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AULA 36 [LIBRO 1]

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Summary

Alba, huérfana y con problemas, se ve forzada por su tutor legal a estudiar algo este año. Así es cómo acaba en el centro de formación de adultos. Además, la vida de Alba da muchos giros porque vuelve a establecer relación con su hermano Lucas. Hugo, profesor de lengua catalana y divorciado, romántico empedernido pero a la misma vez desilusionado con la vida, es profesor del centro de formación de adultos. ¿Podrían dos personas rotas arreglarse mutuamente? Una novela divertida y romántica.

Status:
Complete
Chapters:
72
Rating:
4.9 7 reviews
Age Rating:
18+

Decisiones (Bita)

—Alba, tienes que tomar una decisión. - Murmuró mi tutor legal.

Marc, mi tutor legal. A veces le arrancaría la cabeza, lo confieso, pero no sé qué habría sido de mi vida sin él. Nos conocimos en el centro de menores, todavía podía recordar el día que entré en el centro. Él debía de tener unos diecisiete o dieciocho años, ya era de los mayores, y yo tenía siete años, tres meses y dos días, como para olvidarlo. Él y mi hermano Lucas habían formado una especie de escudo para mí, lo eran todo.

Durante los primeros meses fueron mi sombra, fueron mi pañuelo de lágrimas, mi muro protector, no hay otra palabra para decirlo, fueron mi todo. El tiempo fue pasando, yo iba mejorando después del trauma, volví a hablar y mi hermano cada vez aparecía menos, mi progreso se equiparaba a sus ausencias, se fue a estudiar a Madrid y sus llamadas también fueron menos frecuentes, de repente solo tenía hermano una vez al mes cuando se acordaba de llamarme. A mí solo me quedó Marc y menos mal de él, y menos mal de su novia, que en breve sería su mujer, Marta. Si Marta no me hubiera encontrado ese día, ahora yo estaría criando malvas al lado de mi madre. Un dolor intenso surgió en mi pecho al pensar en mi madre...

—¿Me estás escuchando? —Dijo pasando una mano delante de mi cara.

Joder, sí, le estaba escuchando. Hace tres años, cuando cometí uno de los mayores errores de mi vida, este chico, ahora hombre, situado delante de mí, se convirtió en mi tutor legal. Joder, solo nos llevábamos diez años y era mi tutor legal. Y se lo debía todo, solo por eso se lo debía todo.

—Sí, te estoy escuchando. - Murmuré.

— ¿Y bien? —Preguntó alzando una ceja. —¿Qué vas a hacer?

¡Yo qué coño sé! Gritaba por dentro. No tenía ni puta idea de que elección tomar, y como sabía que lo mejor que podía hacer era pedir consejo, lo miré fijamente a la cara. No tenía otra persona a quién acudir. O sea, sí las tenía, pero nadie me conocía cómo él y, siendo francos, ninguna de las personas que tenía a mi lado eran lo suficientemente maduras como para poder competir con él.

Marc suspiró para llamar mi atención otra vez y esparció un montón de folletos sobre su escritorio. Mierda, como más opciones veía, menos sabía que podía hacer. ¿Por qué tenía que ser todo tan remotamente complicado? Hacía un año me debatía entre la vida y la muerte y ahora tenía que escoger algo que, según Marc, me iba a cambiar la vida.

—Sé que tienes muchas dudas, cariño, lo sé. — Me dijo posando su brazo por encima del escritorio para poder cogerme la mano. Obviamente, dejé que me la cogiera, me infundía seguridad. — Pero no puedes pasarte lo que te queda de vida doblando vaqueros en esa tienda. — Me miró a los ojos fijamente. La verdad es que esos ojos castaños llenos de fuerza eran los que más me habían ayudado en la vida. No había motivos para no confiar en ellos. —Tú vales mucho más que eso.

Suspiré y pasé los folletos lentamente con la otra mano. Ciclos formativos de grado medio, de grado superior, escuelas taller, bachilleratos, vi el folleto de la escuela de peluquería dónde estudiaba Roxanna, una de mis mejores amigas, también vi el folleto de la escuela de arte dónde estudiaba Ikhram, mi otra mejor amiga y dónde había estudiado Eric, mi hermano que no era de sangre, pero que había sido mi hermano en un sentido más amplio.

— Alba...—Me riñó de nuevo Marc emitiendo un suspiro exasperado.

—¿Qué harías tú? — Le interrumpí.

Soltó la mano que me sujetaba y se pasó las manos por el pelo.

