CAPÍTULO 1
―Por aquí ―grito por encima del ruido para hacerme oír―. Vamos.
Las balas no dejan de silbar por encima de nuestras cabezas y se escuchan explosiones cada vez más cerca. No tenemos mucho tiempo antes de que nos den alcance, pero apenas hay donde esconderse y los refuerzos tardarán todavía en llegar. Estamos solos en esto. Miro a mis compañeros y veo miedo en los ojos de algunos. No son más que críos que querían jugar a ser soldados, sin saber realmente dónde se metían. Ahora tengo que velar por sus vidas y no sé si seré capaz de salvarlos a todos.
Nos adentramos en las ruinas de lo que una vez fue una casa. Allí vivía una familia. Tenía una historia, tal vez no la mejor, pero era la suya. No hay más que escombros y sueños rotos. La guerra les ha arrebatado todo cuanto poseían y espero que no la vida. Pero ahora mismo no puedo pensar en los inocentes que pagan por la ambición de sus gobernantes, pues tengo mis propios problemas. Como intentar llevar de regreso al campamento a mis hombres y, a ser posible, de una pieza. Y a juzgar por lo rápido que se acerca el enemigo, diría que son bastante serios.
―¿Has obtenido una respuesta al fin? ―le pregunto a Richard. No negaré que estoy deseando escuchar buenas noticias― ¿Ya sabes cuándo llegarán?
―Sigue sin haber señal, señor ―responde lo más firme que puede y yo maldigo en mi mente para no preocuparlos más de lo que ya están.
Richard es el más joven del grupo, apenas supera la veintena por un par de años. Esta es su primera misión en tierras extranjeras y se suponía que se quedaría en la base los primeros meses, pero fue asignado a mi grupo cuando mi operador de radio se lesionó un brazo horas antes de partir y no había nadie más disponible. Sé que está asustado y aún así, aguanta el tipo como el que más. Sin embargo, no puedo evitar pensar, una vez más, en que no deberían enviar niños a hacer la guerra, pero no está en mi mano elegirlos. Yo simplemente tengo que trabajar con lo que me dan.
―Sigue intentándolo ―le digo antes de asomarme por una de las ventanas medio enteras que quedan, para comprobar si ya están cerca. Lo menos que necesitamos ahora es que nos acorralen―. Mierda.
Veo varios grupos intentando rodear la zona. Todavía no nos han descubierto, pero no tardarán en hacerlo si nos quedamos aquí. Tenemos que irnos ya, aunque no hay muchos lugares a los que huir. Observo a mis compañeros uno a uno. Algunos sujetan las armas contra el pecho y parecen perdidos en sus pensamientos, otros miran por las demás ventanas que aún les permiten algo de cobertura. Richard continúa intentando contactar por radio para solicitar la extracción inmediata o al menos, apoyo aéreo hasta que lleguen los refuerzos. Noto la tensión, los nervios, el miedo. Nadie les dijo que esto sería así. Seguramente pensaron que pegarían unos cuantos tiros y que regresarían a casa siendo héroes.
Pero no hay nada de heroico en la guerra. No hay nada patriótico en matar a gente que está luchando por su tierra, por su libertad, por su pueblo. Somos los invasores. Por más que el gobierno diga que venimos a mediar para acabar con el conflicto, estamos aquí para matar a todo aquel que se oponga a sus intereses. Esa es la verdadera realidad de la guerra.
Miro una vez más por la ventana y un plan empieza a formarse en mi mente. He ido ascendiendo en el ejército no solo por mis logros, sino por mi capacidad de adaptación ante cualquier tipo de situación. Sobre todo en aquellas que tienen un alto grado de estrés. Yo trabajo mejor bajo presión y eso es lo que valoran mis superiores. Soy el tipo que todos quieren tener a su lado cuando las cosas se ponen feas.
―En pie, soldados ―los animo sin vacilar. Es importante que noten mi seguridad al impartir las órdenes para que las obedezcan sin cuestionarlas― debemos llegar a aquella colina antes de que nos descubran.
