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Domingos de Tristán

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Summary

"Ubicada en el barrio Cordón, la calle Tristán Narvaja se extiende desde la avenida 18 de Julio hasta la calle La Paz. Aloja numerosas librerías y tiendas de antigüedades; y los domingos, desde bien temprano en la mañana hasta media tarde, se llena de vendedores callejeros y público".

Genre:
Romance / Poetry
Author:
Felipe_Velazquez
Status:
Complete
Chapters:
1
Rating:
n/a
Age Rating:
16+

Domingos de Tristán

Los dedos entrelazados y movedizos por las caricias anunciaban la estación de destino en el viaje de ensueño de la pareja. El reloj marcaba las 9 y algo -qué les importa a ellos- y los rayos de sol invadían el cuarto por las rendijas de las persianas, como colándose entre las grietas de la noche. El dormitorio, austero en su diseño pero cargado de sentimientos, charlas y vivencias, aún estaba inundado por el olor del vino de la noche anterior. Las copas con los restos de la bebida sacramental y un cigarro consumido por la mitad evidenciaban la irrupción del amor, el choque de los cuerpos, en medio de la conversación de la madrugada. El estallido de besos y caricias fue tan agotador, que los combatientes solo acordaron la tregua cuando el cansancio pudo más que sus restos de pasión. Ahora, cuando el domingo se presentaba con todo su resplandor, Julián se percataba poco a poco de dónde se encontraba. Como un soldado que recupera el conocimiento, comenzó a examinar el campo de batalla: la ropa perdida en la contienda estaba desperdigada por toda la habitación, la botella de vino -hecha añicos al caerse de la mesa de luz- ilustraba la ferocidad de la conflagración. A su lado, su fiel combatiente descansaba con una remera suya, exhibiéndola cual trofeo de guerra. Por varios minutos se vio absorto en la hipnótica respiración de su compañera, quien de vez en cuando soltaba algún soplido abrupto, como si su mente se estuviese debatiendo entre permanecer en el sueño o dar el salto definitivo a la vigilia. Finalmente, sus párpados se levantaron y aparecieron esos ojos color café que tanto gustaban a Julián; tanto como el café.

—¿Te diste cuenta de que cada día es como una pequeña vida dentro de la vida general? Mirá, pensalo: esos primeros segundos cuando te despertás y reconocés todo vendrían a ser los primeros años de vida, cuando vas conociendo el mundo. Después, a medida que avanza el día y el crepúsculo se hace inminente, te va entrando ese cansancio, esa pesadumbre, lo que evidentemente vendrían a ser los años de la vejez. Al final del día, ya acostado, te vas sumiendo en esa inconsciencia propia de la soñolencia hasta que paf, te dormís; te morís. Lo que viene después, o sea los sueños, eso cada uno ya lo interpreta como quiere: otras vidas, plano astral, etc. etc.

La cara de Lucía era de confusión total.

—Abro los ojos y lo primero que veo y escucho en el día es una de tus clases de filosofía. ¿A vos te parece?

—Ufa, madrugó el malhumor hoy.

—Ja ja, sabes que en las primeras dos horas del día no me podés venir con cosas complejas o profundas. Déjame seguir durmiendo que no deben ser ni las 8.

—Son más de las 9, y hoy es domingo de Tristán; vamos temprano que después se llena de gente.

—Bueno está bien, déjame 3 minutos más; cronometralos si querés.

—Nunca, en mi presencia por lo menos, cumpliste con tu regla esa de contar 3 minutos antes de levantarte. Además, esos 3 minutos (que se convierten en 15) son minutos que perdemos en las librerías.

Lucía lo miró con una mueca de perplejidad con un toque de incredulidad.

—Bueno contalos, esta vez la cumplo. Aparte, vos sabes muy bien que, aunque tengas todo el tiempo del mundo, al final te vas a llevar algún libro de Cortázar, Benedetti, o alguno de esos de filosofía más viejos que la injusticia, esos que solo a vos no te aburren.

—Aunque no me lleve nada, las librerías de Tristán son una obra de arte por sí mismas, vale la pena el simple hecho de recorrerlas. Ahí adentro es como que el tiempo se frena; si haces suficiente silencio podés escuchar los murmullos fantasmales de todas las personas que las recorrieron.

