PRÓLOGO
Park ChangWook lo miró serio.
A los setenta y siete años todavía era un hombre con mucha fuerza y su mirada, tan penetrante como lo había sido de joven.
Eran los ojos de un hombre que conocía el precio de todo.
Especialmente, el de las almas humanas.
-Me has oído muy bien -dijo sin inmutarse-. Cásate con mi nieto y podrás conseguir la fusión.
-Me pareció haber oído mal-dijo el hombre más joven, muy despacio.
La boca del viejo se torció con una mueca.
-Deberías hacerlo -le advirtió-. Es el único trato posible. Por eso has volado a miles de kilómetros, ¿no?
Las expresiones duras y atractivas del visitante se mantuvieron impasibles.
Revelar algo al viejo Park durante una negociación era un error.
Desde luego, no le iba a dejar ver lo molesto que se había sentido cuando el gerente del imperio Park le había llamado a las tres de la mañana a su apartamento de Manhattan y le había dicho que si quería un trato debía estar en Atenas por la mañana para firmarlo.
Si hubiera sido cualquier otra persona, le habría colgado.
Cuando el teléfono sonó, estaba con Park SooMin en la cama y no estaban durmiendo, precisamente.
Pero Park ChangWook tenía unos atractivos con los que ni siquiera la espectacular SooMin, reina de las pasarelas, podía competir.
El imperio Park era un premio por el que valía la pena renunciar a cualquier hombre.
¿Pero tanto como para casarse con alguien?
¿Como para perder la libertad?
¿Por un hombre al que nunca había conocido?
¿A la que nunca había visto?
Jungkook miró por la ventana.
Abajo, Atenas, atestada de gente y contaminación, única.
Una de las ciudades más antiguas de Europa, la cuna de la civilización occidental.
Jungkook la conocía como un niño conoce a sus padres.
Había crecido en sus calles y se había endurecido en sus callejones.
Había salido de la pobreza con uñas y dientes.
Ahora, a sus treinta y cuatro años, ya no se parecía en nada a aquel niño huérfano que correteaba libre por las calles.
El viaje había sido largo y duro; pero lo había hecho, y las mieles del premio eran realmente dulces.
Estaba al borde de lograr uno de sus mayores objetivos: hacerse con las poderosas Industrias Park.
-Había pensado -dijo manteniendo la cara impasible- en un intercambio de acciones.
Lo tenía todo planeado.
Pensaba trocar su propia empresa por el imperio Park, y lo haría intercambiando acciones sin soltar un céntimo.
Claro que el señor Park iba a necesitar que lo convenciera con un buen acuerdo personal, lo sabía, pero eso también estaba planeado.
Sabía que el viejo quería marcharse, que su salud no era buena, aunque oficialmente se negara.
Pero también sabía que no iba a ceder el control de su negocio sin un trato multimillonario que le salvara la cara.
Se marcharía como un león, dando un último rugido.
No, como un lobo al que lo echan de la manada.
Pero a Nikos eso no le importaba.
Cuando a él le llegara el momento de marcharse, también se lo pondría difícil a su sucesor, lo mantendría en su sitio.
Pero lo que Park acababa de proponerle había sido como una patada en el estómago.
¿Casarse con su nieto para quedarse con la empresa?
¡Ni siquiera sabía que el viejo tuviera un nieto!
Por dentro, tras la cara impasible que mostraba, Jungkook se quitaba el sombrero.
Park ChangWook todavía era más fuerte que sus rivales.
Más fuerte incluso que él, un rival que le estaba proponiendo una fusión amistosa entre socios.
-Tendrás el intercambio de acciones que quieres; como regalo de bodas.
La respuesta de ChangWook fue clara.
Jungkook se quedó en silencio.
Detrás de su apariencia tranquila, su mente iba a toda velocidad, echando chispas.
-¿Y bien? -preguntó ChangWook.
-Me lo pensaré -le respondió, en un tono frío. Se giró para marcharse.
-Sal por esa puerta y se acabó el trato. Para siempre.
Jungkook se paró.
Miró al hombre sentado en el escritorio.
No estaba echándose un farol.
Lo sabía.
Todos sabían que el viejo Park nunca se echaba un farol.
-O firmas ahora o nunca -insistió el hombre.
Jungkook había heredado del padre al que no había conocido unos ojos grises y una altura de un metro ochenta que excedía la media del resto de los griegos.
Miró sin pestañear al hombre que tenía delante.
Después, volvió al escritorio y tomó el bolígrafo de oro que le estaba ofreciendo y, sin decir ni una palabra, firmó el documento.
Después, soltó el bolígrafo y salió de la habitación.
Durante el breve trayecto hacia la salida, Jungkook intentó, en vano, refrenar sus pensamientos.
Se sentía exultante y furioso a la vez.
Exultante porque había logrado algo que deseaba hacía mucho tiempo y furioso porque el zorro más astuto que conocía lo había manipulado.
Levantó la cabeza.
¿Qué importaba si Park había salido con un trato que no esperaba?
Nadie podría haberlo adivinado.
¿Y si era capaz de sacarse del bolsillo a un nieto del que nadie había oído hablar nunca a él qué le importaba?
Él iba a conseguir algo por lo que había luchado toda su vida.
E iba a estar en la cima.
Que el hombre que iba a ser su esposo fuera un desconocido era algo totalmente irrelevante, comparado con hacerse con el imperio Park.
Él sabía muy bien qué era lo que realmente importaba en esta vida.
Lo que siempre había importado, y el viejo Park y su nieto tenían la llave de sus sueños.
Ni se le ocurría renunciar a ellos.