Capítulo 1
—¿Acaso lo dudaste? —De reojo veo que deja una bolsa de regalos en mi cama—. Déjame ayudarte —ofrece, acercándose a mí, se pone manos a la obra sin esperar respuesta, es una experta en lograr que mi larga cabellera luzca manejable.
—¿Lo has visto ya? —pregunto jugando con mi teléfono ahora que tengo las manos desocupadas.
—No —suspira—. ¡Y estoy tan nerviosa! A pesar de que he visto a tu hermano innumerables veces desde que nos hicimos amigas.
—Lo que sucede es que antes no sabías que estabas enamorada de él y ahora tienes miedo de no ser correspondida. —Juega con mi pelo un rato, haciendo moños improvisados aquí y allí hasta que por fin se decide por un recogido de lado.
—Sí, probablemente sea eso. —Mi pelo luce mucho más corto de esta forma, nadie pensaría que esa melena azabache con reflejos azul oscuro me llega a la cintura—. Gracias por venir hoy conmigo.
—¿De qué? Si no compraste nada mientras estuvimos juntas, lo único que hicimos fue charlar sobre tu enamoramiento por Braden —señalo en tono burlesco, aunque yo también estoy agradecida por la salida, me sirvió como distracción sobre cierto asunto que intento mantener alejado de mi mente. Kyanna retrocede, oficialmente dando por terminada su labor, me pongo de pie y doy media vuelta, ahora tengo una buena vista de ella. Ambas vestimos de negro debido a que coincidimos al pensar que es el color más elegante—. ¿Qué rayos, Kyanna? ¿Dónde están tus orejas? Te has oscurecido el pelo. —La observo, más allá de sorprendida por el cambio. Que no está mal, pues a simple vista parece... normal, hasta podrías confundirla con un humano.
—Quiero una noche tranquila, Lu. Sin preocuparme por los comentarios, ser solo yo. —Muerdo mi Lengua, evitando mencionar que la chica frente a mí es todo menos ella misma—. Sabes tan bien como yo lo delicada que es la alianza entre vampiros y cambiaformas, algunos siguen sin aceptar la unión entre ambas especies.
—Kyanna... —lamento y me estiro para sostener su mano, le doy un firme apretón—. Tú no necesitas cambiar nada de ti para que alguien te acepte, si a esa persona no le gustas por como eres realmente, entonces no vale la pena, así sea mi hermano.
—Solo esta noche —suplica, le ofrezco un asentimiento, está siendo terca y nada la hará repensar su decisión. Dando por finalizada la conversación, recoge la bolsa que trajo consigo y se dirige a la puerta—. Creo que el labial rojo vino te quedaría de muerte y los guantes negros que compraste la semana pasada combinan con ese vestido. Oh... y guardaré tu secreto. —Esto último lo dice mirando la falda del vestido, como si pudiera ver a través de la gruesa tela—. Te espero abajo.
Me balanceo sobre mis pies vagamente cubiertos antes de buscar los guantes en el armario y pintarme los labios.
En mi teléfono veo que falta media hora para que empiece el baile, y como no me apetece socializer con extraños ni conocidos, esperaré hasta el ultimo minuto; además, el propio cumpleañero Seguro llegará tarde. Entretanto, tomo el libro que había dejado bajo mi almohada la noche anterior y continúo donde lo dejé; debo memorizar unos hechizos para ponerlos en práctica más adelante en el Instituto.
Y ese es el tema que buscaba evitar, resulta imposible cuando en cada oportunidad recuerdo lo que me estoy perdiendo.
Con la edad que tengo, estos deberes deberían haber quedado atrás. No obstante, por cosas que se escapan de mis manos, no consigo avanzar. Se supone que me graduaría dos años atrás, habría evolucionado dentro del mundo de la magia convirtiéndome en una bruja de nivel intermedio. O, como les gusta sofisticadamente llamarlo, Hechicera de Rango I.
Un largo suspiro se me escapa, estoy cansada de la rutina. Tan solo deseo que esa maldita roca se ilumine mostrando mi nombre en la próxima ocasión. Hace dos años, la roca mágica mostró el nombre de mi hermana menor en lugar del mío, ¡y ella ni siquiera estaba en edad de graduarse! Todo por sus excelentes notas y su ejemplar comportamiento al cumplir las reglas.
Hoy, a mis diecisiete años, sigo siendo aprendiz de bruja y nada indica que mi estado vaya a cambiar pronto; el año pasado la roca tampoco mostró mi nombre y este apenas he destacado en clase. Mis pensamientos taciturnos se escapan cuando la puerta de mi habitación se abre y un aura oscura, pero confortable, inunda la estancia.