Comenzamos a movernos con sigilo, intentando ocultarnos entre los escombros. Es una apuesta arriesgada, pero no tenemos más opción porque si nos capturan, será peor. Después de todo lo que les hacemos a los prisioneros, estoy seguro de que ellos no serán más benevolentes con nosotros.
―Cuidado ―grita alguien cuando ya estamos cerca de la salvación.
Me giro para buscar el foco del peligro, pero siento cómo alguien me derriba. No lo veo venir y apenas logro evitar que mi cabeza se golpee contra el suelo. Por suerte, el casco amortigua el golpe. Cuando intento levantarme para enfrentarlo, el cañón de un rifle de asalto me apunta. Ni siquiera me da tiempo a mirarlo a la cara antes de que se prepare para dispararme.
―Muere, escoria extranjera ―me dice en su imperfecto inglés justo antes de que el sonido de un disparo retumbe en mis oídos.
Me despierto bañado en sudor y con el corazón a mil. Otra vez la misma pesadilla, que no deja de ser un recuerdo, en realidad. Paso mi mano por la cara, frustrado. Hasta cuándo. Han pasado años de aquello, pero en mi mente sigo recreándolo una y otra vez, como si pudiese cambiar algo de lo que sucedió. Como si pudiese retroceder en el tiempo y evitarlo de alguna forma.
―Eres fuerte. Tu mente es fuerte ―me digo―. Supéralo de una vez.
Miro el reloj de la mesa de noche. Las 6 de la mañana. Ya no podré volver a dormir, así que me levanto y me doy una ducha. El agua me relaja y parece que borra los recuerdos de mi mente. Hasta la próxima noche, pienso cuando cierro el grifo. Siempre es la misma rutina. Por más que pase el día en perfecto estado, con la noche llegan las pesadillas de nuevo. Puede que en alguna ocasión logre evitarlas, pero siempre regresan. Siempre.
Me visto y desayuno con tranquilidad, pues me sobra el tiempo. Cuando termino y aunque todavía es temprano, me dirijo a casa de mi mejor amigo. Sé que estará despierto también. De hecho, dudo que haya dormido algo. Hoy es un día importante para él, se casa por fin. No soy partidario de ese tipo de ataduras, pero él está deseando pasar por la vicaría. De hecho, lleva más de año y medio esperándolo.
―¿Seguro que quieres llegar hasta el final? ―le digo mientras le ayudo a sujetar el pin de su kilt―. Tío, estás a punto de perder tus bolas.
―Casarse no es perder nada, Rory ―ríe―. Más bien lo contrario: es ganar y mucho.
Río con él, pero niego con la cabeza. No voy a darle la razón, por más que en su caso sea totalmente cierto. Alec está hecho para el matrimonio, sobre desde que conoció a Kath. Tampoco creo en el destino, pero estoy convencido de que con ellos funcionó.
Aún recuerdo la primera vez que la nombró, cuando ni siquiera sabía su nombre. Se había quedado impresionado con sus ojos verdes y su deslumbrante sonrisa. Después de aquel día, sin más, dejó de hablarme de ella. Pensé que no había vuelto a verla, pero ahora sé que fue en ese momento cuando empezó a sentir algo más por ella que simple fascinación. Nos conocemos desde hace bastantes años y siempre ha sido reacio a hablarme de las mujeres que le gustan de verdad porque sabe que siempre veré conspiraciones para llevárselo al altar en todas partes. O para romperle el corazón. Alec es demasiado bueno y alguien tiene que protegerlo incluso de sí mismo.
