Capítulo 1
"El mundo rompe a todos, pero esos que no se rompen, dañan hasta qué es imposible encontrar curación".
Livia.
—Eres mi esposa. —Y mientras me susurraba esas palabras al oído, su cálido aliento abrasó mi sensible piel. Me penetró con lentas y poderosas embestidas. Mis uñas se clavaron en sus músculos, el agarre era fuerte y cada sensación dentro de mí ardía de necesidad. Su voz era arrogante, posesiva y exigente.
—Di que eres mía.
Al igual que la noche en que nos conocimos, su mirada hizo arder mi cuerpo y el calor rozó cada centímetro de mi piel. Su mirada sobre mí era como un roce caliente y frío sobre mi piel.
—Soy tuya —le juré en medio de todo aquel caos. Y es que desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron en su club, hace tres meses, el aire salió disparado de mis pulmones y mi vida empezó a girar en todas direcciones. Mi cuerpo se sacudió con una extraña sensación eléctrica cuando su mirada verde avellana me observó, con la arrogancia y la chulería escritas en su rostro. Pero aun así no pude resistir la atracción. He sido suya desde el momento en que cruzamos nuestros ojos en aquella discoteca.
Ahora mismo, me dolía por él, necesitaba más de él. Todo de él. Nunca había pensado que podría pertenecer a alguien tan completamente. Pero yo era suya, cada pedazo de mi corazón, mi alma y mi cuerpo.
Sus gemidos vibraron contra mi oído y a través de cada pedacito de mí. Desde la punta de los dedos de mis pies, hasta las hebras de mi cabello.
—Cassian, por favor —supliqué sin aliento. Él sabía lo que ese riego significaba. Me leía como un libro abierto.
Cassian aceleró su ritmo, su cuerpo esculpido y entintado empujando con fuerza, entrando y saliendo de mí, llenándome una y otra vez. Cada vez, tocando lugares profundos dentro de mi ser. Mis uñas arañaron sus hombros, mis gritos por él se hacían más fuertes con cada empuje. Me penetró con fuerza y sin descanso, más profundo y más duro.
Exactamente como lo necesitaba, como ambos lo necesitábamos.
Mis caderas se movieron bajo él, respondiendo a cada una de sus embestidas. Hizo que mi cuerpo ardiera, las llamas del deseo lamiendo cada centímetro de mi piel.
Justo ahora, con él encima de mío, dándonos todo lo que teníamos, no me importaba nada ni nadie. Solo él. Me había arruinado para cualquier otro. Mi corazón y mi alma eran suyos. Fui una tonta al pensar que alguna vez escaparía sin ser tocada por él, de una forma u otra. Él había tomado mi corazón y mi cuerpo, como un ladrón en la noche.
—No me canso de ti, joder —gruñó, empujando con fuerza, golpeándome como la bestia despiadada que era. Y me encantaba cada segundo. Disfruté con la sensación de la pérdida de su control en mi interior. Sus dedos se clavaron en mis caderas, sujetándome de la manera que mejor potenciara el placer de ambos. Conocía mi cuerpo mejor que yo.
Un intenso orgasmo me atravesó, un grito salió de mis labios y todo mi cuerpo se tensó. Mis uñas se clavaron en su espalda mientras mi coño se agitaba en torno a su polla. Volvió a empujar; una, dos veces, antes de seguirme hasta el precipicio. Sin salida alguna.
Un remolque me impedía ver el East River. Frunciendo el ceño, esperé que el conductor acelerara y pasara de largo para poder contemplar la vista. Esta era mi parte favorita de ir a la ciudad, pasar por el puente de Brooklyn y mirar las vistas que se extendían a través del río. Seguí observando y esperando, pero el remolque del tractor mantuvo su velocidad, en paralelo con nuestro conductor, y me lo perdí.
Nevaba ligeramente y las temperaturas eran frías, tanto que escuché en las noticias que el río se había congelado. Pero por culpa de este conductor, me lo perdí.
En el camino de vuelta, esperé en silencio. Lo vería en el camino de vuelta si no estaba demasiado oscuro.
Miré a Cassian y lo encontré mirándome. Mi marido. Todavía me parecía surrealista encontrarme casada. Y con este hombre nada menos
Las imágenes de lo que habíamos hecho antes de la ducha y prepararnos para nuestra cita jugaron en mi mente, haciendo que mis mejillas se calentaran. Estaba segura que el rubor estaba permanentemente marcado allí con las cosas que habíamos hecho desde que nos casamos. Siempre se las arreglaba para hacerme sonrojar. Como un efecto secundario permanente cada vez que me miraba, me tocaba o me hablaba.