—Pensé que tu madre te había enseñado que no se debe entrar a la alcoba de una dama sin llamar, Hermano. —Abandono el libro, me paro y corro para abrazarlo—. ¡Feliz cumpleaños, chupasangre! No te había visto en todo el día, ¿dónde te ocultabas? —Beso sus mejillas y me permito vigorizarme entre sus brazos durante unos segundos antes de alejarme hacia el armario—. Tengo algo para ti. —Rebusco entre las cajas de zapatos, las cuales contienen de todo menos calzado, hasta dar con el paquete marrón.
—Luna, no era necesario —murmura cuando le tiendo el regalo.
—Tú calla y ábrelo —exhorto, hace un mohín que resulta ridículo en las facciones marcadas de su rostro. Rompe el papel sin delicadeza y escudriña la caja de madera, tiene un diseño intrincado en los bordes, una especie de trenza tallada. Sonríe al pasar un dedo por la tapa, donde la letra X resalta en relieve de una manera elegante.
—Es precioso, gracias. —Acciona un botón semiescondido en la letra y la cubierta empieza a subir al tiempo que una melodía antigua suena en un volumen bajo, aunque para él es lo suficientemente alto.
—Es la pieza que solía tocar tu madre cuando eras niño —menciono.
—Lo recordaste.
—¡Por supuesto! Solías hablarme de ella cuando tenía pesadillas y te quedabas conmigo por las noches.
—Era mi manera de distraerte.
—Lo sé. Ahora dime, ¿a qué has venido? —Cambio de tema al percibir un leve revuelo en su aura, probablemente debido a los recuerdos que evocó la melodía.
—Es hora del baile... —Se aclara la garganta—. Por alguna estúpida razón debo ser el primero y quiero que seas mi pareja —pide con un gesto de fastidio—. Lo normal es que sea mi madre, pero ya sabes —comenta cabizbajo.
—Eh, no pongas esa cara. Deberíamos sonreír al rememorar aquellos momentos, no sentirnos tristes. Por el baile no te preocupes, ahora mismo bajo contigo y le mostramos a esos vejetes cómo se hace.
***
Nos detenemos en el balcón que da al salón de baile, la escalera se encuentra a solo unos pasos a nuestra derecha. Mis ojos vuelan con rapidez sobre cada persona, abrazando sus auras y distinguiéndolas. Apenas presto atención a la decoración, puesto que me encargué personalmente de que estuviera todo en orden antes de subir a cambiarme. Tonos rojo sangre y beige salpican discretamente aquí y allí, nada demasiado exagerado.
—Venga, acabemos con esto. —Braden me toma del brazo y bajamos despacio los escalones—. Te noto muy liviana —señala cuando llevamos medio camino recorrido—, no será que andas descalza, ¿o sí?
¡Ups, atrapada!
—No estoy descalza —aseguro, él alza una ceja marrón indicando que no me cree—. Llevo medias —agrego, como si eso supusiera alguna diferencia. Sonrío cuando deja escapar una carcajada.
Pocas veces sonríe, es algo habitual en su especie según he escuchado. No suelo relacionarme más allá de los miembros de mi familia y algunos compañeros del Instituto, por lo que no puedo confirmar nada.
Llegamos al pie de la escalera y al instante suena una melodía suave, algo empalagosa.
—Tienes que estar bromeando, ¡es un jodido vals! —masculla Braden mientras empezamos a movernos con las primeras notas.
—Probablemente Cassandra sea la culpable —asumo, refiriéndome a la madre de nuestra hermana menor.
Braden, Solangel y yo, somos medio hermanos. Craven, Rey del Mar Mediterráneo, es nuestro padre. Hace más de un siglo, estuvo casado con Anabelle Xenakis, una vampiresa de belleza y poder sinigual; tras su muerte y habiendo pasado unos años de luto, conoció a mi madre, su matrimonio fue de palabras, basado en el amor que se profesaban, no llegaron a hacerlo oficial por su prematuro y repentino fallecimiento.
Murmuraban que no tenía suerte en el amor, que estaba maldito. Sin embargo, ha estado casado con la madre de Solangel por quince años.
—Seguro que sí. —Mi hermano está de acuerdo—. Por cierto, más tarde saldré a tomar algo con los chicos, puedo colarte si deseas ir.
—Suena tentador. —En especial porque faltan unos meses para mi décimo octavo cumpleaños y no tengo edad para consumir alcohol o ir a clubes—. Avísame si van tus amigos guapos, puede que entonces lo piense —bromeo.
