UNO
NATHALIE
Las calles de Beaufort se encontraban casi vacías a causa de la lluvia. Sin embargo, esta no había sido ningún impedimento para que un pequeño niño (de siete años aproximadamente) saliera a jugar con los charcos de agua que se habían formado en el inmenso patio trasero de su casa, sacada de una revista de arquitectura; un cubo gris con ventanales gigantes que brillaban con la luz del sol, rodeada por arboles grandes y fuertes.
Llevaba consigo un impermeable amarillo que le llegaba por debajo de las rodillas y hacia juego con sus pequeñas botitas: corría, saltaba y pateaba el agua. Este repetía las acciones una y otra vez. Yo —viéndolo desde arriba— no paraba de admirar esa hermosa sonrisa que se dibujaba en su rostro, se le veía tan feliz e inocente que me era difícil apartar mi vista de esa pequeña criatura, que ahora reía por haberse caído en el charco.
—Es muy lindo —susurré, observando cómo se levantaba.
—Sí que lo es.
—¡Cielos!
Al darme vuelta me encontré con un joven sonriente, ese joven de piel pálida y cabello negro como el carbón era mi mejor amigo, Alexander.
—Me asustaste ¿qué haces aquí?
—Quise descansar un rato —respondió en tono juguetón.
—No deberías de estar aquí — miré por los alrededores, para verificar que nadie estuviera cerca —. En serio Alec, sí alguien te ve, especialmente John, vas a estar en serios problemas.
—Tranquila Nathalie. Los humanos están muy tranquilos hoy, así que no hay de qué preocuparse.
Me guiñó el ojo y dirigió su vista a donde yo la tenía hace unos segundos. Sabía que todos mis intentos por convencerlo de irse serian en vano, así que me dispuse a mirar de nuevo al pequeño pelinegro.
Pasaron algunos minutos y la lluvia llego con más intensidad, haciendo que el dueño de nuestra atención se fuera corriendo hacia su casa.
—Alec, ¿Puedo hacerte una pregunta? —dije, después de que el niño entrase —¿Hay algo que desees en estos momentos?
—¿A qué viene eso?
—Curiosidad, supongo — me encogí de hombros.
—Ya veo... —llevó una de sus manos a la barbilla y lo miré, como si eso me ayudara a leerle los pensamientos —. Quiero volverme fuerte para que nuestro señor me reconozca.
—Cielos... pero si ya lo eres.
—Debo ser más fuerte —río levemente —. Solo así podré proteger a los humanos, nuestro mundo y sobre todo a ti, Nath.
En la mirada de Alec había algo más que solo determinación, no sabría decir qué era exactamente, pero era el sentimiento más puro que pude ver en él y sabía de ante mano que haría hacer lo necesario para cumplir su deseo y yo estaría ahí para ver ese logro.
—Estoy segura de que lo lograrás.
Le aseguré y me mostro esa sonrisa tan característica de él, sin imaginar que esa seria la ultima vez que la vería.
TREINTA AÑOS DESPUÉS
—Nathalie, nuestro señor quiere hablar contigo.
—Pero no puedo irme... —dije en voz baja.
—Sabes que no eres el único ángel protector, Nath — se acercó a donde yo estaba —. Ve, te está esperando.
—De acuerdo. Te lo encargo, Tristán.
Durante el trayecto me tomé mi tiempo en contemplar cada detalle del paisaje; las montañas, el cielo, las flores, los ríos y uno que otro animalito que rondaba por ahí. Seguí así durante unos leves segundos, hasta que vi el gran templo. Tal y como su nombre lo dice, este era gigantesco, rodeado de columnas, cubierto por un tejado a dos aguas.
Subí las escaleras y los ángeles que estaban en la entrada me cedieron el paso, justo al final del enorme pasillo estaba nuestro señor.
—¿Me mandó a llamar? —pregunté, una vez que estuve lo suficientemente cerca de él.
—Sí, necesitaba hablar contigo querida.
Aquellas palabras me hicieron sentir nerviosa de repente, pues solamente había un motivo por el cual yo estoy aquí.
—Han pasado veinte años desde que Alexander se fue ¿no es así?
Lo sabía, él era ese motivo.
—¿Sabes el por qué?
