CapĂtulo 1: CLARISA
Estoy perdida en todos los colores que se mezclan en el cielo y forman el atardecer, desde esta habitaciĂłn de residencia es todo un espectáculo. No puedo evitar pensar cada dĂa desde que tengo esta privilegiada vista, en todo ese tiempo en el que ni siquiera podĂa ver hacia mi propio patio trasero. Aquello molestaba a mi padre, aunque siendo justa, ese era el menor de los males.
Cierro los ojos unos segundos solo para volverlos a abrir y, como cada tarde, recordarme que ya no estoy en casa y aunque me falta tanto por superar, de alguna forma me siento bastante libre en este lugar. El sonido de la puerta al abrirse y estrellarse con la pared me sobresalta e interrumpe mis cortos minutos de paz. Amber inunda la habitación. Sus gritos y parloteos comunes empiezan y pongo toda mi atención en mi muy extrañamente, mejor amiga.
Recuerdo que cuando la vi el primer año de la universidad, nunca imaginé que seriamos tan amigas como lo somos ahora. Hay un mar de diferencias entre nosotras; ella es un torbellino y yo soy más o menos música relajante para poder dormir. De algún ilógico modo, me complementa, la dejo ser ella y ella me deja ser yo. Creo que ahà está la verdadera magia de la amistad, amarnos a pesar de las diferencias, aceptarnos más allá de lo incompatible y apoyarnos hasta en la mayor de nuestras locuras.
En medio de sus quejas por el calor, y la falta de variedad en la máquina de café que está en la entrada de la residencia, mi teléfono suena, no importa si el sonido es leve o bullicioso, si vibra o simplemente la pantalla se ilumina, siempre me tenso de pies a cabeza, pues creo en primera instancia que se trata de mi padre.
A pesar de que, desde que conseguĂ la beca para mis estudios y me escapĂ© de casa sin decirle a quĂ© universidad irĂa, tampoco despedirme, y que evidentemente desde entonces no lo veo, he sido incapaz de bloquear su nĂşmero, o, mejor aĂşn, cambiar de nĂşmero telefĂłnico, la consecuencia de ello: sus constantes llamadas.
No puedo ni ver su nombre en la pantalla, todo vuelve a mĂ, todos esos años, todos sus maltratos, su odio, su aberraciĂłn por una niña que fue abandonada igual que Ă©l, pero que recibiĂł los castigos por las acciones de su madre. Las pocas veces que respondo, el infierno vuelve a quemarme, asĂ que el poco valor que conservo prefiere ignorar las llamadas.
—¿No vas a contestar? —me pregunta Amber dejando sus quejas diarias.
—Creo que…
—Es Marcus —me informa. En cuanto escucho el nombre de mi novio me pongo de pie y tomo el telĂ©fono de la pequeña mesita en donde lo tenĂa.
Mi tono dulzĂłn hace que Amber arrugue el entrecejo, ella y Marcus no se llevan muy bien, Ă©l cree que ella es demasiado para mĂ, y no es un halago para ella, más bien que no deberĂa de estar cerca de personas como Amber y ella, que no es el indicado. Se respetan, se saludan, pero podrĂan matarse con sus miradas. Lo cierto es que en el interior sĂ© que, aunque quiero mucho a Marcus no lo amo y creo que, sinceramente, nunca lo harĂ©.
Pero, antes de conocer a mi amiga y a mi novio, yo no sabĂa nada sobre tener paz, vĂnculos, tranquilidad. Son lo Ăşnico estable y verdadero en mi vida, el Ăşnico cariño honesto que he experimentado y crĂ©anme que, cuando tu madre te deja abandonada como si fueras una basura, supones que si la Ăşnica persona programada para quererte, no te quiso, entonces nadie más lo hará.
Al terminar la llamada, Amber me mira curiosa, algo trama, lo sé.
—¿Han quedado?
—No esta noche.
—¡Perfecto! —chilla—. Noche de chicas.
—¿Te refieres a comida y pelĂculas?
—No, me refiero a cosas malas.
—Paso, hacer cosas malas no es lo mĂo, y lo sabes
—Anda Clarisa, vamos. ¿Hace cuánto tiempo que no salimos a hacer cosas malas? —dice con una sonrisa picarona.
—¿Dónde se supone que iremos?
—A las carreras —habla eufórica.
—Sabes que esas carreras de coches son ilegales, ¿cierto?
—Exacto, necesitamos hacer cosas ilegales. La última vez que hicimos algo loco fue hace meses —insiste.
A veces intento ser como los demás, trato a toda costa de olvidar mi pasado. Me repito que, si hago cosas que normalmente los jóvenes hacen, entonces todo quedará atrás, será como un recuerdo vago. Pero esta noche no me apetece mucho fingir que soy normal.
