CAPITULO 2
La mierda se hacía real en nuestras fiestas al segundo en que Nam sacaba a Raphael fuera de su hábitat.
Cada maldito momento. De pie en
medio de la sala de estar, lo vi, negando con la cabeza.
—¿Por qué? —preguntó Taemin, inclinando la botella de su cerveza.
Me reí.
—¿No crees que si supiera por qué, encontraría la forma de
detenerlo?
—Creo que es lindo —dijo una voz suave y femenina.
Taemin y yo nos volvimos hacia el sofá. Nadie se sentaba de la forma
en que Ji-Eun lo hacía. Una larga y bien formada pierna bronceada enganchada sobre la rodilla de la otra en la perfecta imagen de modestia.
Pero la maldita falda de mezclilla era tan modesta como Nam después de tomar una ducha. Si movía mi cabeza sólo una fracción de pulgada a la derecha y bajaba mi barbilla, lo cual había hecho hace unos tres minutos, podría ver la curva de la mejilla de su culo.
Ji-Eun era una chica de tangas. O una chica de no pantaletas dependiendo de su estado de ánimo, y parecía como que podría estar de buen humor.
Ji-Eun se inclinó un poco hacia delante, cruzando los brazos delgados debajo de sus pechos, dándome a mí y a cualquier otra persona que estuviera viendo.
—una rápida comprobación me dijo que Taemin también lo veía— una buena vista de sus pechos. Y se encontraban muy bien.
Los había visto de cerca y personalmente unas cuantas veces. Esos ojos azules suyos prometían un final feliz y se hallaban fijos en los míos.
Sorprendentemente, no tuve absolutamente ninguna contracción
en mis pantalones cortos de nylon en el área de la entrepierna, lo que era
un maldito desperdicio de tetas y culo.
La mitad de la fraternidad de Taemin darían su huevo izquierdo para estar en el extremo receptor de la atención de Ji-Eun.
Hubo un tiempo en el que di mi huevo derecho, cuando ni siquiera podía recordar quién era yo, pero eso se sentía como hace años, cuando la idea de estar con una chica me hacía querer arrancarme el brazo de una mordida. ¿Y ahora?
Bueno, mierda, no sabía lo que quería ahora. No lo he sabido por un tiempo, lo cual probablemente explica por qué no me hallaba tomando a
Ji-Eun, llevándola a mi habitación, y dejando caer mis pantalones.
Ji-Eun era una buena chica, pero el tiempo de dar mi huevo derecho ya había pasado.
Apartando mi mirada hacia donde se encontraba Nam bailando frente al televisor, sosteniendo a Raphael retorciéndose en el aire, tomé un
trago de mi cerveza.
—Está abusando de mi tortuga.
Se rió mientras se levantaba. —No creo que eso es lo que esté haciendo.
—Un brazo se envolvió alrededor del mío y colocó la barbilla en mi hombro. Un mechón de cabello negro se deslizó sobre la piel desnuda de mi pecho—.
Pero no me molestaría que abusaran de mí. Sobre la música, escuché sonar el reloj del horno. Gentilmente
desenredándome a mí mismo, le lancé una mirada a Taemin.
Una sonrisa antipática cruzó por su cara. Bastardo.
—Ya vuelvo.
Esquivando chicos, troté hacia la cocina antes de que Ji-Eun pudiera
responder.
La chica no iba a estar tan decepcionada con mi falta de interés. Apostaría diez dólares a que se habría movido hacia Taemin o alguien más para el momento en que yo regresará.
Coloqué la cerveza en el mostrador y abrí la puerta del horno, inhalando el aroma de las galletas con chispas de chocolate recién horneadas.
Y no esa basura premezclada. Esta mierda estaba hecha desde cero.
Y estarían arrasando.
Colocando la bandeja a un lado, apagué el horno y cogí una galleta. Tan caliente, que la masa se hundía, apretando los pequeños trozos de chocolate sobre los trozos de nuez. Partí una galleta a la mitad y
la metí en mi boca.
—Mierda —gruñí.
Quemaba como el maldito infierno, pero valía la pena.
Tragándomela con la cerveza, salí de la cocina justo a tiempo para ver a
Nam dirigiéndose hacia la puerta principal. Con Raphael.