—Es una decisión demasiado personal como para que pueda ayudarte. - Aseguró.

Vale, era una decisión personal, tenía que darle la razón, pero no tenía ni puta idea de lo que iba a hacer. No sabía que iba a hacer con mi vida y había muchos motivos detrás de mi indecisión. Muchas razones de peso.

—Marc, yo no sé qué hacer.

Mi tutor legal me dirigió una mirada llena de ternura. Había hecho de padre, de madre, de hermano, de todo. Su evolución dentro del centro era la prueba de ello, de ser un huérfano, había pasado a ser un educador social y ahora era el director del centro. Y todos éramos muy conscientes de nuestra suerte al tenerlo. Vivía para nosotros y para su novia. Joder, Marta, la muy perra, qué suerte había tenido.

— Alba, sé que esos meses en la clínica fueron muy duros...—empezó.

¡No! ¡No! ¡No! ¡No!

—Para. - Lo corté.

No estaba lista para hablar de ello. No. Quizá algún día, aunque no más seguro es que ese día fuera nunca. Me miró apretando su mandíbula con barba de pocos días y suspiro exasperado. Él había intentado hablar conmigo muchas veces sobre este tema, pero yo no podía, no podía, empezaba a temblar y la respiración se me agitaba hasta el punto que pensaba que no podía respirar. Había muchos tabús en mi vida, demasiados, pero con el paso de los años había aprendido a lidiar con ellos.

–Algún día tendremos que hablar de ello, Alba. No puedes guardarte las cosas siempre para ti, se te va a hacer una bola difícil de digerir como sigas aumentándola.

Yo solo desvié de la mirada hacia la ventana. Marta había hecho un buen trabajo en el jardín y decidí centrar mi atención en ello para poder aliviar la tensión que había acumulado mi cuerpo durante esos dos minutos. Mi cuerpo tenía una dichosa habilidad para tensarse, me resultaba fácil, en cambio, relajarme era más complicado. Los psicólogos de la clínica habían intentado de todo, y nada había dado resultado, solo las jodidas pastillas que te dejan grogui.

—Vale, no te presiono—Cedió al fin. —Ahora bien— miró hacia abajo a la mesa dónde los folletos seguían esparcidos. — Si no sabes qué escoger tienes que intentar tirar hacia el lado práctico, aparte de gastarte el dinero en ropa - bromeó- ¿Qué es lo que más te gusta hacer?

A ver, eso debía de ser una pregunta trampa. Entré en el orfanato a los siete años, dónde lo que tú querías no era considerado. A los catorce, casi quince había cometido un error y me habían encerrado un año en una clínica, dónde tampoco era considerado ninguno de mis deseos. Es decir, tampoco había podido experimentar qué era lo que más gustaba.

¿Qué te gusta hacer, Alba? Me imaginé a alguien que no fuera Marc haciéndome esa pregunta y me entró la risa.

— ¿De qué te ríes? —Preguntó curioso.

Alcé las cejas en respuesta. ¿En serio? ¿No lo sabía?

— ¿Cómo me preguntas esto, Marc? — Me quejé entre risas. —No tengo ni idea de lo que me gusta hacer. Me paso los días trabajando en la tienda y luego de vuelta aquí, ceno, me ducho y a dormir. - Me encogí de hombros.

Seguí dándole vueltas, me gustaba escuchar música, pero lo descarté, uno no puede dedicarse a estudiar música y que le paguen por ello. ¿No? Me gustaba estar con mis amigos, pero tampoco me iban a pagar por ello. Me gustaba estar tirada en la cama intentando poner la mente en blanco. Tampoco veía posibilidades de remuneración. Joder, qué complicado todo.

— Vale. — Cogió aire y lo soltó lentamente, pellizcándose el puente de la nariz con sus dedos índice y pulgar. — Tienes razón.

Oh, oh, oh. Me enderecé en la silla. Marc era un pedazo de pan, pero cuando se cabreaba o cuando perdía la paciencia, cosa que raramente ocurría, los gritos se oían desde la otra punta de Barcelona. ¿Cuánto medirá Barcelona? Pues eso, hasta ahí se oían los gritos. Si había bronca en el centro nos enterábamos todos.

—¿Estoy haciendo algo mal? —Pregunté con un poco de miedo.

—No. —Aseguró rápido. — Alba... Yo sé que no te he dado mucha libertad desde que saliste de la clínica. Sé que te he tenido muy controlada, pero eso es porque te quiero y porque me importas. Te quiero como si fueras mi hija - me señaló con el dedo- y lo sabes. - Inspiró aire y lo soltó lentamente- Yo había pensado en darte más libertad, de verdad, pero me preocupas.

