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Boda fingida

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Summary

¡De novio traicionado y arruinado a llevar un anillo de compromiso de un multimillonario! "Quiero hacerte una proposición". Fluke, modelo de profesión, no creyó lo que le decía Ohm Thitiwat, pero la deuda que le había dejado su exnovio le obligó a pactar con el diablo. Fluke sabía que Ohm tenía un problema empresarial que solo podía resolver contrayendo matrimonio. Y aunque la cabeza le decía la verdad que solo había aceptado llevar el apellido Thitiwat, su traicionero cuerpo anhelaba las caricias de su increíblemente atractivo esposo y pronto su corazón empezó a desear más...

Genre:
Romance
Author:
OhmFlukeWriter
Status:
Complete
Chapters:
13
Rating:
4.5 2 reviews
Age Rating:
16+

Capítulo Uno





Ohm Thitiwat se apartó con cuidado del cuerpo de la mujer que se aferraba a él ardorosamente.


—Pia, no... —dijo sin alterarse.


—¡Ay, Ohmi! ¿No sabes que estoy loca por ti?


La mujer se había presentado en su piso de Roma sin que Ohm la hubiera invitado. Como se conocían de hacía tiempo, insistió en que la invitara a un cóctel, para después lanzarse directo a sus brazos.


Ohm reprimió un suspiro. En efecto, sabía que Piavanna Gabrizzi estaba loca por él. Pero, aunque fuera hija de su socio, no le gustaban ni su sensual belleza ni su juventud, ya que tendría veinte años, como mucho. En cuestión de gusto, se inclinaba por los y las castañas de piernas largas.


Eran los que contrastaban mejor con su aspecto: alto para ser italiano, pero con la piel más bien morena y los ojos y el cabello negros. Además, reconocía que su rostro le resultaba muy atractivo a las personas y que los hombres envidiaban su musculoso cuerpo.


—Pia, cara —dijo alejándose unos pasos de ella—. Me siento muy halagado, pero eres hija de Roberto.

Tendría que estar loco para enredarme contigo.


Trató de mantener un tono humorístico. Pia era una pesada. Su padre la había mimado en exceso, y no quería que le montara una escena.

Pia lo miró con los ojos como platos.


—¡No quiero tener una aventura contigo!


Alzó la boca hacia la de él tratando de acercársele.


—¡Quiero mucho más!


Ohm tuvo un mal presentimiento y lo que ella le anunció después se lo confirmó.


—Y también es lo que quiere mi padre. Me lo ha dicho, y tiene toda la razón. ¡Sería perfecto! —suspiró y lo miró con avidez—: ¡Quiero casarme contigo!



A Fluke le dolían los pies, calzados con zapatos de plataforma altísimos, mientras esperaba con los demás modelos para desfilar. Al llegar su turno, salió a la pasarela. Tras diez años en aquella industria, podía desfilar con ojos cerrados.


«¿De verdad creía que sería glamuroso y emocionante?», pensó mientras daba la vuelta al final de la pasarela, con una mano en la cadera, se detenía unos segundos y retomaba la marcha. Se lo había creído hacía años, pero ahora, a punto de cumplir veintisiete, quería dejarlo.


Pero no podía permitírselo.


Estaba cansado, tan cansado. Llevaba trabajando varios días sin parar en aquella semana de la moda, que aún no había terminado. Aún quedaba la fiesta de despedida, a la que los modelos debían acudir.


Media hora después, ya en la fiesta, se preguntó cuándo podría escaparse, pues al día siguiente tenía mucho trabajo. Se sirvió un vaso de agua mineral y miró, sin ningún interés, a los representantes de la alta costura que rodeaban al diseñador y a sus ayudantes.


Vio que los hombres lo miraban, pero no les hizo caso. La única vez que lo había hecho había cometido el mayor error de su vida.


«¿Cómo fui tan estúpido para dejar que Alex entrara en mi vida?».