Vivian, la madre biológica de su hija, fue una de las peores. Jugó con él cuanto quiso durante su relación y lo abandonó después, sin ningún escrúpulo. Alec sufrió durante meses por su culpa y en más de una ocasión deseé ir en su busca para decirle unas cuantas cosas a esa bruja, pero mi amigo es un santo y no me lo permitió. Aunque, tal vez sabiendo lo que luego supo de ella, no se habría opuesto. Si aquel día no se hubiesen encontrado por casualidad, Alec ni siquiera se hubiese enterado de que esperaba un hijo suyo. La idea de que sus genes se entremezclasen no era algo que me agradase, pero respeté que la obligase a continuar con el embarazo hasta el final. Ahora me alegro de que lo hiciese porque, aunque no soy muy niñero, Faith se ganó mi corazón en el mismo momento en que me miró con sus impresionantes ojos azules, tan iguales a los de su padre.
―Lo que tú digas, amigo ―palmeo su espalda con fuerza―. Te estás condenando, advertido quedas. Luego no me vengas llorando y rogando.
―Será una condena que cumpliré con gusto ―ríe de nuevo. Hoy nada enturbiará su buen ánimo, ni siquiera mis bromas de mal gusto―. Llevo mucho tiempo esperando este día.
Le propuso matrimonio a Kath cuando apenas llevaban cuatro meses juntos. Me pareció demasiado pronto, pero supongo que las experiencias cercanas a la muerte aceleran algunas cosas. Cuando Kath estuvo a punto de morir en el accidente, creí que Alec se volvería loco. Nunca lo había visto así por nadie. Durante los dos días en que estuvo inconsciente, no se separó de ella más que para visitar a su hija en Neonatos. Creo que lo único que lo salvó de sucumbir a la desesperación fue Faith. Ahí supe que mi amigo estaba realmente enamorado de Kath.
―Sigo diciendo que deberías esperar un par de años más, solo por si acaso.
Bromeo, por supuesto, pues estos dos están hechos el uno para el otro. Por más trabas que se hayan encontrado en el camino, siempre las han sabido superar juntos. Debo decir que, después de todo lo que han pasado desde que están juntos, si siguen queriéndose como al principio, nada los separará jamás. No soy un romántico, no me van esas cosas, pero no estoy ciego. Alec y Kath forman la pareja perfecta. La eterna calma de mi amigo mantiene a raya los miedos de ella. Y el optimismo de ella al desaparecer sus miedos, aleja los de Alec. Es como una relación de simbiosis. Creo que el uno sin el otro se hundiría, pero juntos son invencibles. Se necesitan para sobrevivir.
Y vaya si se necesitaron, sobre todo cuando descubrieron que Kath estaba embarazada, precisamente porque tuvo un aborto espontáneo. Antes de que pudiesen asimilar que serían padres, les fue arrebatada esa posibilidad. Aunque no era planeado, fue un duro golpe para ellos. Incluso les aconsejaron que intentasen tener otro, pero los cuidados de Faith durante su primer año de vida ocuparon gran parte su tiempo y su energía. Con el dolor de la pérdida y la ardua tarea de cuidarla, fue un año complicado. En más de una ocasión creí que acabarían separándose, pero finalmente lograron superarlo juntos. Y aquí estamos ahora, el día de su boda.
―Si no supiese que en el fondo te alegras por mí ―me dice― ya te estaría echando de mi casa. Mata ilusiones.
―Soy realista ―me encojo de hombros para provocarlo más.
―Eres imposible.
―Sabes que os considero la pareja perfecta ―le digo, ya serio―. Habéis sabido superar todos los obstáculos que os ha impuesto la vida, que no han sido pocos. Os admiro.
―Si quieres a alguien, no dejas que un par de problemas te alejen ―intenta restarle importancia a lo que dije, pero ambos sabemos que tengo razón.
―Vámonos ―le rodeo los hombros con mi brazo―, antes de que nos pongamos sentimentales. Eso no es de hombres.
―¿Quién lo dice? ―me mira divertido.
―Lo digo yo ―finjo sentirme ofendido por su pregunta―. Vale que te vayas a castrar de por vida por Kath, pero no creas que me arrastrarás contigo en tu desgracia. Yo no soy de esos.