Joder, no, una charla, no. Yo también le quería como a un padre y sabía que él todavía se sentía culpable por mi incidente de hacía un par de años. Tampoco quería que se sintiese mal, él no había tenido nada que ver en eso. Me hizo sentirme mal. Él se había portado conmigo como nadie se había portado. De hecho, menos mal que había firmado los papeles de mi adopción, si no todavía estaría encerrada en esa clínica.

—Hacemos un trato. —Propuso. —Yo te dejo mucha más libertad, siempre y cuando tú estudies algo, lo que quieras, y lo saques todo bien.

Mi mirada tuvo que reflejar mi desconcierto.

—Quiero decir, quiero que salgas un poco, que tengas vida social, que hagas lo que hace la gente de tu edad y eso...— Cogió su pelota antiestrés y empezó a manosearla hasta que se la puso en su mano derecha y la estrujó como si no hubiera un mañana. Aquella concesión conmigo le estaba costando un esfuerzo sobrehumano. —Pero sobre todo quiero que estudies algo, no quiero que te pases la vida trabajando en esa tienda. —Suspiró sonoramente. —Prometo no tenerte tan controlada, si tú sacas buenas notas y sabes que no te resultará difícil, siempre has sido buena estudiante. —Me recordó. —Yo te daré libertad.

No era mal trato, en serio, tenía buena cabeza y normalmente cogía las cosas al vuelo. Pero sentía que ese trato me iba a poner en una situación de presión. Demasiadas cosas. El psicólogo de la clínica me dijo que tenía que evitar las situaciones que me causaran ansiedad. Ahora fui yo la que cogí aire lentamente.

—Vamos a ver, Marc. —Cómo podía explicárselo...—Entiendo que quieras que estudie y todo eso. —Señalé los papeles que había encima de su escritorio. —Pero sabes que no quiero dejar de trabajar.

Estrujó la pelota con más fuerza, habíamos tenido esa discusión unas semanas después de salir de la clínica. Él no quería que yo trabajara, pero le hice entender que el hecho de trabajar me ayudaba mucho. Si trabajaba no pensaba y eso era mi clave para lidiar con mi vida, no pensar. Finalmente, hablando con él y con Marta, conseguí convencerlo y me ayudó a buscar trabajo. Recuerdo la cara de felicidad que puso cuando corrí hasta su casa, situada en un extremo del recinto del centro, la misma tarde que me llamaron de la tienda Mango y me dijeron que me habían seleccionado. “Solo por verte sonreír así ya vale la pena” dijo Marc cuando salté para abrazarlo.

—Alba...— Me riñó.

Sabía lo que vendría, lo sabía y no quería. No quería que me convenciera para dejar de trabajar. Los huérfanos tenemos ese defecto, nos tenemos solo a nosotros y nos da miedo encontrarnos desamparados. El dinero del trabajo era mi soporte para saber que si las cosas se torcían podía tirar de ello. Marc me había ayudado siempre, pero iba a casarse con Marta dentro de un año y yo no quería ser una jodida carga. No quería.

—Marc, por favor. —Supliqué.

—Quiero que estudies algo, Alba. —Por su tono de voz noté que se le estaba acabando la paciencia.

Bronca, no. Bronca, no. Bronca, no.

Repetí en mi cabeza como mi mantra de ese momento. Mi vida se basaba en mantras.

—Vale, ¿Y no hay manera de poder estudiar algo de esto —señalé la mesa— sin dejar de trabajar? Trabajo solo por las mañanas. No puede ser tan difícil.

—Cariño...— Rodeó la mesa y se sentó encima, justo enfrente de mí, puso un dedo debajo de mi barbilla y me alzó la cabeza con cuidado hasta que le miré a los ojos. —No quiero que te agobies, ni que tengas ningún tipo de estrés.

Oh, vale, joder.

Lo vi claro.

Él pensaba que yo no era capaz de hacerlo, pensaba que si volvía a estresarme o a sentirme presionada iba a actuar igual que había hecho dos antes. Noté cómo empezaba a sentirme acalorada, los cabreos siempre tenían el mismo efecto en mí. De hecho, Ikhram decía que cuando me cabreaba parecía un jodido demonio, se me hinchaban las venas y parecía que fuera a escupir veneno o fuego en cualquier momento. Podía ser cierto, vete a saber, uno no puede verse las reacciones cuando se está cabreando, solo las nota.

