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Mi cara está por todas partes.
Pestañeo, creyendo que la resaca me está jugando una mala pasada, pero no. La horrible foto que me tomaron el día que entré a trabajar en S4L refulge en las pantallas de la cantina de la empresa a todo color. La empleada de recursos humanos me sugirió desatarme la coleta y me revolvió el pelo, además de instruirme cómo sonreír, sin que pareciera que estaba sonriendo. El resultado es una Brenna que, por suerte, mi madre no había reconocido; de melena pelirroja rebelde, mirada interrogativa, labios entreabiertos en un gesto de sorpresa y pecas visibles en la nariz, en un rostro pálido.
—¿Algo más? —El chico que hay tras la barra deja mi americano sobre una de las bandejas de plástico.
—Sí, un croissant también, por favor. —Señalo el mostrador de dulces y las dos mujeres que aguardan a que sea su turno cuchichean al reconocerme en la pantalla.
Pago mi desayuno y tomo la bandeja del mostrador, sintiendo cierta paranoia ante la forma en la que me observan. Voy a alejarme hacia mi mesa habitual, pero cambio de idea y me aproximo de nuevo a ellas.
—¿Saben para qué es todo eso de Matched? —pregunto, señalando la foto gigante con un gesto de cabeza.
Por la mirada extrañada que me devuelven parece que les he preguntado si quieren chuparme los codos.
—¿No lo sabes? —pregunta la más joven. Lleva un traje elegante, un maquillaje impoluto, sin grumos en las pestañas y sin pegotes de corrector, y el cabello peinadísimo. Me pregunto a qué hora se habrá levantado para conseguir ese resultado.
—No, por eso pregunto —replico socarrona—. Bueno, por eso y porque es mi cara. Tengo curiosidad por saber si he ganado una rifa o qué.
—Ah… no, es para el proyecto Matched.
—Sí, lo pone allí. ¿Pero qué significa?
La señora de mediana edad alza las cejas ante mi confusión.
—Tuviste que apuntarte tú misma —medita confusa—. Había que completar un formulario y firmar un consentimiento. Lo sé porque mi hija me lo explicó cuando se apuntó. Estaba muy ilusionada, la pobre —añade, evidentemente decepcionada porque he vencido a su hija.
¿De qué carajos está hablando?
Me viene un flash de la última vez que firmé algo. Hará cosa de un mes, un montoncito de folios grapados que dejó Esther en mi taquilla. Lo cierto es que no los leí. S4L, la empresa por la cual trabajo, siempre anda pidiendo que firmáramos memorándums con textos sobre la política de la empresa, el código de conducta, el protocolo de sostenibilidad, etc… Me pilló con prisa y ni siquiera me molesté en mirarlos. Si le daba vueltas perdía el autobús, en cuyo caso hubiera tenido que esperar más de una hora para el siguiente. Así que llené los formularios de equis por donde veía bien y firmé.
—El proyecto Matched, sí —murmuro. Me da vergüenza confesar que me apunté para algo sin leer las condiciones—. Lo había olvidado.
La forma en la que me miran me está poniendo nerviosa. ¿Es posible que haya accedido a irme a vivir a Saturno durante un año? Por su expresión debe tratarse de algo así de drástico.
Me despido con una sonrisa forzada.
A mis espaldas, una de ellas comenta:
—No sé si deberíamos darle la enhorabuena o lanzar oraciones al cielo para que guarde su alma.
Qué leches. Estoy empezando a estresarme. De camino a la mesa saco mi móvil para buscar información en la web de S4L, pero no llego a teclear nada porque me llama un número con una extensión larguísima.
—¿Brenna Abernathy?
—Sí, soy yo.
—Buenos días, señorita Abernathy. Soy la secretaria del señor Thompson. ¿Puede reunirse con él ahora?
—La secretaria de… ¿quién?
La mujer al otro lado de la línea titubea desconcertada ante mi pregunta.
—Tal vez me he confundido de persona —duda—. La Brenna Abernathy que busco trabaja en el departamento de limpieza de S4L Corporations.
—Sí, soy yo —repito.