—Qué lindo, tenés razón. Igual viste que yo siempre tengo algo para criticar, y en el caso de esas librerías es el hecho de que le dan mucha bola a los escritores latinoamericanos y españoles, y se olvidan un poco de que hay autores maravillosos en todo el mundo. Siempre ando buscando poesía inglesa o francesa, o algo de eso, y casi nunca encuentro nada. Y no me vengas con que hay libros en otros idiomas, porque a nadie le interesa comprar un libro de derecho alemán o de biología italiano. En realidad, no es una crítica a esas librerías específicamente, sino a las de todo el país; es como que rechazamos la literatura de otras lenguas con el argumento de la buena literatura de la nuestra. Y ya me despertaste del todo, gracias.

Ambos se quedaron mirando el techo, sopesando quien sabe qué. El ruido de los pájaros se colaba por la ventana, mezclado con el de los pocos ómnibus y autos que transitan por las calles montevideanas los domingos.

—¿Sabes cuál es el tema? —Expresó Julián de repente—. Es verdad, hay autores increíbles por todo el mundo, como los ingleses que allá son incluso más respetados como escritores que los latinoamericanos acá. Pero ahí radica la cuestión: allá los respetan como escritores; los toman como trabajadores de la literatura, son como de otro estrato social o moral. Pero lo que hicieron los nuestros es algo mucho más increíble, porque la gente no los ve como entes superiores o más refinados. Cortázar, Carpentier, Allende, y un larguísimo etcétera, se colaron entre la cotidianeidad de cualquier ciudadano de este continente, escribiendo cosas comunes que a todos nos pasan, pero de una manera que nunca antes se había visto. ¿Me seguís?

—Te sigo, profe.

—Ja. Bueno, el punto es que es muy lindo estudiar literatura, yo que se, inglesa-yanqui ponele, y analizar el pentámetro yámbico de Milton o Frost, o el romanticismo de Wordsworth, pero es estudiar la literatura en cajas, cada una etiquetada con el nombre de su respectivo género o técnica. En cambio, la literatura latinoamericana vino a romper con todo esquema, con todo método. Es hermoso leer a Cortázar; el tipo te hace un libro como Rayuela en el que podés leer los capítulos en el orden que quieras, ¿te das cuenta lo extraordinario que es eso? O García Márquez, que gracias a él hoy en día se reconoce lo que es el realismo mágico; realismo mágico, hasta el nombre es hermosamente contradictorio, una maravilla.

—¿Y Shakespeare? ¿Te atrevés a criticarlo?

—Capaz que Shakespeare zafa; por algo Borges dijo que es el menos inglés de los poetas de Inglaterra. Igual, no los estoy criticando, no te hagas la que no entendés, ya sé que me estas boludeando.

—Bueno perdón, seguí que está interesante lo que decís.

—Dudo de la seriedad de tu halago pero voy a seguir, porque está interesante lo que digo. No me parece nada mal lo que hicieron todos esos autores ingleses; al revés, me parecen excelentísimos. Pero a lo que voy es que siento que sus obras son para leer tomando justamente algún té británico de esos bien caros, comiendo yo que sé lo que comen allá a la hora del té. Pero nosotros, los latinoamericanos, no queremos leer así; nosotros leemos en el bondi, en la playa tomando mate, en casa antes de dormir, en cualquier lugar básicamente. En otras palabras, volvemos a lo de las cajas: tanto las obras como la actividad de leer de los ingleses es todo planeado, esquematizado. Acá escribimos como leemos: en cualquier lugar y momento, y escribimos sobre las cosas más cotidianas. Y ya sé que estoy estereotipando, pero es imposible no hacerlo al fin y al cabo.

—Ok, entendiendo lo que decís, y puede ser que tengas razón. —Lucía sopesó un momento sus palabras antes de proseguir—. No quiero hablar de otros países de Europa porque conozco poco y nada, pero es cierto que las obras inglesas parecen aforismos sobre el amor y la vida. Pero lees a Benedetti, Mistral, Asturias, etc. y te cuentan cosas tan cotidianas de una manera tan diferente a todo que te hacen pensar: “¿Cómo me puede atrapar tanto leer sobre algo tan mundano, que todos hacemos/sentimos/pensamos alguna vez?”. A eso se le suma el hecho de que no siempre siguen una línea temporal ni un esquema de principio-desarrollo-fin; lo envuelven todo en una neblina literaria mágica que no te deja ver el final del camino, pero querés seguir caminando porque cada cosa nueva con la que te encontrás te sorprende más que la anterior.