—¡Crees que no soy capaz! — Lo acusé empezando a gritar. — Eso es lo que pasa, ¿no?

— Frena, respira. —Puso sus manos sobre mis hombros.

¡Y una mierda!

Eso sonaba a ”Albita, frena y respira, que al final voy a decidir por ti y voy a obligarte a hacer lo que me salga de los huevos”.

Empecé a coger aire, intenté calmarme, de verdad, pero esa mierda de trucos de respiración de Jorge Bucay nunca habían tenido efecto en mí. Yo me relajaba a mi manera, y cuando sentía que perdía el control de mi vida reaccionaba rompiendo cosas y la mayoría de las veces rompía sin concesiones.

Al entrar en la clínica, una de las psicólogas, la única que me caía bien, me había dicho que, cuando estuviera sintiendo que perdía el control de mi vida, tocara lo que casi me hizo perder mi vida: mis cicatrices.

Empecé a tocarme las muñecas y los ojos de Marc se abrieron como platos. Cada vez que me ponía nerviosa lo hacía y él no se había acostumbrado.

¿Lo haría alguna vez?

—Alba, tienes que entenderme. — Cerró los ojos con fuerza—Si te pasara algo... Si te pasara algo yo ya no lo superaría, ¿entiendes?

El tono de su voz hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas. Cada vez que la tristeza se abría camino a través de mi mente y de mi cuerpo, cada vez que me venían momentos de incomprensión, las imágenes de ese día volvían a mi cabeza. Yo, tirada en el suelo del baño de chicas del centro, la puerta abriéndose, Marta chillando, aterrorizada. Corrió hacia mi lado, de eso me acordaba, gritaba que había un montón de sangre. El ruido de la puerta del baño abriéndose y golpeado contra la pared, Marc entrando, Marc apartando a Marta, le gritaba que llamara a una ambulancia, Marc sujetándome, preguntándome que había hecho una y otra vez. Aparté esos pensamientos, los lancé todo lo lejos que pude de mi mente.

Cuando volví a mirar a Marc él también tenía los ojos llenos de lágrimas, pero durante mis recuerdos el dique de mis ojos ya se había abierto y las lágrimas ya estaban rodando por toda mi cara. Alcé las manos hasta que conseguí taparme la cara, estaba temblando.

Oh, mierda, no.

—Vale, vale. Para. — Marc puso las manos en mis costillas y me levantó. Abrió las piernas y me acomodó entre ellas.

Intenté rebelarme, no quería que consolara. No me lo merecía, le había hecho sufrir mucho, era consciente de ello. Eric me lo había hecho entender cuando había venido a verme a la clínica. De hecho, me había dicho “Cambia los papeles, Alba, imagínate que yo te hubiera hecho algo así“. Me cagué, no sé cómo hubiera reaccionado, me habría hundido, así que no podía culpar a Marc.

—Shht, basta, cariño. — Intento apartarme los rizos de cara y yo la hundí en su pecho. No me gustaba que me vieran llorar. Él intentaba apartarme para verme la cara, pero me aferré a sus hombros y negué con la cabeza—Mírame. — Exigió. Levanté la cabeza lentamente porque odiaba verlo llorar y la causa de que llorara en aquel momento no era otra que yo. —Prométeme que si te sientes sobrepasada me lo dirás.

¿Eso quería decir que podía hacer las dos cosas? Al ser menor necesitaba su permiso para todo, vaya como un padre con un hijo. A fin de cuentas, Marc era mucho más padre que ese que había puesto el esperma en el óvulo de mi madre.

Asentí con la cabeza.

—Prométeme que estudiarás algo, lo que sea.

Asentí otra vez.

—Prométeme que saldrás y tendrás vida social. — Entrecerró los ojos como si me estuviera examinando. —Yo prometo que te daré más carta blanca en ciertos aspectos.

Asentí de nuevo ya con una sonrisa en los labios que al final se convirtió en una risa boba. ¿Marc? ¿Dándome carta blanca?

—Oh, ¿Te ríes de mí? — Río, también estrujándome contra él. — ¿Sabes una cosa? Que seas tan amiga de mi novia no me facilita mucho las cosas...—Admitió con una mueca. —A veces me veo obligado a hacer cosas que realmente no quiero hacer, pero es eso o dormir en el sofá— Puso cara de pánico. — No quiero dormir lejos de Marta ni una sola noche, capulla, así que ponme las cosas un poco fáciles, ¿quieres?

