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Flores Ciegas para un Rey Roto [Yoonmin]

Summary

Donde Jimin y Yoongi fueron víctimas de un matrimonio arreglado, brindándoles poderío de todo tipo, con los dones que naturalmente heredaron. Min poseyendo el fuego y viento, mientras que Park la naturaleza y el agua. En medio de una tensa guerra que los pone a prueba como matrimonio. Polos opuestos que no buscaban encontrarse. ୨୧ 𝆬 ׅ ׁ ⁩─ 𔘓 i would 𝘯𝘦𝘷𝘦𝘳 fall in love, until i found 𝘩𝘪𝘮 . . . ! ( ♡ ) Capítulos medianamente cortos. ( ♡ ) Historia corta. ( ♡ ) Pura y mera ficción junto a fantasía. ( ♡ ) De mi autoría, no busco que copien esto. Permito adaptaciones con mi explícito permiso. ꪆ୧ 𝅄ㅤ۫ ꒰ Yoonmin/Jimsu. ( principal ) Taekook ; Namjin ( secundaria ) ꒱ 𔘓 ( ♡ ) La portada es de mi autoría, no permito robos o copias de esta misma. Puedes inspirarte en ella, con mi permiso explícito.

Genre:
Romance / Fantasy
Author:
f4iryuuli
Status:
Ongoing
Chapters:
3
Rating:
5.0 1 review
Age Rating:
18+

I. Mis Flores Ciegas.


El rey golpeaba con fuerza los árboles que había a su alrededor, las llamas nacían ante su presencia desapareciendo en la humedad del bosque, quemaba la superficie de esa madera tan antigua que presenciaba su rabia. Sus ojos derramaban incesantes lágrimas silenciosas que bajaban por sus pálidas mejillas, enrojecidas por el esfuerzo de mantener sus sollozos dentro de su gélido corazón. Estaba vulnerable y no se permitía que nadie lo observase en tales condiciones, menos siendo el rey de una legión, no buscaría que lo viesen de esa forma tan débil y desprotegido de cualquier ataque. Debía dar el ejemplo. Así que, como era de costumbre, escondido se desahogaba en lo profundo de ese frondoso lugar, solo él con el ensordecido silencio.

Y era esa la carga que pesaba en sus hombros, esa que le asignaron cuando descubrieron los dones de destrucción y agilidad de su anatomía, Min Yoongi, nacido desde una llama perdida de un gran incendio, fue personificado por el espíritu del fuego, este se encargó de elegir a la chispa más terca de su familia y bendecido por el espíritu del viento, esperando a un progenitor digno de su nombre, noble otorgado con el poder de destruir o poner en nombre de la justicia las causas justas. Descolorida piel con un cabello oscurecido por la noche, con una contextura más bien delgada, era quien entre sus dedos manejaba una responsabilidad aún mayor, teniendo que proteger un territorio completo de atacantes ajenos. Sin embargo, no estaba solo, había gente dispuesta a pelear por su honor, por su apellido, por él.

No buscaba sangre derramada, ni si quiera quería ayuda de los demás, pero nada había funcionado esos últimos días en el campo de batalla, la realidad lo golpeaba al ver que no tenía nada que hacer frente a sus enemigos, se sentía ridículo solamente intentando pelear contra aquello que era imposible de derrotar. Mordió su labio con fuerza sosteniendo un sollozo, entre tantos, a lo lejos en su mente coreaban la inútil que era, que se quejaba por pequeñeces, que solo quería exagerar por un poco de atención, eso solo lo empeoraba.

Nadie le había enseñado mucho de lo que hacía en el trono, estudió tantas veces para que en su cabeza se grabara cada pequeño detalle, pero parecía totalmente imposible ponerlo en práctica. Tan joven sus tutores lo dejaron en ese gran trono esperando a que fuese exitoso, en consecuencia, ahora el miedo a la decepción era una fobia al mero rechazo de todos. En especial de un chico de hebras doradas como el fuego que creaba, en este se generaban pequeños rizos que le parecían encantadores, ese quien parecía ser una pequeña ninfa de jardín, era su esposo, poseedor de los dones de la fertilidad, la naturaleza o la tierra y gracilidad, el agua y la fragilidad. Siempre puesto en último lugar cuando se trataba de ofensiva, estaba enamorado de sus pequeños pasos al agua cuando temía que este lo rechazara al caminar sobre ella, cuando las flores sin querer se escondían por su presencia, amaba como sus manos hacían todo lo contrario a las propias, generaba vida con un par de movimientos y melodías de su voz, hermosa sinfonía que le encantaría escuchar siempre. Creaba vida.

Estaba sumergido en todo su ser, cada curva, cada desvío, cada pequeño detalle de esa persona que legalmente era su esposo era prácticamente todo lo que alguna vez había deseado tener, algo que proteger entre sus dedos, Jimin, Park Jimin, esa pequeña ninfa de jardín que tan hermoso podía llegar a ser físicamente, como en su corazón, uno bondadoso con cada ser vivo que encontrara, viendo en todos un pedazo de nobleza, por su contraparte, estaba el espíritu del agua, siendo egocéntrico, ciertamente narcisista a veces, pero, maldita sea, tenía todo el derecho a ser así de arrogante con una apariencia tan angelical.