—¿Por qué no hacemos algo más tranquilo como ir al cine? —sugiero.
—Clarisa, tienes diecinueve años, casi veinte, pasas encerrada en este cuarto todo el dĂa. Sabes que nunca he tratado de cambiarte, que adoro esa alma anciana y anticuada que vive en ti, creo, incluso, que ya no podrĂa vivir sin ti, pero, un dĂa terminarás la universidad y te enfrentarás al mundo. Esa inocencia que hay en ti, debe terminar y debes conocer todo lo que hay afuera.
—Que hayas elegido periodismo es sensacional, todo eso de improvisar discursos te sale de maravilla.
—Oh, vamos… Por favor, debes abrir tus alas.
—No lo sé…
—Clarisa Morgan, si aceptas ir conmigo a las carreras, juro solemnemente hacerme cargo de la limpieza de la habitación durante una semana entera —propone recta como un soldado y la mano derecha en el pecho. Es una oferta muy tentadora, tomando en cuenta que es la persona más desordenada que he conocido en mi vida.
—Que sean dos —digo finalmente cerrando el libro que estaba leyendo, Amber grita como si fuese el fin del mundo.
Me miro en el espejo y decido cambiarme de ropa, pues traigo puesto el pijamas. Trato de hacer algo con mi cabello, y darles más luz a mis ojos gatunos. Un poco de color en la ropa tambiĂ©n me ayuda, no hay un color exacto para mi piel, soy tan blanca que a veces creo que, si me mezclo con la nieve, nadie me verĂa, aunque el hecho de que mis mejillas se tornan rosadas casi todo el tiempo de forma natural, me ayuda a no tener que usar tanto maquillaje.
Amber se desespera más de lo que ya está por mi tardanza. ÂżQuĂ© tienen de interesante unas carreras de coches ilegales? No entiendo cĂłmo es que siguen existiendo, desde el primer dĂa que pisĂ© el campus me enterĂ© de las carreras, todos hablaban de ellas. Es extraño que la policĂa no se dĂ© cuenta aĂşn, o que estudiantes se crean los reyes del mundo por participar en ellas. Es absurdo.
La reciente obsesiĂłn de Amber por esas carreras es un nombre en especĂfico, un nombre que no tiene rostro, ni edad, ni datos relevantes, no tenemos idea de quiĂ©n demonios es, y mi amiga se ha dejado llevar por todos los comentarios que rondan los pasillos de la universidad de B.E.X. De todos los comentarios que hemos escuchado, hay uno que, sin duda, tiene que ser real, este tipo arrasa con las chicas y no lo dudo porque, al parecer, participar en esas carreras, es orgásmico para la mayorĂa de las mujeres, no para mĂ.
Esperamos el taxi del campus y Amber le da la direcciĂłn del lugar al que nos dirigimos, inmediatamente la sonrisa del hombre que conduce me transmite inseguridad y empiezo a respirar más rápido de lo que deberĂa. Intento tranquilizarme enviándole un mensaje de texto a Marcus, a quien le miento un poco diciĂ©ndole que he salido a comer y no a las carreras. Marcus jamás aprobarĂa que yo hiciera tal cosa. Me ha dicho cientos de veces que no me crea lo que se dice de esas carreras, que son peligrosas y que, aunque nadie habla de redadas; existen.
Vuelvo a fijar mi vista en las calles y cada vez nos alejamos más del centro y nos acercamos a áreas que no son muy seguras en la ciudad.
—Amber, Âżconoces estos rumbos? —susurro algo nerviosa, nunca habĂa estado en esta parte de Boston.
—Relájate, esto es emocionante Clari.
MĂşsica, gritos y aplausos de cientos de personas pronto acaparan toda mi atenciĂłn. El lugar está abarrotado. Ni siquiera en la Ăşnica fiesta a la que he asistido en mi vida habĂa tanta gente. Mis ojos se abren más al percatarme de todas las luces y la impactante carretera que parece, no tiene fin.
Bajamos del taxi y luego tenemos que seguir unos cuantos metros caminando, para poder llegar hasta donde está la multitud. Amber se pavonea en medio de la gente y yo la sigo viendo hacia el piso.
Miro al fin hacia arriba y me doy cuenta de que Amber saluda casi a todo el mundo, la mayorĂa me mira como si fuera un insecto extraño; es obvio, seguro que todos los que están aquĂ hoy, suelen venir con frecuencia y ya se conocen unos con otros. Mi amiga consigue cerveza para ambas, apenas y le doy un sorbo.
Llegamos a donde se acumula la mayorĂa de las personas y subimos a una fila de asientos improvisados. Vaya que esto sĂ que me impresiona, estamos en plena calle pero han montado todo el teatro, como si fuesen carreras profesionales.