—Oh, vamos. —Bajé mi cerveza.
—Sé libre, amiguito verde —persuadió, besando el caparazón de
Raphael—. Sé libre.
—¡Trae a Raphael de regreso! —grité, riendo mientras Nam borracho pateó la puerta para que se abriera—. ¡Tú, imbécil!
Nam bajó a Raphael y empujó suavemente su caparazón.
—Libre.
Tomando su brazo, le di la vuelta y lo empujé de vuelta al apartamento.
Riendo, Nam agarró a la amiga de Ji-Eun y la levantó sobre su hombro. Un escándalo de gritos comenzó.
Levanté a la tortuga.
—Lo siento Raphael. Mis amigos son unos completamente jodidos… —Un extraño estremecimiento pasó por mi
cuello.
Miré hacia la izquierda y luego a la derecha, viendo a Jimin de pie en una puerta, sus ojos marrones muy abiertos—. Idiotas. ¿Qué…?
No había bebido lo suficiente para estar alucinando, pero no podía
entender el hecho de que Pastelito estuviera de pie en el edificio de mi
apartamento.
El apartamento había estado vacío mientras me encontraba aquí durante el verano, pero alguien, obviamente, podría haberse mudado allí.
Y basado en la manera en que vestía, era alguien que se hallaba muy familiarizado.
Los pantalones de algodón eran cortos, terminando en el muslo, y mi mirada quedó colgada de sus piernas.
Eran largas, no muy delgadas y de forma perfecta. ¿Quién habría pensado que Pastelito tendría un par de piernas como esas?
La sangre se disparó directo a mi
entrepierna. La blusa de manga larga que usaba cubría todo, pero era
delgada.
Demonios sí, era delgada.
Podia ver esas puntas de sus pezones…
Sus mejillas se sonrojaron de un tono rosa. —Hola…
Parpadeé y cuando ella no desapareció y tampoco mi repentina y
furiosa erección, asumí que era real.
—¿Park Jimin? Esto se está
volviendo un hábito.
—Síp —dijo—. Así es.
—¿Vives aquí o estás visitando…? —Raphael comenzó a retorcerse.
Se aclaró la garganta, mirando la tortuga. —Yo… vivo aquí.
—¿No bromeas? —Mierda.
Caminé alrededor de la barandilla de la escalera y hacia su puerta. No me perdí el cómo sus ojos fueron hacia mis abdominales. Me gustó. También a mi pene—. ¿De verdad vives aquí?
—Sí. De verdad vivo aquí.
—Esto es… ni siquiera lo sé. —Me reí, algo estupefacto—. Realmente
loco.
—¿Por qué? —La confusión marcó su bonita cara, arrugando la piel
entre sus delicadas cejas.
—Vivo aquí.
Su boca se abrió mucho. —Estás bromeando, ¿verdad?
—No. He estado viviendo aquí por un tiempo; como un par de años con mi compañero. Tú sabes, el imbécil que puso al pobre de Raphael afuera.
—¡Oye! —gritó Nam—. Tengo un nombre. ¡Es Sr. Imbécil!
Me reí. —De todas formas, ¿te mudaste el fin de semana?
Asintió.
—Tiene sentido. Yo estaba en casa, visitando a la familia.
—Acuné a Raphael contra mi pecho antes de que se moviera y cayera en un caparazón roto—. Bueno, diablos…
Jimin echó la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos. Por un momento, sostuvo mi mirada con su propia mirada conmovedora, antes de volver su atención a Raphael. Sus ojos… me recordaron algo.
—Esa… um, ¿es tu tortuga?
—Sí. —La levanté—. Raphael conoce a Jimin.
Se mordió el labio y le dio un saludo con la mano a Raphael, y una sonrisa dividió mis labios. Pastelito obtuvo puntos por eso.
—Esa es una mascota muy interesante.
—Y esos son unos muy interesantes pantalones cortos. ¿Qué son? — Le di un vistazo más largo a esas piernas. No podía evitarlo—. ¿Rebanadas de pizza?
—Son conos de helado.
—Huh. Me gustan. —Levanté la mirada, tomándome mi tiempo—.