El jodido lo estaba haciendo para hacerme reír, y lo consiguió. Marta llegó al centro tres años atrás, cuando tenía dieciséis, sus padres murieron en un accidente de coche y no tenían más familia, así que el “maravilloso sistema” se hizo cargo de ella y de su hermana, compartimos cuarto un tiempo, el antiguo director del centro, un capullo integral, no nos daba de margen y todos los chicos del centro, junto con Marc, hicimos una gran fiesta el día que lo inhabilitaron.

Evidentemente, Marc veía a Marta como a una niña, se mataban como chinos al principio. Marta era rebelde y no acataba órdenes, y Marc, bueno, Marc era un fanático del control. Menuda guerra batallaron antes de admitir que estaban perdidamente enamorados el uno del otro, luego la diferencia de edad y las complicaciones de la vida se pusieron en el camino. Pero Marc supo reconocer su error y se arrastró como nunca pidiendo perdón. Y ahí estaban, lo que americanamente se conoce como comprometidos.

—A ver...— Me reí. —Aclárame algo, ¿puedo trabajar y estudiar? ¿Estamos bien?

—Puedes. —Me besó la punta de nariz. — Marta ya me avisó que no dejarías de trabajar. —Puso los ojos en blanco y después me miró seriamente. —Pero tienes que prometerme...

Era mi turno de poner los ojos en blanco, le tapé la boca con mi mano y se quedó hablando debajo de mi mano, entrecerrando los ojos con intención de resultar amenazador.

—mmbbbbddddrrrr

Me carcajeé.

—Que sí, que te prometo hablar contigo si algo me puede. —Cogí aire y le di un beso en la mejilla. —Te prometo hablar contigo si algo se tuerce. —Le besé en la mejilla otra vez y me miró con ternura. Si le demostraba afecto, Marc no podía conmigo a menos que estuviera con cabreo del copón. —Te prometo estudiar hasta que me convierta en Wikipedia.

Apartó mi mano de su boca besando mi palma y luego me apretó la mano para reconfortarme.

— Pero, sobre todo, Alba, prométeme que serás feliz.

Lo miré a los ojos y volví a hundir mi cara en su pecho.

—Lo prometo, en serio, lo voy a intentar. —Le aseguré. — Ahora, por favor, ¿podemos mirar los jodidos folletos para saber qué va a ser de mi vida?

—Vaaalleee. —Exageró apretándome, casi estrujándome contra él. —Dame dos minutos de tregua para seguir abrazándote y nos ponemos a ello. — Me beso el pelo. — Palabra.

Puse los ojos en blanco, pero tenía que admitir que los brazos de Marc eran especiales. No había nada de sexual ni sensual en nuestros abrazos, lo consideraba mi padre. Eran los mismos brazos que me habían acunado cuando llegué al centro sin hablar, los mismos brazos que habían atado los cordones de los zapatos, los que habían protegido, los que me sostenían hasta que me quedaba dormida cuando era pequeña. Marc me había leído cuentos, me había peinado, me había protegido y finalmente me había adoptado.

—¿Por qué no vienes a vivir a casa, cariño? —Oh, mierda, el tema otra vez, pensé. — Te será más fácil, es más silenciosa...

—¿En serio? — jadeé. —¿tenías que joder el momento?

Se echó a reír apretándome más contra él. Desde que salí de la clínica habíamos tenido esa discusión un millón de veces. Él quería que me fuera a su casa, que de todas formas estaba a menos de cinco minutos del edificio principal del centro, pero yo no quería, compartía habitación con Ikhram y Roxanne, estaba regalada. A demás él ahora necesitaba espacio con Marta, a pesar de que vivían dentro del complejo (complejo por llamarlo de alguna modo, era una parcela grande, cedida por el gobierno con tres edificaciones. Uno de los edificios era la residencia, donde dormíamos, otro el edificio del comedor, donde estaba la cocina y el espacio, como dice el nombre, para comer, y el más pequeño, donde yo estaba en ese momento, las oficinas).

Marta le hizo un regalo a Marc con el dinero de la herencia de sus padres, había comprado justo la parcela de al lado para poder vivir ahí. Marc lloró de alegría ese día, fue realmente emotivo.

Yo no quería irme del centro para vivir con ellos, iban a casarse, por Dios. El centro no estaba tan mal, todas las habitaciones eran de cuatro camas, y no era que sobrara el espacio, precisamente, pero Mark había considerado dejar cama que sobraba en nuestra habitación sin ocupar. Según él, era porque así, si Marta alguna vez se enfadaba con él, sabía dónde encontrarla, pero yo sé que lo hacía para cuando venía Eric.