—¡Inicien sus apuestas, la carrera empieza en diez minutos! —escucho decir a un chico que se me hace conocido, a través de un megáfono, lo veo pasar en las filas de personas que tenemos frente a nosotras y entre más se acerca, más conocido me parece y simplemente no consigo recordar de dónde le conozco.
La gente se empuja y grita, mientras él recolecta el dinero y escribe en una pequeña libreta quién sabe qué. Otros sacan dinero de sus carteras para apostar lo suficientemente ansiosos como para averiguar que, esto es más que una carrera tonta e insignificante, pareciera que están dejando la vida en ello o que su fanatismo por los corredores va más allá de lo normal.
El tipo que se me hace conocido llega unos minutos despuĂ©s a nuestros lugares, repasa a Amber de pies a cabeza y tambiĂ©n hace lo mismo conmigo. Amber se une a los apostadores y juro por el cielo que, si he tenido lĂquido en mi boca, seguro escupĂa al tipo de las apuestas.
—Estás loca, Amber. ¡Apuesta menos!
—Tranquila, dicen que el del carro negro es el mejor, todos apuestan por Ă©l, y es de quien todos hablan en la universidad. Mi razĂłn de estar aquĂ, mira, es aquel. —Señala hacia el frente.
El tipo está recostado justamente sobre un auto color negro, no tengo idea de quĂ© clase de auto sea ese, no estoy familiarizada a las marcas de vehĂculos, mucho menos a los que usan para este tipo de cosas.
Su conductor, para desgracia de Amber, está de espaldas hacia nosotras, asĂ que no tenemos acceso a su rostro, a lo que sĂ tenemos acceso es a su compañĂa, dos chicas, una en cada brazo, y como si no fuera suficiente estar con dos mujeres lamiĂ©ndote el rostro, son dos rubias despampanantes, igual de altas que Ă©l.
Me basta ver eso para entender que el chico del que todos hablan Ăşltimamente es un mujeriego y eso es lo que le llama tanto la atenciĂłn a mi amiga, porque estoy segura de que tiene planeado conquistarlo.
El corredor besa a una de las chicas y luego a la otra, no puedo evitar sentir asco, odio a los tipos asĂ, quĂ© pĂ©rdida de tiempo, y pobres chicas, creen que el tipo terminará enamorado de ellas, como si eso pasara en la vida real. Que me parta un rayo el dĂa que termine involucrada con alguien asĂ. Me rĂo de mĂ misma porque, aunque internamente estoy deseando que alguien detenga sus muestras de cariño pĂşblicas, al mismo tiempo no puedo parar de ver tales muestras de cariño.
Mis nervios vuelven a aparecer cuando la carrera parecer dar inicio, los corredores suben a sus autos y los ponen en marcha hasta la lĂnea blanca que indica la salida. Los motores hacen un ruido ensordecedor. Un tipo casi desnudo se pone frente a ellos y con un pedazo de tela blanca en sus manos cuenta hasta tres y deja caer el pañuelo al suelo.
Los autos arrancan enfurecidos, como si fueran el diablo mismo, un profundo hueco se instala en mi estĂłmago, van tan rápido que me imagino toda clase de posibles accidentes, muertes y demás. La gente a mi alrededor, al contrario de mĂ, están emocionadas; brincan, se empujan unos con otros, y la mayorĂa ha salido corriendo hacia la carretera, muchos han seguido a los autos como si eso fuese posible.
<< Zed, Zed, Zed, >> Corea la mayorĂa como si se tratara de un sĂşper hĂ©roe. Y asĂ entendemos que, el famoso Zed Allen es el tipo del auto negro, el que toda la universidad admira.
En cierto momento los autos salen de tu campo visual, no quiero admitirlo, es la parte más emocionante y temerosa porque no tienes idea de qué esté sucediendo, todos miran la meta final sin dejar de repetir ese nombre y yo ya estoy con los nervios de punta. Se escucha el sonido de las llantas derrapar, quiero pensar que es por las curvas, ¡Dios! ¿Cómo pueden controlar el auto a esa velocidad? El sonido que provocan los autos es cada vez más fuerte y entonces todos se callan al fin, es como si todo dependiera de quién gana.
El coche negro llega primero, con una diferencia de medio minuto. La gente corre enloquecida hacia donde se ha aparcado el triunfador. Amber iba entre ellos, pero la detuve a tiempo. Mi amiga se ha apiadado de mĂ y ha decidido no dejarme sola en ese remolino de personas que corren de un lado a otro.
Le ruego por un rato que nos marchemos, intenta convencerme de lo contrario. Se rinde porque sabe que ya me ha convencido de venir aquĂ. Nos acercamos al mismo tipo de las apuestas, tiene tremendo lĂo devolviendo el dinero a los ganadores y dando explicaciones a los perdedores. Amber ha ganado el doble de lo que apostĂł, ¡el doble! Ahora entiendo todo, si eso ganan los que apuestan, la cantidad que debe recolectar el corredor debe ser bastante grande, eso es lo que los anima a arriesgarse a perder la vida, claro.