No se dio cuenta porque solo deseaba estar con alguien, con quien fuera, para dejar de sentirse tan solo. De aquella pesadilla hacía cuatro años, cuando sus padres habían muerto en un accidente de tráfico. La aparición de Alex lo ayudó a sobrellevarlo. Y el ansia de tener a alguien en su vida lo cegó y le impidió darse cuenta de cómo era él. Se imaginó que lo quería de verdad, pero lo único que le importaba era salir con un modelo para lucirlo como un trofeo mientras se labraba una carrera como actor.


Además, resultó que le importaba otra cosa: el piso que él había comprado en Notting Hill con lo que había ahorrado a lo largo de los años

trabajando de modelo y lo que había heredado a la muerte de sus padres. A Alex le interesaba aquel piso.


Negó con la cabeza para dejar de pensar. Estaba allí para relacionarse, no para recordar la perfidia de Malcolm. Dio un trago de agua y volvió a mezclarse con los invitados.


Ohm agarró una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasó a su lado y le dio un sorbo mientras miraba con indiferencia la fiesta que bullía a su alrededor. Lo habían invitado al desfile de Londres por ser inversor en aquella marca, pero sus pensamientos estaban en Roma y en el problema al que se enfrentaba allí:

A Pia o, mejor dicho, a su padre, porque Roberto veía las cosas igual que su hija.


«Serán la pareja ideal», le había dicho. «Y no vas a encontrar a una novia más hermosa. Me encantaría confiártela y ponerla a salvo de los cazafortunas. ¿Tienes alguna objeción a casarte con mi hija?».


Ohm había permanecido impasible.


«¿Aparte de ser una princesa mimada quince años más joven que yo?», se dijo.


«¡Cualquier hombre se sentiría privilegiado por casarse con Piavanna!», había proseguido Roberto. «Casarte con ella aseguraría la continuidad de nuestros negocios».

Así que aquello era lo que había tras esa idea absurda. Pues su respuesta sería firme e implacable y habría llegado el momento de dejar de ser socios.


Pero no podía ser inmediatamente, ya que había proyectos en marcha que debían completarse o de los que Ohm debería salir sin perder dinero. No quería que Roberto se enfrentase a él por negarse a casarse con su hija, sino que debía convencerlo de que eso era imposible.


Esfumarse había sido un primer paso, para lo que le había venido muy bien el desfile en Londres. Dio otro sorbo de champán y al bajar la copa vio a un chico que lo hizo detenerse en seco.


¡Era fantástico! Con el castaño cabello recogido en una trenza y el cuerpo cubierto por un ceñido traje de terciopelo carmesí que también le cubría las largas piernas. No podía apartar la vista de él.


Tenía algo que...


«Bellissimo... Assolutamente bellissimo».


La descripción era totalmente adecuado: rasgos perfectos, pómulos altos, ojos grandes y una boca rosa hecha para ser besada.


Notó que se le disparaban las hormonas y avanzó hacia él.


El chico volvió la cabeza y lo vio.


Y se quedó inmóvil.


Un hombre caminaba hacia él. La gente se apartaba para dejarlo pasar y Fluke supo por qué. El pulso se le aceleró y lo miró fijamente.


Era alto, más que él, llevaba un esmoquin que se le ajustaba perfectamente a los hombros, tenía el cabello y los ojos oscuros y un aspecto latino que...


«Me deja sin respiración».


E irradiaba riqueza y poder.


«Es un hombre rico, uno de lo que respaldan todo esto, con cuyo dinero nos pagan y que recoge los beneficios que obtenemos para él».


Pero no tuvo tiempo de seguir pensando.


Él hombre se había detenido frente a él.


Y, de repente, el resto de los invitados desapareció y solo quedó él.


Ohm no había dejado de mirarlo. De cerca, aún era más espectacular. Vio sus ojos verdes, brillantes como esmeraldas, y observó que los abría cada vez más a medida que se le acercaba.


