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❤A Dream Lover🌚 ||Kookmin||

CAPITULO 1

—Cielo, tú lo que necesitas es que te echen un buen polvo.

Park Jimin se encogió al escuchar el grito de Taehyung en mitad del pequeño café de Nueva Orleans, donde se encontraban apurando los restos de un almuerzo consistente en judías rojas con arroz.

Por desgracia para él, la voz de su amigo poseía un encantador timbre agudo que podía hacerse oír incluso en mitad de un huracán.

Y que en esa ocasión fue seguido de un repentino silencio en el atestado local.

Al echar un vistazo a las mesas cercanas, Jimin percibió que los hombres dejaban de hablar y se giraban para observarlos con mucho más interés del que a él le habría gustado.

¡Por el amor de Dios!

¿Es que Tae nunca va a aprender a hablar en voz baja?

Y lo que es peor, ¿qué va a hacer ahora, quitarse la ropa y bailar desnudo sobre las mesas?, pensó.

Otra vez.

Por enésima vez desde que se conocieran, Jimin deseó que Tae fuera capaz de sentir vergüenza.

Pero su vistosa y a menudo extravagante amigo no conocía el significado de dicha palabra.

Jimin se cubrió la cara con las manos e intentó no hacer caso a los curiosos mirones.

Se sentía consumido por un deseo irrefrenable de deslizarse bajo la mesa, acompañado de una urgencia aún mayor de darle una buena patada a Tae.

—¿Por qué no hablas un poquito más alto, Tae? —murmuró—. Supongo que los hombres de Canadá no habrán podido escucharte.

—Bueno, yo no estoy tan seguro —dijo el guapísimo camarero moreno al detenerse junto a su mesa—. Lo más probable es que se dirijan hacia aquí mientras hablamos.

Un calor abrasador tomó por asalto las mejillas de Jimin al contemplar la diabólica sonrisa que le dedicó el camarero, que a todas luces estaba en edad de acudir a la universidad.

—¿Puedo ofrecerles algo más, señores? —preguntó antes de volver a mirar a Jimin—. O para ser más exactos, ¿hay algo que pueda hacer por usted, señor?

¿Qué tal si me traes una bolsa con la que taparme la cabeza y un garrote para atizar a Tae?, pensó Jimin.

—Creo que y a hemos acabado —respondió con la cara como un tomate. Mataría a Tae por aquello, sin lugar a dudas—. Solo necesitamos la cuenta.

—Muy bien —dijo antes de sacar la nota para escribir algo en la parte superior del papel. La colocó justo delante de Jimin—. Puede hacerme una llamadita si necesita cualquier otra cosa.

Una vez que el camarero se hubo marchado, Jimin se dio cuenta de que el chico había anotado su nombre y su teléfono en la parte superior del recibo.

Tae le echó un vistazo y soltó una carcajada.

—Espera y verás —le dijo Jimin, reprimiendo una sonrisa mientras calculaba el importe de la mitad de la cuenta con su Palm Pilot—. Me las pagarás por esto.

Tae pasó por alto la amenaza y se dedicó a buscar el dinero en su bolso adornado con cuentas.

—Ya, ya, eso lo dices ahora; pero si yo estuviese en tu lugar, marcaría el número. Ese chico es monísimo.

—Jovencísimo, querrás decir —corrigió Jimin—. Y creo que voy a pasar. Lo último que necesito es que me encierren por corrupción de menores.

Tae echó un vistazo hacia el lugar donde el camarero esperaba con una cadera apoyada en la barra.

—Sí, pero ese don « Soy Igualito a Brad Pitt» que está ahí enfrente bien vale la pena. Me pregunto si tendrá algún hermano mayor…

—Y yo me pregunto cuánto estaría dispuesto a pagar Hoseok por saber que su hombre se ha pasado todo el almuerzo comiéndose con los ojos a un chaval.

Tae resopló mientras dejaba el dinero sobre la mesa.

