🔥Capítulo uno.🔥
Dios mío, iba a llegar tarde.
Buenoooo, quizá eso no importaba tanto, si yo no llegaba a tiempo la cita no podría darse, ¿cierto?
Pese a mis pensamientos, seguía estando inquieta.
Se suponía que mi turno había terminado hacía treinta minutos, sin embargo, la cafetería había sido abarrotada de muchísima gente, la que, al parecer, habían sido invitadas a probar el exquisito café de Ainoa: Dulces y delicateses.
Ninguno de mis compañeros de trabajo ni yo podíamos quejarnos, puesto que después de que nuestra jefa viera la gran cantidad de personas dentro de su café, nos había dicho muy amablemente que, de irnos, estaríamos despedidos. Entendía su posición, éramos sólo quince personas quiénes atendemos el doble de las mesas, ni podíamos dejarla sola aunque quisiéramos.
Así que, seguir aquí significaba horas extras y eso, era igual a más dinero. Aunque tuviésemos cosas que hacer —yo—, ninguno se había movido detrás de la barra, solo para tomar un trozo de tarta un café y entregarlo a los clientes.
Suspiré, mientras terminaba la figura del árbol en la espuma del café, para luego colocarlo en la bandeja de metal junto con dos trozos de tarta y un batido de fresa. La coloque sobre la palma de mi mano, y poniéndola a la altura de mi cabeza, comencé a caminar entre mesas para entregar otra orden.
Después de dejar las cosas encima de la mesa, mostré mi mejor sonrisa ensayada a la pareja frente a mí.
—Que pasen una linda tarde. —murmuré.
—Me gusta tu cabello. —repuso la chica, solté una corta risa, abrazando la bandeja— ¿Es natural?
Negué con la cabeza antes de escuchar la campanilla de la barra.
Otro café.
Me disculpé con la chica y me alejé de allí para acercarme a la barra. Me había acostumbrado a ese tipo de elogios de parte de los clientes, o en pocas veces, de niños en la calle refiriéndose a mí cabello azul.
Sí, mi cabello era azul.
Anteriormente había sido rubia durante gran parte de mi vida, pero después de cumplir dieciocho, me le teñí. Y hoy, teniendo veintiuno, seguía del mismo tono brilloso que siempre llamaba la atención.
—¿Tu no tenías una cita muy importante hoy?
Giré sobre mis pies para mirar a Josh, mi compañero de hace unos meses, levantar la mirada de mi trasero para después ver mi cara, tenía una tímida sonrisa.
—Tengo —respondo mirando el reloj de la pared. Cinco y media—, voy treinta minutos tarde. Supongo que…
—¡Janine! —gritó mi jefa a través del vidrio, la miré—. ¡Relevo! Termina ese pedido y puedes irte.
Había esperado tanto esa pequeña palabra.
Mi cuerpo se había entumecido, y después de eso, lo sentí relajarse de nuevo. Asentí y miré con una amplia sonrisa victoriosa al chico.
—Me voy.
—Suertuda —farfulló, tomando el café—. ¿Crees que…?
Alcé mi mano para que se callara.
—No vamos a salir juntos —me apresuré a decir, su sonrisa decayó—. Prefiero tener a mis citas lo suficientemente alejadas de mí para que, si algo sale mal, no poder echarles un café encima. Y, tú y yo trabajamos juntos. Imposible.
—¿Por qué crees que algo saldrá mal? —insistió, apoyándose en la barra, acercando su rostro al mío.
—Porque tú me caes bien, y eres muy dulce, no me gustan así.
Dí un paso atrás, para cruzar la puerta de servicio, me quité mi delantal de cintura metiendolo en mi locker.
Mi uniforme era bastante sencillo; una camisa negra —dos tallas más chica que la mía— con el logo del café a un lado, y una coleta de caballo, unos pantalones del mismo tono, que me quedaba espectacular, por cierto. Ah, y una gorra negra, la amaba y la detestaba por partes iguales, resaltaba mucho mi cabello.
Y el delantal, por supuesto, para no perder la linda costumbre.
Saqué mi celular, mis llaves y mi chaqueta. La última me la coloque por inercia, metiendo mi celular en uno de los bolsillos y dejando las llaves entre mis dedos. Salí por la puerta de atrás y, prácticamente, corrí hasta la parte de adelante por mi moto.