Oh, Eric, ¿qué estaría haciendo?

Habíamos entrado con dos semanas de diferencia al centro, él había entrado una semana después que yo. La imagen de la asistenta social entrando con un niño llorando no se me iba a quitar jamás de la cabeza, era imposible que se me quitara, ya que, por desgracia, lo seguía viendo demasiado a menudo. Cuando era pequeña me afectaba porque tenía miedo, y ahora me afectaba porque me sentía impotente. Yo había sufrido un infierno, como decía Mark, y no quería que nadie más lo pasara. Cuando eres un niño y el mundo es cruel contigo deja huellas que jamás se borran, solo se sobrellevan.

Volviendo a Eric...

— ¿Podrías llamar a Eric? No sé nada de él desde ayer— Pregunté

—Iba a darte una sorpresa, pero ya que lo preguntas vendrá mañana a cenar, y creo que te va a traer un regalo. —Canturreó lo último.

Empecé a dar saltitos de alegría y él se rio. Eric y yo habíamos estado saliendo un año y medio, empezamos cuando yo tenía catorce y él dieciocho. Muchas noches dormíamos juntos, Marc se pillaba unos cabreos increíbles, pero al mismo tiempo entendía que nos necesitábamos y fingía que se cabreaba, sabía que dormíamos juntos la mayoría de las veces y no nos decía nada. Unos meses antes del incidente que me llevó a la clínica entendimos, tanto Eric como yo, que aquello tenía que acabar, porque cuando nos enfadábamos estábamos días sin hablarnos y nos necesitábamos demasiado como para poder permitirnos estar sin hablarnos. Debíamos establecer una relación fraternal. Éramos hermanos, no sanguíneos, pero sí de alma.

Eric, mi Eric, tan solitario, tan seco, con un semblante tan frío y calculador que parecía de hielo, pero no era así. Era como aquellas brasas que no queman nunca y que siempre te mantienen caliente, que crees que se están apagando, aunque siempre calientan. Pero no todo el mundo sabía verlo. Mi Eric, que había esperado a que yo tuviera el alta de la clínica para irse a estudiar a Girona. No quiso irse hasta que supo que yo estaba bien del todo. Eric el chico rubio de ojos azules, como yo, al que le entregué mi virginidad, el chico que me hizo el amor en la cama de un orfanato millones de noches solo para no dejarme pensar, el chico que le rompió la nariz a mi padre biológico por...

Mierda, no reflexiones, Alba, coño, no pienses.

Nuestra relación podía parecer una aberración, pero no lo fue, cuando uno es huérfano, como nosotros dos, la maduración es brutalmente rápida. A los catorce no se piensa en si a ese chico le gustas o no, en si vas a sacar un seis o un ocho en un examen, esas mierdas las piensas a los diez cuando eres huérfano. A los catorce piensas en que tendrías que tener un trabajo a media jornada si fuera legal, porque los dieciocho están a tan solo cuatro años y los dieciocho para los desgraciados que vivimos bajo el sistema es la fecha que marca la diferencia. Es un “búscate la vida, aunque no tengas donde caer muerto”. Marc cambió eso, nos hizo perder un poco el miedo porque jamás en la vida le ha negado la cama, ni la comida a nadie, ni tampoco su ayuda, tenga la edad que tenga. Para él siempre seremos su familia.

El suspiro de Marc me sacó de mis pensamientos. Él apoyó su mejilla en la mía, levantó uno de los folletos hasta mi cara.

—La Escuela de Dibujo. —aguantó una carcajada. —Nop, dibujas como el culo.

Empecé a reírme, tenía mucha razón, yo no tenía paciencia para hacer trazos y líneas perfectas y todo eso. Eso lo hacía Lucas, mi hermano, Ikhram, mi amiga y Eric. Eran genios del dibujo. Yo no, yo no era genio de nada. De la mala leche, si acaso.

—Escuela de Peluquería. —sostuvo el folleto delante de mi cara esperando mi reacción.

—No, gracias. —reí

— ¿Comercio? —pasó un folleto rápido, supuse que se acordó de mis archienemigos los números. — ¿auxiliar de enfermería? —lo pasó igual de rápido. — ¿jardín de infancia?

Se paró, sabía que yo tenía debilidad con los niños, pero no con todos. A mí me gustaban nuestros niños, los que vivían en el centro. Esos niños eran como dioses para mí, habían pasado calamidades, pero siempre te regalaban sus besos y la mejor de sus sonrisas. Sí, joder, eran mis superhéroes particulares.

