PRÓLOGO
Estar atrapado en cientos de dormitorios durante más de dos mil años, no lo es.
Y ser maldecido y encerrado en un libro para ser convocado como esclavo sexual, puede arruinar incluso a quien un día fuera un guerrero espartano.
Pero cuando fui convocado para cumplir las fantasías sexuales de Park Jimin, él fue el primer hombre en la historia que me vio como un hombre.
Se molestó en sacarme del dormitorio y mostrarme el mundo.
Me enseñó a amar de nuevo.
Pero yo no nací para conocer el amor.
Fui maldecido para caminar solo durante toda la eternidad.
Hace mucho tiempo que acepte mi sentencia.
Ahora he encontrado a Jimin, ¿pero puede romper una maldición
de más de dos mil años?
— JEON JUNGKOOK —
Poseedor de una fuerza suprema y de un valor sin parangón, fue bendecido por los dioses, amado por los mortales y deseado por todas las mujeres y hombres que posaron los ojos en él.
Era un hombre que no reconocía leyes ni mostraba clemencia alguna.
Su habilidad en la batalla y su intelecto superior rivalizaban con los de los mismísimos Aquiles, Ulises y Hércules. De él se escribió que ni tan siquiera el poderoso Ares en persona podría derrotarlo en la lucha.
Y por si el don del poderoso dios de la guerra no hubiera sido suficiente, también se decía que la diosa Afrodita en persona besó su mejilla al nacer y se aseguró de que su nombre quedase grabado para siempre en la memoria de los mortales.
Bendecido por el divino toque de Afrodita, se convirtió en un hombre al que ninguna mujer o hombre podía negarle el uso de su cuerpo.
Porque en lo referente al sublime Arte del Amor, no tenía igual: su resistencia iba más allá de la de cualquier mero mortal; sus ardientes y salvajes deseos no podían ser doblegados.
Ni rechazados.
De piel y cabellos dorados, y con los resplandecientes ojos de un guerrero, de él se comentaba que su sola presencia era suficiente para satisfacer a las mujeres y hombres, y que un solo roce de su mano proporcionaba un indecible placer.
Nadie podía resistirse a su encanto.
Y así, los celos arrojaron sobre él una maldición.
Una que jamás podría romperse.
Como la del pobre Tántalo, su condena fue eterna: obligado a buscar su propia satisfacción sin poder alcanzarla nunca.
Obligado a anhelar las caricias de aquella que lo invocara y a proporcionarle un placer exquisito y supremo.
De luna a luna, y acería junto a una mujer o hombre y le haría el amor hasta que se viera obligado de nuevo a abandonar este mundo.
Pero hay que tener cuidado, porque una vez que se conocen sus caricias, quedan impresas en la memoria de su amante.
Ningún otro hombre podrá satisfacer de esa manera jamás.
Porque ningún simple mortal puede ser comparado con un hombre de tal apostura.
De tal pasión.
De tan denodada sensualidad.
Contempla al maldito.
Jeon Jungkook.
Apriétalo contra tu pecho y pronuncia su nombre tres veces cuando llegue la medianoche bajo la luz de la luna llena.
Él vendrá a ti y, hasta la siguiente luna, su cuerpo estará a tu disposición.
Su único objetivo será complacerte, servirte.
Saborearte.
Entre sus brazos aprenderás el verdadero significado de la palabra paraíso.