Mi linda motocicleta. La cuál le había sacado varías canas a mamá, pero que, después de un tiempo, logró acostumbrarse. Lo cierto es que tampoco iba a dejar de manejarla por lo que ella me dijera, después de todo era mía, y había trabajado por meses en dos trabajos para conseguirla.
Mi ceño se frunció, al ver una gran camioneta roja llamativa, impermitiendo mi salida. No le tomé mucha importancia, podría salir por un pequeño espacio entre un cubo de basura y ese monstruo en movimiento. Preferiría mil veces rayar una de sus puertas a hacerle algo al cubo y que lo descuenten de mi salario.
Me subí en ella, y tras calentarla un poco, ajusté los retrovisores empezando a salir en retroceso. Un poco y ya. Solo un poco…trash.
Mierda.
No era tan literal mis ganas de rayar la camioneta.
Miré a ambos lados, repentinamente nerviosa, mi pecho se había acelerado. Al no ver a nadie seguí con mi misión de salir de allí. Trash, trash, trash.
Me bajé de ella al ver el desastre que había ocasionado con la parrillera de la moto en una de las puertas. Le había hecho un enorme rayón. Tres, específicamente.
Es mi momento de huir.
La puerta se abrió, lo supe por la otra campana, y un grito resonó en todo el estacionamiento.
Un chico moreno, bastante alto y ancho de músculos, se acercó a mí energúmeno poniendo las manos en su cabello oscuro. Aún no había notado mi presencia, miró directamente lo que había hecho segundos atrás.
—Lo sien…
——¿Chica pero que coño te sucede? —se giró hacía mí, sus ojos se perdieron en mi cabello, luego pareció recordar por qué estaba gritando, porque continúo— Si no sabes conducir dile a tus padres que vengan por tí.
Oh.
Pretendía disculparme. En serio iba a hacerlo, cuando pocas veces lo hacía, pero, está vez, tenía en claro que había sido mi culpa. Sin embargo, después de eso, la sangre me ardió dentro de mí piel, permitiendome ver el camino de la ira en vez de la paz.
—¡Yo sé conducir! —grité, dando zancadas— El que parece no saberlo eres tú. ¡No puedes aparcar ahí!
Parecíamos unos críos discutiendo en un aparcamiento, sin embargo, me daba muy igual.
—Claro, —chasqueó la lengua, cómo si hubiese entendido algo— es que el tinte que tienes en la cabeza te ha fundido todo. Ya entiendo.
Uno más y le saltó encima.
—¡Yo estoy fundida desde que nací! —devolví— Ahí claramente dice para los trabajadores, ¿tú eres uno? Claro que no, es tú culpa.
—¡Mala mía, no lo ví! —agregó, aún con una vena marcada en la frente, poniendo sus manos las caderas— ¿Quién me resuelve eso?
Estaba lo suficientemente enojada para darle una respuesta sensata, pedirle disculpas, o simplemente para notar lo sumamente guapo que era. Así que no me importó nada de lo que salió a mi boca.
—No me interesa en lo absoluto —solté, manteniendo una mirada seria— Ahora, o quitas tu mierda roja o le hago algo peor.
—¡Llamaré a la policía!
¿En serio?
Solté una carcajada, que provocó que todas las personas que nos veían dentro del café a través del vidrio, me vieran con extrañeza. Porque sí, habíamos hecho un gran escándalo, y ahora todos nos estaban mirando cómo cotillas que eran mientras tomaban un sorbo de café.
—¡Oh, sí! —asentí frenéticamente—. Hazlo, y dirás esto. “Una chica bastante guapa de cabello azúl rayó la puerta de mi camioneta roja, porque me estacioné en dónde claramente dice sólo para empleados” Veamos quién gana.
Apretó sus manos en puños, a la vez que apretaba su mandíbula con fuerza. Claramente ambos estábamos fuera de nuestras casillas, pero a ninguno le importó.
—Lo de guapa cámbialo por loca —dijo, abriendo la puerta del conductor, subiendo sobre su vehículo—. Déjalo así, dudo que tengas para pagarlo.
—Más que tú, sí.