Mucho.
Finalmente soltó la puerta y cruzó los brazos sobre su pecho. Sus ojos
se estrecharon cuando sonreí. —Gracias. Eso significa mucho para mí.
—Debería. Tienen mi sello de aprobación. —Vi el rubor teñir sus
mejillas—. Necesito dejar a Raphael de regreso en su pequeño hábitat antes de que se haga pis en mi mano, lo que está obligado a hacer, y eso
apesta.
Sus labios se torcieron en una pequeña sonrisa. —Puedo imaginarlo.
¿Pastelito acaba de sonreír? Esa tenía que ser una primera vez. Me pregunté cómo luciría cuando realmente sonriera.
—Así que, deberías venir. Los chicos están a punto de irse, pero estoy seguro de que estarán alrededor un poco más. Puedes conocerlos.
—Me incliné hacia delante, bajando la voz—. No hay manera de que sean tan interesantes como yo, pero no son malos.
La mirada de Jimin pasó por encima de mi hombro. La indecisión se
arrastró sobre su cara. Vamos, Pastelito, sal a jugar. Negó con la cabeza.
— Gracias, pero estaba yendo a la cama.
La decepción pinchó mi piel. —¿Tan temprano?
—Tiene que ser pasada la medianoche.
Sonreí. —Eso sigue siendo temprano.
—Tal vez para ti.
—¿Estás seguro? —Me encontraba a punto de sacar las armas—. Tengo galletas.
—¿Galletas? —Dos cejas se levantaron.
—Sí, y yo las hice. Soy muy buen panadero.
—¿Cocinaste las galletas?
La manera en que lo preguntó era como si acabara de admitir
haber horneado una bomba casera en mi cocina.
—Cocino un montón de cosas, y estoy seguro de que estás muriendo por saber todas esas cosas.
Pero esta noche fueron galletas de chocolate y nuez. Son una mierda si me permites decirlo.
Sus labios se torcieron de nuevo. —Tan genial como suena, voy a tener que pasar.
—¿Tal vez después entonces?
—Tal vez. —Dio un paso hacia atrás, alcanzando la puerta—. Bien, es
bueno verte de nuevo Jungkook.
—Kook —le corregí—. Y oye, ya no chocamos el uno con el otro. Míranos, cambiando el patrón.
—Eso es algo bueno. —Tomó un respiro profundo—. Deberías volver
antes de que Raphael se orine en tu mano.
—Valdría la pena.
La confusión marcó sus rasgos. —¿Por qué?
Desde luego que no se lo iba a explicar. —Si cambias de parecer,
voy a estar despierto por un rato.
—No voy a ir. Buenas noches, Kook
.
Ouch. Maldición. Pastelito rechazó a mi trasero. Por alguna razón, eso me hizo sonreír.
Tal vez porque no podía recordar la última vez que una chica me rechazara completamente.
Interesante. Aquí yo pensaba que
era increíblemente encantador.
Di un paso hacia atrás mientras Raphael sacó su cabeza del
caparazón.
—¿Te veo mañana?
—¿Mañana?
—¿Clase de astronomía? ¿O te la vas a saltar otra vez?
—No —suspiró, sonrojándose, y no pude evitar preguntarme qué tan
lejos ese sonrojo viajaba al sur. La posibilidad de saberlo parecía muy
escasa—. Estaré ahí.
—Genial. —Me forcé a alejarme, porque estaba muy seguro de que
podría quedarme allí por una hora sólo para molestarla—. Buenas noches, Jimin.
Pastelito se escondió detrás de la puerta como si Raphael estuviera a
punto de orinar en su cabeza. Me reí cuando escuché el clic del seguro
cerrarse.
No sé cuánto tiempo me quedé ahí mientras las patitas de Raphael se agitaban, mirando la puerta cerrada.
—¿Qué estás haciendo Kook?
Me volví ante el sonido de la voz de Ji-Eun. Se hallaba de pie en la puerta, la cabeza inclinada contra el marco, sonriendo como la fotografía de la buena voluntad. No como el chico al otro lado de la puerta frente a la que me quedé.