¿Solo han pasado tres meses? Parecía más tiempo. Nunca esperé enamorarme de él, pero aquí estábamos. Me he enamorado de mi marido. Había sido un comienzo difícil, un comienzo inesperado, pero de alguna manera todo había funcionado.
—Me estás mirando fijamente —le reprendí con una suave risita.
—Te encanta que te mire.
Me mordí el labio inferior, para ocultar mi sonrisa. Él tenía razón. Normalmente, odiaba ser el centro de atención, pero cuando él me miraba, era diferente. Me sentía la mujer más bella del mundo, y todo el mundo se desvanecía mientras él me miraba fijamente con ojos del color del musgo fresco a principios de otoño, justo después de la lluvia.
Me encantaban sus ojos. Podía haber una dureza, una crueldad, en ellos, pero también una pasión increíble. Con suerte, algún día también vería brillar el amor en su mirada, porque sabía sin lugar a dudas que me estaba enamorando de mi marido, a pesar de nuestro accidentado comienzo.
Fueron sus ojos los que me capturaron desde primer instante. En el momento en que nuestras miradas se cruzaron en el club, la noche de mi graduación, él había puesto mi mundo patas arriba. En el buen sentido, a pesar que al principio no lo creía. La forma en que esos ojos de color musgo me miraban, hambrientos, hacía que mis entrañas se estremecieran de placer. Dios, esperaba que algún día nuestros hijos tuvieran sus ojos.
Mi marido era apuesto, su rostro era digno de la revista, no en un mundo de mafiosos. Excepto cuando estaba furioso, dispuesto a hacer sufrir a sus enemigos. Entonces su lado mafioso salía a la luz.
Mi familia estaba en su lista de venganza, no es que pudiera culparlo. Aunque no sabía qué habían hecho exactamente, conocía de primera mano lo crueles, despiadados y malvados que podían ser mi abuela y mi tío. Mi tío, Romano, arruinó numerosas vidas, costándole a muchos hombres sus preciosas hijas y sus esposas.
Casi arruinó mi vida hasta que encontré refugio en la más improbable de las personas... este despiadado mafioso, cubierto de tinta.
Cassian me acercó a él y todos los pensamientos sobre mi familia se evaporaron. Inclinó la cabeza y me besó en el cuello, susurrando las travesuras que haríamos en cuanto volviéramos a casa. Un escalofrío de placer me recorrió la columna y el deseo se acumuló entre mis muslos.
Mi cuerpo ardía con un infierno que solo él sabía cómo desencadenar. Sabía que estaría en mi mente durante toda la cena. Ni siquiera habíamos llegado al restaurante y ya estaba lista para volver a casa.
Estábamos de camino al restaurante qué se había convertido en nuestra cita habitual para cenar. Había energía nerviosa bombeando por mis venas. Todo entre nosotros había sucedido tan rápido, y a decir verdad, todo nuestro matrimonio comenzó como una presión contra mi familia.
Yo había sido su víctima voluntaria, viendo una salida para mí y mi mejor amiga. Sí, me obligó a pasar por el altar, pero no estaba ciega ante los beneficios de dar ese paso. Protección de mi tío y mi abuela. Y de alguna manera, terminamos aquí. Nunca hablamos del futuro ni de nuestros planes. Con suerte, él se alegraría de nuestro futuro juntos tanto como yo.
Cassian me sacó de su club nocturno y me llevó directamente al altar. Eso sonaba mucho mejor que calificarlo como secuestro. Hace tres meses, habría predicado precaución a cualquier novia que actuara así. Lo habría llamado Síndrome de Estocolmo y el comienzo de una relación muy poco saludable. Pero ahora, podría entender el enamoramiento de alguien. Además, sin querer y sin saberlo, me salvó. Si no me hubiera llevado cuando lo hizo, el destino que mi tío me tenía preparado era horrible. Y ahora, también podía ayudar a mi mejor amiga. Las cosas por fin estaban mejorando.
El conductor se detuvo en la parte trasera del restaurante, que estaba reservada solo para el dueño del restaurante y el equipo de mi esposo.
Una vez aparcado el coche, Cassian salió y me tendió la mano entintada para ayudarme a salir. La tomé con una sonrisa.
—Estás preciosa —murmuró, y sus ojos me hipnotizaron, reflejaban pasión.
—Gracias. Tú tampoco te ves tan mal. —La verdad es que se veía tan atractivo. Las mujeres siempre se quedaban embobadas tras él, y hoy estaba segura que no sería diferente. Pero no era su buen aspecto lo que me cautivaba. Era su personalidad excesivamente posesiva y protectora.
