La rosa hablado...
-Un día muy radiante, en cierto campo de verdes pastos, el viento soplaba con delicadeza la hierba y las hojas de los árboles circundantes. En aquél bello lugar qué parecía de ensueño puesto a que también por ahí pasaba un pequeño acuífero riachuelo, más al horizonte casi cerca del mismo había un grupo de flores silvestres, un gracioso pero llamativo grupo de flores, entre ellas habían: Margaritas, Violetas, Amapolas, Abrojos y Manzanillas pero entre todas ellas se alzaba una codiciable rosa color carmesí con sus pétalos aterciopelados y augusta belleza.
-Las flores silvestres eran muy parlanchinas, hacían chistes y chismes de lo que al rededor ocurría, solían creerse las grandes señoras pues rebasaban en número a la bella rosa, además se sentían así pues muy pocas veces se escuchó a la rosa hablar o proferir algún sonido podría decirse que nunca se escuchó algo que de ella viniera.
-Estaban cierto día reunidas como es habitual contando las buenas nuevas del campo; todas proferían diversos puntos de vista a excepción de la rosa, todas las silvestres opinaban sobre algo que había acontecido con mayor relevancia, pues resulta y acontece que cerca del grupo de flores crecía entre cierta maleza un humilde diente de león. Era un diente de león común, sin gracia pequeña alguna poco agraciado a cualquier vista floral.
-Pasó el tiempo; unas semanas nada más, el diente de león ya estaba en su punto máximo, pomposo como el solo que por suerte no escuchaba lo que aquel grupo de silvestres hablaban de el, pues dichas flores desde el momento que brotó siempre estuvieron encima de él.
-Y así pasaba siempre, no había día que aunque sea un poco hablaran de él; las manzanillas decían: —Pobre cosita fea, míralo allí que ni siquiera emana olor—;
Las amapolas prosiguen: —Ni siquiera tien forma, es como una especie de bola sin chiste—;
Luego por allá aportaban los abrojos: —ese feo adefesio se asemeja a los mozotes y así proseguían las palabras despectivas excepto la de la rosa—.
-Una vez el viento le llevó al diente de león lo que siempre escuchaba que se decía de él, cuándo el diente de león escuchó lo que le dijo el viento, no se enojó y prosiguió en lo suyo; siendo feliz. Cuando el viento jugaba con las hojas el se balanceaba de un lado a otro, feliz y en paz cantando que hasta las flores oían, lo malo era que con cada ventisca el perdía uno de sus vellitos y todo esto ocurría sutilmente a la vista solo de un buen observador.
-La rosa, callada como siempre veía lo que le afectaba al diente de león pues aunque no hablaba era una buena observadora. Cierto día una tormenta torrencial fuerte y devastadora se acercaba; el viento empezó a soplar fuerte tan fuerte que algunas ramas cedieron a su fuerza y aquel pequeño diente de león como es de esperarnos, no resistió la fuerza del viento con la lluvia y sus pequeños vellecillos se desperdigaron con su esencia.
-Paso aquella tormenta; después de largas horas, algunas de las señoras silvestres perecieron ahogadas por aquél horrendo aguacero, y aunque el sol irradiaba su luz sobre el campo mojado era indispensable no ver algunos cambios que habían pasado por la tempestad.
-Las sobrevivientes lloraban por sus congéneres más nadie a excepción de la rosa se percataron del triste perecimiento del diente de león. Entre tanto lamento, la rosa, sí aquella rosa bella y serena, se llenó de coraje, alzó la voz y dijo lo siguiente: —Hermanas queridas, entiendo vuestro dolor y realmente deseo que hayen sosiego a sus corazones pero hay algo que debo deciros aunque no les caiga de la mejor manera. La vida y la madre naturaleza son sabias, mientras ustedes llenaban sus corazones de chisme, envidia y malas críticas, el pequeño diente de león que poco sabía de lo que ustedes decían, se encerraba en su mundo y vivía cada día, aún sabiendo que su vida se acortaba con cada respiro del viento. Viendo esto tan injusto la madre naturaleza envío ese fuerte torrencial y la vida se encargó de quitarles la vida a sus congéneres pues eso que vosotros hicisteis no fue de flores nobles, y con esto nos enseñan a que valoren más sus vidas y llenen sus corazones mejor de buenas cosas; cosas que sí contribuyan de manera positiva a nuestra vida, por último que aprendan a apreciar el valor de cada flor por muy abstractas que estas resulten a sus vistas—.