Pero negué con la cabeza, no me veía capaz de cuidar de un crío que no fuera del centro. Los que vivían conmigo eran como mis hermanos, podía con ellos, con otros... No lo tenía tan claro.

—Vale. —levantó otro folleto más grande, como un tríptico. —Pues yo creo que esta es tu mejor opción, cariño. —abrió el tríptico. —Puedes hacer el bachillerato que quieras, aunque en mi opinión —remarcó dejando claro que era mi elección—deberías hacer las pruebas de acceso a la universidad. Te iría mejor, es solo un curso, nueve meses.

¿En serio? ¿Solo nueve meses? Eso empezaba a pintar mejor, si tenía que trabajar y estudiar cómo menos tiempo durara la situación mucho mejor.

—¿A ver? —Pedí intentando abrir el folleto, que al final, él abrió por mí.

—Mira, son solo siete asignaturas, pero teniendo en cuenta que tú ya tienes el B2 de inglés solo serían seis, porque la puedes convalidar.

Vale, seis asignaturas. Podría con ello, ¿no? ¿Podría? Tenía mis dudas, pero no podía dejarlas insinuar delante de Marc, si no me quedaría sin trabajo, mierda.

Podrás, Alba, podrás. Mantra al canto.

—¿Y qué asignaturas son?

—A ver...—Cogió el papel y lo abrió otro trozo—Hay cuatro de básicas, pero hay que quitar el inglés, entonces te quedan Català, Comentari de text y Castellano.—Me giró para mirarme a la cara.—Eso siempre lo has llevado bien, ¿verdad?

Asentí, las lenguas eran lo mío. Antes del incidente, con quince años, ya me había sacado el B.2 de inglés y había empezado clases de alemán. Pero se quedó todo allí, al estar un año entero en la clínica todo había quedado en stand by, incluida mi vida.

—Mira las optativas, Alba, creo que habrá que te gustaran.

Le quité el folleto de las manos y lo leí, francamente no estaba tan mal, los conocimientos que se tenían que adquirir no eran exagerados, luego pasé a las optativas. Descarté mentalmente todas las relacionadas con números, así que tenía que decidirme entre la rama lingüística o la humanista. La humanista no era atractiva, me gustaba la historia y me gustaban los documentales, pero vamos a ser claritos, no me veía capaz de empollarme un pedazo de tocho de libro de historia, la verdad.

Miré las optativas de la rama literaria, eso era mucho más llamativo, al menos para mí. Literatura universal, sí, me gustaba leer, en la clínica nos dejaban leer en las salas comunes, pero no nos podíamos llevar libros a las habitaciones, por eso de que el papel corta y tal. Había conseguido evadirme del mundo leyendo en uno de los peores momentos de mi vida, decidí que esa sería una de las optativas.

Escritura creativa, no sabía que tal lo llevaría, pero podría estar bien escribir y olvidar. Todo junto, de la mano.

¿Por qué no?

—Creo que Literatura Universal y Escritura Creativa pueden estar bien, ¿no?

—Claro. —Sonrió contento de que hubiera escogido algo. — Mañana iré a matricularte. Las clases empiezan pasado mañana, de hecho, estamos ya fuera de plazo, pero conozco al director y ya le había hablado de lo indecisa que estabas.

Le miré con los ojos entrecerrados.

¿Lo tenía planeado?

No podía ser...

—¿Lo tenías todo planeado, cabronazo? —Pregunté con los ojos entrecerrados.

—Bueno, no, pero quería estar seguro que tomaras la decisión que tomaras, tuvieras plaza, cariño. — se excusó.

La puerta de su despacho se abrió de repente, solo Marta entraba sin llamar. Sí, era ella, llevaba unos vaqueros desgastados, un jersey de tirantes negro y un moño desordenado encima de la cabeza por la que le caían algunos mechones. Joder, era muy guapa, tenía el pelo castaño, como las hojas de los castaños en octubre, bonito y unos ojos verdes que cambiaban de color en función de cómo le daba la luz. Era...bella, esa era la palabra adecuada.

—¿Se puede saber qué diablos estáis haciendo? —Gruñó fingiendo estar enfadada y poniendo los brazos en jarras. —Nos estamos muriendo de hambre por vuestra culpa, os estamos esperando para cenar.