Mentira.
Tenía sí, pero no lo suficiente cómo para arreglar una puerta dañada. Eso él no lo sabía. Algunos meses podía con la renta de mi apartamento y la comida, mientras que otras era la comida y no podía con la renta. Por esa misma razón, estaba buscando un compañero de departamento. Para poder ambos con los gastos.
Ya lo había conseguido. De hecho, hoy iba a mudarse, a la vez que vería por primera vez al chico con quien hablé por teléfono. El proceso fue bastante rápido, por lo que entendí él quería irse cuanto antes de la casa de sus padres, y cómo gancho me pagó tres meses de un sólo golpe, incluso, pagó ambas partes, tanto la suya como la mía. ¿Por qué? No lo sé, quizá tenía mucho dinero. Trate de devolverlo, pero afirmó no haber hecho eso en ningún momento.
¡Mierda! Lo olvidé. De nuevo, voy aún más tarde.
El chico de la camioneta ya no estaba, se había ido hace unos segundos sin decirme nada más que darme una mirada mortífera. Volví a subirme sobre el cuero de mi moto, y teniendo en cuenta que no había nada que pudiese destrozar ahora, salí del aparcamiento incorporándome a la carrera a toda velocidad.
Rodeé algunos vehículos con bastante facilidad hasta detenerme en el primer semáforo para entrar al centro de la ciudad. Vivía en Los Ángeles, y cómo lo supuse el día que me mudé, las calles siempre estaban muy concurridas.
Al mirar a mi derecha, comprobé una vez más que el universo estaba jugando en contra hoy. A mi lado estaba, de nuevo, la camioneta y el chico moreno. Su perfil era bastante envidiable, incluso si estuviese manejando, quizás en otro momento hubiese coqueteado con él y haber conseguido una cita, pero después de lo sucedido él quedaba completamente negado de mis intentos.
Él no me había visto, y rezaba que no lo hiciera.
En cuanto el semáforo marcó verde, hice rechinar mis ruedas en el suelo, dejando atrás a dichoso tipo engreído.
Qué día.
🔥🔥🔥
Una hora después, ya estaba en casa, tomando una cerveza mientras volvía a darle una mirada rápida al salón para comprobar que todo estuviese en orden. Lo estaba, me tiré en el sofá, esperando que el timbre sonara, avisando la llegada de mi nuevo inquilino.
Mi apartamento no era tan pequeño, de hecho era enorme. Simplemente con el salón se duplicaba un tercio de cada habitación. Son tres en total, y un baño en el pasillo y otro cerca de la cocina. Frente al salón había un gran ventanal de vidrio que daba salida a una pequeña terraza en dónde podías ver todas las mañanas en los Ángeles.
Recuerdo que cuando lo compré, mamá me dijo un montón de veces que sería muy grande para mí, que no tenía idea de cómo lidiar con algo yo sola. No voy a mentir, me decepcionó que ella no confiara en mí cuando quería independizarme, sin embargo, acá estoy con un gran apartamento impecable, con una decoración pasable y rentando una de las habitaciones.
Porque sí, tenías razón, tres habitaciones son mucho para mí. Sin embargo es mi vida, y supe manejarla por un buen tiempo. Espero que en vez de criticar cualquier cosa que haga, empieces a darte cuenta que puedo con esto y más.
Sacudí la cabeza. Lo importante es que yo me sintiera bien conmigo misma.
Apenas había puesto un pie en la recepción de mi edificio, le había escrito al chico disculpándome y diciéndole que se me había pasado la hora en el trabajo. Respiré en paz cuando me dijo lo mismo, que había tenido un incidente, pero que en una hora estaba acá. Le tomé la palabra me duche rápidamente, y luego me prepare algo de comer.
El intercomunicador con cámara del pasillo, hace un pitido avisando de la llegada de alguien, me pongo de pie acabándome la cerveza de un trago para luego botarla en la basura y al mirar la pequeña pantallita suelto un bufido.
—Me tienes que estar jodiendo. ¿Por qué no eres así de insistente cuando me gusta alguien, eh?
Me acerco a la puerta abriéndola de golpe y sus ojos negros caen en mí. Bufó, cruzándose de brazos, hago lo mismo que él, apoyándome en el marco de mi puerta.