—No lo sé —dije, dirigiéndome hacia mi apartamento. Realmente no
tenía ni una maldita idea.
Cada maldito momento. De pie en
medio de la sala de estar, lo vi, negando con la cabeza.
—¿Por qué? —preguntó Taemin, inclinando la botella de su cerveza.
Me reí.
—¿No crees que si supiera por qué, encontraría la forma de
detenerlo?
—Creo que es lindo —dijo una voz suave y femenina.
Taemin y yo nos volvimos hacia el sofá. Nadie se sentaba de la forma
en que Ji-Eun lo hacía. Una larga y bien formada pierna bronceada enganchada sobre la rodilla de la otra en la perfecta imagen de modestia.
Pero la maldita falda de mezclilla era tan modesta como Nam después de tomar una ducha. Si movía mi cabeza sólo una fracción de pulgada a la derecha y bajaba mi barbilla, lo cual había hecho hace unos tres minutos, podría ver la curva de la mejilla de su culo.
Ji-Eun era una chica de tangas. O una chica de no pantaletas dependiendo de su estado de ánimo, y parecía como que podría estar de buen humor.
Ji-Eun se inclinó un poco hacia delante, cruzando los brazos delgados debajo de sus pechos, dándome a mí y a cualquier otra persona que estuviera viendo.
—una rápida comprobación me dijo que Taemin también lo veía— una buena vista de sus pechos. Y se encontraban muy bien.
Los había visto de cerca y personalmente unas cuantas veces. Esos ojos azules suyos prometían un final feliz y se hallaban fijos en los míos.
Sorprendentemente, no tuve absolutamente ninguna contracción
en mis pantalones cortos de nylon en el área de la entrepierna, lo que era
un maldito desperdicio de tetas y culo.
La mitad de la fraternidad de Taemin darían su huevo izquierdo para estar en el extremo receptor de la atención de Ji-Eun.
Hubo un tiempo en el que di mi huevo derecho, cuando ni siquiera podía recordar quién era yo, pero eso se sentía como hace años, cuando la idea de estar con una chica me hacía querer arrancarme el brazo de una mordida. ¿Y ahora?
Bueno, mierda, no sabía lo que quería ahora. No lo he sabido por un tiempo, lo cual probablemente explica por qué no me hallaba tomando a
Ji-Eun, llevándola a mi habitación, y dejando caer mis pantalones.
Ji-Eun era una buena chica, pero el tiempo de dar mi huevo derecho ya había pasado.
Apartando mi mirada hacia donde se encontraba Nam bailando frente al televisor, sosteniendo a Raphael retorciéndose en el aire, tomé un
trago de mi cerveza.
—Está abusando de mi tortuga.
Se rió mientras se levantaba. —No creo que eso es lo que esté haciendo.
—Un brazo se envolvió alrededor del mío y colocó la barbilla en mi hombro. Un mechón de cabello negro se deslizó sobre la piel desnuda de mi pecho—.
Pero no me molestaría que abusaran de mí. Sobre la música, escuché sonar el reloj del horno. Gentilmente
desenredándome a mí mismo, le lancé una mirada a Taemin.
Una sonrisa antipática cruzó por su cara. Bastardo.
—Ya vuelvo.
Esquivando chicos, troté hacia la cocina antes de que Ji-Eun pudiera
responder.
La chica no iba a estar tan decepcionada con mi falta de interés. Apostaría diez dólares a que se habría movido hacia Taemin o alguien más para el momento en que yo regresará.
Coloqué la cerveza en el mostrador y abrí la puerta del horno, inhalando el aroma de las galletas con chispas de chocolate recién horneadas.
Y no esa basura premezclada. Esta mierda estaba hecha desde cero.
Y estarían arrasando.
Colocando la bandeja a un lado, apagué el horno y cogí una galleta. Tan caliente, que la masa se hundía, apretando los pequeños trozos de chocolate sobre los trozos de nuez. Partí una galleta a la mitad y
la metí en mi boca.
—Mierda —gruñí.
Quemaba como el maldito infierno, pero valía la pena.
Tragándomela con la cerveza, salí de la cocina justo a tiempo para ver a
Nam dirigiéndose hacia la puerta principal. Con Raphael.
