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AULA 36 [LIBRO 1]

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El AFA (Hugo)

Joder!

¿En serio?

Iba a arrancarle la cabeza a Fran, sí, a ese miserable que decía que era mi amigo. ¿En serio? ¿En serio? No me lo podía creer, tenía el horario de mis clases del próximo curso, el que, por cierto, empezaba pasado mañana y me había dado las asignaturas más asquerosas.

¡Hijo de puta!

—Hola, Hugo. —Me saludó Eva, la profesora de educación física.

No dejé de mirar el papel que había cogido de mi casillero de la sala de profesores, pero sonreí, Eva, Evita, la profesora de educación física. Tenía unas piernas de infarto, y me las abría cada vez que me venía en gana.

—Eva...—murmuré inclinándome hacia ella, sonriéndole de igual manera.

Ella esbozó una sonrisa pícara mirándome. Joder, esta mañana, cuando todavía estaba en mi cama, me había sonreído igual y me había hecho la mamada del siglo. Esa pelirroja de flexibilidad ilimitada tenía cara ninfa, cuerpo de modelo y labios dignos de estrella porno. No era mi pareja, ni mi amiga, ni mi chica, era mi polvo. Ella lo sabía, yo lo sabía y mi polla y yo estábamos más que contentos con este acuerdo, ella no tanto. Yo quería sexo, dormir en mi casa o en la suya, en función del día, café mañanero si no se terciaba ningún polvo o mamada entre medio y hasta que volvamos a tener ganar de follar.

Así, cualquiera puede entrar en el instituto donde trabaja de buen humor hasta que ve que su amigo le ha hecho la perla con las clases. ¡Iba a matarlo!

Respira, Hugo. Respira, Hugo. Me decía a mí mismo.

—¿Todo bien? —Preguntó Eva poniendo su mano con manicura perfecta sobre mi brazo.

Sabía el efecto que tenía sobre las chicas, pero joder, éramos compañeros de trabajo, habíamos tenido esta conversación-discusión infinidad de veces en el último curso, cuando yo ya estaba separado. Sí, separado, con 28 años y separado. ¡oh-là-là!

Ese era el jodido problema de Eva, no entendía el hasta que volvamos a tener ganas de follar. Ella quería más, yo no. ¡Joder! ¡Como para querer algo más! Tres putos años de matrimonio frustrado...

—No, esto es una puta mierda. —Mascullé apartando el brazo de Eva antes de que ningún compañero profesor me viera y empezaran chismorreos.

Ya te cagarás en los muertos de Sandra y de Eva luego. Me autoordené mientras me dirigía al despacho de Fran, mi amigo gilipollas al que, o me arreglaba esto, o le arrancaría la cabeza. Él mismo.

Llamé a la puerta con ímpetu y miré que no hubiera nadie en el pasillo.

—¡Oye! ¡Cabronazo! ¡Esto tiene que ser una puta broma!

Oí sus carcajadas desde el exterior del despacho.

—Pasa, gruñón. — Se carcajeó.

—Vamos a ver. — Entré cerrando la puerta detrás de mí. —¿Qué coño es esto? —Le lancé el horario encima de la mesa.

—Siéntate. —Pidió sin mirar la hoja.

Oh, joder, iba en serio.

No, no, no, no.

Apreté la mandíbula sentándome. No podía ser, anoche nos habíamos tomado unas birras cuando habíamos salido de la primera reunión de profesores de antes de empezar el curso, llevábamos unos días ya en el instituto haciendo los planes de estudio y estas asignaturas no estaban en mis planes.

No, ni ahora, ni nunca.

Me apreté los ojos con las manos, debería haberme puesto las gafas hoy mismo. ¡Joder! Cuando empezaban a picarme los ojos ya se me torcía el día, significaba que ya estaba cansado. ¡Y todavía no había empezado el curso! ¡Hostia puta!

—Te he hecho un favor, Hugo. —Aclaró

¿Sí? ¿De verdad?

¡Y una mierda!

—¿Pero tú te estás oyendo? — Me quejé con un jadeo. Estiré mi brazo encima de la mesa para coger el horario. —¿Escritura creativa? ¿En clases de estudiantes de secundaria en pleno desarrollo de hormonas? ¿Quieres que me suicide?