—Te voy a acusar de acoso.
—¿Otra vez tú? —espeta—¿Qué haces aquí?
—¿Yo? Pues nada, vivir en mi departamento, por ejemplo.
—Tuve que haberme equivocado de piso —admite, mirando su celular.
—Quizá.
Eso es lo único que digo mientras lo observo dar vueltas en el pasillo. Comienza a alternar la vista de la pantalla a cada puerta, en ese momento, estallo en una carcajada por lo tonto que se ve, ocasionando que este me vea.
—¿Qué haces ahí todavía?
—Nada, esperar a ver en qué apartamento vivirás y así avisarle a mi vecino que su inquilino es un idiota. Lo normal. —hago una mueca restándole importancia.
Sus hombros se tensan de rabia y yo sigo manteniendo mi vista fija en él. Cuando rompe el contacto visual vuelvo a esbozar una sonrisa victoriosa. No lo conozco de nada, solo hemos pasado, desgraciadamente, dos discusiones en un día, y ya es bastante palpable nuestro odio hacía el otro.
Quiero que se vaya de mi vida, es todo. Y así, no seguir lamentando lo bueno que está.
Dios, es que, su cuerpo parece tallado por los mismísimos dioses de cuerpos sacados del gimnasio. ¿Irá al gimnasio o será natural, es una belleza digna de admirar? Me pregunto cómo será follar con él. ¿Delicioso o normal del bueno, pero no volvería a repetirlo?
¿Cómo sería sentir esas grandes manos tocar tu piel? Debe hacerlo bien. Tiene pinta, los que tienen pinta es porque realmente lo hacen bien. Estoy parafraseando.
«Aquí vamos de nuevo.»
Trae una camisa negra que reafirma sus músculos con cada paso que da. También, cuenta con la postura intimidante y sonrisa baja bragas. Yo soy muy difícil de conseguir, o cómo dice Justin, mi amigo, exigente. Hay algunos límites que cumplir para que alguien pase la noche conmigo. Y muy a mi pesar él los cumple todos. El físico, la puta voz ronca aún cuando está enojado, y su aura.
No soy creyente de nada de esas cosas, pero de lo que sí estoy segura es de cuando las personas tienen eso que los identifica aún sin hacer nada.
Parpadeó saliendo de mis pensamientos al darme cuenta que siento una corta atracción física por un completo desconocido que ahora sabe dónde vivo y que posiblemente venga a asesinarme por la noche. Él sigue girando en el mismo pasillo. Ya no tengo ganas de reírme, solamente me he agobiado de verlo hacer lo mismo. Él está igual que yo, enojado.
—¿Qué tanto buscas? A ver, dime el número y lárgate de aquí.
Sus ojos caen en mí, duda unos segundos en decírmelo, sin embargo, lo hace.
—¿Por qué querrías ayudarme?
—Simplemente quiero que te largues —imito su tono—. No te creas tan importante.
Él pone los ojos en blanco antes de volver a ver su celular y mirarme.
—Departamento 203.
Mi sonrisa desaparece y mis brazos caen a mis lados con fuerza. Él sigue mis movimientos, confuso, ladeando la cabeza. Inevitablemente me hago a un lado, y sus ojos caen en el número de la pared.
Mi departamento es el 203.
—Joder. —farfulla— ¿Janine Marcus?
—Supongo que eres Ashton Muller.
Entonces, lo recuerdo, estuve esperando a mi nuevo inquilino por horas, sin saber que durante mucho tiempo estuve peleando con él. Ni tampoco sabía que era la misma persona con la que había discutido horas antes fuera de mi trabajo.
¿Qué más quieres de mí universo?
🔥🔥🔥
Cinco minutos después nos encontramos dentro de mí departamento, estoy detrás de la barra de la cocina mientras él mira todo el lugar. Parece…¿satisfecho?
—Es mejor que en fotos. —admite, mirándome.
Me aclaro la garganta cuando sus ojos me escanean por completo.
—Es porque en persona todo es mejor. —es mi respuesta—. Hay reglas que tienes que cumplir.
Alza una ceja, sentándose en el sofá, sin dejar de mirarme.
—Eso no lo dijiste al teléfono.