Desde que mis padres murieron, no había tenido eso. Mi mejor amiga y yo teníamos que cuidarnos mutuamente. A nadie más le importaba lo que nos pasara, y si el plan de mi tío hubiera tenido éxito, tanto ella como yo habríamos sido vendidas.
La puerta trasera del restaurante se abrió de golpe y Giulio, el hijo de Maurizio, salió furioso. Lo primero en lo que me fijé fue en su cabello revuelto. Las expresiones furiosas de Fernando y Marco fueron las siguientes. Estaban justo detrás de él.
—Nos han atacado.
Las palabras cortaron el frío aire de enero, pero no se compararon con la forma en que se me heló la sangre cuando vi a Cassian girar y empujarme contra el coche. Antes que pudiera procesar lo sucedido, Fernando y Marco me apuntaban con sus armas a la cabeza.
—Me has traicionado —me escupió Cassian, el afecto se disipó de sus ojos color musgo, y ahora todo lo que vi en ellos fue odio.
—¿Q-qué? —Mi corazón tronó, cada fibra de mi cuerpo estaba empapada de miedo. Su mirada ardiente se convirtió en una de furia gélida, a juego con el día frío y gris que nos rodeaba y las ráfagas que caían.
El frío miedo se apoderó de mí.
¿Cómo había pasado de su mirada caliente y hambrienta a esta fría rabia? Me costó procesarlo todo. El cuerpo duro e imponente de Cassian me encerró contra el coche, el metal helado del cañón de su propia arma presionado con fuerza contra mi sien.
—¡Me has traicionado! —gritó.
—N-no lo hice. Yo no... —Me tembló la voz y mis palabras se convirtieron en un tartamudeo.
—Tú eres la única que lo sabía además de mis hombres. Confié jodidamente en ti, maldita sea.
Mi visión se volvió borrosa, respirando con dificultad. Lo miré fijamente, rezando para que viera la verdad en mis ojos.
—¡No! ¡Por favor, Cassian! —susurré mientras un copo de nieve se posaba en mi pestaña. Se sentía pesada, mi cara congelada por el frío y el terror—. No te he traicionado. —Inspiré, con los pulmones doloridos por el gélido aire.
—He tenido envíos aquí durante semanas. Nunca fuimos atacados. La semana que te digo, nos atacan.
—Cassian, por favor, escucha —supliqué en voz baja—. No te he traicionado. Yo te amo.
Se rio de mi, su rostro distorsionado de disgusto por mis palabras. De mí. Ante mi declaración de amor. Era la primera vez que le decía esas palabras a mi marido.
El cañón de su arma presionó con más fuerza contra mi sien y todo mi cuerpo se estremeció. Por el miedo. Por el frío. Y la mirada de desprecio en sus ojos.
—Juguemos a un pequeño juego —gruñó, con una sonrisa amenazante en su rostro.
Lentamente retiró el arma de mi sien mientras sus hombres me apuntaban. Abrió el cilindro del revólver, mirándolo, contando el número de balas antes de hacer girar el cilindro y cerrarlo—. Ruleta rusa. ¿Vamos? —Apretó el cañón del revólver contra mi sien.
Toda la escena se desarrolló como si le estuviera ocurriendo a otra persona; como si fuera una mala película.
—¿Debo matarte ahora? —bramó, con la rabia claramente reflejada en su rostro—. Debería haber esperado algo así de alguien de tu calibre. Al fin y al cabo, la familia Romano destaca por sus puñaladas por la espalda.
Lo miré confundida y dolida.
¿Cómo podía pensar eso de mí? Hace menos de una hora, estaba dentro de mí, haciéndome el amor.
—Cassian —interrumpió Marco.
—¡Cállate de una puta vez! —le rugió. Su mirada no se apartaba de mí y esas palabras casi parecían dirigidas a mí—. ¿Alguna última palabra, esposa?
Observé esos ojos que tanto amaba, mi corazón rompiéndose en pedacitos. Sentí como si fueran fragmentos de vidrio desgarrando mi piel, salvo que el dolor me atravesaba muy dentro, dejando cicatrices invisibles a su paso. Una lágrima rodó por mi rostro y su estela se convirtió en escarcha casi inmediatamente. Al igual que sentí que mi corazón se congelaba con cada una de las duras palabras de él.
Estaba demasiado asustada para moverme, para limpiarla.
A pesar de mi corazón destrozado, y de un futuro repentinamente sombrío, sentí que la ira aumentaba en mi interior. Era mejor así, mantenía en alto mis muros que nunca debí bajar por él.
Quería mandarlo a la mierda; no merecía mi amor. No era digno de mí. Pero las palabras se me atascaron en mi garganta.
Entonces apretó el gatillo.
Clic. Mi mundo se tornó negro.