—No me lo estoy comiendo con los ojos en propio beneficio. Lo hago en el tuyo. Después de todo, era de tu vida sexual de lo que hablábamos.

—Vale, pues mi vida sexual funciona a las mil maravillas y no le interesa a la gente de este restaurante. —Y tras soltar el dinero en la mesa, cogió el último trozo de queso y se encaminó hacia la puerta.

—No te cabrees —le dijo Tae mientras salía tras él a la calle para incorporarse a la multitud de turistas y lugareños que atestaban Jackson Square.

Las notas de jazz de un solitario saxofón se escucharon por encima de la cacofonía de voces, caballos y motores de automóviles al mismo tiempo que una oleada del típico calor de Louisiana los recibía al salir a la calle.

Haciendo todo lo posible para pasar por alto el bochorno que hacía el aire casi irrespirable, Jimin se abrió camino entre la multitud y los tenderetes ambulantes dispuestos a lo largo de la valla de hierro que rodeaba Jackson Square.

—Sabes que es cierto —le dijo Tae en cuanto estuvo a su lado—. Lo que quiero decir es que, por el amor de Dios, Jimin, ¿cuánto hace desde la última vez? ¿Dos años?

—Cuatro —contestó él con aire ausente—. Pero ¿a quién le interesa llevar la cuenta?

—¿Cuatro años sin sexo? —repitió Taehyung con incredulidad y a voz en grito.

Varios mirones se detuvieron para observar con curiosidad a Tae y a Jimin.

Ajena como de costumbre a la atención que despertaban, Tae siguió con su diatriba.

—No me irás a decir que has olvidado que estamos en plena Era de la Electrónica, ¿verdad? O sea, vamos a ver: ¿alguno de tus pacientes sabe que llevas tanto tiempo sin sexo?

Jimin acabó de tragarse el trozo de queso y miró a Tae con cara de pocos amigos.

¿Es que tenía la intención de pregonarlo para que toda persona o caballo que pasara por la zona pudiera enterarse?

—Baja la voz —le dijo antes de añadir con sequedad—: No creo que sea de la incumbencia de mis pacientes si soy o no la reencarnación de la Virgen. Y con respecto a la Era de la Electrónica, no quiero tener una relación con algo que funciona a pilas y viene acompañado de una etiqueta con advertencias.

Tae soltó un bufido.

—Ya, bueno, pues déjame decirte una cosa: la mayoría de los hombres tendrían que venir acompañados de una etiqueta con advertencias.

—Alzó las manos para enmarcar la siguiente afirmación—: « Atención, por favor, Alerta Psicótica. Yo, macho-man, soy propenso a sufrir horribles cambios de humor y a poner caras largas; además, poseo la habilidad de decir la verdad a una mujer sobre su peso sin previo aviso» .

Jimin soltó una carcajada.

Había soltado de carrerilla en innumerables ocasiones ese discursito sobre las etiquetas que deberían llevar los hombres.

—Vaya, y a lo entiendo, Doctor Amor —dijo Tae, imitando la voz de la doctora Ruth, la conocida sexóloga que aparecía tanto en la radio como en la televisión—. Usted se limita a sentarse y a escuchar cómo sus pacientes le largan todos los detalles íntimos de sus encuentros sexuales, mientras que en lo personal vive como un miembro vitalicio del Club de las Bragas de Teflón. —Dejó de forzar el falso acento y añadió—: No puedo creer que después de todo lo que has escuchado en tus sesiones no haya nada que consiga revolucionarte las hormonas.

Jimin lo miró con una chispa de humor en los ojos.

—Mira, soy sexólogo. No me beneficiaría mucho que mis pacientes se dedicaran a hacerme experimentar la petite mort mientras echan fuera todos sus problemas. En serio, Tae, perdería el título.

—Vale, pero no entiendo cómo puedes aconsejarles en algo cuando ni siquiera te acercas a un hombre.