Se queda callada durante unos instantes.
—De acuerdo. El señor Thompson al que me refería es el señor Christopher Thompson.
Mi silencio la hace tartamudear de nuevo.
—E-el señor Thompson es el CEO de S4L Corporations —me informa apocada.
Mierda. ¿Cómo puedo ser tan idiota? No tengo ni idea de cómo se llama el jefe, nunca le he visto ni he hablado con él, ni siquiera tengo asignada su planta.
—Claro, el señor Thompson. Por supuesto. —Pongo una mueca de dolor por mi metedura de pata. Debe ser sobre el proyecto Matched, y es posible que ahora me quiten el premio o me despidan por mostrar tan poco interés en el organigrama de la empresa.
Al menos no tendré que irme a vivir un año a Saturno. Viviré en la calle.
—Como ya debe saber —prosigue la secretaria, aunque por su tono parece dudar que yo sepa nada en absoluto—, ha sido seleccionada por Matched y el señor Thompson se preguntaba si puede reunirse con él en su despacho para discutir los detalles.
Mierda de tiranosaurio. ¿Cómo voy a discutir con él los detalles si no tengo idea de qué va Matched? Con ese nombre parece un reality show de parejas. El CEO va a ponerme de patitas en la calle en cuanto se entere de que no he leído su papeleo. Lo que significa que tendré que volver a Glasgow con el rabo entre las piernas. Me imagino la cara de satisfacción que pone mi madre al verme volver sin un centavo en los bolsillos y me entran unas ganas tremendas de pedirle al señor Thomson que me dé otra oportunidad.
—¿Señorita Abernathy? ¿Sigue ahí?
—Sí, claro. El caso es que mi turno empieza en diez minutos y…
—No se preocupe por eso —me interrumpe divertida—. Por favor, acuda al despacho del señor Thompson cuanto antes. Sexta planta al fondo del pasillo.
—De acuerdo —acepto antes de colgar, y suspiro resignada.
Mi croissant y mi café me miran con pena desde la bandeja. Noto punzadas de dolor en las sienes. No tenía que haber bebido tanto anoche, pero mi orgullo de escocesa no me permitió retirarme antes que Esther y Paul. Tendría que estar medio muerta para que una portuguesa y un inglés tuvieran más aguante que yo.
Mareada, me dirijo hacia el ascensor y pulso el botón de la sexta planta mientras tecleo el nombre de la empresa en el buscador. Necesito saber al menos de qué va todo esto antes de reunirme con el señor Thomas… Thompson, ¡joder! Estaría bien, al menos, recordar su maldito apellido.
Una vez se abren las puertas me encuentro de frente con la cruda realidad, también conocida como espejo. Estoy verde. Debería haberme bebido el café de un trago en lugar de dejarlo en la bandeja, me hubiera tomado solo unos segundos y quizá no tendría aspecto de haber dormido en un contenedor con gatos callejeros. Mis ojeras grisáceas me hacen desear reunirme con él al aire libre para poder llevar gafas de sol. Mi pelo está recogido en un moño del estilo “voy a darme una ducha y a dormir sola para el resto de mi vida” y mi camisa de cuadros ha conocido tiempos mejores. Tiene bolitas blancas por todas partes. ¿Por qué no me he deshecho de ella antes? Ah, es verdad, porque no tengo dinero para comprarme nada nuevo.
Doy un respingo al darme cuenta de que he perdido cinco valiosos segundos lamentándome por mi aspecto. Estamos ya en la segunda planta, y el ascensor vuelve a detenerse para que entre gente. Me apretujo contra la pared para que quepamos bien mientras ojeo la página de inicio de S4L, sin éxito. A mi izquierda hay dos chicos con pinta de ser unos frikis, y espero que sean del departamento de informática.
—¿Sabéis en qué parte de la web se habla del proyecto Matched? —pregunto un tanto desesperada.
—Hay varios artículos en el blog de nuestra web —dice una voz profunda a mi espalda.
De reojo noto que es alto, huele a Le Male de Jean Paul Gautier y a ropa cara.
—Gracias —murmuro y busco la sección que ha mencionado.