Esta vez, esperamos más por un taxi. Finalmente, alguien se apiada y nos lleva, en el camino, en el campus y en la habitaciĂłn, Amber no para con el parloteo, me ha dicho unas trescientas veces que tiene que conocer al corredor del auto negro sĂ o sĂ.
—Tenemos que volver otro dĂa, Clari, estuvo genial, Âżsentiste la adrenalina? Ese tal Zed es el rey de las carreras.
—¡Duérmete ya, Amber!
La verdad, no quiero aceptar que he sentido la adrenalina porque conociendo a Amber, hará todo lo que esté en sus manos para que la acompañe, otra vez.
—DeberĂamos volver y pedirle un autĂłgrafo, seguro que está como para comĂ©rselo enterito.
—Si dejas de hablar te juro que volvemos —le miento sabiendo que hacer que Amber se calle es caso perdido, sin embargo, guarda silencio de inmediato. Volveremos a aquel lugar, no me dejará en paz hasta que acceda.
Por la mañana tengo las ojeras más extensas en todo el campus de la universidad. No se me da bien eso de no dormir mis ocho horas. Amber sigue dormida como una leona. No la despierto porque odia la clase de literatura contemporánea y yo siempre termino pasándole todos los apuntes. Ni siquiera sé por qué ha tomado esa clase. Camino por el pasillo que me lleva hasta mi salón de clases y me encuentro a Marcus con cara de pocos amigos.
—Última conexiĂłn en WhatsApp... dos de la madrugada, Clarisa, dijiste que irĂan a cenar no a una maldita fiesta. —Marcus no está celoso, solo odia que los planes no salgan tal y como se supone deben de salir, si dije que cenarĂa, tenĂa que cenar y tardarme el promedio que tarda una persona normal en cenar. Es especial, pero es muy bueno conmigo.
—Se nos ha ido el tiempo.
—Toma. —Me extiende un café gigante—, para que te despiertes. —Me da un beso y toma mi mano, caminamos asà hasta llegar a mi salón.
—Gracias por el café, Marcus.
—Nos vemos en la noche.
Entro a clases y saludo a algunos compañeros. Aunque la ponencia del profesor de literatura es interesante, no puedo quitarme de la cabeza la imagen del conductor del auto negro pavoneándose como todo un rey entre la multitud. Muchos dicen que no puede ser alumno de esta universidad, otros dicen que es mejor mantenerse alejado de Ă©l, unos cuantos aseguran que es estudiante de artes y que está en Ăşltimo año, la mayorĂa de las mujeres coinciden en una sola cosa: Es guapo hasta rabiar.
Por desgracia no puedo coincidir, ya que no habĂa podido verle la cara. Es ridĂculo que estĂ© pensando en eso. Salgo de clases aturdida, tanto, que no me he fijado en el sujeto con el que he chocado. Le he tirado su bebida encima. Ha sido demasiado rápido como para haberlo podido evitar.
—Lo siento —se disculpa y niego con mi cabeza, yo deberĂa de disculparme, no Ă©l. El susto me pone un tanto nerviosa, más de lo que se pondrĂa la mayorĂa.
—No te preocupes —contesto tartamudeando y nos quedamos ahà sin movernos.
—Soy Dante —se presenta, como si alguna expresión en mà lo ha hecho creer que quiero saber su nombre.
—Clarisa —respondo tĂmidamente.
—¿Estudias literatura? —pregunta y me llevo la mano al pecho, me doy unos cuantos toques con el dedo. ¡Vamos Clarisa! Responde con normalidad.
—Escritura creativa, Âży tĂş? —sonrĂo y me sorprendo, no es muy propio de mĂ hacerles preguntas a extraños.
—No, pero el pabellĂłn de psicologĂa está muy cerca de literatura. Quizás nos veamos más seguido. —Ahora sonrĂe Ă©l.
—Quizás.
Es lo Ăşltimo que digo antes de retomar mi camino o más bien salir corriendo. SonrĂo todo el camino hacia la residencia, no todos los dĂas conocĂa a chicos y no es porque se trate de un chico, más bien, estoy sonriendo porque le he tirado el cafĂ© encima y no he corrido asustada. O tal vez es que mi vida es tan rutinaria: Marcus, Amber y el miedo…, que cuando consigo hablar con alguien más fuera de ese pequeño cĂrculo me emociono demás.
Lo veo como pequeños avances en esta lucha diaria, en mi lucha personal.
♥️♥️♥️♥️♥️
Gracias por leer đź’ś