Para su infortunio, su enamorado no era más que solo el título oficial, las flores sobre su corazón jamás se posaron en su honor. Jimin no estaba enamorado de su esposo.

O eso pensaban todos por su trato hacia él y el obvio rechazo que había ocurrido los primeros días de casados. Sólo eran aliados para una causa, la guerra que los envolvía.

Pero, ahí estaba él, su pequeña silueta, vestido de blanco con tonalidades verdosas estaba escondido detrás de los árboles, con la bendición de estos se camufló en la oscuridad de esa noche. Sus orbes lo observaban solamente a él, a ese pálido joven de cabellos ligeramente largos, bendecidos por la noche haciéndolos de su color, con unos orbes únicos en los que se sumía al sentirse inseguro. Estaba preocupado, lo evidenciaba su expresión.

Jimin jamás se había enamorado antes, nadie le había enseñado a amar. Pues fue nacido de una gota de rocío que había caído en un narciso, personificado con el cierto ego que poseía.

Pero, eso no le dejaba exento el ligero sentimiento que había nacido por ese rey. Empatizaba con su situación, era terco, obstinado, prepotente, casi vulgar a veces. Tan frío como un glaciar, tan misterioso como el poder que resguardaban sus dedos, pero su forma de hablar le hacía soltar ciertos suspiros queriendo salir de su pecho su corazón para brindarle todo el amor posible, entendía en cierto aspecto la necesidad de la perfección, el rubio la perseguía constantemente gracias a su fragilidad, pero, él buscaba otro tipo de perfección, buscaba ser inefable en todo aspecto. Imposible cuando eras el creador de la destrucción, repetían los pueblerinos.

No así para Park, quien había visto la fragilidad por primera vez en las llamas del fuego de sus ojos, esas mismas que destruían pueblos enemigos y cuerpos inertes, había visto en las navajas de brisas que revoloteaban en el campo de batalla ese aroma a paz que le brindaba el agua, su roce de sus dedos era tan especial como la primera rosa que nació en un campo infértil. Encontró algo indescriptible en la forma en la que Yoongi escribía poemas, como sus dedos pasaban por los lienzos pintados por él mismo, había algo en esa voz grave, en sus risa, en su forma de ver las cosas, le gustaba ciertamente la filosofía que tenía al posarse en la muerte, sin tenerle miedo, solo esperándola, era tan curioso ver como un noble no corría de la guadaña que sería su perdición.

Yoongi era raro.

Y a Jimin le encantaba lo novedoso.

Se acercó de forma lenta a su lado, en busca de consolar ese par de fragmentados ojos.

— No, Park. — Le exigió desde su posición, dándole la espalda por completo a su ser, el rubio se detuvo en seco por su voz grave, casi amenazante. — No te acerques.

Frunció su ceño, pese a que era su esposo y rey, él también era su esposo y rey, así que, hizo caso omiso a sus ordenes y dio un paso adelante que hizo al mayor gruñir por lo bajo, las llamas se encendieron desde sus palmas siendo apresuradamente apagadas por sus propios medios.

— Detente ahora. — Volvió a pedir sin delicadeza, casi alzando la voz un tono.

— ¿Estás enojado? — Susurró para no exaltarlo más.

— ¿No es obvio? — Su voz salió más grave y alto de lo normal ante esa pregunta, estaba irritado por su alrededor, por la humedad que no dejaba que nada se consumiese por las llamas, nada podía satisfacerlo esa noche. Los dos se quedaron en silencio, uno sorprendido por su comportamiento, y el otro reflexionando sobre este. — Lo siento, no buscaba alzarte la voz.

— Por lo que veo no quieres hablarlo, ¿o si? — Volvió a murmurar, dando otro paso, en busca de asistirlo.

— ¡Claro que...! — Soltó por lo bajo un gran quejido hacia su persona, golpeó su brazo para hacerse pagar las consecuencias, no le faltaría el respeto a su esposo, pese a que este no lo amara. — No, no lo deseo.

— No es necesario entonces que lo hablemos. — Le declaró dejándolo más calmado por segundos, pues caminó unos pasos adelante gruñendo en el silencio del bosque.

— ¿Por qué viniste? Es tarde ya, deberías estar en la cama.

— Bueno, no te encontraba, pensé que algo malo ocurría.

— Nada malo ocurre, ¿Bien? — En un tono firme y sin roce de palabra que contenidas por la rabia salieron sin pensar, dio cuenta de lo mal que había sonado su voz una vez los dos ojos se conectaron, estaba siendo irracional. — Lo que quiero decir es, nada malo está pasando, solo necesito...

— ¿Necesitas algo, Yoongi?