Jimin hizo una mueca y se encaminó hacia el lado opuesto de la plaza, dejando atrás el Centro de Información Turística para llegar hasta el lugar donde Tae había instalado el puestecillo en el que echaba las cartas del tarot y leía las líneas de la mano.

Suspiró al llegar al tenderete, que no era más que una mesa cubierta con una faldilla de color morado intenso.

—Sabes que no me importaría quedar con un hombre por el que mereciera lapena depilarse las piernas. Pero la mayoría resulta ser una pérdida de tiempo tan evidente que prefiero sentarme en el sofá y ver las reposiciones de Barrio Sésamo.

Tae lo miró con irritación.

—¿Qué tenía de malo Gerry?

—Le olía fatal el aliento.

—¿Y Jamie?

—Le encantaba hurgarse en la nariz. Sobre todo durante la cena.

—¿Tony ?

Jimin se limitó a mirar a su amigo.

Tae levantó las manos en un gesto defensivo.

—Vale, puede que tuviera un pequeño problema con lo de las apuestas. Pero, a decir verdad, todos necesitamos un hobby.

Jimin lo miró echando chispas por los ojos.

—Oye, Joven Taehyung, ¿ya has regresado de almorzar? —le preguntó Jin desde el puestecillo de al lado, donde vendía objetos de cerámica y dibujos hechos por él.

Jin era unos años mayor que ellos, tenía un cabello muy negro y siempre llevaba ropas que a Jimin le hacían pensar que estaba delante de un hada.

Aquel día su vestimenta consistía en un pantalón blanco y una preciosa camisa de estilo medieval color rosa pastel.

—Sí, ya he vuelto —respondió Tae mientras se arrodillaba para abrir la tapa del carrito de la compra que todas las mañanas aseguraba a la verja de hierro con una de esas cadenas para las bicicletas—. ¿Me he perdido algo interesante durante mi ausencia?

—Un par de chicos cogieron una de tus tarjetas y dijeron que regresarían después de comer.

—Gracias. —Tae guardó el monedero en el carro antes de sacar la caja azul de puros donde metía el dinero, el pañuelo de seda negra que contenía las cartas del tarot y un delgado aunque gigantesco libro con tapas de cuero marrón que Jimin no había visto nunca.

Tae se colocó su enorme sombrero de paja, se dio la vuelta y se puso en pie.

—¿Tus artículos tienen los precios marcados? —le preguntó a Jin.

—Sí —respondió él chica mientras cogía su monedero—. Sigo diciendo que trae mala suerte; pero al menos así si alguien quiere saber lo que valen cuando no estoy, puede mirarlo.

Un motero de aspecto rudo detuvo su moto al borde del arcén.

—¡Oye, Jin! —gritó el hombre—. Mueve el culo y ven aquí de una vez. Tengo hambre.

Él chico lo saludó con la mano sin demostrar mucho interés.

—No te embales y relájate, Harry, o comerás tú solo —le contestó mientras caminaba sin prisas hacia él y se subía a la parte trasera de la moto.

Jimin meneó la cabeza al verlos.

Jin necesitaba mucho más que él que alguien le diera un par de consejos acerca de los hombres con los que quedaba.

Los siguió con la mirada hasta que dejaron atrás el Cafe du Monde.

—Mmm… Un beignet sería un postre estupendo.

—La comida no es un sustituto del sexo —le dijo Tae mientras colocaba las cartas y el libro sobre la mesa—. ¿No es eso lo que siempre dices…?

—De acuerdo, y a has dejado claro tu punto de vista. Pero, en serio, Tae, ¿a qué viene este repentino interés por mi vida sexual o, mejor dicho, por mi falta de ella?

Tae cogió el libro.

—A que tengo una idea.

A pesar del calor agobiante, la respuesta de su amigo consiguió que un escalofrío lo recorriera de arriba abajo.

Y Jimkn no era de los que se asustaba con facilidad.

Bueno, siempre y cuando no apareciera Tae con una de sus extravagantes ideas.

