OARI
–Necesitamos más gente. La cantidad que tenemos no es suficiente. No tardarán en derrotarnos.
–Sí Señor –dijo Samir cabizbajo–. Pero recorrimos todas las calles de Alepo y mis hombres no consiguieron a casi nadie más.
–Soluciónalo. Siria es muy grande como para que te centres solo en Alepo. Mándalos a las pequeñas aldeas o a los pueblos. Ahí hay mucha gente sin nada que hacer. Deberías de haberlo pensado antes, creía que eras más listo Samir
–Perdón Señor. Pero…,¿esas aldeas nos corresponden o pertenecen a otros grupos de la OARI?
–Eso da igual, si nos corresponden, bien, y si no nos corresponden, bien también. Al final todo será de todos y lucharemos juntos, qué más dará –bebió un sorbo de su café negro y prosiguió–. Ahora retírate, ve a hacer tu trabajo que ya no queda tanto tiempo –ordenó Señor.
–Sí Señor –se retiró poco a poco con la cabeza aún sin levantar.
–¡Escucha! –se giró y levantó la cabeza– Si en la madrugada no tengo diez hombres más ante mí... –Samir asintió repetidamente, no hizo falta que siguiera– Ahora sí.
Se encaminó hacia su habitación pasando por los oscuros pasillos subterráneos. Llevaba cuarenta y siete años en esa organización, quería irse de una vez, pero en él había nacido y crecido cierta atracción y debilidad por el Día que impedía que se fuera. Estaba impaciente por que llegara, al mismo tiempo que sabía que podía ser uno de los últimos días de su vida…, pero no tenía nada que perder. Volver hacia atrás y empezar de nuevo iba a ser muy difícil para él. Su vida no significaba nada, sólo el final de otras.
Decidió descansar un poco, antes de comenzar su búsqueda de gente inocente y tonta, personas cuyo destino iba a ser igual o incluso peor que el suyo.