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La duodécima campanada

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Summary

Cuando no tienes nada, cuidar una vieja mansión perdida entre inmensos árboles y pastizales en la Escocia más desconocida por el turismo, no resulta tan escalofriante como algunos le hacen ver a Mysie. Menos aún, después de verla y enamorarse completamente de ella y del silencio que la rodea. Pero cuando suena la duodécima campanada del viejo reloj de cuerda que está en lo alto de la escalinata, la silenciosa casa parece no serlo más y Mysie deberá enfrentarse a lo que parece el sueño más real que ha tenido en toda su vida.

Genre:
Romance
Author:
Sonia López Souto
Status:
Ongoing
Chapters:
8
Rating:
5.0 8 reviews
Age Rating:
16+

Capítulo Uno

―Nooo. ―Mysie se incorporó en la cama, empapada en sudor. Había sido una pesadilla. Una de las tantas que solía tener y que nunca recordaba al despertar. Solo le quedaba una abrumadora sensación de desasosiego inexplicable cuando abría los ojos.

Una especie de bruma espesa y oscura envolvía sus recuerdos del pasado y le impedía ver más allá de su vida en el orfanato, pero sabía que aquellas pesadillas recurrentes tenían mucho que ver con eso. Algo debía haberle sucedido, lo suficientemente horrible, como para que su mente infantil lo hubiese bloqueado y, por más que había intentado liberarlo, no había sido capaz. Y no es que le apeteciese hacerlo pero, si con ello se acababan las pesadillas, no se rendiría.

Había llegado al orfanato con seis años y, desde entonces, siempre había sufrido esos malos sueños. No habían sido tan habituales por aquel entonces, pero el miedo con el que se despertaba había superado con creces el de ahora. Tal vez fuese porque se había acostumbrado a ellos o quizá porque su día a día era más estresante ahora y tenía menos tiempo para recordar lo que sus pesadillas le provocaban. Catorce años después de la primera, trabajaba dieciséis horas al día, seis días a la semana, para poder sobrevivir en un mundo donde las jóvenes sin pasado y sin familia eran devoradas sin piedad, o al menos, explotadas por sus jefes. Malvivía en un piso cutre, en una calle cutre, del barrio más cutre de la ciudad, gracias a lo poco que ganaba en los trabajos cutres que iba encontrando.

Y lo peor de todo era que el poco tiempo libre que tenía, lo pasaba entre pesadillas. A aquello no se le podía llamar vida, aunque no conocía otra forma de vivir. Y tampoco tenía tiempo para lamentarse por su situación porque el dinero no entraba solo en casa. Por eso, cuando llegó la hora de trabajar, se duchó, desayunó un tazón de leche fría y un par de galletas, metió su uniforme en una bolsa y salió de la casa rumbo al restaurante.

***

―Oye, Mysie, ¿hoy no era tu cumpleaños?

Llevaba seis meses trabajando en aquel restaurante de comida rápida, su empleo de mayor duración, y había podido conocer más íntimamente a algunos de sus compañeros, aunque no había llegado a confraternizar fuera del trabajo con ninguno. No porque no le apeteciese hacer amigos, sino porque su sueldo no le permitía malgastar dinero en ocio. Sin embargo, entre todos ellos estaba Lena, una joven de su edad, con una sonrisa afable y mucha energía, que siempre le hacía sentir que la vida podía ser buena a veces. La había invitado a tomar algo con ella después del trabajo en varias ocasiones, pero siempre se había negado porque, aceptar una vez, implicaba que tendría que invitar ella después y no podía permitírselo.

―Lo es ―respondió sin dejar de meter las patatas en la freidora.

―¿Y vas a hacer algo para celebrarlo?

―Lo estoy haciendo. ―Se encogió de hombros.

―¿En serio no vas a hacer nada? ―Su compañera la miró con ojos desorbitados y la boca abierta, pero Mysie no le dio importancia porque, para ella, aquel no era un día para celebrar. No era más especial que cualquier otro en su vida, salvo por el hecho de que tenía un año más―. No puedes dejarlo estar.

―Es lo que haré. Nunca lo celebro. ―Para ella, cada año cumplido suponía solo un nuevo fracaso en su vida. No veía qué podía haber de bueno en ello.

―Ya, bueno, pues hoy lo harás ―la retó―. Es sábado y nos quedan dos horas para terminar el turno. Tú y yo nos iremos por ahí después y volveremos a casa al amanecer.

―Gracias por la invitación, Lena, pero no...

―No aceptaré un no por respuesta. Y no te preocupes por el dinero ―añadió antes de que pudiese protestar de nuevo―. La cumpleañera no paga nada.

Lena conocía su situación y sabía que si se negaba a salir era por el dinero, de ahí que le dijese que la invitaba, pero no se sentía bien abusando de su generosidad, así que se prometió que tomaría solo un par de copas con ella para no despreciar su gesto y después se marcharía a casa. No había podido dormir demasiado, así que tampoco aguantaría muchas más horas en pie. Los sábados, el restaurante solía estar lleno a todas horas y el trabajo se doblaba.

―Solo un par de horas ―le concedió.

―Lo vamos a pasar en grande. Ya lo verás ―sonrió, entusiasmada con la idea.