—¿No será otra sesión de espiritismo?

—No, esto es aún mejor.

Jimin se encogió para sus adentros y comenzó a preguntarse qué estaría haciendo en esos momentos de haber tenido un compañero de habitación normal el primer año en Tulane, en lugar del impulsivo Tae, aspirante a gitano.

De algo estaba seguro: no estaría discutiendo acerca de su vida sexual en medio de una calle llena de gente.

En ese preciso instante fue más consciente que nunca de lo diferentes que eran.

Él soportaba aquel calor húmedo con un pantalón de mezclilla con una camiseta de manga larga y llevaba el pelo oscuro alborotado.

En cambio, Tae llevaba un pantaló negro con una ceñida camisa morada.

El pelo castaño y rizado, estaba recogido con un pañuelo de seda negra moteado como la piel de leopardo.

El atuendo se completaba con unos enormes pendientes de plata en forma de luna llena que casi le llegaban a los hombros.

Por no mencionar el yacimiento de plata que se había colocado en ambas muñecas en forma de un centenar y medio de pulseras.

Pulseras que tintineaban cada vez que se movía.

La gente siempre había reparado en sus diferencias físicas, pero él sabía que Tae escondía una mente astuta y una gran inseguridad bajo su «exótico» atuendo.

Por dentro, se parecían mucho más de lo que cualquiera podría imaginar.

Excepto por la extraña creencia que Tae había desarrollado por el ocultismo.

Y por el insaciable apetito sexual de su amigo.

Tras acercarse a él, Tae obligó a Jimin a sujetar el libro entre sus poco dispuestas manos y comenzó a pasar las hojas.

Jimin hizo todo lo que pudo para no dejarlo caer.

Y para no poner los ojos en blanco.

—Encontré esto el otro día en esa vieja librería que hay junto al Museo de Cera. Estaba cubierto por una montaña de polvo. Trataba de encontrar un libro sobre psicometría cuando de repente vi este y voilà! —Tae señaló de manera triunfal una página.

Jimin miró el dibujo y se quedó con la boca abierta.

Jamás había visto algo parecido.

El hombre del dibujo era fascinante y la pintura estaba realizada con asombroso detalle.

De no ser por las profundas marcas de impresión que había dejado el lápiz en la página al realizar el dibujo, habría jurado que en realidad era una fotografía de alguna antigua estatua griega.

No, se corrigió, de algún dios griego.

Estaba claro que ningún mortal podría tener jamás tan magnífico aspecto.

De pie y desnudo en toda su gloria, el tipo exudaba poder, autoridad y una aplastante y salvaje sexualidad.

Pese al aire indiferente de su postura, el hombre parecía un depredador listo para pasar a la acción en cualquier momento.

Las venas se marcaban en ese cuerpo que prometía una fuerza inigualable, concebida específicamente para proporcionar placer a una mujer o a un hombre.

Con la boca seca, Jimin paseó su mirada por esos músculos, que tenían el tamaño perfecto en proporción a su altura y peso.

Contempló la profunda hendidura que separaba los duros pectorales y bajó la vista hasta el abdomen con forma de tableta de chocolate que parecía suplicar las caricias de una mano femenina o masculina.

Y entonces llegó al ombligo.

Y después a…

Bueno, nadie se había molestado en tapar aquello con una hoja de parra.

¿Y para qué iban a hacerlo?

¿Quién en su sano juicio iba a querer ocultar unos atributos masculinos tan estupendos?

Puestos a pensar, ¿quién necesitaría un artilugio con pilas si tenía aquello en su casa?

Jimin se humedeció los labios antes de volver a contemplar su rostro.

Al examinar con atención esos rasgos marcados y apuestos en los que se adivinaba el atisbo de una sonrisa diabólica, le vino a la mente la imagen de una ligera brisa que agitaba esos mechones castaños, dorados por el sol y que losenredaba alrededor de un cuello especialmente pensado para cubrirlo de besos; la imagen de unos penetrantes ojos azules mientras el hombre alzaba una lanza de hierro sobre su cabeza y comenzaba a gritar.