El problema es que hay un porrón de artículos y ya hemos llegado a la sexta planta.
Al salir del ascensor me sorprende la luminosidad de la sala. Acostumbrada al sótano y a la planta baja, me parece que de pronto he subido al cielo. La estancia es abierta y cuenta con ventanales de suelo a techo, permitiendo el paso de toda la luz que la ciudad de Londres está dispuesta a ofrecer. El pasillo central divide dos zonas de mesas de trabajo y algún que otro despacho, pero es evidente que el del CEO es el que veo al fondo y que ocupa todo el ancho del edificio.
Tras echar un vistazo curioso al lugar, regreso la atención a mi móvil y sigo buscando. Estoy a dos pasos del despacho de Thompson, es obvio que no me va a dar tiempo, pero mi desesperación me impide parar. Solo necesito dos segundos más y…
—Disculpa, amigo —murmuro de forma automática cuando mi hombro choca contra el brazo de alguien.
Por su perfume intuyo que es el tipo del ascensor que ha venido pisándome los talones, pero sigo enfrascada en desplazar la pantalla hacia abajo mientras ojeo los títulos del blog a toda prisa.
—Señorita Abernathy —me saluda la voz de una mujer —. Señor Thompson.
Levanto la cabeza del móvil y me encuentro a una joven de rasgos asiáticos, preciosa. Lleva el cabello negro cortado en bob y un traje moderno, de esos que han salido esta temporada con la chaqueta cortita. Sus prominentes labios pintados de rojo son adorables. A su lado soy una piltrafa, peor…, a su lado soy el piojo de una piltrafa.
Entonces me doy cuenta de que ha dicho algo más a parte de mi nombre, ha dicho…
Giro la cabeza para mirar por encima de mi hombro y me topo con un hombre de unos treinta años que me observa expectante, en parte porque estoy bloqueando la entrada al despacho del señor Thompson.
¡Ella le ha llamado señor Thompson!
El susodicho no es para nada lo que había imaginado. Su aspecto no concuerda con la idea preconcebida que tengo de un CEO. Es joven, atlético y atractivo. Sus facciones, sus labios carnosos y su piel dorada lo diferencian del prototipo de hombre británico. Algún antepasado de su árbol genealógico debió hacer guarrerías con un soldado del imperio romano, que ha dejado resultados muy agradables a la vista y al olfato.
Mierda de hipopótamo, reconozco esa fragancia.
Es el tipo del ascensor. Me ha pillado preguntando sobre el Matched y me ha visto buscarlo desesperada como una mala estudiante a las puertas de un examen.
El CEO de S4L Corporations me echa un vistazo de arriba abajo, visiblemente decepcionado con el hecho de que su secretaria me haya llamado Señorita Abernathy, y no me extraña, la verdad. Va a echarme de la sexta planta de una patada. O quizá del edificio entero, sirviéndose de un palo. Uno bien largo para evitar el contacto físico.
Tiene unos ojos como dos agujeros negros, oscuros y profundos. Me marea el contacto visual, por lo que intento no subir de su cuello, pero sus labios llenos son la definición de pecado del diccionario Oxford, y mi vista se desvía un poco.
—Señor Thompson, esta es Brenna Abernacy, la mujer seleccionada por Matched —anuncia su secretaria, rompiendo el silencio.
—Ya veo —replica él, secamente.
Tengo ganas de que me trague la tierra. Abro la boca para decirle que pueden seleccionar a otro candidato si lo prefieren, que me parece bien, pero él me interrumpe señalando la puerta frente a mí.
—Si es tan amable de acompañarme a mi despacho…
Es un poco difícil ser invitada a una estancia cuando eres tú la que está bloqueando la entrada. Me aparto hacia un lado al darme cuenta de ese detalle y le doy un codazo en el proceso.
—Perdón —suelto acongojada.
Qué situación tan incómoda. No soy una persona tímida, pero estoy fuera de mi elemento con esta gente tan refinada. El director general y su estilosa secretaria no parecen ser de la misma especie que yo y para más inri, me he levantado tarde, estoy resacosa y me han pillado sin tener ni idea sobre un proyecto, que probablemente es de suma importancia para la empresa. Un desastre, vamos.