Lena era hija de un profesor de universidad y una maestra de escuela y, aunque no tenía necesidad de trabajar, había querido hacerlo para colaborar en sus gastos universitarios. Mysie no podía evitar envidiarla. Le habría gustado tener una familia que la apoyase, pero nunca había sido adoptada y a sus dieciocho años la había lanzado al mundo, estuviese lista o no para enfrentarlo. Había sobrevivido dos años desde entonces, pero sentía que nunca llegaría más lejos de donde estaba en aquel momento. Sin posibilidades de estudiar, no podría aspirar a algo mejor que un trabajo mal pagado en un restaurante de tercera.

―Deberías buscarte un trabajo menos pesado ―le dijo a Lena, ya en el bar. El par de copas que se había bebido le estaba soltando la lengua―. No tienes por qué soportar a un imbécil como nuestro jefe. Podrías tener un sueldo incluso mejor.

―Me lo he tomado como un reto ―rio―. Si puedo soportarlo un año entero, podré con todo lo que me echen en la carrera. Ser abogado no es tan divertido como creía cuando me matriculé el primer año. Es muy difícil, ¿sabes? He querido abandonar en varias ocasiones, pero no lo hice por el apoyo que me están dando mis padres. Ni siquiera me exigen que estudie un curso por año. Dicen que vaya a mi ritmo.

―Tienes suerte con tu familia ―le dijo por encima de la música―. Yo no tengo a nadie. Nunca he tenido a nadie.

―Me tienes a mí ―respondió Lena con seguridad.

―Te lo agradezco ―negó, regalándole una sonrisa, a pesar de todo―, pero no me refería a eso. Sino a una familia que…

―Sé a qué te referías. ―Se acercó a ella―. Pero tú no me has entendido a mí.

―¿Qué?

Lena atrapó su nuca y la acercó hasta que sus frentes chocaron con suavidad. Mysie la miró a los ojos, unos bellos ojos color de la tierra húmeda, y contuvo el aliento cuando vio que sus pupilas se dilataban más.

―Me tienes, Mysie ―repitió antes de besarla.

Por un momento, no supo reaccionar y permaneció inmóvil, permitiendo que Lena saborease sus labios. Aunque tampoco le devolvió el beso y la joven supo captar el mensaje. Se separó de ella después de unos segundos.

―Está bien ―asintió y se terminó de un trago la bebida que todavía tenía en el vaso―. Debería haberlo esperado.

―Lo siento, Lena ―comenzó a disculparse.

―Tranquila, Mysie ―la cortó―. No es culpa tuya. Es que siempre veo señales donde no las hay. Ya estoy acostumbrada al rechazo.

―Eres una mujer muy guapa, Lena, y encantadora, pero yo...

―Déjalo ―intentó sonreír, pero no le salió del todo bien―. No pasa nada. Hagamos como que no ha sucedido y sigamos con la fiesta, ¿de acuerdo?

Pero Lena no se comportó del mismo modo después de aquello. Continuó bebiendo y empezó a bailar con cualquier hombre que estuviese dispuesto a acompañarla. Los provocaba con sus movimientos, prometiéndoles algo que nunca les daría, y Mysie temió por su integridad física. Si seguía haciendo aquello, acabaría encontrando problemas más serios que un par de insultos. Quizá por eso se acercó a ella y trató de llevársela del bar. Aquello ya no era divertido.

―Ven conmigo, Lena ―le suplicó―. Por favor. No quiero dejarte aquí sola.

―Estoy bien. ―Intentó liberarse de ella.

―No lo estás. ―La sujetó de nuevo y la arrastró con ella fuera del local―. Estás borracha y no controlas lo que haces. Te meterás en líos si te dejo sola.

―Me metería en líos contigo ―le dijo, mordiendo su labio al mirarla―, pero tú no quieres.

―Lena... ―No sabía qué más decir.

―No te preocupes ―suspiró―. Cuando se me pase la borrachera volveré a ser solo tu amiga. Es solo que ahora... joder. ¿Por qué siempre hago lo mismo?

Mysie la abrazó, pues no tenía palabras de consuelo que darle. Sabía que cualquier cosa que le dijese le sonaría a rechazo y ya estaba suficientemente mal como para rematarla de ese modo.

―Te acompaño a tu casa ―se ofreció―. No quiero que camines sola en tu estado.

―Pide un taxi ―dijo Lena, sacando un par de billetes de su bolso―. Yo pago.

Después de indicarle la dirección, el taxista las llevó en silencio, pero sin dejar de mirar hacia ellas por el retrovisor. Lena se había dormido apoyada en Mysie y el escote de su camiseta dejaba parte de su pecho al descubierto. Cuando Mysie lo descubrió, la cubrió con su chaqueta y el taxista dejó de prestarles atención.

―Cerdo ―murmuró en bajo para que el hombre no la oyese.

Debería haber esperado a que Lena entrase en casa y después haberse subido de nuevo en el taxi para que la llevase a la suya, pero Mysie vaciló por un momento. No estaba segura de querer viajar con un hombre que había estado espiando a su amiga. Él se lo tomó como que ya no necesitaba sus servicios y se fue.


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