Alzó la copa de champán hacia él.


—No hace falta que me lo diga: es usted modelo.


Fluke tardó unos segundos en responder.


—No hace falta que me lo diga: es usted millonario.


Lo imitó él levantando la copa. Ohm rio. Notó que se relajaba, a pesar de que se le habían activado las hormonas. Pero nuevos pensamientos se apoderaron de su mente liberándolo del problema de Roberto y su hija. Aquel fantástico chico podía conseguir muy fácilmente que dejara de pensar en eso.


—Dígame, ¿cómo cree que se acogerá esta colección?


El chico hizo una ligera mueca.


—Se rumorea que a dos de los directores de revistas de moda les gusta; algo menos al neoyorquino, pero el chino no deja de sonreír, lo que encanta a todo el mundo, ya que el mercado chino es inmenso, como usted bien sabe.


—Bueno es saber que sonríe.


Era agradable hablar con él, aunque la conversación se vio interrumpida por uno de sus compatriotas, lo que lo molestó.


—Lo siento, signor Thitiwat. No lo veía...


El hombre lo invitó a unirse al círculo exclusivo de acompañantes del famoso diseñador. Ohm, impaciente, quiso librarse de él y seguir hablando con el chico, pero él se alejó al ver que lo reclamaban personas más importantes.


Resignado, se encogió de hombros y acompañó al hombre. Ya lo buscaría después. No iba a escapársele.


Sin embargo, veinte minutos más tarde, miró a su alrededor. ¿Dónde estaba el fabuloso chico castaño? Frunció el ceño. No se le veía por ningún sitio.


Fluke se hallaba en una parada de autobús, contento de haberse marchado de la fiesta.


Solo lamentaba una cosa.


«Ese hombre, el millonario que ha venido a charlar conmigo...».


Normalmente, cuando algún hombre intentaba ligar con él en esa clase de fiestas, no le seguía la corriente. Pero esa vez había sido distinto.


«¿Por qué?».


Observó el tráfico incesante mientras hallaba la respuesta.


«¡Porque es el hombre más fantástico que he visto en mi vida!».


No parecía un socorrista de playa como Alex. No, el millonario de esa noche poseía un atractivo totalmente distinto.


Volvió a sentir la conmoción que había experimentado cuando sus ojos se encontraron durante la breve conversación mantenida.


Demasiado breve.


Suspiró. Daba igual que se hubiera quedado boquiabierto al verlo, ya que él se había marchado. Además, no tenía sentido desear nada más de él, ahora que su vida era un desastre.

Con el dolor de pies que tenía, estaba deseando ponerse ropa cómoda, deshacer su peinado y quitarse el maquillaje. Miró a lo lejos para ver si se acercaba un autobús.


No había ninguno a la vista.


Lo que se acercó a la parada fue un coche de aspecto caro conducido por un chófer.


La puerta trasera se abrió.


—¡Por fin, aquí está! —dijo él millonario italiano con voz profunda, con acento, y llena de satisfacción.


A Ohm lo había fastidiado no encontrar al increíble modelo, pero allí estaba. Lo había reconocido inmediatamente, a pesar de que llevaba una gran gabardina. Y le produjo el mismo impacto que cuando lo vio por primera vez. Y quería más de él.


Se desabrochó el cinturón y bajó del coche.


—¿Por qué ha desaparecido?


Lo examinó de arriba abajo. Seguía pareciéndole tan maravilloso como antes y su reacción visceral era igual de intensa.


El chico se encogió de hombros.


—Me he marchado pronto.


Él sonrió.


—Pues entonces venga a cenar conmigo.


Él lo miró sorprendido, pero negó con la cabeza.


—Por hoy, se ha acabado. Me voy a mi casa. Tengo los pies destrozados.


A él le pareció percibir en su voz que lo lamentaba.


Lo agarró del codo.


—Entonces, voy a llevarlo a su casa. No se ve ningún autobús y parece que tiene frío. Además, está empezando a llover.