El señor Thompson no se molesta en aceptar mis disculpas, sino que aprovecha que he dejado paso y abre la puerta hacia su despacho.
Deben ser los nervios, porque a mis ojos no se les ocurre nada mejor que desviarse hacia su trasero y lo bien que luce en su elegante pantalón gris claro. Es un buen trasero, y un buen par de piernas. Parecen musculosas…
Aparto la vista en cuanto me doy cuenta de lo que estoy haciendo, pero no antes de que su secretaria se percate y oculte una sonrisa. Debe pensar que soy una demente. La muchacha es demasiado discreta para expresarlo y se limita a ofrecerme una sonrisa y hacer un ademán hacia el interior del despacho.
Preferiría ir hasta el infierno de rodillas que reunirme con el señor Thompson en estos momentos, pero si quiero tener alguna oportunidad de conservar mi puesto de trabajo, tengo que al menos renunciar al proyecto con educación, en lugar de salir corriendo, como deseo hacer.
Inhalo profundamente y me armo de valor para cruzar el vano de la puerta. Esta da a un pasillo custodiado por una pared de vegetación por la que cae agua. Algo sencillo con pinta de ser tan económico como el goteo desconchado de las paredes de mí casa.
Y es que puestos a comparar con mi preciosa morada, el despacho es más grande que el piso donde he alquilado un cuarto en Sutton. Tiene distintos ambientes: una zona para el escritorio con un librero y vistas a la ciudad, y otra con un saloncito con sofás blancos, mesa de café y una pared de piedra con chimenea.
El señor Thompson me aguarda de pie con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Cuando me ve aparecer me indica que tome asiento en el sofá mientras él apoya el trasero contra la mesa de su escritorio y se cruza de brazos.
Me siento en la punta del sofá con la espalda rígida. No me gusta la posición que me ha impuesto, pero no voy a quedarme mucho tiempo.
—Gracias —recuerdo decir —. La verdad es que no quiero malgastar su tiempo. Si lo desea puede seleccionar a otro candidato para el proyecto.
Él parece un tanto desconcertado ante mi salida.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Bueno… es evidente que está decepcionado. —Trato de sonar animada y colaborativa, pero me tiembla la voz. No me siento intimidada solo como trabajadora por quién es él sino también como mujer por lo atractivo que es y el poder que rezuma—. No tengo ningún inconveniente con que seleccione a otro candidato más acorde con el… puesto, y regresar a mi trabajo.
—No puedo seleccionar a nadie más —replica serio—. Como ya sabe, el algoritmo de Matched funciona escogiendo a la persona indicada para que la relación sea un éxito. Reemplazarla por otra mujer no es posible.
¿Qué está diciendo? ¿Relación? ¿Algoritmo? ¿Por otra mujer? Me cuesta entender el significado detrás de sus palabras sin un contexto. Además, estoy comenzando a sudar frío. Debería haberme tomado el desayuno antes de subir.
—Tiene que ser usted, señorita Abernathy.
—Eh, tengo que ser yo… yo… no estoy segura de sí entiendo lo que se requiere de mí.
Mis palabras lo desconciertan.
—Señorita Abernathy, en resumen, Solutions 4 Life lanzará el trimestre que viene un producto nuevo en el que llevamos años trabajando —comienza a explicar, para mi beneficio—. Matched utiliza todos los datos disponibles sobre una persona para emparejarla de por vida con otro usuario. Nos congratulamos haber obtenido un noventa y siete por ciento de éxito entre los voluntarios de la versión de prueba. Ahora que el lanzamiento se aproxima, a la junta y… a mí mismo, nos ha parecido una buena idea que el propio CEO de S4L lo promocione y demuestre en primera persona lo bien que funciona. No sé si está familiarizada con la prensa sensacionalista, pero tengo reputación de soltero empedernido. Por lo tanto, soy la cobaya perfecta para promocionar Matched, haciendo algo tan inesperado como sentar la cabeza.