―Espero con ansias el día en que una mujer te castre a ti ―ríe.
―No lo verán tus ojos. Les tengo demasiado cariño a mis...
Me detengo al escuchar abrirse la puerta y ver aparecer una cabeza castaña detrás de ella. Unos impresionantes ojos azules me miran con ilusión y no puedo evitar sonreír. Cuando se trata de ella, no me importa si me llaman sentimental, pues me tiene totalmente enamorado.
―Tío Rory ―grita encantada, antes de correr hacia mí.
―Mi pequeña hada ―le digo alzándola sobre mi cabeza.
Ríe y grita entusiasmada y mantiene los brazos extendidos como si volase, mientras yo la elevo en el aire. Cuando paro, la cargo en brazos y beso su pelo cuando sus bracitos sujetan firmemente mi cuello. Alec nos observa y tiene esa expresión de auténtico embeleso. No hay duda de que ama a su hija.
―Es mía ―le digo―. Hoy dedícate a tu futura esposa.
―Ven, hija ―dice acercándose―. Al menos dame un beso antes de que el tío Rory te acapare por el resto del día.
―Mamá está abajo ―le dice después de darle un sonoro beso en la mejilla.
―Y esa es la señal para irnos ―digo, haciéndole cosquillas hasta que ríe ruidosamente―. O tu mamá nos cortará las...
―Rory.
―Nos cortará las pestañas ―termino―. Tranquilo, papi.
Bajamos todavía riendo. Kath está ya en puerta, ayudando a su futura suegra con el tocado que lleva en el cabello. La mujer está empeñada en hacerlo sola y Kath parece a punto de perder los nervios. Los padres de Alec no querían perderse la boda, a pesar de su avanzada edad, y aparecieron en su casa por sorpresa hace una semana. Fue todo un espectáculo verlos rondar a Faith y a Kath a todas horas, como queriendo recuperar el tiempo perdido o algo por el estilo. Santa paciencia la de Kath con ellos.
Aún recuerdo el día que los conocí, creí que eran los abuelos de Alec. Pero por primera vez en mi vida, me quedé sin palabras y no solo por su edad, sino por lo activos que eran a pesar de ella. Se hacen querer, sin duda. Y son admirables. Aunque admito que me habría gustado que los señores MacNeil viviesen más cerca, solo para ver cómo lidiaría Kath con ellos a diario. ¿Soy malo por ello? Tal vez un poco, pero sería digno de ver.
―Ve a rescatar a tu señora esposa ―le susurro a Alec, aunque sé que no hace falta que se lo diga.
Verlos a los cuatro juntos es una bonita estampa. Estoy feliz por ellos, aunque nunca se lo diré. Me recordarían esa debilidad en cada ocasión que tuviesen y no estoy dispuesto a soportarlo, por más que sea cierto. Tengo una reputación que mantener.
Nos repartimos en los coches para irnos a los juzgados. La boda se llevará a cabo allí y será tan sencilla como son ellos. Solo unos pocos amigos durante la ceremonia y algunos compañeros de trabajo después, para el banquete. Kath ni siquiera quería llevar vestido de novia, pero su suegra no le dejó más opción. Después de un par de discusiones y algún que otro cruce de opiniones, lograron ponerse de acuerdo. No es el vestido vaporoso que quería la madre de Alec, pero tampoco es el de calle que quería Kath. Yo solo puedo decir que está preciosa y que mi amigo es afortunado.
―Rumbo al velorio ―digo en alto mientras ayudo a Kath a subir al coche. Cuando todos me miran, rio―. Esto... digo... el bodorrio. Perdón. Menudo despiste.
―Lo tuyo no es despiste, Rory. Es mala fe ―dice Kath sonriendo―. Pero ya caerás. Y yo estaré en primera fila para verlo.
Rio por su ocurrencia, no porque no pueda pasar, sino porque sencillamente no lo hará. Desde luego que no caeré. Nadie debe entrar en mi vida, pues no sería bueno. Nada bueno.