notando por millonésima vez el buen rostro que tenía el hombre… Cálido, las líneas de expresión alrededor de sus ojos profundas y amables.
Nos habíamos conocido en un trabajo. Él estaba haciendo el recorrido de una casa que acababa de construir; yo estaba viendo al lote de tierra, intentando imaginar qué tipo de jardín le iría mejor. Estaba parado solo, y entonces, de pronto él estaba a mi lado, preguntando si lo recordaba de una fiesta, seis meses atrás, en la casa de un amigo en común.
Yo no lo recordaba, pero resultó que él sí se acordaba de mí. Y quería invitarme a salir. No tenía ninguna razón para rechazar al alto rubio. Era guapo, encantador, y tenía unos preciosos ojos verdes que brillaban con un profundo verde esmeralda cuando me miraba. Cuando llegó a recogerme y se enamoró de Suni —conversando con ella de la escuela, terminó haciéndole un cisne de origami de una hoja de periódico—, no tuve más opción que abrirle mi corazón. Al final de la noche, cuando me apretó contra la puerta del frente, besándome tan fuerte y por tanto tiempo que tuve que empujarlo para respirar, pensé que quizás era el indicado.
Me dije que nadie tenía todo y que esperar por perfección era estúpido, especialmente si yo mismo, no estaba libre de fallas.
Necesitaba abrir mi corazón a nuevas posibilidades. El Príncipe Encantado no iba a llegar; tenía que dejar de pensar en él.
Todos mis amigos estuvieron envidiosos. La construcción mantenía el cuerpo de Jaebum fuerte y esbelto, con largos músculos y venas como sogas en las manos. Me encantaban sus manos, su fuerza y sus callosidades. Incluso como capataz de proyectos, sin estar haciendo, de hecho, el trabajo pesado más, él todavía le metía gran esfuerzo físico al cuerpo. Eso estaba bien conmigo. Me gustaba quitarle el dolor y los malestares con un masaje al final del día, que mis manos se deslizaran por su tibia piel bronceada, inclinándome sobre él para besarlo y saborearlo, que mis dedos recorrieran el largo de su columna. Él estaba listo para llevarme a la cama, pero solo había sido un mes en esa época, y yo no estaba listo. La verdad era que le estaba poniendo evasivas.
Besarse estaba bien, las mamadas estaban bien, frotarnos estaba bien, pero los dos juntos desnudos en mi cama, se hallaba lejos de estarlo. En mi cama significaba que cuando Suni se levantara por la mañana, él estuviera ahí y ella hiciera preguntas. A diario, iba de puntillas por el corredor desde su habitación a la mía y trepaba bajo las colchas conmigo. Mi puerta siempre estaba abierta —qué significaría que estuviera cerrada.
Así que teníamos citas, y cuando lo vi saliendo con otro tipo, sentí una punzada de arrepentimiento por no haber hecho el arreglo exclusivo. Suni no entendía cuando no le permitía ir a saludarlo, pero le había explicado que Jaebum tenía otros amigos además de su Papi.
—¿Por qué?
—Porque Jaebum no vive con nosotros. —Fue todo lo que pude encontrar.
Y eso había tenido sentido para ella.
—Como el Tío Seokjin y el Tío Namjoon.
—Sí.
Suni entendía que sus tíos estaban casados justo como sus abuelos. Quiso saber si cuando un hombre viniera a vivir con nosotros, tendría entonces dos papis. Le dije que dependería de cómo querría llamar al otro hombre.
—No tendré mama, ¿huh?
—No conejita —dije sin una pizca de arrepentimiento en mi voz. Siempre le había dicho exactamente quién era y a quién iba a amar.
—Está bien —había replicado, sonriéndome con alegría—. ¿Puedo tener un perrito?
Para ella, ese era un tema mucho más grande. Tenía cinco —cinco y medio, cinco y tres cuartos, cerca de seis— y las cosas importantes en su vida éramos yo y su hámster Seokjin (llamado así por su tío), su niñera Brandi, y sus amigos. Jaebum era una visita, todavía no lo contaba como que se quedaba.
Cuando apareció en mi puerta más tarde esa noche, para disculparse, le dije que estaba bien. Que estábamos saliendo, que no éramos exclusivos, y que podía hacer lo que quisiera, dormir con quien quisiera.
—Quiero dormir contigo, Jimin —me había dicho, agarrándome y besándome hasta que le di un empujón. Estaba borracho, así que lo puse en el sofá con una aspirina y un montón de agua. Se había sentido como un culo por la mañana, y peor aun cuando Suni le había preguntado quién era ese hombre. Quería saber si él iba a besar a ese hombre como me besaba a mí a veces.
No supo qué decir.
Ella estuvo esperando.
Yo no lo dejé responder, ella era demasiado joven para razonar con él. Como él, si quería besarme, ¿por qué salía con alguien más? Eso no habría tenido sentido para ella. Ella era blanco y negro; el gris simplemente era confuso cuando tenías seis.
La realidad era, que si hubiera estado solo ya me habría ido a la cama con él. Pero no era solo yo.
—Estoy listo para estar en esto, Jimin —me dijo, pero a la noche siguiente tuve que trabajar hasta tarde y lo vi yendo a un bar en el centro, de regreso a casa.
Cuando estaba conmigo, dejaba que su teléfono fuera al correo de voz en vez de contestar. No era estúpido, sabía que salía con más tipos además de mí. Y estaba bien. La pasábamos de maravilla cuando estábamos juntos, pero no estaba listo para ser el mundo entero de una pequeña.
Ahora estábamos de lleno en el cuarto mes de citas, y él quería más. Quería que fuéramos exclusivos, quería que lo dijera. Su visión del futuro incluía mudarnos juntos y ser una familia. La idea de despertarse en mi cama, hacer el desayuno, y llevar a Suni a la escuela se había convertido en algo que anhelaba.
Estaba listo, me dijo, para que su vida comenzara, y quería eso con mi hija y conmigo. Yo seguía pensando que un día me despertaría y sentiría lo mismo, pero conforme pasaban los días, no ocurría.
—Hey.
Miré en esas familiares profundidades verdes de los ojos del hombre.
—Disculpa.
—¿Pensando en mí?
—Estaba… así es —le confesé, moviéndome bajo él, envolviendo mis piernas en torno a sus esbeltas caderas.
—Bien —dijo, agachándose para besarme—. ¿Qué tal si atravieso el colchón contigo?
—Qué tal si me cambio para la cena de ensayo, y tú llamas a tus amigos.
Inclinó su cabeza en mi pecho.
—Uno de estos días me vas a permitir tenerte, Park. No puedo esperar, mierda.
Estuve feliz de que no presionara.