Marc y yo nos echamos a reír, con lo bajita que era resultaba imposible que fuera intimidante, la conocíamos demasiado bien. Pero cómo Marc la había convencido para que estudiara Educación Social, ella ayudaba en el centro de menores, y muchas veces tenía que fingir estar cabreada con los críos cuando hacían algo mal, pero todos sabíamos que estaba haciendo un gran esfuerzo para no abrazarlos y arrullarlos. Tenía un instinto maternal descomunal, incluso conmigo, y eso que solo era un año y medio mayor que yo.

Marc sonrió como un bobo, como cada vez que veía a Marta.

—Nena, he hecho entrar en razón a Alba, por fin va a estudiar.

—Y a trabajar, ¿no? — Pregunto mirándome curiosamente

Asentí carcajeándome. Me conocía bien, la muy cerda.

—Sí, eso también. —gruñó Marc.

Le miré de manera asesina y sonreí maliciosamente, iba a hacerle rabiar.

—Por cierto, Marty, yo le haría dormir un par de noches en el sofá. Ha estado aquí torturándome durante cuatro horas cuando resulta —Marc iba a interrumpirme, pero le tapé la boca con la mano. —que ya lo tenía todo resuelto y decidido sin mi — me señalé—opinión.

Marta frunció el ceño mirando a Marc y fingió otro cabreo.

—Oh, ¡Marc! —se quejó. —¿Por qué has hecho rabiar a Alba? — Se puso derecha, sacando pecho y se fue andando hacia él hasta que se quedó delante de él. Empezó a mover su dedo índice acusador en dirección a su cara. —Cuantas veces tengo que decirte, cariño, que es tu hija, pero que también es mi amiga. Esto no me gusta un pelo, y lo sabes.

Marc tragó saliva con dificultad mientras yo aguantaba una risa histérica. Joder, el efecto que tenía Martita sobre Marc, él, simplemente, la adoraba como si fuera una diosa.

— Nena, yo... —tartamudeó.

—¡Shhtt! — le hizo callar poniendo su índice sobre los labios de mi tutor. —¿Le has pedido perdón, nene?

Marc me dirigió una mirada de odio, con mucho, mucho teatro. Eran tal para cual.

—Yo solo tenía la plaza asegurada en todos los centros, por si quería hacer algo y se decidía fuera de tiempo. — cogió a Marta de la cintura y la acercó hasta él. - Únicamente quería cuidar de ella, cariño. —Le puso un mechón de pelo detrás de la oreja. —¿He sido, tan, tan, tan malo?

—Bueno, en ese caso...—Murmuró acercándose mimosa hacia su cuello.

—¡Oh, coño, buscaos un hotel! —Me quejé muriéndome de la risa.

—Tardaremos un poco en venir a cenar, cierra la puerta al salir. —Murmuró Marta acercándose a los labios de Marc con una sonrisa en los labios.

Me fui carcajeando hacia la puerta pensando que menudo par de babosos, todo el día enganchados. Eric y yo no habíamos sido nunca así.

—Vigila los pequeños, Bita. —me llamó Marc por mi apodo, Albita, Bita. —Tardaremos 20 minutos.

Cerré la puerta sin darme la vuelta. Me encaminé al comedor donde los educadores hacían peripecias para que los enanos comieran, me senté en la mesa donde Ikhram y Roxanne me guardaban el sitio.

— ¿Cómo ha ido? —Preguntaron las dos a la vez.

¿Cómo ha ido? Me pregunté a misma antes de contestar.

—Bien, Marc, me ha convencido para que haga el curso de acceso a la universidad, son solo nueve meses. —Me encogí de hombros.

—¿Vas a dejar Mango? —Preguntó Ikhram sabiendo lo importante que era el trabajo para mí.

—No, gracias a Marta, no. — Admití pinchando un trozo de judía verde. —Joder, falta sal, siempre falta sal.

Roxanne me pasó el salero y la aceitera. Qué bien me conocían, no hacía falta decir que el aceite parecía invisible para Carmen, la cocinera.

—Menos mal, ya pensé que nos quedábamos sin el 20% de descuento. —Se sinceró Roxy.

—Eso sí que sería un putadón. —Murmuró Roxanne metiéndose una cucharada de natilla en la boca.

—Ni que lo digas. —Gruñí sirviéndome aceite. —Ya había pensado en eso.

Era fácil, ellas venían a Mango, me decían que querían y yo lo cogía antes de irme como si fuera para mí con el descuento de los empleados.

—Siempre piensas en todo, Bita, en todo. —Murmuraron las dos a la vez haciéndome reír.

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