Siguió carcajeándose y yo noté como se me aceleraba la respiración. La imagen de Homer Simpson estrangulando a Bart era tentadora, muy tentadora. No me imaginaba en una clase de tercero o cuarto de la ESO impartiendo escritura creativa, no era la materia en cuestión lo que me desagradaba, eran los alumnos. Me iba a pasar el día leyendo: mi mejor amiga me ha quitado el novio, no me hablo con tal, no me hablo con cuál.

¡Joder!

—Léelo bien y luego dame las gracias. —Murmuró mirando la pantalla del ordenador.

Leí el título de la asignatura de nuevo en esa tabla de Excel, mi nombre abajo, y luego abajo, algo que supuse que sería el número del aula.

Joder, las gafas...

—Escritura Creativa —Leí en voz alta la tabla de Excel. —H.Herranz. O sea, yo. 414, —el número del aula. ¡Un momento! —Si es una broma, voy a zurrarte, en serio, no tenemos aula 414.

—¡Pues ponte las putas gafas! — Se quejó. — No es el número del aula, son las siglas AFA, capullo. Tú querías pasar menos horas con los de secundaria, y te estoy dando— me quitó el papel de las manos—nueve horas a la semana con adultos para hacerte un favor. Además, que vas a cobrar el plus de tutoría, ser tutor de los adultos es un regalo y lo sabes

Aula de Formación de Adultos, Aula de Formación de Adultos, Aula de Formación de Adultos.

—¡Oh! ¡Sí! — Salté de la silla y levanté los brazos al aire. —Alguien ha escuchado mis putas plegarias. —Canturreé.

—Pues ese alguien está esperando tus disculpas, imbécil. —Siguió quejándose.

—Sigue esperando, Fran. —Aseguré. — Pero sí te prometo una caja de Voll-Damm muy fría...

Empezó a reírse hasta que se quedó mirando mi cuello y frunció el entrecejo.

—Hugo, por Dios, deja de follarte a Eva o córtale las uñas. — Jadeó exasperado.

Eva, me cago en la puta, me había dejado marcas rojas en el cuello, como siempre.

Ella decía que era sin querer, pero no era más que un puto marcaje territorial y sin motivos. Esa carita de ninfa se transformaba en un zorrón en cuanto entrábamos en acción. Iba a tener que hablar muy seriamente con ella. Una cosa era en verano, ese mes y medio de vacaciones no me veía ningún alumno ni ningún compañero, pero de septiembre a junio, se cerraba la temporada marcas. Joder, me gustaba que mis alumnos me respetaran y con marcas de folleteo en el cuello iba a ser complicado.

—¿Y qué quieres que haga yo si se me abre de piernas con mirarla? —Pregunté ofuscado.

Fran, unos 3 años mayor que yo, iba de mojigato por la vida. Casado, con su superfamilia feliz, nunca iba a entenderme. Eso también lo había querido yo un día, una familia feliz, estabilidad...

—Hugo, deja de follarte a tus compañeras de trabajo. — aconsejó. —¡Estás desatado desde tu separación! —Me recriminó. — Eres filólogo con mención en literatura. —Me recordó como si yo no me acordara. —Se supone que eres un tío romántico, que busca un cuento de hadas y todo ese final feliz.

Sí, lo había buscado, claro que lo había buscado. A los dieciocho años me fui a la Universidad de Madrid, como si no hubiera suficientes universidades en Barcelona, pero sí, me fui a Madrid por irme lejos de casa. No me llevaba mal entonces con mis padres, pero mi padre siempre me estaba echando en cara que mi hermano mayor había decidido estudiar medicina, como él. Yo era distinto, me gustaba leer, me gustaba escribir. Así que me fui a Madrid, la cosa se torció cuando todos mis amigos de toda la vida decidieron escoger Madrid, joder, nos habíamos liado, el primer año las suspendí todas, pero conocí todos y cada uno de los rincones de la noche madrileña. Eso sí, y también conocí la coca, la conocí demasiado bien. Unas navidades volví a Barcelona porque mi madre no me dejaba en paz, y llegué colocado.

Mi padre me encerró en una clínica de desintoxicación, una estudiante de psicología estaba haciendo sus prácticas allí y joder, estaba muy, muy, muy, muy buena. Me hizo entender que no era malo reconocer tener una adicción, que no era malo querer destacar ni querer ser distinto a lo que tus padres esperaban de ti. Me hizo entender muchas cosas. Y yo le hice entender que me la quería tirar, y me la tiré. Y luego establecimos una relación. Yo me recuperé, cero adicciones, cero amigos de toda la vida y todo bajo control. Mis padres contentos, terminé la carrera, el máster y el postgrado.