—Uhmm —ladeo la cabeza—, es que eres tú, el capullo del estacionamiento, entonces las cosas cambian.
Se apoya sobre sus brazos en sus rodillas.
—¿Y qué pasa sí yo fuera yo? —incita.
Ni lo pienso dos veces.
—No voy a tener sexo contigo.
Las palabras salen solas, me siento estúpida cuando sus ojos se abren en sorpresa, pasando la lengua por sus dientes. Es un capullo, es un capullo, recuérdalo.
—No me refería a eso —responde—. Pero gracias por decirlo. ¿Las reglas..?
—Ah, sí —asiento, volviendo a tomar mi postura intimidante, cómo él—. Uno, no puedes traer chicas al departamento —comienzo a enumerar, él asiente repentinamente divertido.
Lo cierto es que no me interesa lo que haga con su vida. Pero, acá todo se escucha y no me interesa oír a una chica follar con él.
—Dos, si piensas traer amigos acá tienes que avisarme, yo también lo haré —continuó—. No podrás pasarte por el departamento sin una camisa, esto no es un burdel, y sí, es tu casa a partir de ahora también, pero hazlo cuando yo no esté cerca.
«Cocinas, limpias todo. Ensucias, limpias, seamos adultos responsables. Y, cada viernes podemos comprar comida, no es necesario cocinar. Por último, aún no me han traído tus llaves. Supongo que tendrás que esperar unos días. ¡Bienvenido al infierno, cariño! Aquí nada es amor y paz. Al menos, no conmigo.
Soltó una risa corta y gruesa después de mi corto discurso. Lo cierto es que todas esas reglas acabo de inventarlas, pero creo que son necesarias para mi salud mental.
—Supongo que sí yo no traigo chicas al departamento, tú tampoco podrás hacerlo.
—Amm, yo…sí, supongo.
Tenía razón. Las cosas tenían que ser equitativas, si él no podría yo tampoco. Por mucho que eso rompiera las cosas que hago todos los días.
—Vale —agregó, satisfecho— Iré a por mis cosas en mi mierda roja.
Lo último lo dijo sarcásticamente antes de ponerse de pie y salir por la puerta principal. Cuando escuché el sonido del elevador, solté una gran cantidad de aire que no sabía que estaba conteniendo.
Busqué mi celular para marcarle a Justin, al tercer pitido contestó.
—¿Llegó? —fue lo primero que dijo.
—Mierda es guapísimo, J —me pase las manos por la cara—. Pero lo odio, es el mismo chico con el que discutí hace poco..
Lo escuché soltar una risa.
—¿Lo odias pero es guapísimo? Interesante, Jan, interesante.
—Oh, cállate, lo odio más de lo que me parece atractivo, podré superarlo, nos odiamos mutuamente. Es un odio que podré…
—Dijiste odio tres veces, me parece que estás intentando creértelo, que contarmelo.
—¡Lo odio, no me gusta, no puede gustarme alguien que apenas conozco! —grité, justo al mismo tiempo que escuché una caja caer en el piso.
—Como digas, reina, acabas de contener la respiración.
Seguido de eso cortó la llamada. Giré sobre mis pies para ver al chico, estaba en el marco del salón, mirándome fijamente, siguiendo cada uno de mis movimientos. Mi corazón latía desbocado dentro de mi caja torácica.
No me gusta. Es atractivo, pero es algo que puedo superar en unas semanas. Estoy segura de que tenemos las cosas claras, no nos interesa nada del otro, y es mejor así.
Tampoco quiero pasar mi tiempo matándome para saber si las cosas serían diferentes si nada hubiese pasado en el aparcamiento. Pero lo cierto es que las cosas habían acabado así y era algo con lo que tenía que lidiar el resto de mis días.
—¿Está todo bien? —pronunció, tranquilo.
¿Y a él que le interesaba cómo me encontraba o no? No es su problema, y prefiero, realmente, mantener una jodida distancia. No me interesa saber nada de él, realmente.
—No es algo que te interese.
—Tienes razón, no me interesa —devuelve— Oh, creo que estamos a mano…
—¿Qué?
—Le he roto un retrovisor a tu moto.
La mandíbula casi me llega al suelo.
Oh, lo odio, en serio. Voy a matarlo.