—Juegas con fuego, pequeña —gruñe en mi oído—. Como se te acerque uno de ellos con alguna intención oculta... —advierte, es raro y al mismo tiempo agradable despertar este instinto protector en él. Sé que podré contar con su apoyo siempre, desde pequeña me ha cuidado. No es como si yo tuviera muchos pretendientes o que, de hecho, estuviera interesada en el amor.
—Puede que sus intenciones sean claras, ¿entonces qué?
—Me niego a aceptar que ya no eres una niña. —Detiene el baile, sin importer que ahora somos el centro de atención, siento la necesidad de tranquilizarlo.
—Siempre te querré ahí para protegerme, pero tienes que dejarme ir. —Sé lo difícil que es para él. Tenía cuatro años cuando nací y desde entonces ha cuidado de mí—. No puedes mantenerme retenida.
—Puedo intentarlo —replica con un deje de broma—. Siempre que me necesites, solo tienes que...
—Lo sé. —Estoy a punto de añadir algo para aligerar el ambiente, pero capto un reflejo castaño rojizo por el rabillo del ojo y desisto por ahora—. Creo que hay alguien que quiere bailar contigo —digo mirando tras él y a su izquierda.
—Paso. —Hace una mueca al descartar la idea, realmente detesta bailar.
—Yo que tú me lo pensaría dos veces antes de rechazar a esa dama, luce mejor que cualquiera en esta fiesta, y adivina qué... —Bajo mi voz para que solo él con su oído superdesarrollado pueda escucharme—. Se ha vestido así únicamente para ti. —Le guiño un ojo y doy media vuelta, a unos pocos pasos encuentro una columna sobre la que apoyarme y ver cómo actúan estos dos.
Espero no haberme equivocado leyendo las señales.
Braden aún me mira, lo cual hace que ruede los ojos y me cruce de brazos, él toma una respiración profunda y da media vuelta. Los segundos parecen detenerse cuando sus miradas se cruzan. Dan pasos vacilantes hacia el otro y murmuran unas pocas palabras, alcanzo a ver el sonrojo de mi amiga antes de que empiecen a bailar.
Mentalmente, canto victoria. Hacen una linda pareja, ojalá no permitan que los prejuicios enturbien su relación.
De repente, siento un escalofrío, alguien ha entrado en mi espacio, no lo reconozco; su aura impacta con la mía al segundo en que separa sus labios para hablar.
—Voy a matarlo.
No se dirige a mí precisamente, mas no puedo aplastar la curiosidad y miro a la derecha; contengo el aliento, esa voz suave y ronca proviene de él. Y él es un oscuro, como Braden. Su aura es tan potente que rodea la mía y, aunque parezca extraño, no me resulta invasivo.
Es alto, estoy segura de que apenas le alcanzo al pecho, viste de negro; pero no un esmoquin o un traje formal como la mayoría.
Lleva una camisa negra con el cuello, los puños y los botones en color blanco, jeans negros ajustados cubren sus largas piernas, todo el outfit acaba en unas botas al estilo militar de un tono similar a la mostaza. Parece que siente mi escrutinio porque su cabeza se mueve en mi dirección, dejándome ver los ojos más misteriosos que he visto, me resulta imposible descubrir su tonalidad exacta desde este ángulo. Su piel, como blanca porcelana, contrasta con su pelo rubio platino.
—Esa es una afirmación muy seria. —Logro decir, mi voz apenas se mantiene firme, pero no puedo dejar que vea cómo me afecta, esta sensación es nueva.
—Lo es —admite, todavía sin verme a la cara—. Pero no puedo matar a mi mejor amigo, ¿cierto?
Al mencionar aquello, caigo en cuenta de quién es él.
—Arath Cerati. —Su nombre se escapa en un susurro. Finalmente me mira, violeta enfrenta el azul claro de mis ojos.
—Ese soy yo. —Por favor, como si necesitara confirmación. Antes, habló mirando hacia mi hermano y el poder que emana no deja lugar a dudas sobre su identidad, claramente es miembro de la realeza—. ¿Y tú eres?
—Cerati. —Es llamado por alguien cuando estoy a punto de responder, descubre al dueño de esa voz impertinente y hace un gesto con la mano, como preguntando "¿qué pasa?"—. Te he estado buscando. —Ni siquiera le da tiempo a refutar, el sujeto que interrumpe nuestra conversación, sin más lo sujeta del brazo y se lo lleva, dejándome con mi nombre en la punta de la lengua y una sensación extraña en el corazón.