De repente, sintió un estremecimiento en el aire cálido y denso que lo rodeaba; un estremecimiento que pareció acariciar las zonas de su piel que no estaban cubiertas.

Casi podía escuchar el timbre profundo de la voz del hombre y sentir que unos musculosos brazos lo envolvían y lo apretaban contra un pecho duro como una roca, mientras su cálido aliento le rozaba la oreja.

Sintió que unas manos fuertes y expertas recorrían su cuerpo y le proporcionaban un deleite exquisito mientras buscaban el más íntimo de los lugares.

Notó un escalofrío en la espalda y su cuerpo comenzó a palpitar en zonas donde él no sabía que pudiese hacerlo.

Era una necesidad feroz y exigente que no había experimentado jamás.

Parpadeó y echó un vistazo a Tae para ver si también él se había visto afectado del mismo modo.

Pero si así era, no daba señales de ello.

Debía de estar alucinando.

¡Eso era!

Las especias de las judías habían llegado hasta su cerebro y lo habían convertido en papilla.

—¿Qué opinas de él? —le preguntó Tae cuando por fin la miró a los ojos.

Jimin se encogió de hombros en un esfuerzo por controlar la hoguera que abrasaba su cuerpo.

Aun así, sus ojos se empeñaban en regresar a las perfectas formas del hombre.

—Se parece a un paciente que atendí ayer.

Bueno, no era del todo cierto…

El chico que había estado en su consulta era bastante atractivo, pero ni por asomo tanto como el hombre del dibujo.

¡No había conocido a nadie como él en toda su vida!

—¿De verdad? —Los ojos de Tae adquirieron un matiz oscuro que pronosticaba el comienzo de su sermón acerca de las oportunidades de conseguir una cita y la intervención del destino.

—Sí —dijo con el fin de interrumpir a su amigo antes de que pudiese comenzar a hablar—. Me dijo que era una lesbiana atrapada en el cuerpo de un hombre.

La expresión esperanzada de Tae se vino abajo.

Le quitó el libro de las manos y lo cerró de golpe antes de dedicarle a Jimin una mirada rebosante de irritación.

—Qué gente más rara conoces. —Y al ver que Jimin arqueaba una ceja, añadió—: Ni se te ocurra decirlo—masculló mientras ocupaba su sitio habitual tras la mesa. Colocó el libro boca abajo a su lado—. Hazme caso: esto —afirmó dando dos golpecitos al libro— es lo que estás buscando.

Jimin estudió con detenimiento a su amigo mientras pensaba en lo convincente que parecía Joven Tae, la autoproclamada Señora de la Luna, allí sentado detrás de la mesa morada con las cartas del tarot delante y el misterioso libro bajo la mano.

En ese momento, casi habría podido creer que Tae era de verdad un gitano con poderes sobrenaturales.

De haber creído en esas cosas, claro.

—Vale —dijo Jimin, dándose por vencido—. Deja de andarte por las ramas y dime qué tienen que ver ese libro y ese dibujo con mi vida sexual.

El rostro de Tae adoptó una expresión de lo más seria.

—El tipo que te he enseñado… Jungkook… es un esclavo sexual griego que está obligado a consagrarse y someterse a aquella persona que lo invoque.

Jimin estalló en carcajadas.

Sabía que estaba siendo muy maleducado, pero no podía evitarlo.

Pese a todas sus particularidades, a Jimin le resultaba imposible aceptar que un hombre premiado con la beca Rhodes, con una licenciatura en Historia Antigua y otra en Física, creyera en algo tan ridículo.

—No te rías. Lo digo en serio.