— Necesito muchas cosas. — Una sola lágrima se resbaló por su mejilla creando un sendero por esta misma, sin embargo, la limpió haciendo una fricción agresiva. — Necesito paz, por una vez, pero en el silencio me siento tan solo y acompañado a la vez, me duele sentirme tan desolado cuando realmente soy un rey con mucha gente rodeándolo. — Susurraba mirando la nada, soltó un largo suspiro sabiendo que estaba alargando la conversación.

— Prosigue.

— Jimin, no...

— Min, sigue, quiero oírte.

— Solo me quejaré, seré una carga para ti, ya no quiero darte problemas, ni siquiera querías casarte conmigo, es suficiente.

Se ahogaron en un silencio intermitente por un par de segundos que a Min le parecieron eternos, en su mente pasaron tantas interrogantes que no podía hallar respuesta a ninguna de ellas. Era empapado en la incertidumbre como de costumbre.

— Tienes razón, jamás quise casarme. — Mencionó acercándose cada vez más al mayor, a su lado las flores comenzaban a abrirse, incluso por la noche, como si fuese un sol, mientras que a los pies del pálido solo moría la naturaleza. — No estaba en mis planes ser tu esposo, pero ahora lo soy, Min Yoongi. — Explicó sinceramente quedando a su lado, el mencionado, algo asustado con el miedo de lastimarlo, se alejó, su piel ahora ardía como un incendio, pero aún así a el rubio no le interesaba. — Así que, mientras yo esté aquí, mi esposo y rey jamás será deshonrado, te ayudaré en todo lo que mi anatomía te pueda ofrecer, porque soy tuyo como tu eres de mi pertenencia. — Sus brazos con lentitud cruzaron al contrario, este de quien ardía en furia cerró sus ojos esperanzado los quejidos del rubio, sin embargo, nunca llegaron. Este aunque se quemaba con su piel, no decidió decir una palabra acerca del contacto.

— No me mires, no quiero que me veas llorar.

— No lo haré, no te preocupes.

Los ojos de Jimin se taparon con distintas flores que apreciaron al rey mejor que nunca, aunque sus lágrimas fuesen símbolo de la debilidad, su semblante siempre demostraría la autoridad que podía impartir. A Park le parecía ciertamente atractivo, más aún cuando su sonrisa cruzaba ese hilo de labios que poseía.

— No debes cuidarme si no lo deseas, Jimin, somos esposos para los demás, pero si no quieres comportarte de ese modo frente a mi, yo...

— Min, cállate. — Mencionó frunciendo su ceño sin que nadie se diese cuenta debido a las flores sobre sus párpados.

— Es la verdad, Jimin, no es necesario que siempre me cuides porque no deseas deshonrarme.

— No quiero deshonrarte, ¿Es tan difícil de entender? Eres valioso, Min, valioso para miles de personas.

Incluyéndome.

Habló su más personal voz en lo profundo de su corazón, pero no salió a comentar nada.

— Eres el rey de esta nación, y yo lo soy también, no voy a fallarte como esposo, porque la gente espera mucho de ti y tan poco de mí que me parece injusto para tus pensamientos. — Confesó soltando un leve suspiro que hizo que un par de flores se desprendieran de su rostro.

Jimin jamás fue mirado como un buen soldado para las tropas, por su figura suave y delicada, por los dones que sus manos creaban, no podía ser visto en la guerra. Lo veían como una figura categorizada como femenina. Por esa misma razón, nadie buscaba a Park cuando se trataba de la guerra, buscaban a Yoongi, porque esos ojos como navajas parecían cortar hasta el más mínimo papel en trozos minúsculos, porque su voz cuando se trataba de ser rey, era el único que podía.

Jimin no era más que una decoración en la corona, él era el débil.

— ¿Quieres ayudarme?

— Quiero serte de ayuda, porque soy tu esposo.

— Jimin. — Lo llamó con una duda en sus labios.

— Yoongi. — Respondió.

— ¿Realmente no querías casarte conmigo?

No puedes cerrar tus lindos labios, ¿Verdad, Min Yoongi?

— Porque tus flores parecen crecer más que nunca en mis manos. — Le mencionó el de cabellos oscurecidos, entonces el contrario abrió sus ojos notando como las manos del pálido se colmaban de orquídeas blancas.

Las orquídeas blancas eran caracterizadas por tener el significado de la pureza del amor.

Mierda.

— ¡Oh! Lo siento, lo siento. — Expresó con vergüenza sintiéndose cohibido por los profundos ojos de su esposo observándolo. Entonces, cuando se conectaron sus orbes una vez más, se percató, Min aun lagrimeaba. — ¡No, no! ¡No me mires! No deseo verte llorar.

Las palmas avivadas con calor del mayor fueron hasta las mejillas del joven que había apartado su mirada, para poder levantarla hasta la suya. Pura conexión de almas cuando se encontraron en el reflejo de sus orbes.

— Eres mi esposo, puedes verme de este modo.

Y Jimin supo que estaba perdido por ese roce en sus pomposas mejillas.

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