Me quedo boquiabierta y patidifusa, esperando a que diga algo más. A que diga que está bromeando y que cada mes seleccionan a un trabajador para gastarle una broma, pero el silencio se extiende entre nosotros y lo veo dudar de nuevo.
—Tengo entendido que usted firmó la autorización y entró voluntariamente como candidata para ser mi pareja.
Suelto una carcajada.
—Un momento… ¿Está…? ¿Está hablando en serio?
Thompson suspira. Alza una ceja en un movimiento que he visto hacer solo a los protagonistas malotes de las películas de Netflix.
—¿Insinúa que alguien firmó la inscripción por usted?
—No, yo… por supuesto que no. Lo firmé yo misma, pero… es posible que no me lo leyera —añado en voz baja.
Si esa revelación le sorprende, lo oculta de maravilla. Más bien parece importunado por el retraso que mi desconocimiento está ocasionando, porque aprieta los dientes y comprueba la hora en el reloj de su muñeca.
—¿Y no ha escuchado hablar a otras mujeres, invitadas al programa, sobre esto?
Encuentro el agujero vacío de un botón de mi camisa y procuro abotonarlo con prisa mientras hablo.
—Ah… yo, no… lo cierto es que no. ¿Estaba Esther Martínez invitada al programa? Creo que es la única mujer joven en mi departamento. Las demás son mayores y están casadas, bueno, al menos creo que todas están casadas. ¿Cuál era su edad tope? Tal vez no le importe la edad en absoluto —estoy hablando atropelladamente, pero no consigo detenerme.
Los ojos del señor Thomson se detienen en mis dedos. Al diablo no se le escapa ni una. Me quedo quieta, con las manos metidas bajo el tiro de mi camisa.
—Nuestras investigaciones demuestran que los mejores emparejamientos suceden entre gente de edad similar, por lo que solo invitamos a mujeres que tenían como mucho cinco años de diferencia conmigo.
—Ya veo. ¿Y cuántos años tiene? Parece joven, pero… Esther solo tiene veinticuatro.
—En ese caso, no fue incluida, ya que yo tengo treinta y dos.
—Ah…
Para ser un sueño extraño, del que voy a reírme mañana, está lleno de detalles tontos. Incluso puedo distinguir la vena que sobresale en un lado de su frente. Y que sus ojos son incluso más oscuros. Y que su boca se ha fruncido en un puchero de fastidio.
—Señorita Abernathy. —Su voz grave me saca un poco de la nube que parece haber envuelto mi cerebro, impidiéndome pensar con claridad—. Entiendo que no tenía ni idea de lo que firmaba al aceptar participar en Matched, no obstante, no está casada, de lo contrario no la habrían incluido en primer lugar. Por lo tanto, necesito su plena colaboración. Verá, esto es información confidencial, pero la empresa está atravesando un momento difícil. Lo hemos apostado todo a una sola carta y necesitamos que Matched tenga el éxito que estoy seguro que merece. No podemos comenzar con un cambio de pareja porque sería atentar contra el fundamento mismo de la aplicación.
Pestañeo al comprender que está insinuando que no tengo otra alternativa que aceptar convertirme en su… jajaja no puedo ni terminar esa frase en mi cabeza. Se me escapa un hipido, que suena ruidosamente en el silencio de la oficina.
—Lo siento, aún estoy pensando que esto debe ser una broma. Usted, de verdad me está proponiendo… —no estoy segura de lo que me está proponiendo.
Me tiemblan las manos y estoy viendo a dos señor Thompson en lugar de uno. Mi cerebro hambriento de glucosa me juega una mala pasada. Se me aceleran las pulsaciones y el sudor brota de mi piel a borbotones. Mi visión empeora y mis ojos recorren la sala en busca de algo dulce, lo que sea. Diviso unos sobrecitos de azúcar sobre la mesa de café y me levanto del sofá para lanzarme a por ellos. Puedo explicarle lo que me está ocurriendo después de haber solucionado mi problema.
No obstante, he debido calcular mal mis niveles porque al levantarme me fallan las piernas y me noto caer. Mi último pensamiento antes de que mi cerebro se apague es que voy a destrozar la mesa del jefe.