—No tuvo otra opción —dije, después de que una serie abrumadora de recuerdos me invadieron. Recuerdos llenos de tragedia, dolor y desgracia — atacó a todos y tuvo que irse para evitar ser juzgado.
—¿Qué me dices del motivo de sus acciones? —me miró yo negué varias veces —. Estaba en busca del poder que dejó sellado “Metateulon”.
—¿Metateulon?
—Es el ángel más poderoso que ha existido en nuestro mundo, y por ese motivo fue atacado por aquellos ángeles y demonios que deseaban su poder. La mayoría de ellos tenían malas intenciones, así que lo selló y desapareció para proteger ambos mundos.
—¿Qué pasa si alguno de ellos lo obtienen?
—La paz que reina en ambos mundos será consumida por grandes desgracias. Es por eso por lo que debemos mantener a todos alejados de él, sobre todo a Alexander quien aún se empeña a encontrarlo.
—Disculpe señor, pero no lo entiendo ¿Por qué me está diciendo todo esto?
Permaneció en silencio, como si estuviera buscando las palabras correctas antes de seguir hablando,
—Porque tú serás quien proteja lo que “Metateulon” dejó.
Una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo, no entendía nada de lo que me estaba diciendo y mucho menos porque yo tenía que hacerlo.
—Pero yo...
—Nathalie, tu posees algo que no todos los ángeles tienen y su fuerza es tal que puede cumplir con esa tarea — me tomo de los hombros —. Sé que lo que te pido es mucho, pero solo tú puedes mantener la paz.
—¿Cómo haré eso? No sé cómo luce o por donde comenzar.
—Absolutamente nadie lo sabe y eso me incluye. Tendrás que averiguarlo tu sola.
Me dejé caer en el primer árbol que vi, una vez salí del templo. De sólo pensar que el futuro de ambos mundos sería ahora mi responsabilidad me hacía sentir muy incapaz de poder lograrlo.
Además ¿cómo se supone que voy a encontrarlo?, no sé qué o quién sea o donde lo dejo, es más no me he cuestionado si en verdad está en nuestro mundo. Eso sólo me hace las cosas más difíciles.
—¡Nathalie!
Me llamó Jonathan. Era uno de los ángeles más respetados del lugar. Aunque creo que parte de ese respeto se debe a la expresión de su cara - la cual nunca mostraba alguna emoción-, también por esos ojos verde apagados que dificultaba tener contacto visual con él.
— Lo siento John, ya iba a regresar a mi puesto — dije levantándome.
—Debes acompañarme un momento - agregó, dándose la vuelta para comenzar a caminar.
Lo miré extrañada y me daba la sensación de que algo no iba bien, pero decidí dejar esos pensamientos alejados.
Caminamos en silencio durante algunos segundos, hasta que llegamos a un pequeño templo y entramos. No pude evitar mirar por todos lados ya que era mi primera vez aquí. No lograba distinguir muchas cosas por la oscuridad que habitaba en el lugar o eso creí hasta que miré al fondo y había un pequeño resplandor que emanaba del piso.
—Hay algo que tienes que ver — señaló aquella luz y me acerqué.
Se podía ver una camioneta conduciendo en una carretera solitaria; había una montaña de rocas del lado del conductor y por el otro un barranco.
—No me digas que... —lo miré y este asintió —, pobres personas...
—No son personas cualesquiera, Nath —hizo un movimiento y logré ver sus caras.
—No puede ser... ¡No lo hagas! — exclamé, tomándolo del cuello. Despeinando un poco su perfecto cabello plateado —. Por favor, John. Ellos no...
—Sabes cómo funcionan las cosas — tomo mis manos y las apartó —. No hay nada que puedas hacer por ellos y aunque pudieras, no debes interferir con la labor de un ángel de la muerte.
Intenté rogarle de nuevo, pero fui interrumpida por un fuerte estruendo, acompañado de un grito; la camioneta había sido golpeada por una avalancha de rocas, provocando que cayera hacia el barranco. Los gritos eran desgarradores y cesaron en cuanto la camioneta se hundió en el agua.
—¿Por qué...?
—Lo siento, sé que estuviste cuidando de ese hombre desde que era un niño.
Y tenía que seguir a su cuidado, al menos hasta que llegase a la vejez. Pero no me lo permitieron.
—Nath...
—¡Jonathan, debemos salir de aquí! - exclamaron desde la entrada.