—Lo sé y eso es lo que me hace tanta gracia. —Se aclaró la garganta y se puso serio—. Vale, ¿qué tengo que hacer? ¿Quitarme la ropa y bailar desnudo en Pontchartrain a medianoche? —Las comisuras de su boca se curvaron un poco a pesar de la oscura advertencia que leía en los ojos de Tae—. Tienes razón: así conseguiría una buena sesión de sexo, pero no creo que fuese con un espléndido esclavo sexual griego.

El libro se cayó de la mesa.

Tae dio un grito, se levantó de un salto y tiró la silla.

Jimin se quedó con la boca abierta.

—Lo has empujado con el codo, ¿verdad?

Con los ojos abiertos como platos, Tae negó muy despacio con la cabeza.

—Confiésalo, Tae.

—Yo no he hecho nada —dijo con una expresión mortalmente seria—. Creo que lo acabas de ofender.

Agitando la cabeza ante semejante necedad, Jimin sacó las gafas de sol y las llaves del bolso.

Sí, claro, igual que aquella vez en la facultad, cuando Tae lo había convencido de que jugaran a la ouija y lo había amañado todo para que pronosticara que se iba a casar con un dios griego al cumplir los treinta y que iba a tener seis hijos con él.

Incluso a esas alturas, Tae se negaba a admitir que había sido él quien dirigiera el puntero.

Y en ese preciso momento hacía demasiado calor bajo el implacable sol de agosto para discutir.

—Mira, debo regresar a la consulta. Tengo una cita a las dos en punto y no quiero pillar un atasco —le dijo mientras se ponía las Ray -Ban—. ¿Sigues queriendo venir esta noche?

—No me lo perdería por nada del mundo. Llevaré el vino.

—Bien, entonces te veo a las ocho. —Hizo una larga pausa antes de añadir—: Saluda a Hoseok de mi parte y dale las gracias por dejarte venir a casa en mi cumpleaños.

Tae observó cómo se alejaba y sonrió.

—Espera a ver tu regalo —susurró antes de recoger el libro del suelo.

Pasó la mano por la suave tapa de cuero repujado y quitó unas cuantas motas de polvo.

Lo abrió de nuevo para observar una vez más aquel maravilloso dibujo y aquellos ojos que habían sido dibujados con tinta negra y que, pese a todo, daban la impresión de ser de un profundo azul cobalto.

En esa ocasión, su hechizo funcionaría.

Estaba seguro.

—Te gustará Jimin, Jungkook —le susurró al hombre mientras recorría con los dedos su cuerpo perfecto—. Pero debo advertirte algo: acabaría con la paciencia de un santo. Y te aseguro que traspasar sus defensas te va a resultar más difícil que abrir una brecha en la muralla de Troya. Aun así, sigo creyendo que si alguien puede ayudarlo, ese eres tú.

Sintió que el libro desprendía una súbita oleada de calor bajo su mano y supo por instinto que era la forma en que Jungkook le mostraba su acuerdo.

Jimin estaba convencido de que era un chiflado por creer en esas cosas, pero siendo el séptimo hijo de una séptima hija y con la sangre gitana que corría por sus venas, Selena sabía muy bien que había ciertas cosas en la vida que desafiaban cualquier explicación.

Ciertas corrientes de energía misteriosa que fluían y manaban sin ser percibidas, a la espera de que alguien las canalizara.

Y esa noche habría luna llena.

Devolvió el libro a la seguridad del carrito de la compra y lo cerró con llave.

Tenía la certeza de que había sido el destino quien había llevado el libro hasta él.

Había sentido su llamada tan pronto como se acercó a la estantería donde se encontraba.

Puesto que llevaba dos años felizmente casado, sabía que el libro no era para él.

Tan solo lo estaba usando para llegar a donde necesitaba ir.

Hasta Jimin.

Su sonrisa se ensanchó al imaginarse lo que sería tener a su disposición durante todo un mes a ese esclavo sexual griego tan increíblemente apuesto…

Sí, ese sería sin duda un cumpleaños que Jimin recordaría durante el resto de su vida.

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