Al cabo de un año, con veintitrés casi veinticuatro, me casé, y como dijo el refrán te casaste y la cagaste. Ya lo creo que la cagué, hacía un año que estaba separado y los últimos seis meses de matrimonio había sido un cornudo, y para qué engañarnos, ella también. Y todo se había ido a la mierda, mi padre no me hablaba, mi madre no hacía más que llorar y mi hermano me llamaba fracasado.

Pero había algo que ni Sandra había podido impedirme, montar mi propia editorial, la monté en cuanto me licencié y, joder, no paraba de crecer. Ese era el motivo por el que solamente podía trabajar de tarde. Las mañanas me gustaba tomármelas con calma, café, leer e investigar nuevos prodigios de la literatura, hacer reseñas. Eso sí que era apasionante, pero como oveja negra de la familia no quería que, si por alguna razón, la editorial fuera mal y tuviera que cerrar, nadie pudiera decirme que de sueños no se vive. Sí, seguía conservando mi trabajo como funcionario público por si las cosas se torcían. Mira, papá, trágate tus putas palabras porque de mi sueño están viviendo casi ochenta personas entre redactores, correctores, críticos. Mis empleados.

—Hugo, ¿Me escuchas? — Fran me llamó a la realidad

—Sí, te escucho, pesado. —Cogí el horario y me lo puse delante de la cara otra vez. Las gafas, campeón, coge las putas gafas—Todos adultos, genial. Literatura Universal, fantástico, recuérdame que sean dos cajas de Voll- Damm, ¿Vale?

—Vale. —Rio

Mi teléfono vibró en mis Levi’s y lo saqué del bolsillo. Cuarenta y dos whatsapp, reí cuando vi los WhatsApp del grupo Tirso de Molina 25. Esa era la calle de donde vivíamos cuando estudiábamos en Madrid, sí, joder, mis amigos de toda la vida, los del barrio de toda la vida. A pesar de que Sandra me obligó a eliminar cualquier tipo de relación con ellos, las redes sociales obraron maravillas cuando me separé. Volví a reunirme con todos en Barcelona, quedamos, 10 cervezas después, unas cuantas canciones de Metallica y 3 pares de gin-tonics, éramos todos amigos de nuevo. Como si los años no hubieran pasado, esa noche a Sandra tuvieron que silbarle las orejas como a una perra.

DUCK 09:42 Mñna estaremos en Bcn.

V 09:45 ¿En serio? ¿Fieston? ¡Sí!

Hijos de puta, el día antes de empezar el curso, no.

¡Mamones!

Un momento, Duck, estaremos, primera persona del plural. Una sonrisa pícara surcó mi cara.

¿Churri? Oh, Duck, pobrecito.

HUGO 09:50 ¿Estaremos? ¿Traes chochito nuevo?

No me van los motes en lo que a teléfonos se refiere, soy profesor, empresario a la par que hijo de puta, pero hay que aparentar seriedad, coño. No me imaginé uno de mis empleados diciéndome: Coco (que era mi mote) no me encuentro bien, no iré a trabajar. No, solo mis amigos y mi hermana Raquel me llamaban Coco.

Veo escribiendo en la parte de arriba del WhatsApp y aprovecho para mirar el resto de chats. Editorial, trabajo y más trabajo, me anoto un par de cosas importantes en la cabeza para hacer luego y paso al siguiente chat. PROF SECUNDARIA. Conversaciones absurdas sobre buen inicio de curso, idiotas hipócritas, le prenderían fuego al edificio tanto como yo, pero claro, hay que quedar bien delante de Fran. Capullos, Fran aprecia más la sinceridad, por eso estaba delante de él centrado en mi teléfono y él en su ordenador, teníamos una relación profesional completamente transparente y eso, la verdad, era muy sano.

Paso al siguiente chat MAMÁ, que si voy a cenar, que cuándo me dejaré caer por casa. Sudo de contestar, si quería hablar conmigo haberme llamado.

Siguiente chat, Eva me pregunta si vamos a comer juntos, tengo ganas de escribirle que solo si se come mi polla de postre, sé que diría que sí y el juego perdería todo el morbo. Paso. No contesto.

