-Prólogo-
—Es la única forma, Lorraine.—
—¡No te dejaré, Stephen! No me iré sin ti.—
—No puedo ir. Tú sabes eso. Si lo hago, Rogan me seguirá. Él nos cazará y luego los utilizará a ti y al bebé para llegar a mí. No dejaré que lo haga. Debes irte y yo debo quedarme.—
Los ojos marrón dorados de Lorraine se abrieron en sorpresa y el corazón de Stephen se estremeció ante la aparición de lágrimas en sus pestañas. Pero se tragó la emoción que emanaba de él y se endureció a sí mismo.
Rogan podría pensar en destruirla en su búsqueda para obtener el amuleto y Stephen haría todo lo que estuviera en su poder para ver que ella y el bebé vivieran, incluso si él no lo hiciera.
—Tienes que irte, Lorrie. Ahora. Ir muy lejos y vivir como una persona ordinaria sin magia—. Él recogió la bolsa donde tenía sus cosas y apresuradamente la colocó sobre el hombro de ella.
—No, ¡Stephen!—. Las lágrimas se deslizaron a través de sus mejillas.
—Apresúrate ahora, amor. Tu madre está esperándote en la base de la colina. Juntas estarán a salvo. Y no puedo saber a dónde irán... nadie puede saberlo. Es mejor de esta manera—.
Él la llevó hacia la puerta, pero antes de abrirla, no pudo detener el impulso de jalar a su esposa ferozmente entre sus brazos y besarla, colocando en ese acto todo el amor que sentía por ella, esperando dejar una parte de él con ella.
Ella le devolvió el beso con una desesperación nacida del terror.
—¿Volveremos a verte otra vez?— ella dijo con un estrangulamiento en su voz.
Entonces lo miró fijamente para poder memorizar cada curva de su rostro.
—No lo sé—, él respondió honestamente. La amaba demasiado para hacerle falsas promesas.
Un sollozo rasgó de ella.
—Siempre estarás en mi corazón, Lorrie.—
—Y tú siempre en el mío.—
Él se inclinó para darle un cálido, suave y dulce beso, al niño que se encontraba en los brazos de Lorraine. A continuación, él deslizó una cadena de plata alrededor del cuello del niño y colocó el pequeño y redondo medallón bajo las mantas.
—Es un encantamiento protector. En tanto que el bebé lo use, debería darle alguna medida de protección de la magia de Rogan—. Él besó una vez más al bebé que estaba durmiendo.
—Ahora vete— le dijo, abriendo la puerta llevando a su esposa hacia la oscuridad de la noche sin luna.
Ella se dio vuelta. —Stephen.
—¡Ve! ¡Ahora, Lorrie! No hay más tiempo—. Su cara pálida estaba torturada, pero ella asintió. Su largo pelo cayó en hacia el frente, haciendo cosquillas a lo largo de la cara del bebé.
—Te amo—. Las palabras eran dichas entre lágrimas.
La garganta de Jason se llenó de la emoción.
—Y yo te amo.—
Con una mirada final, llena de dolor, se dio la vuelta y se dirigió a la base de la colina.
Él se quedó de pie en el marco de la puerta durante un largo tiempo después de que ella hubiera desaparecido de su vista.
—Siempre te amaré —, susurró. —A los dos—.
Luego reingresó a la casa y cerró la puerta con picaporte, aunque no habría diferencia. Cuando Rogan llegase... y no había duda que lo haría; era obvio que los pasadores normales no mantendrían al mago oscuro afuera.
Stephen pasó la próxima hora creando hechizos protectores alrededor de la casa y preparando artículos que necesitaría si las cosas se tornaban peligrosas y tendría que utilizar su último recurso para su plan final.
No había otro lugar a donde huir.
Él y sus hermanos lo habían intentado, pero Rogan los había cazado uno a uno hasta que no había quedado nadie más que él. Él era el único que podría mantener a Rogan alejado del amuleto.
Había hecho todo lo que podía para asegurarse de que estuviera a salvo. Y ahora, se encontraría con Rogan y lucharía bajo sus propias condiciones, cara a cara, en vez de permitirle al ambicioso hechicero que se aprovechara de un ataque clandestino. Era el legado de su familia el proteger el amuleto a cualquier costo y mantenerlo alejado de manos de magos oscuros.
Lo protegería con su vida.
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