—Oh, vamos. —Bajé mi cerveza.
—Sé libre, amiguito verde —persuadió, besando el caparazón de
Raphael—. Sé libre.
—¡Trae a Raphael de regreso! —grité, riendo mientras Nam borracho pateó la puerta para que se abriera—. ¡Tú, imbécil!
Nam bajó a Raphael y empujó suavemente su caparazón.
—Libre.
Tomando su brazo, le di la vuelta y lo empujé de vuelta al apartamento.
Riendo, Nam agarró a la amiga de Ji-Eun y la levantó sobre su hombro. Un escándalo de gritos comenzó.
Levanté a la tortuga.
—Lo siento Raphael. Mis amigos son unos completamente jodidos… —Un extraño estremecimiento pasó por mi
cuello.
Miré hacia la izquierda y luego a la derecha, viendo a Jimin de pie en una puerta, sus ojos marrones muy abiertos—. Idiotas. ¿Qué…?
No había bebido lo suficiente para estar alucinando, pero no podía
entender el hecho de que Pastelito estuviera de pie en el edificio de mi
apartamento.
El apartamento había estado vacío mientras me encontraba aquí durante el verano, pero alguien, obviamente, podría haberse mudado allí.
Y basado en la manera en que vestía, era alguien que se hallaba muy familiarizado.
Los pantalones de algodón eran cortos, terminando en el muslo, y mi mirada quedó colgada de sus piernas.
Eran largas, no muy delgadas y de forma perfecta. ¿Quién habría pensado que Pastelito tendría un par de piernas como esas?
La sangre se disparó directo a mi
entrepierna. La blusa de manga larga que usaba cubría todo, pero era
delgada.
Demonios sí, era delgada.
Podia ver esas puntas de sus pezones…
Sus mejillas se sonrojaron de un tono rosa. —Hola…
Parpadeé y cuando ella no desapareció y tampoco mi repentina y
furiosa erección, asumí que era real.
—¿Park Jimin? Esto se está
volviendo un hábito.
—Síp —dijo—. Así es.
—¿Vives aquí o estás visitando…? —Raphael comenzó a retorcerse.
Se aclaró la garganta, mirando la tortuga. —Yo… vivo aquí.
—¿No bromeas? —Mierda.
Caminé alrededor de la barandilla de la escalera y hacia su puerta. No me perdí el cómo sus ojos fueron hacia mis abdominales. Me gustó. También a mi pene—. ¿De verdad vives aquí?
—Sí. De verdad vivo aquí.
—Esto es… ni siquiera lo sé. —Me reí, algo estupefacto—. Realmente
loco.
—¿Por qué? —La confusión marcó su bonita cara, arrugando la piel
entre sus delicadas cejas.
—Vivo aquí.
Su boca se abrió mucho. —Estás bromeando, ¿verdad?
—No. He estado viviendo aquí por un tiempo; como un par de años con mi compañero. Tú sabes, el imbécil que puso al pobre de Raphael afuera.
—¡Oye! —gritó Nam—. Tengo un nombre. ¡Es Sr. Imbécil!
Me reí. —De todas formas, ¿te mudaste el fin de semana?
Asintió.
—Tiene sentido. Yo estaba en casa, visitando a la familia.
—Acuné a Raphael contra mi pecho antes de que se moviera y cayera en un caparazón roto—. Bueno, diablos…
Jimin echó la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos. Por un momento, sostuvo mi mirada con su propia mirada conmovedora, antes de volver su atención a Raphael. Sus ojos… me recordaron algo.
—Esa… um, ¿es tu tortuga?
—Sí. —La levanté—. Raphael conoce a Jimin.
Se mordió el labio y le dio un saludo con la mano a Raphael, y una sonrisa dividió mis labios. Pastelito obtuvo puntos por eso.
—Esa es una mascota muy interesante.
—Y esos son unos muy interesantes pantalones cortos. ¿Qué son? — Le di un vistazo más largo a esas piernas. No podía evitarlo—. ¿Rebanadas de pizza?
—Son conos de helado.
—Huh. Me gustan. —Levanté la mirada, tomándome mi tiempo—.
Mucho.