SANDRA ZORRA. Tal cual. Insultos, quiero la mitad del dinero de la editorial, bla, bla, bla.

Sigue soñando, putón.

Yo también le fui infiel, cierto, jamás lo negué, ni lo haré, pero no en mi casa, no en mi propia casa. Hay cosas que son sagradas, siempre lo fueron y siempre lo serán. Le mando el emoticono del puño sacando el dedo corazón y directamente decido invitar a la conversación a mi abogado.

Esto va a ser para comer palomitas.

Estaba bloqueando el teléfono para meterlo en el bolsillo cuando llamaron a la puerta del despacho de Fran, el susodicho me echó mirada cabreada al cuello, pero al mismo tiempo una sonrisa surcó su cara.

— Pasa. —Dijo alzando la voz.

Un chico más o menos de mi edad entró en el despacho con unas cuantas carpetas en la mano. Era un palmo más alto que yo, de pelo castaño, completamente desordenado, ojos castaños y unas cicatrices encima de la ceja. Esas carpetas eran expedientes, yo allí sobraba, no quería saber nada de nada.

—Bueno, yo me largo, tengo que redactar los planes docentes. Te agradezco mucho lo del AFA.

—Hola Marc, me alegro de verte. —Fran saludó al chico y este le estrechó la mano.

—Lo mismo digo, Francesc.

Estaba a punto de abrir la puerta cuando Fran me llamó.

—Herranz, dos cajas y muy frías o te verás todo el curso en tercero de ESO.

¡Capullo!

—Sí, sin problema. —Me reí abriendo la puerta.

Salí del despacho y me apoyé en la pared, qué jodida suerte tienes Hugo. Me recordé a mi mismo. La vibración de mi teléfono me recordó la conversación con los chicos. Saqué mi teléfono y revisé el grupo TIRSO DE MOLINA 25.

DUCK 09:58 No kpullo, vengo con Ken.

Ken, el niño rubito. Yo lo bauticé como el discípulo de Duck. El niño era una máquina dibujando y al final Duck lo había convencido para que se hiciera tatuador como él. Menudo par, por su culpa tenía que ir siempre en camisa o camiseta de manga larda, ser profesor de lengua en un instituto e ir tatuado hasta las trancas no era muy ético para algunos padres, los muy imbéciles, sus hijos a veces iban más tatuados que cualquier profesor. Pero no era ético.

V 10:00 Sí jodr. Fiesta de la buena.

HUGO 10:02 ¿Cena guarra y birras?

DUCK HA AÑADIDO A +34666448855

Miré el contacto y veo la foto del perfil del que supuse que sería KEN. Seguía siendo rubio, pero rubio claro, sus ojos seguían siendo azules y su sonrisa era de esas auténticas. Joder, hacía tranquilamente 8 años que no lo veía, pero de crío ya no tenía nada de nada. No lo sabía seguro, pero seguramente sería más alto que yo y eso que yo medía 1,78m.

Hostia con el crío.

Le di a ampliar a la foto del perfil por curiosidad. Había crecido muchísimo, la foto era suya, tatuando, estaba tatuando un muslo de una mujer, menudo muslo. Se me escapó un gemido. Madre mía, una pierna torneada y preciosa, estaba delante del chico, que sostenía la pistola de tatuar en mano mientras con la otra levantaba la pierna y le pasaba la lengua por la parte de detrás del muslo. No veas el niño, no tenía un pelo de tonto. No esperaba menos, con Duck como maestro de vida.

Jodido, Duck.

Bloqueé el teléfono y me encaminé hacia la sala de profesores, pero antes pasé por la que sería mi aula este año, el aula 36. Otro regalito de Fran, este año me había otorgado el aula grande, ya había dejado de castigarme con ratoneras en las que apenas cabíamos.

Joder, Hugo, la vida empieza a sonreírte.

Caminé hacia la mesa del profesor, me descolgué mi mochila del hombro y dejé unas cuantas cosas en los cajones. Revisé que funcionara el proyector por pura rutina, no era de los profesores que usan proyector. Me gustaba más escribir en la pizarra, y que copiaran, sí, más de la vieja escuela. Me quedé mirando las sillas y mesas vacías delante de mí,

¿Quiénes serían mis alumnos este año?

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