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Cuando la Azucena se enamora

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Summary

Azucena es una joven estudiante de la facultad de diseño de modas e indumentaria en Buenos Aires. Vive ajena a la vida que lleva su hermano a pesar de vivir juntos y por consiguiente a la clase de amigos que tiene. Milano es el mejor amigo italiano de Benicio. Ahora, el italiano regresa a la ciudad para reencontrarse con su amigo y sobre todo volver a ver a Azucena, la joven que con el transcurso de los meses fue ignorando sus invitaciones. La argentina no tolera sus modales y su manera de ser, porque es el prototipo de millonario arrogante y detestable con aires de macho alfa. ¿Este nuevo encuentro volverá a ser como los anteriores o la propuesta que le ofrecerá Milano a Azucena la dejará entre la espada y la pared?

Status:
Complete
Chapters:
26
Rating:
5.0 1 review
Age Rating:
18+

Prólogo

Julio del 2018

Buenos Aires, Argentina


Azucena había llegado de la facultad pasadas las siete de la tarde a su casa por culpa de un profesor que había comenzado la última clase del día desfasada de horario, tal fue la coincidencia de su llegada a la casa que compartió el arribo con alguien más que acababa de aparcar frente a su vivienda.

Antes de abrir la reja con la llave que llevaba consigo, se giró para mirar con atención el coche de color negro con vidrios oscuros que frenó allí.

Cuando abrieron la puerta del conductor se llevó la sorpresa de su vida. El estómago se apretujó de nervios y la boca se le puso espesa.

Vestía con colores sobrios y tenía encima un sobretodo negro de paño terminando con una bufanda del mismo color alrededor de su cuello. Era invierno y el frío en Buenos Aires calaba los huesos.

El hombre comenzó a caminar en su dirección hasta plantarse frente a ella. La joven clavó los ojos en los suyos cuando levantó la cabeza por la alta estatura que tenía el individuo. La argentina tragó saliva con dificultad al verlo de nuevo, jamás se lo habría esperado. No tenía ni la más remota idea que volvería a pisar suelo bonaerense.

―Buenas noches, ragazza (chica) ―emitió con una sonrisa.

El acento europeo e indiscutible que tuvo al hablarle y llamarla de aquella manera, fue como si a Azucena la habría envuelto en un seductor terciopelo.

Milano, el mejor amigo de Benicio, su hermano. El sinvergüenza que en cada oportunidad la invitaba a salir en el tiempo en que su hermano y él estudiaban juntos.

El italiano era el prototipo de hombre que odiaba Azucena por su manera de ser, tan arrogante y fanfarrón. Y era la clase de hombre que quería evitar y alejar de ella también.

―Milano... tanto tiempo... ―contestó con sequedad y abrió la reja―, ¿qué te trae por aquí? ―arqueó una ceja sin mirarlo del todo a la cara.

―Una cena con tu familia ―sonrió al decírselo―, supongo que todavía no me puedes tolerar ―casi rio ante su propio comentario.

―Supones bien ―escupió sin vueltas―. Entra ―fue lo único que le volvió a decir.

Él esperó por ella mientras que la joven cerraba la reja con llave de nuevo, sentía la mirada clavada en su nuca. El cuero cabelludo le cosquilleó de tal manera que apretó los dientes por inercia y porque tampoco podía creer que le produjera aquello. Lo peor había sido en el transcurso de la acción en caminar pocos pasos para cerrar la entrada, el aire fresco se vició con el perfume masculino de Milano y a Azucena la envolvió una vez más. Aroma a maderas, pulcritud y a algo más profundo y misterioso fue lo que percibió en el aire que la rodeaba.

―¿Acabas de volver de la universidad? ―quiso saber.

―Sí ―acotó con tirantez y abrió la puerta principal dejándolo pasar.

Apenas la muchacha cerró la entrada tanto sus padres como Benicio lo saludaron con efusividad. Revoleó los ojos y dejó la mochila sobre el sillón y colgó su abrigo en el perchero amurado a la pared detrás de la puerta.

De inmediato fue a la cocina para prepararse el mate porque sentía frío y quería calentarse con un rico mate recién hecho. El hombre apareció por la cocina junto a su hermano que se reían por alguna cosa que se habían contado entre ellos.

―¿Por qué no nos reímos todos? ―preguntó con burla para ambos.

―Llegó la estirada de mi hermana con sus frasecitas ―expresó con algo de sarcasmo.

―Lo estirado déjaselo a tu amigo ―dijo entre dientes al tiempo que succionaba del sorbete de acero inoxidable.

El italiano la escuchó con claridad y le clavó la mirada.

―¿Me convidas con un mate? ―inquirió Milano sin ninguna clase de tono de voz.

Azucena quedó perpleja ante la pregunta.

―¿Estás seguro? ―arqueó una ceja.