Finalmente soltó la puerta y cruzó los brazos sobre su pecho. Sus ojos
se estrecharon cuando sonreí. —Gracias. Eso significa mucho para mí.
—Debería. Tienen mi sello de aprobación. —Vi el rubor teñir sus
mejillas—. Necesito dejar a Raphael de regreso en su pequeño hábitat antes de que se haga pis en mi mano, lo que está obligado a hacer, y eso
apesta.
Sus labios se torcieron en una pequeña sonrisa. —Puedo imaginarlo.
¿Pastelito acaba de sonreír? Esa tenía que ser una primera vez. Me pregunté cómo luciría cuando realmente sonriera.
—Así que, deberías venir. Los chicos están a punto de irse, pero estoy seguro de que estarán alrededor un poco más. Puedes conocerlos.
—Me incliné hacia delante, bajando la voz—. No hay manera de que sean tan interesantes como yo, pero no son malos.
La mirada de Jimin pasó por encima de mi hombro. La indecisión se
arrastró sobre su cara. Vamos, Pastelito, sal a jugar. Negó con la cabeza.
— Gracias, pero estaba yendo a la cama.
La decepción pinchó mi piel. —¿Tan temprano?
—Tiene que ser pasada la medianoche.
Sonreí. —Eso sigue siendo temprano.
—Tal vez para ti.
—¿Estás seguro? —Me encontraba a punto de sacar las armas—. Tengo galletas.
—¿Galletas? —Dos cejas se levantaron.
—Sí, y yo las hice. Soy muy buen panadero.
—¿Cocinaste las galletas?
La manera en que lo preguntó era como si acabara de admitir
haber horneado una bomba casera en mi cocina.
—Cocino un montón de cosas, y estoy seguro de que estás muriendo por saber todas esas cosas.
Pero esta noche fueron galletas de chocolate y nuez. Son una mierda si me permites decirlo.
Sus labios se torcieron de nuevo. —Tan genial como suena, voy a tener que pasar.
—¿Tal vez después entonces?
—Tal vez. —Dio un paso hacia atrás, alcanzando la puerta—. Bien, es
bueno verte de nuevo Jungkook.
—Kook —le corregí—. Y oye, ya no chocamos el uno con el otro. Míranos, cambiando el patrón.
—Eso es algo bueno. —Tomó un respiro profundo—. Deberías volver
antes de que Raphael se orine en tu mano.
—Valdría la pena.
La confusión marcó sus rasgos. —¿Por qué?
Desde luego que no se lo iba a explicar. —Si cambias de parecer,
voy a estar despierto por un rato.
—No voy a ir. Buenas noches, Kook
.
Ouch. Maldición. Pastelito rechazó a mi trasero. Por alguna razón, eso me hizo sonreír.
Tal vez porque no podía recordar la última vez que una chica me rechazara completamente.
Interesante. Aquí yo pensaba que
era increíblemente encantador.
Di un paso hacia atrás mientras Raphael sacó su cabeza del
caparazón.
—¿Te veo mañana?
—¿Mañana?
—¿Clase de astronomía? ¿O te la vas a saltar otra vez?
—No —suspiró, sonrojándose, y no pude evitar preguntarme qué tan
lejos ese sonrojo viajaba al sur. La posibilidad de saberlo parecía muy
escasa—. Estaré ahí.
—Genial. —Me forcé a alejarme, porque estaba muy seguro de que
podría quedarme allí por una hora sólo para molestarla—. Buenas noches, Jimin.
Pastelito se escondió detrás de la puerta como si Raphael estuviera a
punto de orinar en su cabeza. Me reí cuando escuché el clic del seguro
cerrarse.
No sé cuánto tiempo me quedé ahí mientras las patitas de Raphael se agitaban, mirando la puerta cerrada.
—¿Qué estás haciendo Kook?
Me volví ante el sonido de la voz de Ji-Eun. Se hallaba de pie en la puerta, la cabeza inclinada contra el marco, sonriendo como la fotografía de la buena voluntad. No como el chico al otro lado de la puerta frente a la que me quedé.
—No lo sé —dije, dirigiéndome hacia mi apartamento. Realmente no
tenía ni una maldita idea.