Notó que se ponía tenso durante unos segundos, pero, cuando comenzaron a caer gotas, dejó que lo condujera al coche.


—¿Qué le digo al chófer?


Él le dio la dirección, una calle tranquila de Notting Hill. El chófer asintió.


—Espero que no vaya a desviarse mucho, pero ha sido usted quien se ha ofrecido a llevarme.


—No se preocupe.


Él le sonrió.


—¿No va a cambiar de opinión sobre la cena? —se volvió a mirarlo. —Hay excelentes restaurantes en Notting Hill.


El chico volvió a negar con la cabeza y él se sorprendió. Los chicos no solían negarse a cenar con él. Lo miró con agrado.


—Gracias, pero quiero ir a casa.


Él sospechó que no se sentía tan indiferente como pretendía. Pero se alegraba de que lo hubiera rechazado porque tal vez no tuviera sentido ir demasiado deprisa con el chico. Había actuado impulsivamente al ofrecerse a llevarlo, lo cual no era habitual en él; tan poco habitual que nunca lo hacía. Siempre elegía cuidadosamente a la persona con quién tener una aventura, siempre de duración limitada.


«Entonces, ¿por qué has actuado impulsivamente con él?».


Desechó la pregunta.


—Podríamos ir a cenar otra noche —alargaría su viaje a Londres solo para hacerlo.


Él pareció dudar, pero volvió a negar con la cabeza. Esa vez, él estuvo seguro de que lo lamentaba.


—No puedo permitirme más complicaciones en mi vida.


—¿Más? —preguntó Ohm.


Él no contestó, por lo que insistió.


—¿Sale con alguien?


Si lo hacía, no quería tener nada que ver con él. Él volvió a negar con la cabeza con firmeza.


—¡Ya no, afortunadamente!


—¿Le han partido el corazón?


—Más bien, me han dejado sin saldo en mi cuenta bancaria — contestó él con voz y expresión airadas. —Cortesía de mi exnovio. Por eso ahora tengo que trabajar sin parar y no puedo sacar tiempo para ir a cenar ni para... nada más.


—Lo siento.


Y era cierto.


—Yo también —musitó él.


—¿Qué le hizo su exnovio?


—¡Hipotecó mi piso por cuatrocientas mil libras! Y luego huyó, y ahora tengo que devolver ese dinero.


De nuevo había ira en su voz, en su rostro y en sus brillantes ojos. Ohm enarcó las cejas. Era mucho dinero, para alguien que no contara con los medios económicos de que él disponía.


Él chico desvió la mirada.


—Lo siento. No sé por qué le cuento todo eso.


Miró por la ventanilla. Habían llegado a Notting Hill.


—Mi calle es la siguiente a la izquierda.


El coche se detuvo ante una casa que formaba parte de una hilera de construcciones bien cuidadas.


Ohm lo observó y pensó que no era de extrañar que su ex lo hubiera hipotecado por tan alta suma.


Como si le hubiera adivinado el pensamiento, le dijo: —Es el fruto de años de trabajar de modelo y de mi herencia. ¡Y ese canalla se ha marchado con la mitad! Lo siento...—volvió a decir. —No tengo por qué cargarle con mis problemas.


Se desabrochó el cinturón, mientras el chófer le abría la puerta.


Miró a Ohm antes de bajarse.


—Gracias por traerme. Siento no poder ir a cenar ni hoy ni ningún otro día.


Ya en la acera, volvió a mirarlo.


—Buenas noches —dijo.


Y él volvió a estar seguro de que lo lamentaba.


Él chico cruzó la calle y subió corriendo los escalones que conducían a la puerta principal. Sacó la llave del bolso y entró.


No se volvió a mirarlo. Ni una vez.


El chófer se montó de nuevo en el coche y Ohm le dijo que fueran al hotel. Cenaría en la suite...solo.


«Che peccato». Una pena.

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