―Claro, viajo mucho y me gusta probar cosas de cada país, hace tiempo que bebo mate, incluso tengo un equipo de mate en donde vivo ―comentó con seriedad.

Y ahí salió de nuevo su forma de hacerles saber a los demás que tenía dinero y mucho ―pensó la joven.

―Bueno... en ese caso te daré uno ―habló―, pero con azúcar porque el que estoy bebiendo es amargo.

La muchacha se giró en sus talones y buscó dentro de la alacena el frasco que contenía la sal. Sonrió sin que ninguno de los dos la viera. Le echó bastante y escondió el recipiente detrás de un adorno sobre la mesada. Volvió hacia ellos y echó agua caliente del termo hermético. Enseguida se lo ofreció a Milano.

―Gracias ―contestó sujetándolo en una mano.

Cuando le dio el primer sorbo, el italiano casi se descompone de lo salado que estaba.

―¿Rico? ―inquirió con sorna.

―Ni te lo imaginas... ―casi ni pudo articular una palabra porque la sal le había quemado la garganta.

Benicio entrecerró los ojos pero no dijo nada, salió de allí para ir con sus padres para acomodar la mesa donde irían a preparar la cena. Dentro de la cocina, ambos se mantuvieron callados.

―¿No quieres otro? ―formuló con ironía.

―Dime algo... ¿qué te he hecho para que me hagas esto de recién? ―cuestionó tajante y mirándola directamente a los ojos.

Azucena se quedó petrificada ante su interrogación.

―Tus maneras de actuar frente a mí es lo que me hacen sentir asco por ti ―escupió con seriedad―, te pavoneas como el macho alfa de turno solo para intentar impresionarme, no lo conseguirás ―sonrió de lado mientras lo miraba.

―Que tenga dinero y que comente cosas de los viajes que hago no quiere decir que te esté restregando en la cara algo de lo que tú al parecer odias ―expresó―, las invitaciones que te hacía en el tiempo que duró mi perfeccionamiento aquí, ¿te parecieron asquerosas? Que yo recuerde, jamás te dije cosas subidas de tono ―confesó con seriedad―. Y si te invitaba era porque me gustabas ―replicó.

La argentina se mordió el labio inferior y volvió a hablarle.

―Eras un imbécil en aquel tiempo, peor lo potenciabas cuando estabas con Benicio ―admitió―, tu manera de ser dista de un hombre común y corriente.

―Tú tampoco aceptaste una de mis citas para conocerme mejor ―respondió.

―Tu mundo y el mío no se mezclan Milano ―manifestó.

Antes que el italiano intentara responder a su comentario, la madre de los hermanos entró a la cocina para verificar la comida del horno.

Cuando tuvo la oportunidad, la joven salió de allí y subió las escaleras hacia su cuarto.

En la cena la cosa estaba rara y el hombre creyó haberse dado cuenta de las relaciones afectivas que tenían sus padres y Benicio hacia Azucena. Peor se había puesto la situación cuando la madre de los hermanos acotó algo un poco fuera de lugar.

―Ahora que mi hija tiene unos días libres en la facultad y si tú te quedas por algunos días ―observó al amigo de Ben―, pueden salir juntos o que mi hija acepte una de tus tantas citas que le habías propuesto con anterioridad ―sugirió la mujer.

La muchacha abrió los ojos con desmedida mientras miraba su plato, cerró los mismos y apretó con los dientes superiores el labio inferior. No podía creer que su madre tuviera la desfachatez de decirle aquello, se puso de mil colores más no levantó la cabeza del plato.

―Creo que estás incomodando a la niña, Marina ―contestó el padre.

―Que va... desde que recuerdo que Milano la invitó a salir y ella nunca lo aceptó, no hay que hacerse la estrecha cariño, no todos los días se te ofrece la oportunidad de tener una cita semejante ―aseguró con énfasis y tanto Azucena como Milano observaron a la mujer.

―No seas desubicada ―respondió la joven con enojo en su voz―. Nos estás incomodando a él y a mí.

―Pues no he dicho nada malo o desagradable, es la verdad ―ratificó―, siempre te invitó a salir pero tú preferías estudiar ―admitió.

―No le veo lo malo en estudiar, Marina ―esta vez fue el italiano quien habló―. Cuando ella quiera aceptará una cita mía, de lo contrario no ―la miró a los ojos―, y de no aceptar la entenderé también.

Azucena lo observó con fijeza porque nunca se habría imaginado que Milano dijera aquellas palabras. Unas palabras que en verdad las había sentido honestas.

El italiano supo bien que aquella familia era rara y que posiblemente la única que no entraba en la misma bolsa era la joven porque tal parecía que no le hacía caso a su madre y a sus palabras fuera de contexto. Incluso, no parecían familiares directos porque en cuanto a pensamientos eran totalmente diferentes.

Solo esperaba que la propuesta que le ofrecería a Azucena cambiara el panorama de la muchacha y su forma de vida.

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