—Eso mismo, no lo podrías haber dicho mejor. —La miró con una sonrisa y luego volvió a centrar la mirada en el techo—. Por poner un ejemplo nomás, Shakespeare dijo “Love is heavy and light, bright and dark, hot and cold, sick and healthy, asleep and awake; its everything except what it is”, y me parece una frase hermosa, pero perfectamente la podría haber escrito un Cortázar o un Benedetti. En cambio, yo siento que Shakespeare nunca hubiese escrito “y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son”. Y no es que no lo haya escrito por no haber tenido la capacidad, eh, eso le sobraba; me refiero a que nunca se le hubiese pasado por la cabeza a un tipo como Shakespeare escribir sobre algo tan mundano y específico, y relacionarlo con el amor en general. Y fíjate que dijimos que Shakespeare era el más diferente de los ingleses; o sea, los otros eran más cuadrados todavía, con una increíble capacidad, pero cuadrados.

—Si, la verdad que no veo a Shakespeare escribiendo sobre una pareja entalcándose y que quede tan lindo como lo hizo Cortázar. Igual, me sorprende que te sepas de memoria citas de Shakespeare, siendo vos un tipo que no disfruta tanto la literatura inglesa.

—Es la primera escena de Romeo y Julieta; cuántas veces la habré ensayado en mis años en el taller de teatro del liceo. Capaz que ahí le agarré un poco de rechazo, pero bue.

—Igual es cierto lo que decís, pero hay que tener en cuenta que entre los autores ingleses y los latinoamericanos que estamos comparando hay como 350 años de diferencia; la forma de hacer arte no es ajena al cambio.

—Si, es verdad. Habría que proponerse hacer un ensayo sobre el tema y analizar todos estos puntos. No va a ser el caso igual; con el marco teórico ya nos perdemos el día de feria.

Julián seguía con la vista hacia arriba, sin mirar nada en específico, mientras sus dedos jugaban en el pelo castaño de Lucía. Ella descansaba en su pecho, adormecida al compás del palpitar de su corazón. En ese preciso momento, en ese preciso lugar, la única necesidad vital de la pareja era el contacto de sus cuerpos.

—Volviendo al tema de discusión —Soltó Lucía tras un momento de silencio— sigo con mi punto de que en las librerías igual podría haber más libros de autores otras partes del mundo. Después de todo, hoy en día también hay escritores europeos, rusos, etc. muy importantes.

—Ah, ya ni me acordaba de dónde venía nuestro análisis literario. Si obvio, es cierto lo que decís, pero ahí no nos queda otra que evocar la famosa ley de oferta y demanda, porque queramos o no hasta las librerías también se rigen por esa máxima.

—Qué feo suena meter la oferta y la demanda y el capitalismo en una charla de literatura.

—Si, ya se. Y mejor no nos ponemos a hacer críticas políticas porque necesitaríamos 4 domingos más, y quiero llegar temprano a Tristán. Ya son las 10.

—Uh si, a veces me olvido lo rápido que se pasa el tiempo hablando contigo. —Lucía le dio un beso en la comisura de los labios, antes de levantarse de la cama—. Me baño rápido, vos anda haciendo un par de tostadas y el mate así agilizamos.

Julián se quedó unos minutos más en la cama, escuchando a su fiel compañera cantar en la ducha; no cantaba bien, pero cómo le gustaba escucharla, cómo le gustaban los domingos a la mañana. Antes de levantarse, pensó una vez más en la frase de Cortázar, y se río al encontrarse corrigiendo a su autor favorito. Es que, después de hacer todo lo que hicieron, se levantaron, se bañaron, se entalcaron, se perfumaron, se peinaron, se vistieron, pero no dejaron de ser lo que son; porque para Julián y Lucía, recorrer esas mágicas librerías juntos era otra forma de intimidad, otra forma de ser ellos mismos, juntos; otra forma -quizás la más fuerte- de su amor.

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